Ciudad de vida y muerte
Sinopsis de la película
Año 1937. Guerra chino-japonesa. En su avance por territorio chino, las tropas niponas llegan hasta Nanking, la capital, donde cometen toda clase de atrocidades. La historia sigue el destino de varios personajes, unos ficticios y otros reales.
Detalles de la película
- Titulo Original: City of Life and Death (Nanjing! Nanjing!)
- Año: 2009
- Duración: 132
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Opinión de la crítica
Película
7.4
70 valoraciones en total
¿Propagandística? Para nada, señores. Una guerra es una guerra y cuando un país invade a otro por puro afán expansionista y comete -por si fuera poco- las mil y una perrerías, ese país es el agresor. El infractor. El culpable. Así de claro. Contemplarlo de cualquier otro modo no tan sólo constituye un vil e infame ejercicio de miopía histórica sino que delata, además, intereses partidistas o ideológicos muy pero que muy peligrosos. ¿Significa esto que los japoneses son un pueblo muy malo y los chinos un pueblo muy bueno? Pues no, tampoco es eso. No, al menos, desde una perspectiva tan simplista, global y generalizadora. Pero lo que está claro es que Japón no consiguió anexionar a su imperio Corea, Formosa y Manchuria al son de Pom, pom… ¿Quién es? Una rosa y un claveeel. Abre la murallaaa. Ni mucho menos. Japón consiguió levantar su imperio -como toda metrópoli- gracias al poder de las armas. Y eso y mucho más es lo que describe espléndidamente Ciudad de vida y muerte. La ocupación de Nanking (por aquellos entonces capital de la China de Chang Kai Shek) por parte del ejército imperial nipón. Obviamente, con todos los daños colaterales (torturas, violaciones, ejecuciones masivas…) que de ello se derivan.
Pero más allá de cualquier propósito apologético o moralista que refleje o deje de reflejar Ciudad de vida y muerte, lo que resulta evidente es que su factura formal es irreprochable. Absolutamente irreprochable. Empezando por esa sobria y respetuosísima fotografía en b/n, continuando por esas logradísimas secuencias bélicas de su tramo inicial y acabando por un pulso narrativo que no pierde fuelle en ningún instante y que, sin necesidad de efectismos gratuitos de ningún tipo, consigue mantener vivo el interés y la emotividad de todo cuanto acontece hasta los títulos de crédito finales.
Merecidísimo ocho, pues, para una peli que constata a la perfección que sin caras conocidas -e incluso sin color- también es posible construir historias que consigan emocionar y que atraigan la atención del gran público. ¿Y cómo se consigue eso? Pues muy fácil: con sentido, sensibilidad… y oficio.
Grandioso cine sobre la guerra y la humanidad, sobre la Historia contada en tiempos de ONGs, sobre la estupidez de la Alianza de Civilizaciones, sobre importancia de la defensa de los tuyos, de la tribu, sobre el cuidado ante el enemigo, siempre pendiente de arrasar la aldea, asesinar a los hombres, violar a las mujeres y lanzar por la ventana a los niños. De acabar con todo vestigio de propietarios anteriores. Aun cuando individualmente cualquiera de los asesinos quisiera… ¡volver a Japón!
Qué les voy a contar sobre el arte: la película es un cúmulo de sapiencia cinematográfica al servicio de la historia que cuenta: fotografía, guión, montaje, ambientación, banda sonora, interpretación, etc. Bebiendo siempre de las fuentes de los grandes directores que a esto se han dedicado, pero con impronta propia que yo resumiría en dos portentosas particularidades:
Cómo filmar los asesinatos para que lo vean tus ojos al detalle, pero con una pincelada de frialdad que te impida despegar la vista de la pantalla. Cómo presentar una impactante ceremonia ritual de danza y percusión coral -el desfile de la conmemoración del primer aniversario de la toma de la ciudad-, de modo que el espectador adquiera la consciencia de en qué consiste el espíritu de la animalidad y de qué facil resulta sumarse a la lucha exterminadora contra el otro.
La cercanía con que todos no encontramos de la sublimación, del extremismo, del salvajismo, de la aniquilación, del bestialismo deificado como conducta depredadora, tenga ello su origen en la exaltación de una raza o cultura, en el revolucionarismo porpular o ideológico, en el actual yihadismo de tierra quemada.
Esta vez se trata de la invasión japonesa de China, pero eso es lo de menos. Ni los chinos ni los demás hemos sido nunca tan distintos en las agresiones colectivas. Y, la gran pregunta: ante una amenaza semejante, ¿quien se resistiría a responder, si pudiera, con mayor contundencia?
Finalmente, ese mensaje subliminal que China ya mostró en los JJOO: ya estamos aquí y tenéis que contar con nosotros.
Y que para subsistir hay que cuidar hasta el paroxismo el orden moral y el ritual que nos define como tribu y nos fundamenta tanto la legítima defensa como el legítimo ataque preventivo -antes invasión- si quieres tratar de evitar lo que se avecina.
Como verá, el aparente documental da para mucho. Y más. Aunque al final se despida de nostros con una imagen de esperanza, en ese homenaje a El chico [1921], de Chaplin.
El quicio de la mancebía [EQM]
Con todas las posibilidades que concede un altísimo presupuesto, y a través de unas crudas imágenes en un magistral blanco y negro, engarzadas en un montaje que se me antoja ejemplar, el director Lu Chuan expone la masacre de Nanjing por parte del ejército japonés en 1937.
Aunque las primeras referencias, sobre todo a nivel formal, que a uno le vienen a la cabeza después del visionado sean La lista de Schindler o Salvar al soldado Ryan , con el paso de los días advierto quizás un mayor paralelismo con obras como El pianista o la más antigua Uno rojo: división de choque , en cuanto a una sequedad expositiva que se basta a sí misma para impresionar vivamente al espectador, sin necesidad de recurrir a determinados artificios, posiblemente de un carácter más efectista, simplista o incluso maniqueo.
Poco respiro da esta narración, inundada de horror hasta donde llega la capacidad más detestable del ser humano. Es ante todo un relato coral, que nos lleva al devenir de una serie de personajes, punteado por la mirada de un soldado japonés, una mirada, como la nuestra, cada vez más atónita ante el creciente afán de destrucción.
Probablemente, una de las características más notorias del mejor cine asiático de los últimos años (pensemos en Yimou, por ejemplo), y que lo diferencia de otras cinematografías, sea el rigor en la concepción del encuadre y la disposición de sus elementos, lo cual genera en el espectador una impresión de gran belleza estética. La película de Lu Chuan no es una excepción de esta tendencia. Y, aunque parezca paradójico —o quizás sea éste otro de los eternos enigmas del arte— esta belleza no entra en contradicción con los terribles hechos que se narran (algo similar, en otro sentido, ocurre en La isla , de Kim Ki-duk, deslumbrante poema visual con masoquistas escenas de autolesiones).
El hermoso título, Ciudad de vida y muerte , que diríase extraído de una novela rusa del siglo XIX, me parece completamente acertado en su síntesis del sentido del film. Mucha violencia y muerte hallamos en él, pero al mismo tiempo sobrevuela, exiguo pero incesante, como la llama de una vela que se resiste a desaparecer, el espíritu de la vida, de la esperanza, la solidaridad, el sacrificio. En este sentido, podemos destacar la aparición del alemán John Rabe, el llamado Schindler de China , aunque quizás el ejemplo más contundente lo encontramos en el inmenso sacrificio de todas las mujeres que deciden prostituir sus cuerpos como única manera de evitar un puñado de muertes.
En la exaltación última de este profundo humanismo se halla, a mi juicio, la grandeza de la película, para mí una de las mejores del cine contemporáneo y una cima del bélico de todas las épocas (asumiendo que mi juicio sobre este género está sesgado por unos principios éticos que me llevan a rechazar las obras apologéticas, en favor de aquellas que denuncian la absurdidad y el sinsentido de la guerra).
Y se llevó el joven director Lu Chuan el premio a la mejor película. Finalmente Campanellos se tuvo que quedar con las ganas con su El secreto de sus ojos , película que por cierto iré a verme esta misma semana.
Desde el punto de vista japonés la pelicula narra la violación de Nanjing , capital china allá por 1938. Allí masacraron a más de 300.000 chinos e hicieron todo tipo de barbaridades…
La cinta tiene reminiscencias de La lista de Schindler, algo que no sorprende debido a que es la película favorita de su director.
Paralelamente a la línea principal del argumento, nos cuentan cómo el nazi John Rabe ayudó a unos 200.000 chinos. Por ello se le conoce como el Oscar Schindler de China .
Así, es presentada en un gran angular en blanco y negro, permitiendo ver una mayor distancia de los escombros y cadáveres.
Respecto al ritmo de la película, tratándose de una china, se puede temer algo lento. Pero no. Bajo ningún concepto es aburrida. Nos ofrece unas impresionantes batallas y las atrocidades que cometieron los japoneses nos son mostradas crudamente. ¿Recordáis las imágenes de El Pianista en el que tiran a un anciano por la ventana con su silla de ruedas por no ponerse en pie? Pues en esa línea está la película.
Además se quería mostrar el lado humano de los soldados, algo que sin duda puedo decir que se ha logrado con creces. Se ve perfectamente lo que sufre el japonés protagonista y la vida frustrada que ha tenido.
Muy muy recomendada película bélica, que a mí, personalmente, me gustó incluso más que Salvar al soldado Ryan.
City of Life and Death es una obra lúcida, notablemente realizada por el director chino Chuan Lu, que ya sorprendiese hace unos años con Mountain Patrol y que ahora, cinco años más tarde, regresa por todo lo alto para narrar una de las mayores masacres de la historia de la humanidad, la sucedida en Nanking y que tuvo como protagonistas al pueblo chino y a los soldados japoneses, saldándose con más de 300.000 muertes a cargo de estos últimos. Chuan Lu aborda el tema desde el respeto máximo, presentando personajes de ambos bandos para ofrecer dos puntos de vista, buscar una (relativa) objetividad, sin acoplarse a las ideas ni chinas ni japonesas.
Con más de un paralelismo a la buena (pero sobrevalorada) La lista de Schindler , Chuan Lu nos narra esta historia en un pulcro blanco y negro, en señal de respeto a las víctimas, según sus propias palabras, haciéndonos partícipes de una historia en la que se suceden todo tipo de barbaridades, desde violaciones hasta asesinatos a sangre fría. Poco a poco Chuan Lu va desarrollando a varios personajes que serán el eje de las diferentes subtramas, que terminan por colisionar en uno de los tramos finales más notables de la década, una montaña rusa de emociones que hace de la música su mejor aliada, una impresionante banda sonora que acompaña a las mejores escenas de un film que, pese a no ser perfecto y acusar ciertas carencias en un segundo visionado, se alza como una de las obras cumbres del género bélico de los últimos tiempos.
Y es una verdadera pena que una obra como ésta no vaya a ser descubierta por un mayor rango de personas, pues son éstas, y no gran parte de las películas que llegan a nuestra cartelera, las que consiguen que el cine se mantenga vivo. Una obra personal, que no esconde sus intenciones y que a pesar de caer por momentos en el academicismo tiene suficientes valores y señas personales como para ser recordada por todos los que puedan visionarla.