Black Mirror: El momento Waldo (TV)
Sinopsis de la película
Jamie Salter es un cómico fracasado que se convierte en la voz de Waldo, un anárquico personaje animado de un típico late night de humor. La vida de Salter se escapa de control cuando, frustrado por el mundo de la política, el oso azul Waldo se convierte en un firme candidato en las próximas elecciones. Tercer episodio de la segunda temporada de la miniserie Black Mirror creada por Charlie Brooker.
Detalles de la película
- Titulo Original: Black Mirror: The Waldo Moment (TV)
- Año: 2013
- Duración: 43
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Opinión de la crítica
Película
6.2
89 valoraciones en total
Charlie Brooker pone cierre final a la segunda temporada de Black Mirror con un episodio menor, pero indudablemente interesante, que aborda el tema de la política y la facilidad de crear iconos de rebeldía con objetivo de ridiculizar el sistema. No mucho más inspirado que su premisa, The Waldo Moment está escrito a cuatro manos por Brooker y Christopher Morris, director de aquella oscurísima sátira llamada Four Lions, y aunque esta unión debería haber producido un guión más sólido lo cierto es que parece haberlo resquebrajado en lugar de insuflarle densidad. La historia sigue a un cómico encargado de dar vida a Waldo, un oso azul digital, un icono televisivo de culto, que un día decide probar a meterse con un político y resulta que a la gente le gusta… lo que le lleva por ese camino hasta sus últimas consecuencias. El problema es que el guión tienda dos hilos: la vida dentro y fuera de ese rol, y el interno no interesa. Y el externo es demasiado arquetípico. Funcional, no obstante.
Los conceptos que maneja The Waldo Moment nos los conocemos de memoria pero siguen teniendo entidad, si bien es indudablemente el episodio que de forma menos imaginativa (y añádase, menos mordaz) maneja los códigos que han servido a Black Mirror para convertirse en un hito de la pequeña pantalla. Como dice un personaje en un momento dado, sólo es un oso que hace chistes de pedos . Brooker parece abrazar para la creación de este icono al modelo de Padre de familia o más concretamente Ted , pero sin ser capaz de recoger -de este último- la candidez o la verdad que harían entender esa parte del guión en el que conocemos qué hay detrás y como afecta a la persona la propia creación del mito. Alguna escena sobresaliente (ese reemplazo abrupto), un concepto explotado con coherencia pero sin demasiada brillantez y eso sí… un epílogo muy innecesario. Sitúa y permite percibir qué ha ocurrido con todo aquello… pero cae de lleno en la vulgaridad, alejándose de la inteligencia con la que Brooker ha sabido hasta ahora hacer de estas píldoras de mal rollo algo esencial y particularmente disfrutable.
The Waldo Moment es el peor de los seis fragmentos que (por ahora) forman Black Mirror, pero qué duda cabe: sigue mereciendo la pena. Fin de etapa, pues, con una segunda temporada inferior a la primera (con peores datos de audiencias, además), pero el mundo en que vivimos da para tantísimas historias y la mente de Brooker es tan brillante que no queda otra que desear más episodios. Veremos si Channel 4 los concede o si este es el adios al espejo negro del mundo 2.0.
The Waldo moment es de lejos el Black Mirror con peor puntuación en Filmaffinity. Quizás la razón se encuentre en que el futuro que nos presenta este capítulo es el futuro que más presente tenemos ya, hasta el punto de que la crítica total a los profesionales del mensaje político se ha convertido ya en lugar común en los análisis sobre las sociedades actuales. Por eso la idea central no suena tan rompedora como en otros episodios, incluso aunque venga dicha por un personaje que basa su carisma precisamente en ese ánimo rompedor. Aún así, The Waldo moment es una certera reflexión sobre la deriva mercantilista e igualadora en la mediocridad y la mentira de la política neoliberal que nos oprime. El absurdo de la nihilidad al servicio del Sistema. Contiene todas las bondades de la serie: interés bien logrado, ritmo exacto, preclara visión sociológica, rápida ambientación, apabullante densidad narrativa.
Del mismo modo que las grandes distopías del siglo XX (1984, Fahrenheit 451, A brave new world) son ubicadas como una gran trilogía (aunque pertenecen a diversos autores), las distopías más brillantes del siglo XXI nos llegan de tres en tres de la mano de Charlie Brooker.
Black Mirror fue, en 2011, un combo de tres precisos puñetazos al estómago del espectador masoca (cualquiera que se precie). En 2013 el ya afamadillo Charlie Brooker vuelve para prolongar su contundente estela con suerte desemejante a su primer envite.
Esta segunda temporada es indudablemente peor.
No obstante, arranca con sobradísimos méritos. Be Right Back se me antoja una cuidada pieza de existencialismo adaptado a estos tiempos modernos y virtuales. Reflexiona con tino encomiable sobre qué somos, qué podemos ser en la actualidad, y al final y otras potentes escenas deja ese gran vacío lleno de vacío amargo que hacía grande a la primera temporada. Todo, sin dejar de olvidar la sorpresa, el ingenio de una ficción que aterroriza por la ciencia que atesora. Realismo encubierto y exacto.
No pasa lo mismo con el confuso White Bear. Se me atraganta. Hereda de las cuatro piezas de orfebre encabronado que la preceden la tensión y la filosofía (el conceto, que diría Manquiña): sátira misántropa. Peeero acaba por ser una adivinanza envuelta en pistas inútiles, donde hay más atmósfera que ideas. Su reflexión sobre la administración de justicia, a la que no le niego cojones ni triste certeza, se presenta carente de la sutilidad y el calado de Be Right Back, su planteamiento ahoga bastante potencial dramático, y una cosa como intercalar la respuesta definitiva al enigma con los créditos finales me parece una cosa FEÍSIMA.
Pero bueno, ahí vamos. Charlie Brooker se tambalea pero sigue siendo un cronista que vuela alto y desde allí lanza buenas cagarrutas a la raza humana.
La belleza y la verdad de mi metáfora se confirman en The Waldo Moment. Otro asalto no redondo, pero sí de peso considerable y, ojo (como pasa con la mayor parte de la primera temporada y de manera muy especial con Be Right Back -¿se nota que me flipó?-), sobre todo, oportuno.
En esta historia Brooker disfraza al desprestigio de la política actual y los problemas que eso comporta de oso azul animado, un elemento no falto de irrealismo en medio de un contexto que, a diferencia de lo que suele en Black Mirror, es perfectamente real, actual (Macs, Iphones, Ipads, Twitter, sin interfaces futuristas ni otros disfraces). Esfera personal y pública se funden en la trama y en la campaña que esta narra, convirtiéndola en drama además de ensayo. ¿Ensayo (los ensayos son menos simples, también hay que admitirlo) sobre qué? Sobre, para empezar, una cuestión: ¿Qué acojona más: lo fácil que es que la inercia radicalice al pueblo o la razón que tiene el pueblo en adoptar ciertas posiciones radicales? La respuesta es una pescadilla cabreada que se devora la cola, mientras un diputado conservador trata de detenerla a base de sensatez engominada (más paradoja) que -parece- Brooker quiere que escuchemos con atención. Chulo asunto, tanto como el que nos remite a la temática del 15 Million Merits : el inconformismo también se envasa y se comercializa.
Bien. Hasta aquí el resumen de la temporada: una joya de primer episodio y dos segundos que reiteran en mayor o menor medida atmósferas malsanas y reflexiones del palo de somos tós tontos elaboradas con gracia variable.
A mí me sigue doliendo más el polvete en prime time de El Himno Nacional, pero bueno, Charlie Brooker sigue teniendo ideas. Que se materialicen muchas más, lo ruego como ruego que también les de un par de vueltas más antes. Si estoy absorto en contemplar las filigranas e incrustaciones de un puño americano mientras se acerca, probablemente el golpe joda más cuando me alcance. Y eso.
The Waldo Moment posiblemente no esté a la altura de sus predecesores pero sus ideas, moralejas y paralelismos con la crónica política actual sean tan certeros y afilados como dagas. El capítulo fue emitido en un momento de tensión y desconcierto por los resultados en las elecciones italianas, donde el triunfo de Beppe Grillo —un humorista— ha planteado un debate sobre la validad del voto en un sistema democrático y la nulidad de planteamientos y hastío en su electorado. ¿Se puede elegir cuándo no ha nada que elegir? En The Waldo Moment un comediante pone voz y ‘anima’ a un popular personaje de dibujos animados con carácter burlesco y ofensivo. «Solamente está para cabrear», afirma su creador. La farsa se introduce en el mundo de la política por su productor para aumentar los índices de audiencia y popularidad propia del oso llamado Waldo. El favorito en las futuras elecciones es víctima de la burla constante y humillación… de un concepto falso que comienza a ganarse la simpatía del público y, por lo tanto, de los votantes.
En esta ocasión las diferencias entre la idea y el resultado son demasiado notables. The Waldo Moment podía ser mucho mejor a nivel argumental aunque interesan, como siempre, las ideas y el debate que establece. La popularidad y el desgaste de los políticos es evidente. Waldo no es real, pero es más real que el resto de contrincantes… No obstante, los objetos de la ficción se vuelven inestables… ya seas Satoshi Kon o Charlie Brooker. El discurso, en esa suma de CGI, redes sociales y APPs, se ve afectado por esa historia de amor y la búsqueda de la felicidad del comediante que está detrás de Waldo. Es cierto que había que dotar de una trama ‘humana’ al capítulo… pero a Brooker se le exige algo que rompa moldes, no que se adhiera a ellos.
Lo interesante es que la política es dibujada como una simple fachada. Da lo mismo ser un desagradable oso de color turquesa que suelta palabrotas y enseña el pito… que lucir sonrisas, trajes y falsas promesas. Aquí, hay moraleja. Lo que parece una revolución del pueblo realmente es un mecanismo del sistema para fingir una pretendida liberalización. ¿Todo lo que está tocado por la política es falso y manipulado? Una misteriosa ‘Agencia’, por ejemplo, desea utilizar a Waldo como ‘el perfecto asesino’ para derrocar regímenes a través de la simpatía, concepto anárquico y afán renovador que engendra en la sociedad. El idealismo acaba siempre apestado de la mundo civilizado y canónico, golpeado por una porra y sometido por el poder. No hay escapatoria dentro de esa ‘pantalla negra’ que forma nuestro mundo, nuestra propia distopía.
El momento porfa-please del capítulo:
—¿Hablas español?
—Viví en Madrid tres años.
—Excelente.
Perdonad, no ‘habláis’ español… ¡Habláis guiri-spanish!
Me sorprende ingratamente ver que éste es el episodio, con mucho, peor valorado de toda la serie cuando, al contrario que Oso Blanco que centraba todo su potencial crítico en la sorpresa final, o el que abre la segunda temporada, que es mucho más reducido en su temática (sin desmerecer ninguno de estos, conste), Waldo Moment, como el personaje, dispara sus dardos cual metralleta girando 360 grados sobre si misma. Lejos de aprovechar que el capítulo proporciona diferentes lecturas para que cada uno se quedara con su preferida, la crítica parece haberlo despreciado por simple e inverosímil (anda que el Primer Ministro Inglés follando un cerdo es creíble y todo… desde cuando la ciencia-ficción debe ser creíble en sus intenciones y no en únicamente en sus reflexiones…)?
Y yo que me alegro de que por fin Black Mirror vuelva al ámbito al que pertenece: el análisis sociológico y la construcción de la sociedad afectada por los medios de comunicación (y no drama existencial científico o terror esquizoide, aunque sea genial esta diversidad temática).
No puedo evitar comparar Waldo a campañas políticas como la de Hunter S. Thompson o Jello Biafra, o incluso algunas un poco más infames que han sucedido a las puertas de nuestros hogares y seguro más de uno recordará por lo absurdas que resultaban. O la campaña de UPyD, en su defecto, que no deja de ser un chiste y un juego del desprestigio del otro yel espectáculo (actores haciendo política…y hace poco nos reíamos de los yankees…).
Pero hay algo diferente en Waldo: la Nada. El Vacío. Todas esas campañas que antes mencione estaban apoyando algo, tenían un porque detrás, but, what do you stand for Waldo?
El sufrido prota en ningún momento quiere verse envuelto en todo en lo que acaba: yo no soy político, repite una y otra vez, negando lo inevitable. Todos acabamos arrastrados por el juego de la política. Todos ponemos las reglas de ese juego y es responsabilidad nuestra aceptarla.
Efectivamente, es terrorífico que algo como Waldo triunfe, como alguien insinúa durante el episodio. Waldo es el último clavo en el atáud de la política. La gente ya no está interesada en la realidad. Quiere el espectáculo, la mofa, los chistes de pollas, la humillación. Todo parapetado bajo el escudo de un oso azul. Un jodido oso azul.
Pero, acaso los políticos no han entrado desde hace tiempo de lleno en la Sociedad el Espectáculo? Acaso no se esconden ellos bajo la capa del personaje público, respetado, acaso no tienen su propio disfraz formado por traje y corbata asesorado por un equipo de 20 personas pagadas con dinero público? Acaso las campañas políticas no responden a la lógica de la humillación y el desprestigio del contrario? Acaso los programas electorales no son puro puro teatro y pantomima para entretener al personal con mentiras que en el fondo…no buscan lo mismo que Waldo?
Y que busca Waldo?
La Audiencia.
El Dinero.
El Poder.
Lo que pasa cuando delegamos nuestras responsabilidades políticas, lo que pasa cuando no nos compremetemos con algo, cuando abandonamos los ideales, cuando nos dejamos embaucar por el circo y el espectáculo, lo que pasa es esto…