Carl Th. Dreyer: Mi oficio
Sinopsis de la película
Documental de Torben Skjødt Jensen que recoge una colección de memorias y reflexiones sobre la vida y la obra de uno de los grandes maestros de la historia del cine, el director danés Carl Theodor Dreyer. Un análisis visual, rico y exhaustivo de un artista poco comprendido en su tiempo. A través de entrevistas, testimonios escritos e imágenes de archivo inéditas, el retrato de Dreyer surge como el de un perfeccionista comprometido con su arte (en una ocasión suspendió un rodaje porque las nubes se estaban desplazando en la dirección equivocada), un hombre austero apasionado por su trabajo y poseedor de un gran sentido del humor. Su excepcional legado cinematográfico ha pasado con honores a la historia del cine.
Detalles de la película
- Titulo Original: Carl Th. Dreyer: Min metier (Carl Th. Dreyer: My Métier) aka
- Año: 1995
- Duración: 96
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Opinión de la crítica
6.7
70 valoraciones en total
Carl Th. Dreyer: Min metier (Carl Th. Dreyer: Mi oficio), dirigido por Torben Skjodt Jensen en 1995. Siempre me ha gustado lo que se salía de la norma, siempre ha despertado mi curiosidad, como las nuevas olas, pero tengo la sensación de que volverán al mar, aunque tal vez levanten otras olas (Dreyer).
El narrador de este precioso e intimista documental sobre la pasión de Dreyer inicia su recorrido citando algunas de sus obras más carismáticas que dejaron la impronta de su peculiar narrativa cinematográfica convirtiéndolo en arte, películas legadas como testamento de una exquisita filmografía, convertida en gran referente desde el fervor a un maestro, siendo el resultado de un director que huía de los excesos noticiables de su vida personal, prefiriendo siempre cualquier tipo de noticias sobre su oficio: el cine.
Tras ponernos en situación, Dreyer nos cuenta las vicisitudes de sus primeros años, durante los cuales convivió entre el cautivador recuerdo de su madre y los Dreyer, una familia de adopción danesa. Una experiencia laboral que lo convertía en poco más que un engranaje en la cadena decidió, cambiar su rumbo en la vida: periodista primero, llevándole a conocer la industria del cine empezando como guionista y autor de intertítulos. Dreyer recuerda ese periodo como importantes años de aprendizaje, lo que le llevó a editar películas breves rodadas durante el tiempo de más luz solar, un tiempo de aprendizaje recordado siempre por él como Una carrera emocionante.
Clara Pontoppidan se refiere e Dreyer como: Un hombre muy amable, siempre. Discreto en sus opiniones sobre el trabajo de los demás, pero apasionado y tenaz, explicándonos a continuación su experiencia en ‘Página del libro de Satán’ bajo su peculiar dirección íntimamente personal, mostrándonos desde los inicios el modo de confraternizar con la escena y sus actores, evolucionando y madurando como director en países como Dinamarca, Suecia o Noruega entre otros, tiempos en los que dio forma a otro de sus títulos conocidos: ‘El amo de la casa’, film que le llevó hasta París por primera vez, donde Dreyer pudo vivir una serie de anécdotas (entre las cuales alguna significativamente preocupante) que le supuso un excelente augurio profesional que lo llevaría hasta la aceptación de su cine enmarcado en el realismo: El realismo no es un arte en sí mismo, sólo el realismo psicológico. Lo que vale es la verdad artística, la verdad de la vida despejada de lo innecesario, la verdad filtrada por la mente de un artista. Lo que pasa en la pantalla no es la vida real, y no debe serlo, o no sería arte (Dreyer).
Hélene Falconetti nos cuenta ampliamente como Dreyer llegó a contactar con ‘La pasión de Juana de Arco’, los entresijos de su preparación, además de algunas contrariedades emocionales animadas por asustadizas actrices del momento a las que se les propuso el papel protagonista, y como Dreyer dio poco tiempo después con una actriz llamada Melle Falconetti (Madre de Hélene) convertida por deseo de ambos (Falconetti-Dreyer) en la inmortal Juana de Arco. Lo que aconteció posteriormente en sus vidas, está perfectamente relatado tanto por Hélene Falconetti, como por una importante parte del elenco y técnicos, recordándonos las peculiaridades más sorprendentes en Dreyer, entre las cuales: el eterno deseo de la abstracción para renovarse en el cine, el equilibrio, el interés por la luz y la atmósfera cambiante y su efecto sobre las personas visual y psicológicamente, los tiempos pausados y enfatizando por medio de rostros inundados de claroscuros en cuasi perpetuo movimiento.
Lisbeth Movin, Preben Lerdorff Rye, Jorgen Roos, Birgitte Federsprel, Clara Pontoppidan, o la propia Hélene Falconetti entre otros, repasan en este intenso documental sus experiencias vividas a través de films tan emblemáticos para el cine como ‘La pasión de Juana de Arco’, ‘Vampir’, ‘Dies Irae’, ‘La palabra’ o ‘Gertrud’. Se trata pues de un extenso y muy recomendable documental que nos acerca ampliamente a la obra de Carl Theodor Dreyer de forma generosa, como a sus múltiples pensamientos que sobre el arte cinematográfico expuso a lo largo de su larga y productiva vida cinematográfica.
Estoy sentado en un teatro, frente a mí, se abre una pesada cortina, las luces se apagan y en la pantalla brota una historia, puede que me haga reír, o llorar, puede que ría con lágrimas en los ojos, puede que llore con una sonrisa en la boca. Me elevo en el tiempo y el espacio y olvido la monotonía hasta que se rompe el hechizo. El cine es mi única gran pasión (Dreyer).
Documental interesante porque, aunque ortodoxo y no muy incisivo, traza una visión global de la vida y obra de uno de los gigantes cinematográficos.
El plan es rigurosamente cronológico. Tras un apunte inicial sobre circunstancias familiares, las películas son repasadas por orden de filmación. Se intercalan entrevistas con actores y actrices asiduos, bastante centradas en lo anecdótico. Les sorprende que un tipo tan humilde crease tan magno arte. A veces, dicen, tenías sensación de estar ayudando a un desamparado.
Dreyer vivió volcado en la meticulosa elaboración de su obra, alguno de cuyos títulos (La pasión de Juana de Arco, Dies Irae y Ordet) figuran en las antologías de todos los tiempos, pero a causa del desencuentro con la taquilla no siempre pudo ganarse el pan con el cine. Entre rodajes volvió más de una vez al periodismo, la crónica judicial. También fue durante una época director del cine Dagman, en Copenhague. Y realizó cortos por encargo para campañas gubernamentales.
Antes había sido contable en una sólida empresa donde tenía el camino trazado. Un día le llenó de horror ver la vida reducida a números y lo dejó para trabajar en la prensa, y también en unos estudios de cine donde hizo de todo (intertítulos, guiones, correcciones), aprendiendo en la práctica los entresijos de la realización.
Al pasar tanto tiempo entre una película y la siguiente (rodó en cinco países, siempre en busca de financiación), podía preparar guiones muy minuciosos. Creaba archivos de fotos y dibujos, para documentar cada detalle. Como esto, decía al equipo. Sin embargo, al llegar la hora del rodaje, si en función de circunstancias podía improvisar, lo hacía. Si no estaba ‘en forma’, entonces recurría al guión ultradetallado, la posición y movimientos de cada cámara apuntados. Sus célebres encuadres y composiciones…
Si bien quería ser conquistador de cimas, Dreyer no pretendía vanguardismo. Trataba temas universales y buscaba dirigirse a todo el mundo, a poco que tuviera la mente medianamente abierta.
(Sigue en el spoiler, con amenidad)