Como un torrente
Sinopsis de la película
Después de la guerra, Dave Hirsh regresa a su pueblo, donde vive su hermano mayor, bien situado y preocupado de su status social. A Dave le acompaña una mujer que acaba de conocer y luego hace amistad con un jugador. Al presentar a una maestra una novela que ha escrito, Dave se enamora de ella.
Detalles de la película
- Titulo Original: Some Came Running
- Año: 1958
- Duración: 136
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Opinión de la crítica
Película
7.4
22 valoraciones en total
Dave: – ¿Te ha gustado? (…)
Ginnie: – Sí, me ha gustado muchísimo (…)
Dave: – Pero, ¿qué es lo que te ha gustado?
Ginnie: – Todo.
Dave: – ¿Por ejemplo?
Ginnie: – Los personajes.
Dave: – Bien, pero ¿qué personaje?
Ginnie: – Todos.
Si uno fuera capaz de un amor tan puro como el de Ginnie, el personaje interpretado en la película por Shirley MacLaine, aquí terminaría esta reseña. Espero no invocar la confusión mental de su contrafigura, la intelectual Gwen French (Martha Hyer), si añado algún comentario más.
Como un torrente es, en primer lugar, un retrato detallista y cruel de una sociedad hipócrita, en la que las pequeñas virtudes, y la ocultación de los vicios, han reemplazado a la verdadera moral. También es testimonio de una época en la que el cine americano tenía aún capacidad de autocrítica: temas como la posición de la mujer, la represión sexual y el cultivo de las apariencias se abordan aquí con tremenda claridad.
El protagonista Dave Hirsh, interpretado por Frank Sinatra, vuelve después de la Segunda Guerra Mundial a su ciudad de provincias en el medio Oeste, Parkman: desengañado, alcohólico y sincero, su irrupción pone en cuestión la vida de escaparate, envuelta en las columnas jónicas de su mansión y en el ambiente autosatisfecho del club de la alta sociedad que frecuentan, de su hermano rico Frank (Arthur Kennedy), su mujer Agnes (Leora Dana) y su hija Dawn (Betty Lou Keim), así como el amigo de la familia, el profesor French (Larry Gates) y su hija Gwen, y también la vida cómoda y agridulce, tan autocomplaciente como autodestructiva, envuelta en humo, naipes y alcohol, del tahúr Bama (Dean Martin). Para todos ellos, su llegada recuerda a la del misterioso ángel interpretado por Terence Stamp en Teorema de Pasolini (1968).
En medio de este mundo cerrado, banal y masculino, el verdadero ángel no es Dave, sino Ginnie: el único personaje que ve claro desde el principio porque es capaz de amar sin comprender, sin tenerlo todo controlado.
Como un torrente no se reduce a la crítica social: es también un torrente de emociones, y resulta imposible no emocionarse en escenas como la de la seducción de Gwen en el cenador (cuando ella se suelta literalmente el pelo, que lleva siempre recogido en un peinado muy similar al de Dawn, la sobrina idealizada de Dave), la de la conversación de Ginnie y Gwen en el instituto, que contrapone dos formas de amor y, por extensión, dos modos de vida, y toda la escena posterior que transcurre en la casa de Bama, en la que Dave cambia repentinamente su forma de mirar a Ginnie.
Frank Sinatra es un escritor de talento con poca suerte. Vuelve a su ciudad, licenciado del ejército, y, prácticamente regresa fracasado, aunque cuando conocemos a su familia: un hermano burgués, que lleva una vida aburrida con una mujer tiesa, pendiente solo de las apariencias, y una sobrina maleducada entendemos que no es él quién tiene las peores expectativas.
Desarraigado de una familia que vive más en el escaparate social que en la intimidad del afecto que puedan tenerle, se refugia en la complicidad de nuevos amigos, marginados también de una sociedad fuertemente dividida. Conoce a Dean Martin, un jugador, alcohólico y cínico que comparte con él la sensación de no tener nada que compartir. Son dos parias que, ni por arriba ni por abajo, encuentran sitio en esa ciudad detenida en el tiempo. Tal vez, solo, la necesidad de escapar de allí, donde una nueva partida de póker les lleve.
Pero Frank tiene algún comodín a su favor: es un buen escritor capaz de despertar la admiración de los intelectuales del villorrio. Tal vez de una maestrita culta y de buena posición, que parece ser la persona que podría colocarle, emocional y socialmente en algún lugar cómodo. Pero es una mujer cobarde, que duda entre el amor de un hombre real o la consideración de la sociedad, o sea, de la soledad.
Pero, entre unos y otros, aparece Shirley MacLaine que es una chica alegre, en toda la extensión de la palabra. Sin prejuicios y sin más ambiciones que la de ser feliz cada día. O la de estar con Frank, del que se ha enamorado y al que acepta tal como es y le conoció. Es una optimista con una flor en el pelo, la boca roja y un bolso de peluche que desprende espontaneidad y encanto. Es deliciosa y sincera. Y no tiene cultura para explicar por qué le gustan las cosas, pero tiene la suficiente inteligencia para reconocerlas y luchar por ellas. O por Frank. Lo tiene clarísimo.
Shirley es el punto de inflexión de la película. Es lo que la convierte en algo humano y vivo. Más que el nihilismo de Frank, el cinismo de Dean, la cobardía de la solterona rancia, el conservadurismo de su familia y el estancamiento de la sociedad entera… Ella es la mujer que sabe lo que quiere, que se respeta a sí misma delante de la mujer frígida que se atreve a juzgarla y del hombre que no sabe respetarla porque, en el fondo, obedece a los mismos clichés que el resto de las personas a las que desprecia por ello.
Confieso que cada guarra , puerca y zorra que le decían, me dolía. Ni por arriba, ni por abajo, nadie era buena persona. Ni los ricos ni los marginados, ni hombres ni mujeres, ni los cultos ni los ignorantes sabían ver más allá de sus prejuicios. Creo que esa era la historia que un gran director como Minnelli quería contar. No era Frank Sinatra con todo su talento y su cinismo, sino Shirley, con sus pestañas infínitas, su falda corta, su encanto natural y su naturalidad encantadora… Como un torrente se los llevó a todos por delante…
Mi admiración por el Hollywood clásico y glamuroso ha sufrido un traspiés con esta película, que tiene todo para que me pudiera gustar, pero que en ningún momento me atrapa.
No entiendo a los personajes, ni sus motivaciones, tampoco me creo a los actores (quizás un pelín a Martin y MacLaine), la historia me parece trompicada, no hay desarrollo del porqué de la actitud de cada uno, todo es atropellado y contradictorio, se apuntan muchas cosas, pero ninguna da en el blanco.
Quizás no tenía la mentalidad ni tranquilidad de ánimo para verla, ¡ QUIZÁS EL PROBLEMA SEA YO !, o quizás de Fresnadillo y sus 28 semanas después que vi hace poco y que acabó con la parte de mi sistema neuronal relacionada con el buen gusto, no lo sé, y se que cometo sacrilegio, pero no me ha gustado nada, es un melodrama vacío e intranscendente, sin emoción ni chispa. Lo siento, pero este clásico, no lo es para mi, y Sinatra, a quien considero un buen actor, ni transmite ni está a la altura, ni se de que va su personaje.
Aburrida e intranscendente.
Pd: Entiendo que dicha valoración sea puesta en duda y no seguida en absoluto, ya que la enorme mayoría de la sociedad cinéfila mundial considera esto un clásico incuestionable, con lo que seguramente debo de estar inmerso en un error, y nadie me debería hacer caso.
Como digo en el título, es una brillante adaptación de una novela, la cual leí hace algún tiempo sin saber que Vincente Minnelli la había llevado al celuloide. Pero no voy a hacer comparaciones entre ambos formatos, no sería justo, ya que una película es una entidad en sí misma, independientemente de su fuente, y además se supone que el espectador no tiene por qué haber leído el libro. Así que me voy a limitar a la película.
-El ambiente está prodigiosamente recreado. Todo ese mundillo cínico e hipócrita representado hasta su máximo exponente por la pequeña ciudad provinciana de Parkman, de la que Dave huyó durante mucho tiempo y a la que finalmente ha regresado. Los dos hermanos protagonistas tienen una relación marcada por el egoísmo de Frank, el mayor, y por un insalvable distanciamiento. Casi todas las personas respetables de ese ambiente alimentan rencores y amarguras, pero guardan las apariencias y se evaden en el alcohol. En ese mundo falso, personas de mala vida como el propio Dave, las prostitutas y Bama (el bebedor y jugador impenitente) destacan por el hecho de que no tratan de engañar a nadie, asumen dignamente su papel de ovejas negras de la sociedad y no tratan de aparentar. Dave y Ginny, la prostituta, no han perdido aún las esperanzas de hallar algo mejor, pero se resignan a lo inevitable. Desde el principio al fin, el desengaño aceptado con dignidad y la melancolía omnipresente nos advierten de que no podemos esperar desenlaces felices. Vincente Minnelli logró con ello un film de patética y hermosa genialidad que se sale de lo corriente.
-Nunca he visto a Frank Sinatra actuar de un modo tan convincente. Realmente él era Dave Hirsh, el escritor frustrado, un hombre sensible pero convertido en un cínico bebedor. Se ha resignado al vacío de creerse un fracasado. Pero una luz se enciende para él cuando descubre que Gwen French, una bella e inteligente crítica literaria de Parkman, cree en él y agita sentimientos que él creía muertos. El gran escritor descreído comienza a intentar salir de su letargo, pero no es fácil dejar atrás los demonios que lo persiguen a uno.
-Gwen French, la profesora y crítica literaria, que se debate entre su amor por Dave y el rechazo que siente hacia su forma de vivir. Son dos personas de intelectos y corazones afines pero separadas por un abismo de tormento y de pasión apenas consumada.
-Shirley MacLaine, pese a su sencillo papel, muestra una fuerza interpretativa sorprendente.
No sabía si esperar mucho de esta película, de la que hasta hace poco ni siquiera sabía que existiera, pero se ha ganado un puesto, por pleno derecho, entre las grandes.
Excelente dirección de Minnelli y un gran trabajo de ambientación, por no hablar de las grandes interpretaciones. Sinatra nunca me ha llamado la atención como actor, pero aquí me hace cambiar de opinión. Sin aspavientos y sin derroches, ha plasmado un personaje genuino y rotundo.
Esta es una de esas películas necesarias, que valen la pena.
Peliculón, peliculón, que parte de una novela de James Jones. Y eso se nota en el trazo de los personajes, unos personajes que más bien viven con una insatisfacción permanente y por debajo de sus expectativas. No es el caso de Ginny (Shirley McLaine) una chica alegre muy justa de mollera, pero con un corazón desbordante de amor por el escritor -está en ello- que interpreta Frank Sinatra. Y éste, aunque no tiene media bofetada de percha en apariencia, la aprovecha muy bien y se crece en el papel, pasando de oveja negra local enamorado de una gélida profesora, muy bien interpretada por Martha Hyer -aunque yo creo que no lo es tanto y sí peca de sensata-, a darse de bruces contra la realidad que representa el sentirse tan querido y admirado por alguien que ni le entiende. Lo adereza Dean Martin, un juerguista de pro (con decir que lo primero que guarda en su maleta cuando se va de viaje son las botellas de whisky) y que no se quita el sombrero ni para dormir… le da suerte.
También sale Arthur Kennedy, con su sonrisa torcida, que es el hermano de Frank y todo lo contrario a él: padre de familia, joyero… pero ya sabemos que no es oro todo lo que reluce y en esta ocasión tampoco. Los colores de la fotografía son de lujo y el final apabullante de los que requieren kleenex… Ah! que bien me lo he pasado. Y la música de Elmer Bernstein 🙂