Ayer no termina nunca
Sinopsis de la película
En el año 2017, en una España hundida por la crisis, una pareja se reencuentra en Barcelona tras cinco años sin verse. Se habían separado después de haber perdido a su hijo por una negligencia hospitalaria fruto de los recortes. Él había emigrado a Alemania, pero ha vuelto.
Detalles de la película
- Titulo Original: Ayer no termina nunca
- Año: 2013
- Duración: 95
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Opinión de la crítica
Película
5.1
41 valoraciones en total
Tras una bella presentación a lo Coixet, con una colección de imágenes magníficamente acompañadas por una banda sonora envolvente, uno piensa que sea cual sea el resultado, se podrá disfrutar del esteticismo, puesta en escena e impecable retrato de la inquietante España del futuro.
Pero ni eso.
Todo se desvanece en cuanto entran en juego los dos personajes. Entonces es cuando Isabel Coixet nos ofrece un nuevo drama con total impudicia, sin medida, tratando temas que no dan lugar a las sutilezas.
Juega a ser Bergman. Los diálogos extremos se suceden y ambos personajes se ponen al límite. Pero a contrario del director sueco, ese recorrido metafísico al alma se torna casi insufrible, con una sarta de frases del tipo ¿a qué huelen las nubes? en modo trágico. Los diálogos y la conducta de los personajes están irremediablemente impregnados del universo Coixet.
Por si no fuera todo de por sí suficientemente onírico-transcendental, se van sucediendo flashes en blanco y negro, tipo El Señor de los anillos cuando Frodo se ponía la alianza, para describir los pensamientos de los personajes.
Evidentemente el tema a tratar es extremadamente potente, como lo fue el personaje de Penélope Cruz en Elegy o Sarah Polley en Mi vida sin mí.
Candela hace de Candela. Quizá demasiado. Aún no sé si está excelente o si me ha horrorizado por completo en esa entrega absoluta.
Cámara da la sensación de impotencia. Simplemente no puede hacer más. Aunque tal vez sea suficientemente meritorio lograr encadenar esas frases sin caer en el ridículo.
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Ayer no termina nunca. Tu película me golpea como puños de acero, Coixet. Qué dolor… Qué intenso dolor… Qué pretendido dolor se desprende de tus diálogos milimetrados. Forzado dramatismo que me hiela la sangre, como esas paredes de hormigón, como el viento gris de Berlín. Cambio a blanco y negro, sonido estridente, con la mirada perdida hacia el firmamento y vomito lo que pienso realmente, lo que no me atrevería a decirte a la cara, que tu filme es una puta mierda insoportable. Y grito. Guuuuaaaaarrrrrrgggghhhhh! 250 gramos de palomitas saladas removiéndome el estómago. Nada comparado a la aflicción que me producen todos estos años esperando a ver si cae otra Mi vida sin mí.
Es curioso la cantidad de veces que uno hace cosas que no quiere hacer. Como aguantar. Aguantar estoicamente los 108 minutos de Ayer no termina nunca. 108 minutos. O 220. Da lo mismo. Es el peso que uno siente cuando el metraje te golpea el cerebro como la metralla. ¿Por qué? ¿Por qué demonios no iría a ver Iron Man 3 como hicieron todos? ¿Qué tipo de autoflagelación me impidió seguir el rumbo hacia la salida que emprendieron otros? Dios… La vida es un sinsentido.
Sinsentido es… Sinsentido es arrancar un filme con un prólogo sugerente, con esos titulares de radio vaticinando el apocalipsis económico, para terminar convirtiendo la crisis en un adorno, en un anuncio de Bankia, lleno de frases vacías, que no dicen nada, que no llegan. Como tampoco llega el sufrimiento. El sufrimiento de una pareja que ha perdido un hijo y que luego se pierden el uno al otro. Bueno, que primero se perdieron a sí mismos y luego el uno al otro. Es importante el matiz.
Pero quizá no haga falta expresarlo todo con tanto cálculo. Intercalar las cigalas o el verbo follar de vez en cuando para que el texto no parezca tan trascendental, tan etéreo, tan poco terrenal. El efecto es el mismo. Todo es tan forzado como las gotas de lluvia cayendo por los orificios de esa especie de depósito pluvial. Qué preciosa metáfora. El profundo lugar donde guardamos nuestra esencia pero que tarde o temprano deberemos extraer. Pura poesía.
Poesía. Arte. Teatro. Auténtico teatro es lo que practican Javier Cámara y Candela Peña encima del escenario. Sentados frente a un telón, saldríamos pletóricos de la función. Pero esto no es una tragedia griega protagonizada por Núria Espert. No. Esto es cine. Y en pantalla, la teatralidad chirría, estremece. Como el frío de una tarde de verano o como Cámara recitando a gritos perdón. ¿En qué maldito momento, en qué jodido momento, que queda más cercano y desgarrador, alguien le vislumbró dotes para el drama?
Coixet. Hay cosas estúpidas que se quedan para siempre y cosas esenciales que se te olvidan. Sólo espero que de todas tus sentencias al menos te equivoques en esta. Deseo borrar de mi cabeza esas escenas de Candela pidiendo a gritos un doblaje de Muchachada Nui. O esta estúpida y pausada manera de escribir. Me agota tu drama, tus meditados silencios, la reiteración de tus diálogos. Ayer no termina nunca. El mañana nunca muere. Pero tu talento, desde luego, parece agotado.
No tenía muchas ganas de ir a ver la última entrega de la Coixet después de la decepción de mapa de los sonidos de Tokio , pero finalmente me decidí y puedo decir que no salí demasiado disgustado. La peli es un drama de pareja que se reencuentra después de una separación traumática y que contiene con una carga social considerable. Centrada en dos personajes con roles muy definidos y antagónicos: masculino-femenino, norte-sur, razón-arrebato, lejanía-compromiso,… que van pasando de forma gradual de la frialdad y el rechazo a la caricia y la proximidad en un proceso de expulsión de demonios personales que los han perseguido y maltratado durante cinco años de distanciamiento expeditivo.
En este enfrentamiento se introduce un elemento de intriga que mantiene la tensión durante la primera hora. A partir de este momento, justo cuánto empieza a llover, el foco se traslada hacia la preparación del desenlace con la introducción de retrospectivas en color y cálidas con la intención de anunciar algo diferente a la frialdad inicial simbolizada por los pensamientos dentro de una cueva y en un blanco y negro muy obscuro.
La acción se desarrolla en un particular, premiado i bien elegido cementerio, concretamente el de Igualada, rodeados de hormigón gris que no te distrae para nada de las magistrales interpretaciones de Candela Peña y Javier Cámara que consiguen dotar a los personajes de una credibilidad muy intensa transmitiendo emoción, desolación y transparencia.
Otra cosa son los diálogos y el guion que caen en un exceso de trascendencia, citas innecesarias y que obligan a los actores casi a sobreactuar en un afán de decirlo todo con palabras cuando muchas cosas ya están implícitas con el gesto interpretativo. Está claro que se trata de una apuesta muy personal de la directora llegando, en algunos casos a molestar y que puede gustar o no,
En cualquier caso nos encontramos ante una obra con un marcado estilo propio y particular, con una profunda exploración emotiva alrededor la pérdida, el luto y las diferentes formas de afrontarlo, todo muy aliñado de una carga social y reivindicativa muy cercana (de hecho las incisivas declaraciones de la Candela en la noche de Goya las hizo justo al acabar el rodaje que nos ocupa).
Arranca el Festival de Cine de Málaga con una cinta de Isabel Coixet, directora de magníficas películas como Mi vida sin mi , o La vida secreta de las palabras , lo cual venía a ser algo así como una garantía de calidad. Pues no…
La última cinta de la catalana no es más que un vano intento de película intimista y sentimental sobre el amor, el dolor, el perdón, el olvido, etc… Con dos personajes (flojitos Javier Cámara y Candela Peña) que no terminan de creerse el guión ni pueden identificarse con los personajes. Se limitan a recitar los diálogos y poco más.
Hay momentos de introspección en lo que los personajes se recuerdan a si mismo momentos mejores que no interesan en ningún momento al espectador.
Una hora y media de puro teatro con las que alcanzarás el nirvana del aburrimiento. Y es una lástima, porque el telón de fondo sobre la situación futura de España es más que interesante, pero ni eso han sabido aprovechar.
@joSEANbauer
@Mandragoraradio
2017. España sigue sumida en una crisis que parece irremediable. El país ya está hundido, y la población ya ha decidido actuar: unos se quedan luchando y otros se marchan para sobrevivir. En este contexto pesimista es en el que se mueve Ayer no termina nunca para introducirnos a sus personajes, un hombre y una mujer que se reencuentran después de varios años. El escenario es un lugar gris, plano, austero, pero también lleno de recovecos y en estado ruinoso, igual que los personajes. Parece como si ellos se fundieran con la estructura del edificio, como si fueran parte viva del propio escenario. Isabel Coixet realiza un trabajo más de teatro que de cine, una apuesta arriesgada que a mi parecer le sale bien, y eso en gran parte a sus dos protagonistas, Javier Cámara y Candela Peña. Ella representa la amargura, el rencor, la desazón, mientras que él muestra ser una persona más apacible, reconciliadora, más optimista en términos generales. Resulta un duelo interpretativo brillante, un tête-à-tête de acusaciones, de recuerdos, de alegrías y tristezas que terminas compartiendo con ellos.
Durante la película hay una frase que dice Es como tener el corazón atrapado en un puño de hierro , y esa es la sensación que deja al final Ayer no termina nunca. Llega, se clava, y casi te deja sin respiración. Es también un golpe al alma, al espíritu, tanto que hasta el más fuerte se verá doblegado. Prácticamente podríamos decir que se trata de un ejercicio poético, pero a la vez tan anclado a la realidad que es imposible no recordar títulos anteriores de la directora como La vida secreta de las palabras. Es Coixet en estado puro. Es su cine amargo, pesimista, con unos personajes que tienen una gran carga emocional, y que comparten un pasado muy triste, un pasado que como bien indica el título, nunca termina de marcharse.
Ya apuntamos también que los personajes son el punto fuerte, y no sólo por la interpretación de los actores, sino también por el desarrollo que de ellos hace la propia directora. Nos introduce en su mente, en su subconsciente, en su ser más sincero y directo, y nos hace partícipes no sólo de sus interacciones, sino de su psique, de su más profunda humanidad, de sus errores y de sus recuerdos. Como si de un laboratorio se tratara, Coixet hace una biopsia de sus personajes y plasma en imágenes sus resultados, que no podían ser mejores.
Es de resaltar, por último, la ligera carga crítica que encierra la cinta: recortes, burbuja inmobiliaria, construcciones públicas todavía sin usar y demás lindezas que la corrupción política está dejando. Es interesante observar ese punto crítico, esa situación que engloba el pesimismo general que marca la propia película, un punto que no hace más que poner de manifiesto esa realidad a la que hacíamos mención y que, en gran medida, determinan el destino de sus personajes.