Bellflower
Sinopsis de la película
Dos amigos dedican su tiempo a construir lanzallamas y otras armas con la esperanza de que se produzca un apocalipsis global que despeje el camino de su banda imaginaria, Mother Medusa, y asumir ellos el dominio de la humanidad. Mientras aguardan el comienzo de la destrucción, uno de ellos conoce a una joven carismática de la que se enamora rápidamente. Tras un intento de integración en el grupo, la pareja huye en un viaje de traición, amor, odio y violencia extrema, más devastador que cualquier fantasía apocalíptica.
Detalles de la película
- Titulo Original: Bellflower
- Año: 2011
- Duración: 106
Opciones de descarga disponibles
Si lo deseas puedes obtener una copia de esta película en formato HD y 4K. A continuación te detallamos un listado de fuentes de descarga activas:
Opinión de la crítica
Película
6.2
66 valoraciones en total
Film que retrata mediante una cámara sucia y desenfocada (por momentos), la vida sin futuro ni proyectos, una existencia pasatista dominada por la impulsividad que abre bifurcaciones abruptas y sin retorno, por la satisfacción inmediata de los apetitos que no mide las consecuencias. Sólo existe el placer del ahora, otorgado por el alcohol, las emociones fuertes y el amor. Amor vivido con tanto apego y desesperación, que se identifica finalmente con la locura y el odio, con la destrucción de uno mismo y de los otros.
Lord Humungus (villano de Mad Max 2 tomado como modelo) hace lo quiere, lo que siente, se entrega a sus deseos más primitivos sin responsabilidad ni consideración por los demás. Es el amo del desierto que él ha creado.
La última sensación del cine independiente norteamericano nos llega con el éxito de haber sido realizada con apenas 18.000 dólares y haber recaudado, desde la fecha de su estreno, 10 veces más de lo que costó.
Cine sencillo y libre, el debutante Evan Glodell dirige, produce, edita y protagoniza la cinta al más puro estilo indie, normal por tanto tenerle simpatía, por desgracia, es un tipo de cine que personalmente no me llega, demasiado inconstante y ecléctico, el resultado final se torna tan inseguro como el personaje principal de la trama, al que da vida el propio Glodel.
Habrá quien disfrute con este tipo de apuestas, su formato es fácilmente defendible, ahora bien, requiere pasar por alto la sensación de que no te estén contado nada y el hecho de que cuando realmente parezca arrancar, sea todo un recurso tramposo del argumento.
La diversidad cinematográfica es positiva, en eso no hay discusión, Bellflower pertenece a ese tipo de películas necesarias dentro de esa idea, aunque como ya dije, me es imposible defenderla más alla de sus virtudes, que son casi exclusivamente de caracter formal.
Godard decía que con una chica y una pistola era suficiente para hacer una película. La realidad es que al debutante Evan Glodell con una chica y un coche le ha bastado para filmar su particular Al final de la escapada (Jean-Luc Godard, 1960), o algo así como si David Lynch hiciera una historia de amor.
Con un estilo tremendamente personal, tanto como que la película está filmada con unas cámaras artesanales que otorgan a la fotografía un tono de imagen deliberadamente sobrexpuesto y a menudo desenfocado, Bellflower (Evan Glodell, 2011) rompe con todo lo que hayamos visto antes en una sala de cine, se genera ante nuestros propios ojos una nueva manera de ver y contar historias con un impacto que supongo similar al de los cines franceses en los que se proyectó por primera vez la opera prima de Godard. El cine ha muerto, por eso el cine sigue vivo.
Bellflower es una historia contada por partes tituladas y divididas entre si, en la que se muestra -con una tremenda libertad formal- la relación de una pareja, centrada en el punto de vista de un joven (protagonista, montador, productor guionista, director y seguramente creador de todos las armas y coches caseros que lucen en la película, que recordemos fue filmada con 17.000 dólares) cuyas pulsiones emocionales y su gusto por las armas de fuego y los coches post-apocalípticos nos van a hacer viajar a lo más profundo de sus emociones dejando atrás todos los límites imaginables.
Lo que al final no es ni más ni menos que una historia de amor, pasa por nuestros ojos como una catarsis espiritual por medio de un estilo visual que prácticamente consigue que arda la pantalla al proyectarse el film, como lo hacen los recuerdos de un pasado que cuando duele no queda más remedio dejarlo atrás, aunque siga doliendo. Sobre todo por eso.
Evan Glodell y Joel Hodge contaban, para iniciar su aventura, con 17.000 dólares y una Silicon Imaging SI-2K Mini modificada por el propio Glodell con piezas antiguas y lentes rusas. Imposible no pensar en los protagonistas de la película, también tipos exiliados por su propia voluntad, viajeros al margen de la sociedad, fabricando sus propios instrumentos para afrontar el fin del mundo: ante el caos, do it yourself. Podría deducirse, dadas estas circunstancias, que el relato de Bellflower podría ser una especie de oda al individualismo varonil, una puesta al día del clásico panegírico dedicado al héroe americano que afronta sus retos y triunfa sobre la sociedad bienpensante. En realidad, el film de Glodell es todo lo contrario, es el apocalipsis de una masculinidad dubitativa.
Fijémonos para ello en el momento en que Woodrow y Milly toman contacto, con ella triunfando en una prueba aparentemente poco femenina (según los cánones clásicos) o en el hermoso plano cuando ambos descansan en el interior del coche tras su viaje iniciático (-Te lastimaré y no seré capaz de evitarlo -¿Cómo sabes que no seré yo el que te acabe lastimando? – Lo dudo). Es Milly de nuevo quien toma la iniciativa en el inicio de las relaciones sexuales y, por supuesto, es Woodrow quien se siente amenazado por la sombra de una posible infidelidad. Es lógico pensar que la afición de nuestro protagonista a los lanzallamas, o su transformación física supone una especie de afán sustitutivo ante las dudas que él mismo establece, de manera más o menos obvia, sobre su rol sexual en la pareja, sobre la inversión de los roles de dominación-sometimiento. El recurso a la violencia sería, de esta manera, el último (y finalmente fútil intento) de recuperar el trono de su ultrajada hombría.
En este sentido Bellflower nos sirve como herramienta de análisis si no para entender, sí al menos para conocer, la génesis de la violencia machista. Más allá de las vinculaciones obvias con el resto de la saga Mad Max, resulta estimulante pensar en ella como una suerte de precuela de la última película de la franquicia creada por George Miller, Mad Max: furia en la carretera (Mad Max: Fury Road, George Miller 2015) donde podríamos ver en el tránsito de Woodrow el nacimiento del villano Immortan Joe y los porqués de su obsesión de dominación patriarcal, del harén de sumisas esposas, de las herramientas que le convirtieron en señor del desierto postnuclear. En este sentido podemos imbricar el portentoso trabajo fotográfico de Joel Hodge, que ayuda a dotar a Bellflower de su eminente capacidad nostálgica, con sus fotogramas manchados por la pátina de las eras, como un viejo videocasete que un polvoriento superviviente repasara una y otra vez intentando buscar las causas de por qué todo se fue a la mierda, justo antes que las bombas comenzaran a explotar.
Woodrow y Aiden tiene veintitantos años. O tal vez treinta y pocos. No sabemos de qué viven, pero no parecen tener mucho que hacer y beben demasiado. De pequeños vieron Mad Max y les marcó como críos, por ello se entretienen fabricando lanzallamas y preparando un coche para cuando llegue el apocalipsis liderar a los supervivientes. El apocalipsis puede no llegar, pero ellos dan sentido a su existencia soñando que en un mundo reducido a cenizas podrían ser los héroes a quién seguir. Y mientras tanto, una noche, Woodrow conoce a Milly y ambos se enamoran. Pero aunque el apocalipsis no llegue para todos la hecatombe si puede marcar sus vidas.
Bellflower cuenta una historia tremendamente simple, como el amor y el desamor, pero con tal maestría que no vemos como se desarrolla la trama, sino que la sentimos en nuestras carnes. En una época donde tanto el cine comercial como el indie parecen haber encontrado sus límites, Evan Glodell consigue hacernos sentir sensaciones que yo al menos creía extintas. Y lo logra mediante una realización inmaculada para un amateur, con unas actuaciones que resultan creíbles al cien por cien, una banda sonora inmejorable y una fotografía única. No en vano el propio Glodell fabricó su propia cámara de cine de 35 mm con el fin de que obtuviera la tasa de pantalla extralarga y la paleta cromática que deseaba. Ambas cosas dan al resultado la sensación de una pieza de arte en el sentido de unicidad que da contemplar un producto que por su fabricación no puede ser reproducido.
Pero la forma no ahoga al fondo sino que lo potencia. En el fondo la historia de ambos amigos, y la historia de Woodrow y Milly es un reflejo hermoso y cruel de la sociedad en que vivimos, donde los niños no tienen prisa en crecer, y donde perseguir las fantasías infantiles se convierte en la única vía para afrontar una madurez para la que no se está preparado.
Con el tiempo Bellflower se convertirá en el referente de una época como en otro tiempo lo fue la nouvelle vague o Requien por un sueño. Una película que no debería encorsetarse bajo el sello de culto porque lo trasciende hasta convertirse en la película más valiente, sincera y original en años. Y eso sólo puede llamarse CINE. Con mayúsculas.