Bulletproof
Frank Bullet McBain, ex-agente de gobierno y ahora policía en Los Ángeles, es un hombre aparentemente indestructible. Esto hace que recurran a él y le ordenen la misión más peligrosa de su vida: la recuperación de un vehículo secreto de alta tecnología llamado Thunderblast , un monstruo que puede resistir el impacto de cualquier arma imaginable.
Una guerrilla de terribles comunistas secuestra un tanque gigante, propiedad de USA. Se lo planean vender a un peligroso dirigente de tropas militares soviéticas (un hombre ataviado con un gorro de mujik en pleno desierto), dispuesto a emprender un enfrentamiento militar contra la gloriosa nación de los Estados Unidos de América. Y solo hay una persona capacitada para impedirlo, Gary Busey, un tipo que no contempla la posibilidad de pedir refuerzos y prefiere entrar en un almacén solo con una pistola y eliminar a cinco matones equipados con automáticas. Como ya ven, es a prueba de balas y vive al límite. Con todo, no es tan terrible como pueda parecer. En los años contiguos al estreno de Point Break (Le llaman Bodhi, 1991), -probablemente su papel más aclamado,- el bueno de Gary Busey protagonizaba este tipo de pequeñas películas de acción editadas directas a vídeo en las que era el héroe, se cargaba a todos los malos y les gustaba a todas las chicas guapas menores de 35 (rondando él ya la cincuentena). Hoy día, con setenta tacos se lo sigue pasando en grande haciendo o bien de sheriff anonadado de pueblos tranquilos en los que la tranquilidad imperante por imperativo categórico y la apacible rutina se rompen ante la paranormal emersión de animales de habilidades sobrehumanas para saciar su irracional, que no atiende a ningún parámetro, criterio o pauta, instinto alimenticio que le traerán de cabeza (Devorador, Sharknado 4) o bien, ejerciendo de psicópata en películas de adolescentes muertos (Mansion of Blood). Lo cierto es que nos lo hace pasar muy mal (bien). Todo un grande. Lo dicho, ¡viva Gary Busey!