Come Back, Africa
Sinopsis de la película
Come Back, Africa es una historia protagonizada por un famoso grupo de intelectuales locales de Sophiatownde cuyas propias experiencias se derivan los acontecimientos de la película. Desesperado por alimentar a su familia, Zachariah, un joven zulú, abandona su kraal asolado por el hambre para trabajar en las minas de oro de Johannesburgo. Al final se instala en uno de los míseros municipios de la época del apartheid, pero se encuentra con un aluvión de leyes de paso sudafricanas que restringen todos sus movimientos. Zachariah se entera de que no puede buscar empleo sin un pase, paradójicamente, no puede obtener un pase sin empleo. Mientras tanto, su familia es amenazada constantemente con el exilio o el encarcelamiento si no cumple con estas normas draconianas.
Detalles de la película
- Titulo Original: Come Back, Africa (An African Story)
- Año: 1959
- Duración: 95
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Opinión de la crítica
7.3
63 valoraciones en total
Díficil se me hace comenzar a hablar de Come Back, Africa. La película, podríamos decir pseudodocumental, de Rogosin gana enteros según pasan las horas y los días desde su visionado hasta llegar a un punto en el que he de considerarla todo un hito en la historia del séptimo arte: se me antoja que este filme, aparte de sus otras beldades, podría considerarse el inicio del cine de autor independiente al que con escasa falta de rigor se acogen en la actualidad directores de la talla de Lynch, Tarantino o Cronenberg. ¿Por qué?
Come Back, Africa es la historia de un peligro real, de un sobrehumano esfuerzo en pos de la denuncia social y política de una realidad condenada a pasar desapercibida. Tan simple como que la película fue rodada íntegra y clandestinamente en Sudáfrica, vendiéndola como un filme cómico sobre música étnica, en plena ebullición del Apertheid y donde los afrikáneres quedan bastante mal, rozando el más absoluto de los ridículos gracias al estilo popular y sardónico -puede que para algunos excesivamente cargado de clichés, aunque no olvidemos que estos en ocasiones pueden ser de lo más objetivo- que Rogosin emplea en las contadas escenas donde los descendientes holandeses son sus absurdos protagonistas.
Pero no es esta novedosa indignidad y reclama, a la que su unieron grandes personalidades de la cultura y de las artes sudafricanas como Miriam Makeba (que demuestra sobradamente el don otorgado a su voz en una emotiva escena), lo más atractivo del filme de Rogosin es el rigor y naturalidad con los que muestra la situación en la que malvivía la mayoría negra, que en un magnífico toque de objetividad tampoco sale siempre bien parada, aunque posiblemente sea así en virtud de la lacra social con la que se le ha marcado. Con un formato y estilo extraído del más puro neorrealismo europeo y que en nada tiene que envidiar a algunos de los míticos filmes de De Sica como El limpiabotas o Umberto D, el director norteamericano nos mete de lleno en medio de los guetos creados en la barriada de Sophiatown, a las afueras de Johannesburgo, donde nos recuerda una y otra vez lo que de manera radical y dolorosa nos regaló Buñuel en Los olvidados, película con la que también comparte mucho esta de Rogosin, y que es dogma en el movimiento cinematográfico iniciado en Italia: para los pobres no hay esperanza, sólo existe desaliento. El desgarrador contraste entre la demolición, cascotes y ruinas entre las que encontramos a la población nativa y los altos y abigarrados edificios de la ciudad de Johannesburgo es devastador y hace recordar dos filmes de otro de los magnos directores italianos de finales de la década de los 40, Roberto Rossellini: Alemania, año cero, y especialmente la desolación que rodea a los protagonistas en Roma, ciudad abierta.
Sin duda un boom nada comercial y absolutamente tan olvidado como El Jaibo, protagonista del filme de Buñuel. Una pena, tanta, que lo peor es sin duda la dificultad para el común de los mortales de poder acceder a su visionado. Mi mayor suerte tiene nombre: Festival de Cine Africano de Córdoba.
Un híbrido entre documental y ficción, esencial en la historia del cine africano por la mezcla de géneros, el alcance político y la denuncia del apartheid sudafricano. Prohibida durante años en Sudáfrica, esta película fue realizada de espaldas al régimen en colaboración con Bloke Modisane y Lewis Nkosi, periodistas de la revista Drum.
Empleando intérpretes no profesionales, en lenguas vernáculas y mucha improvisación, incluye escenas míticas de una joven Miriam Makeba que canta en un bar clandestino de Sophiatown y actuaciones de bailarines y músicos de calle, demostrando la vitalidad de la creación musical del país en tiempos tan convulsos.
Con imágenes filmadas engañando las autoridades con la excusa de estar rodando un documental musical, la película se centra en la vida de un joven zulú que huye de una vida miserable al campo a las minas de oro de Johannesburgo para ganarse la vida y ocuparse de su familia.
Al township donde se establece vivirá en carne propia la dureza de las leyes racistas infames de la época, las cuales limitan de tal modo la movilidad que se ve forzado a aceptar una serie de trabajos miserables en los que es sometido a las vejaciones y la crueldad de sus cabezas afrikaners.