Carretera asfaltada en dos direcciones
Sinopsis de la película
Dos chicos recorren las carreteras de Estados Unidos en un polvoriento Chevrolet del 55 y compiten en carreras ilegales. Eso es lo único que les importa, ni hablan ni se divierten. Un día se cruza en su camino GTO, un peculiar conductor que los desafía…. El film fue un fracaso comercial, pero se convirtió en película de culto como otras road-movies de la época como Easy Ryder .
Detalles de la película
- Titulo Original: Two-Lane Blacktop
- Año: 1971
- Duración: 101
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Opinión de la crítica
Película
6.8
37 valoraciones en total
Ejemplo 1. En Persona (66), Bergman abre y cierra el filme con imágenes de un proyector cinematográfico que empieza y deja de funcionar, respectivamente. Repetición sui generis del gesto de Vertov en El hombre de la cámara, la película finaliza con la imagen de una llama apagándose. Extinción material del cine, que no es sino luz o fuego proyectados.
Ejemplo 2. Monte Hellman finiquita su genial Carretera asfaltada en dos direcciones (71) con el gesto ígneo que aquí perseguimos. Si bien no es el primero en la historia del cine (pues lo hallamos en Fuego en Castilla (58) de Val del Omar y frecuentemente en el cine experimental), sí es el primero en una ficción. Ficción, por lo demás, que ya se presentaba a sí misma de una forma crepuscular y posmoderna, como work in progress y deriva continua, categorías típicas del cine moderno, junto al arrebato, el tiempo real (o RealTime) y el espacio vacío.
(continua en Serbis, de Brillante Mendoza)
Con el título de este comentario quiero animaros a que la veais. Es algo diferente, lo era en el 71 y sigue siéndolo 40 años después. Cierto es que no será la cosa más divertida o con más ritmo que hayais visto, con algunos momentos aburridos, incluso. Pero, el misterio de los dos chavales protagonistas, el gran Oates, el sonido de los coches y la idea de un relato sin principio ni final como la carretera por la que vagan, son motivos convincentes para verla.
Monte Hellman no se apartó demasiado de sus westerns para rodar Two-lane blacktop. Este filme de carretera, el más esencial, puesto que carece de aditamentos, de estorbos que te saquen del asfalto, continúa la abstracción de El tiroteo y A través del huracán. De una forma más depurada si cabe. Sólo he visto la película en una ocasión, cuando era un título mítico, difícil de encontrar, después únicamente he leído sobre ella, un estéril conjuro de palabras incapaz de definir este film a cielo abierto. Recuerdo que fue un pase de verano, en una universidad, y que la luz del sol se empeñaba en colarse a través de los ventanales malamente tapados con cortinas negras, como si nos anticipara el plano final con el celuloide quemándose en su carrete. Con Two-lane blacktop el posible spoiler es una falacia: consiste en un ir y venir sin principio ni fin por carreteras sin nombre. No hay argumento que contar, sólo se puede sentir. Ni siquiera el tópico del itinerario moral tiene cabida, sus protagonistas son arquetipos, fantasmas de una juventud o una madurez mal entendida, hijos de Bresson, de la nouvelle vague, que obedecen al marchamo de su nombre: el conductor, la chica, el mecánico, GTO…
Vista hoy, su atrevimiento casi experimental sorprenderá a más de uno. No hay épica. No existe una reflexión clara, una intención manifiesta. Los sentimientos de sus personajes están carcomidos por la necesidad del movimiento perpetuo: si no ruedan en sus coches no son nada. Apenas hablan, con la excepción de un impagable Oates. Son presencias fugaces, siluetas, modernos cowboys a lomos de trastos trucados que practican un autismo basado en gestos y miradas. Luego está el paisaje, el mismo de los westerns, con sus inacabables panorámicas y sus polvorientos pueblos. Pero no se trata de falta de énfasis, de torpeza narrativa por parte de Hellman. Muy al contrario, el tono de esta peculiar obra maestra es un destilado, una esencia que busca desnudar a sus interpretes. No es un retrato más o menos acertado de otra generación perdida, la de finales de los sesenta y principios de los setenta, sino una mirada más universal al hombre moderno, perdido, incapaz de hallar una ruta que le contente.
Es una película sensual, lo cual no quiere decir que pueda disfrutarse con facilidad. Si no consigues conciliar tu corazón con el suyo, el tedio está a la vuelta de la esquina. En sintonía, aceptando ese ritmo pausado, esquivo a las emociones, es como música. Su desesperanza, sin embargo, sigue ahí, resumida en esa cámara lenta final, en ese sonido exterior que desaparece. Ya estamos en la mente de nuestros centauros y todo lo que acontece o pueda acontecer en sus vidas está delante, al otro lado del parabrisas: una carretera en dos direcciones convertida en una cegadora nada.
Two-Lane Blacktop reinventa el concepto de road movie que existía hasta entonces cuyo mayor exponente era Easy Rider. Hellman se despoja de todo artificio con una realización sobria y tosca, como una bocanada de polvo del camino por donde trascurre la acción. Su realización puede definirse como cine en estado puro, con parquedad de medios y carente algo que distraiga al espectador. En la cinta abundan los planos largos, el ritmo es cadencioso, casi exasperante, con profundos silencios de los protagonistas que vagan como autómatas por la Ruta 66. No hay lugar para las emociones humanas, tan solo el breve placer que produce una carrera en una vieja carretera olvidada en cualquier lugar del país y de nuevo la rutina del asfalto. La idea de Hellman parece ser la de desmitificar el universo onírico, idealista y errante de la cultura Hippie de finales de los sesenta. Ya en los setenta se había producido el desencanto de esa generación que pensaba que podía cambiar el mundo pero que fueron engullidos por el sistema.
Monte Hellman expresó en esta película la desazón y la falta de rumbo de parte de la sociedad americana de principios de los setenta. Fue su primera y última película para un gran estudio, la Universal, y como sus otros filmes fue un estrepitoso fracaso comercial, aunque con el tiempo se ha convertido en un filme de culto avalado por la mayor parte de la crítica especializada. Carretera Asfaltada En Dos Direcciones es una obra atípica que dio una vuelta de tuerca al género de las road movies desmitificando su romanticismo y que con el paso del tiempo se ha convertido en un clásico incontestable. Hellman nos deja para el recuerdo la escena final de la película donde los dos protagonistas conducen hacia la nada y el celuloide se deshace por el fuego.
152/06(09/07/12) Nihilista road-movie, un interesante, sugerente y sobrevalorado film de culto setentero, hecha a rebufo del éxito ‘Easy Rider’ de la Columbia, la Universal quiso responder con esta. El realizador indie Monte Hellman hizo su único trabajo para un gran estudio, presenta una propuesta con la libertad personal y el espíritu libre como bandera. Dos lacónicos tipos recorren la famosa ruta 66, el Conductor (el cantante y compositor James Taylor) y el Mecánico (el batería de los Beach Boys Dennis Wilson), con su Chevy 1955 One-Fifty de dos puertas, el objetivo es correr en carreras ilegales por los pueblos que se encuentran, con el dinero ganado subsistir hasta el siguiente pueblo, en Arizona se les cuela una polizón, la Chica (Laurie Bird), una muchacha sin rumbo, en Nuevo México conocen a un hombre (gran Warren Oates) que conduce un Pontiac GTO 1970, un fanfarrón presuntuoso, entre ellos hay un pique deriva en una carrera por ver quien llega 1º a Washington DC, el premio será el coche del perdedor. El argumento es simple, sin recovecos, de los personajes nunca sabremos los nombres, para ayudar al fuerte carácter existencialista del relato, donde el espectador se pueda sentir identificado con alguno de los personajes y donde el individualismo es resaltado, con ellos cruzamos California, Arizona, Nuevo México, Oklahoma, Arkansas y Tennesse y en todos estos lugares lo único resaltable es la poderosa presencia del hombre GTO, sin Warren Oates la cinta sería insufrible. La historia patina en su asepsia de sentimientos, los del Chevy resultan dos tipos planos, apenas hablan, alguna vez hablan del coche el resto del mundo no existe para ellos, no sabemos nada de ellos, parecen carecer de sentimientos, son como tiburones que su única misión es moverse y ya está, nada les afecta, solo van hacia adelante, su pasado es la nada y su futuro no existe, solo el presente, las emociones son cero, solo están a gusto fardando de su carro y planeando sobre el asfalto, son dos almas que han partido de la nada hacia la nada. El guionista Ruddy Wurlitzer (‘Pat garret & Billy The Kid’) reescribió el libreto teniendo la feliz ocurrencia de crear al personaje del GTO, Warren Oates, un arrollador personaje que desborda carisma, es el que hace que este seco y árido film sea digerible, es el que muestra fondo, recoge a todo autoestopista que se le cruza (muy divertido el cameo de Harry Dean Stanton como autoestopista gay), y con cada se reinventa a si mismo contándole una historia distinta de quien es, es un pendenciero con alma, alma de la que carecen los dos competidores, así como la Chica, su romance es como el amor de dos amebas, aséptico, esa alegoría de cómo una sirena surgida del océano de asfalto puede desunir al menage a trois que es Conductor, Mecánico y Chevy es del todo la fatuidad. Monte Hellman se explaya en onanistas planos de carretera donde solo rugen los motores, ayudado por una apreciable fotografía de Jack Deerson, donde moteles, estaciones de servicio, bares de carretera son las paradas hacia la Nada. Y luego su final donde el anticlímax se eleva (spoiler). El conjunto final me ha quedado una pretenciosa propuesta con material que no da para tanto, pues lo único que la hace aguantable hasta el final es Oates, el resto se hace pesado y lánguido, no hubiera aguantado sin él media hora, donde lo grande es lo mucho que te da igual lo que les pase a los del Chevy. A Monte Hellman sobre todo hay que agradecerle su buen ojo al producir la magnífica ópera prima de Tarantino ‘Reservoir Dogs’. Fuerza y honor!!!