Ángel
Sinopsis de la película
Maria es la esposa de Sir Frederick Barker, aristócrata británico que hace tiempo que no le presta atención. Enfadada, se va a París sin decírselo a su marido. Maria conoce allí a Anthony Halton, un americano con quien cena y visita los monumentos de la ciudad…
Detalles de la película
- Titulo Original: Angel
- Año: 1937
- Duración: 91
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Opinión de la crítica
Película
7.7
43 valoraciones en total
Las películas de Lubitsch tienen clase, entendida como distinción, refinamiento, elegancia, sofisticación,… pero, de todas ellas, quizás sea Ángel una de las que más se caracteriza por esta circunstancia. Sólo un genio como él es capaz de hablarnos con tanta elegancia, y sin hurtarnos nada, de temas como el aburrimiento y el hastío en el matrimonio, el adulterio, el engaño, la prostitución, etc.
Para ello utiliza múltiples recursos: un buenísimo guión con unos diálogos llenos de ironía y de sobreentendidos, una fastuosa puesta en escena, una fenomenal fotografía, unos excelentes actores (incluidos los secundarios) y, sobre todo, su legendaria forma de filmar utilizando numerosas elipsis y escenas fuera de cámara, sugiriendo sin mostrar. Es decir, el tan renombrado toque Lubitsch, del que esta película es un clarísimo ejemplo. Además, Lubitsch era en todas sus películas un perfeccionista y Ángel es también una muestra de ello.
Desde el principio la película te absorbe. Con toda naturalidad, y sin mostrar ninguna situación escabrosa ni comprometida, van apareciendo situaciones y detalles que, contados de otra manera, podrían resultar fuertes y chocantes y, en la época en que fue filmada, hasta escandalosos. En este sentido, y gracias a esta personal manera de filmar, Lubitsch se adelanta a su tiempo al tratar temas poco menos que intratables en esa época, por lo menos de una forma tradicional.
Y luego, como ya he dicho, está el guión: irónico, cáustico, inteligente…
…fue ayuda de cámara de lord Aldergate. Pero no duró, discrepaban en la política. Se despidió cuando lord Aldergate entró en el partido laborista.
La simbiosis de Marlene Dietrich con esos seres celestiales cuyo sexo siempre está en entredicho es absolutamente perfecto. Baste recordarla en El Ángel azul de Sternberg o en este Ángel de un rubio completamente seductor del mago de las comedias Ernst Lubitsch. Ambas películas retratan a la perfección el atractivo y la feminidad de una actriz capaz de hacer perder el oremus al profesor más cartesiano que podamos imaginar (Emil Jannings) y hasta al casanova más experimentado (Melvyn Douglas).
Aquí Marlene se despoja de aquel esmoquin masculino tipo Morocco que le otorgaba cierta ambigüedad andrógina e incluso de los uniformes militares tipo Navy sud-asiática con los que recalentaba el ambiente en Seven Sinners de Tay Garnett. Aquí pone los ojos más angelicalmente dulces que le recordamos. Los pone, evidentemente, porque los tiene pero también porque hay un señor que se llama Lubitsch que tiene muchas habilidades cinematográficas y entre ellas, sacar lo mejor de cada actor y actriz.
Y ahora hay que hablar de Lubitsch – ¿Cuantas veces lo habré hecho ya? – y de su maravillosa manera de entender el arte Lumière. No estamos probablemente ante su mejor trabajo, tal vez porque abunda más el tono drama que el tono comedia, lo cual significa ciertas trascendencias poco dadas a surrealismos, pero aun así estamos ante un film claro hijo de Lubitsch, donde los fueras de plano llaman a las puertas de nuestros centros neuronales para preguntarnos ¿Te estás dando cuenta de lo que va esto? , y nosotros, apenas conseguimos balbucear un sorprendido Si, claro… mientras se rompen nuestros esquemas.
¿Qué esperamos un encuentro Ángel- Anthony , sorprendente y embarazoso? Pues no. Lubitsch le da un toque distinto simplemente con un retrato levemente girado. ¿Que no sabemos como les sentó la cena a los comensales? Lubitsch nos lo cuenta a través de los sirvientes como si fuesen adivinos que en lugar de concentrarse en los posos del café lo hacen en las sobras de los platos. Así Lubitsch nos lleva y nos trae, un tanto a su antojo, por uno de sus temas argumentales más queridos , el aburrimiento matrimonial, la mujer brasa y sopla el diablo. Lo mismo que lo hace en Los peligros del flirt, Una mujer para dos o Lo que piensan las mujeres, solamente que con tintes algo más serios pero igualmente bien conseguidos y trabajados.
Herbert Marshall, especialista en maridos ocupados y aburridos (recuérdese El velo pintado), bien. Melvyn Douglas, entre seductor de Ninotchkas y marido idénticamente aburridos (Lo que piensan las mujeres), bien. Edward E. Horton, en un papel breve pero ajustado a su inigualable línea interpretativa, bien.
Pero Marlene… ¡Ay Marlene! Hermosa, sublime, femenina… Inigualable.
Film producido y dirigido por Ernst Lubitsch. El guión, de Samson Raphaelson, colaborador de Lubitsch en 9 películas ( Un ladrón en la alcoba , Ninotchka , El bazar de las sorpresas ), adapta la obra teatral Angel (1934), de dramaturgo y guionista húngaro Melchior Lengyel. Rodada en los estudios Paramount, se estrena el 29-X-1937 (EEUU).
La acción tiene lugar en Londres y París en 1936. María Ángel Barker (Marlene Dietrich), también llamada Sra. Brown, casada con el diplomático Frederick Barker (Herbert Marshall), se siente desatendida, aburrida y sola, por lo que decide ir a París al objeto de vivir una reconfortante aventura. Cuenta con la ayuda de su antigua amiga Anna Dimitrieva (Laura Hope Crews).
Lubitsch elabora una historia de enredos, que sitúa en el marco de una sociedad regida por estrictas normas morales. Lo hace sirviéndose de su humor irónico y mordaz y de su habilidad para las sutilezas narrativas, de lenguaje, imagen, composición y relación. Abundan los sobreentendidos, los supuestos y las escenas fuera de pantalla. Con ayuda de estos elementos sugiere más cosas de las que dice y comunica más de lo que sugiere. La sofisticación del relato, inusual en los años 30, le permite hacer referencia a hechos que, contados de modo directo y explícito, hubiesen topado con la censura americana del momento. Con divertido atrevimiento introduce al espectador en un mundo en el que casi nada resulta tan limpio, correcto y comforme a las normas sociales, como parece. Las apariencias ocultan tras máscaras de silencio e hipocresía, deslealtades, infidelidades, adulterios, prostitución, pasiones no contenidas, pasados tumultuosos y conflictos sin resolver, que enfrentan a los personajes entre ellos mismos y con su propio destino.
La música, de Frederick Hollander, incluye la canción Ángel , que se oye sobre los créditos iniciales y finales, como fondo sonoro, en una versión para violín (restaurante) y otra para piano (María y Anthony la interpretan al piano). Como música añadida se oye un fragmento de El barbero de Sevilla (Rossini). La fotografía, de Charles B. Lang ( Con faldas y a lo loco , Wilder, 1959), ofrece planos secuencia memorables, tomas largas y muy largas, emotivos travellings, desplazamientos de cámara, escenas fuera de pantalla, encuadres desde fuera del escenario a través de los cristales de las ventanas y numerosos primeros planos de Marlene Dietrich, admirablemente vestida por Travis Banton. Las interpretaciones principales y de los secundarios (mayordomo, criado y duquesa rusa) muestran la eficacia de la buena dirección de actores del realizador.
Es ésta una película poco conocida de Lubitsch, normalmente no citada entres sus mejores obras, que vista con calma y sin prejuicios resulta grata por su rica sofisticación y la agudeza de los diálogos.
Tras la fachada que presenta Ángel de comedia clásica, con toda la sofisticación y refinamiento de que era capaz Lubitsch, se esconde un verdadero ejercicio estilístico arriesgadísimo y casi impensable para cualquier otro director: parece como si Lubitsch, después de quince años perfeccionando su toque, tan basado en la elipsis, hubiera dicho Bien, ahora vamos a ver si es posible hacer una película entera en elipsis. Y Ángel demuestra que sí era posible. Prácticamente ninguno de los momentos principales de la trama pasa ante los ojos del espectador, e incluso en el final los protagonistas están de espaldas.
Pensando en frivolidades, uno se da cuenta de que Lubitsch, que dirigió algunas de las mejores interpretaciones de muchos actores, solo consiguió que nominaran al Oscar a dos de ellos (Maurice Chevalier por El desfile de amor y Greta Garbo por Ninotchka), y viendo Ángel, todo cuadra: es una de las mejores interpretaciones de la Dietrich, pero claro, allí donde un director convencional habría dado a la estrella grandes escenas de confesar verdades, o de dudar, o de llorar, Lubitsch pone una elipsis y deja a la Dietrich sin su gran momento de Oscar.
Pero ahí está toda la magia de esta película, y es mucha: Lubitsch deja que la gran mayoría de la película pase en la cabeza del espectador, que no es que tenga que rellenar algunos espacios del puzzle, sino que prácticamente tiene que decidir cómo quiere hacer el puzzle y qué dibujo quiere que aparezca al final. En el comienzo se filma una mansión desde fuera, en un espectacular travelling gracias al cual solo vemos lo que pasa dentro de la casa a ratos, cuando una ventana nos deja, y nunca oímos nada. Se burla así la censura en una situación, digamos, potencialmente delicada, y se deja que el espectador imagine cómo de disipado es exactamente ese ambiente. En un momento clave Lubitsch se atreve hasta a birlarnos el gran momento de un descubrimiento, pero el resultado es que el suspense se dispara a niveles inusuales en una comedia. Y como ya dije, incluso en el final los protagonistas están de espaldas, de manera que el espectador es quien decide si ese final hace felices o no a los protagonistas, si es un final feliz o amargo.
Así, el experimento narrativo de Lubitsch, radical como pocos se han visto, ese tratar de contar una historia solo con elipsis, se salda con éxito: se añade picardía donde la censura no la permitiría, se añade humor a situaciones dramáticas, se añade un enorme suspense donde normalmente no lo habría, y se baña todo en una absoluta ambigüedad que deja al espectador la libertad de interpretar la historia como quiera. El famoso toque nunca estuvo tan cerca de la vanguardia como aquí.
Años antes que Michael Curtiz filmara la imperecedera Casablanca, Ernst Lubitsch con su talento innato, filmó un trabajo soberbio lleno de rápidos diálogos repletos de ironía, de grandes interpretaciones, escenas fuera de cámara, larguísimos planos de enorme calidad y un guión brillante. Es más o menos, en líneas generales, el mundo Lubitsch que repetía con enorme acierto en cada propuesta.
Me siguen sorprendiéndome esas escenas fuera de cámara, a pesar de ser un recurso que el director utilizó en casi toda su filmografía. Que hoy en día, los guionistas o directores no se atrevan a usar algo tan maravilloso como este recurso, me hace pensar dos cosas: que piensan que el público que hoy en día no es tan listo y las suposiciones se nos dan mal (cosa que no comparto) o que ellos, no son tan listos como para continuar una escena fuera de cámara por miedo a no ser entendidos o perderse entre tanta sutileza.
Cualquier película de Lubitsch, serviría para dar una cátedra de lo que tiene que ser un director. En Angel, Lubitsch juega con cada plano otorgándole una importancia máxima a la hora de contar la historia. No sólo con la cámara se muestra sumamente eficiente, consigue de cada actor, incluso de aquellos que sólo sacan un par de frases, una interpretación brillante.
Pero antes, se aseguraba de contar con una materia prima excepcional. En este caso, el guión de Samson Raphaelson es una adaptación de la obra de teatro de Melchior Lengyel. El guión de Angel, de una exquisitez absoluta ayuda a que Marlene Dietrich, Melvyn Douglas y Herbert Marshall nos dejen con la satisfacción de encarnar un triángulo amoroso con una sutileza, ironía y naturalidad fuera de lo común.
Estoy seguro que los guionistas de Casablanca, revisaron en más de una ocasión esta pieza de orfebrería de Ernst Lubitsch antes de que Bogart y Bergman se encontraran en el Rick’s Café.