Amanece en Edimburgo
Sinopsis de la película
Dos buenos amigos, Davy y Ally, vuelven a sus vidas en Edimburgo tras cumplir el servicio en la guerra de Afganistán. Ambos continúan sus relaciones de pareja: Ally con Liz y Davy con Yvonne. Mientras tanto, los padres de Davy, Rab y Jean están ocupados planeando sus bodas de plata. Todo va bien hasta que una revelación del pasado de Rab amenaza con destruir a la familia y separar a las tres parejas.
Detalles de la película
- Titulo Original: Sunshine on Leith
- Año: 2013
- Duración: 100
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Opinión de la crítica
Película
5.8
32 valoraciones en total
Amanece en Edimburgo es la adaptación al cine de una obra de teatro musical muy exitosa en Gran Bretaña, cuyas canciones están extraídas de un grupo escocés llamado The Proclaimers.
Algunas sinopsis hablan de dos chicos que vuelven de la guerra de Afganistán, y deberán adaptarse de nuevo a la vida que dejaron atrás. Sin embargo, esto puede llevar al espectador a confundirse respecto a la película que va a ver, puesto que la historia se centra en una familia, y narra las relaciones amorosas de sus componentes. De esta forma, tenemos tres lineas argumentales: la que componen el padre y la madre, y las de sus dos hijos con sus respectivas parejas.
Por tanto, Amanece en Edimburgo no es una película bélica, ni un drama psicológico. Se trata más bien de un musical bastante clásico y ligero con algunas actualizaciones temáticas: aparece la guerra de Afganistán, y se remarca la distancia como un problema amoroso cada vez más extendido en un mundo globalizado.
Las canciones son pegadizas, divertidas y agradables, y a pesar de no estar demasiado integradas en la historia, sí que la hacen avanzar.
Los actores (con el magnífico Peter Mullan a la cabeza) realizan un buen trabajo. Se muestran naturales a lo largo de todo el metraje y divertidos en los momentos musicales. Algunas de las voces son sobresalientes.
El director de fotografía saca provecho de una ciudad hermosa y con enorme encanto, haciendo unos estupendos planos generales y aéreos.
Así, podemos decir que Amanece en Edimburgo es una película fresca, muy entretenida y bañada de buena música, en la que sin embargo abundan los tópicos (sobre todo extraídos de la comedia romántica) y se cimenta en una estructura demasiado clásica.
El Cine en la Sombra
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Creo que el musical es uno de los géneros más olvidados que existen en la actualidad. Quizás porque sus reglas básicas, en un intento de renovación, desde hace ya tiempo, fue padeciendo más bien un proceso de adulteración, a lo que se sumó el desinterés del público, sobre todo del español, al que nunca le subtitulaban las canciones (o se las doblaban en pocos casos) lo que le convertía en inaccesible para muchos. Parece que desde hace poco ha ido saliendo del ostracismo y cobrando su status, pero esta resurrección responde meramente a intereses mercantiles de las multinacionales: adaptar musicales que previamente han sido promocionados en teatro, y cuyos derechos ya han sido adquiridos por grandes empresas. No es porque haya un gran número de actores que, además de interpretar bien, sean cantantes y bailarines como en antaño. Ni porque haya una remesa de nuevos directores con el talento de Kelly, Minnelli, o Fosse, por ejemplo. Ni tampoco porque haya coreografías de la talla de Busby Berkeley o Ziegfeld, que pertenecían a la época de oro, o de Patricia Birch, que no han tenido progresión. Y paradójicamente son precisamente estos son los puntos fuertes del musical. Quizás Fama (la película, que no la serie) fue una renovación por sus números musicales, donde el vestuario era muy informal y tenía coreografías estupendas, llenas de frescura y profesionalidad. Parecían casi improvisadas pero estaban muy estudiadas. Y cogiendo ese patrón, se ha ido deformando, hasta llegar a un todo vale, incluyendo films-videoclips abominables para las nuevas generaciones como Honey. Amanece en Edimburgo sigue el modelo de Across the universe, pero su logro es muy inferior. Creo que es uno de los musicales más pobres que hemos visto, con un argumento casi inexistente y cuyo guión, aparte de seguir la línea más casposa y conservadora, posee unos valores rancios, cuyo dramatismo es lamentable: hay tres parejas, una casada y dos de jóvenes. Y la de los jóvenes, sobre todo la historia y conflicto de Davy e Ivonne, es de preescolar. Si se compara tanto por su guión como por su coreografía, eleva a la categoría de obra maestra del género a Mamma Mia!, para entendernos. Porque no hay una coreografía en Amanece en Edimburgo que pueda ser calificada como tal, se recurre a mucha gente, con cuatro pasos elementales bien en una plaza (ni que fuera para un videoclip cuyo seguimiento se hace a través de una pantalla gigante) o en un bar, pero que no pasa de ser un largo anuncio de cerveza, aunque beban tequila. Su punto fuerte su fotografía y por supuesto sus actores, sean los veteranos Mullan (estupendo), Horrocks (qué gran actriz tan desconocida en nuestras latitudes) o como el joven Kevin Guthrie, con cara agraciada para la comedia o el musical. En definitiva la película se traga fácilmente, como puede llegar a aburrir de la misma forma a los más exigentes en la materia. Edimburgo se ve bonita y casi sin lluvia, como si estuviese ubicada Andalucía. Algunas canciones agradan. Y poco más, excepto que lo sentimos por Dexter Fletcher, un buen actor que hace su segunda película, pero que no cumple ni como musical ni como film.
Musical elaborado a raíz de las canciones de The Proclaimers, que son dos gemelos, o mellizos, no sé, cuya música, fuera de su Escocia natal, no se conoce demasiado, salvo por la canción de las 500 millas, que sale en una de cada cinco bandas sonoras de peli actual.
Supongo que el haber tenido que ir construyendo la historia para que cuadrase con la letra de las canciones es la razón del sonrojante argumento de la película, que mezcla todos los clichés de las comedias románticas americanas con el azúcar pica muelas del cine Disney. Según estás viendo esto, empiezas a temer que te produzca una embolia cerebral.
Personalmente, opino que los musicales son ridículos en sí mismos, pero ¡me encantan!, porque suelen provocar una dosis de alegría en quien los visiona, que se pasa el resto del día sonriendo y tarareando cositas. Y esa es la única pretensión de esta película, pero la pobre no consigue alegrar, sino abochornar.
La famosa canción de las 500 millas sobrevuela la peli constantemente. Se crea como una especie de suspense, un poco patético. Suenan acordes, pero los actores se echan a cantar otra cosa, y así…. Hasta que llega el momentazo. Y lo sabes. Porque la peli se tiene que acabar ahí, a Dios gracias, y porque la letra de esa canción cuadra con la situación que te están presentando… y aún así sigue el suspense…. que la cantan, que no. Un sinvivir. Y de repente… La versión na-na-na de las 500 millas (que de normal es una canción bien maja) castiga tus oídos, mientras tus ojos se afligen con la coreografía. Es como si los ancianos de un geriátrico hubiesen salido todos al patio a hacer gimnasia sueca. Una monstruosidad.
Mira que se pueden llegar a hacer mal las cosas cuando se hacen mal.
De aquí en adelante odio a Jane Horrocks principalmente por estos dos motivos:
(1) Se parece demasiado a Najwa Nimri (a la cual también odio por dos motivos esenciales: (1) No la aguanto. (2) Me cuesta mucho pronunciar su nombre)
(2) No pilla el tono de las melodías. Las notas no van así. Y las notas van como van porque tienen que ir como tienen que ir. Si el compositor puso un DO, no pongas tú un RE. Y no te adelantes, como Julio Iglesias, que vuelve loco a sus músicos, ¡respeta los tiempos!
Que la tiren al Támesis, sisplau.
Esta peli es análoga a El otro lado de la cama, es decir una serie de actorcillos que no saben cantar se dedican a destrozar canciones populares con la excusa de completar una comedia romántica.
Amor, música y humor. El cocktail optimista de la vida. Oh, alma de cántaro, qué felicidad.
En esta, por ejemplo, se pierde el inglés cerrado molón de los gemelos (¿Cómo pueden hacer desaparecer el moa de Letter from America? ¡Sacrilegio!), sus coros a dos voces tipo eres alta y delgada morena saladá y sus guitarrazos, poco virtuosos pero efetivos.
A cambio se cantan las mayoría de las canciones a semi capela (¿qué sentido tiene si el actor no tiene voz para lucirse?), la música se orquestiza (qué asco), se quita el ritmo y los arreglos de las canciones (algo sutil pero fulminante en muchas canciones) consisten en operacitronfar las canciones. Cuánto daño ha hecho Bustamante en el planeta Tierra. Es incalculable.
La diferencia musical, entre la británica y la española es significativa. En la nuestra se hace un batiburrillo sin criterio de las canciones más famosillas y simplonas.
Todas las canciones de la suya son de un mismo grupo, los grandiosos Proclaimers, cracks sin parangón.
El equivalente aquí habría sido hacer todas versiones de Duncan Dhu. No está mal, pero no alcanzaría.
Entonces en un musical, ¿no importa la música?
La respuesta parece ser: no.
¿Y qué importa pues?
Muy fácil: la coreografía.
Actualmente la coreografía lo es todo. En publicidad, en los cuarenta principales, en el teatro, en el hormiguero… Si hay coreografía, funciona. Esta epidemia empezó hace tiempo, en Gandía, el verano de 1994, con el Saturday night, tiriri na na na na na, be my baby…
Es una historia muy larga que abarca desde las pelis de Gene Kelly hasta Madonna, pasando por el Un, dos, tres, los anuncios de la once, Michael Jackson, Youtube y Bollywood, como máxima expresión. En cualquier caso escapa al alcance de este texto.
El tema es que la coreografía se ayuda mucho en la espectacularidad, y en eso los británicos no han destacado nunca, en la película se demuestra. Para eso los gringos son los grandes maestros, no cabe duda. Éstos, además, no necesitan versionear. Componen 15 canciones para la película sin problema. Y pueden poner de protagonistas a dos actores/cantantes, que los tienen a porrillo. Por eso las comedias musicales han de ser americanas. Como mucho, indias. Pero debería estar prohibido producir comedias musicales en Europa. Terminantemente. Salvo los Commitments, claro. Las demás, sobran.
Es arriesgado comenzar un musical en un carro de combate en mitad de una guerra, cantando sobre la inseguridad y riesgos del presente y porvenir, que haya una explosión fatídica… y sin embargo, tan impactante y atrevido comienzo ilumina con habilidad el resto del metraje, ya que sirve de necesario contrapunto a la luminosa espiral de amores y desamores que puebla su vivaz trama. El musical clásico es un género en desuso, casi descatalogado y anacrónico, que parece apolillado de puro rancio y desfasado, pero cuando acierta y alcanza la frescura e intensidad de esta pieza, nos reconcilia con la naturaleza artificiosa y demodé del engranaje de canciones y acciones que nos lleva como un torbellino hacia el resplandeciente desenlace, que no por pronosticable y deseado, deja de ser veraz y oportuno.
El tema central es el amor y sus muchas ramificaciones, trampas, dificultades, artimañas, recovecos y pesadumbres. El camino más certero y diáfano para unir dos puntos (o a dos personas) casi nunca es la línea recta. Y si bien hay mucho de cliché o tópico en las dificultades e impedimentos que surgen a lo largo del camino, es su voluntaria falta de originalidad y total conformidad con lo previsible lo que confiere garra y lozanía a la superación de esas intrigas y obstáculos, estamos en un mundo almibarado y confortable donde los disgustos apenas duran dos escenas o un par de canciones que permitan el lucimiento vocal y gestual de sus protagonistas. A veces se nos olvida que el cine de género tiene unas convenciones y pactos que no por simples o predecibles dejan de tener su brío y efectividad.
La sencillez del argumento juega a su favor. Buscar retruécanos u honduras donde sólo se pretende entretenimiento, distracción y descaro es errar el juicio e impide el disfrute del diestro engranaje musical, ayuno de complejidades y voluptuosamente vital que arrastra como un cuento de hadas hacia esferas de distracción y claridad que nos reconcilia con el cine como entretenimiento amable, encantador, vigoroso, exuberante y nutritivo que nos ofrece un relato blanco y lleno de buenos sentimientos y mejores vibraciones que nos arrastra hacia el júbilo y exaltación final.
El cine como apoteosis de los mensajes sencillos, como recreo e insolencia, como luz y festividad. No hay novedades, invención o riesgos, pero sí destreza, dulzura y simpatía. No es una cinta memorable pero sí lozana y fresca que rescata lo mejor de unas canciones amables y muy bien interpretadas que alcanzan lo que se proponen: entretener y hacerte olvidar las penas. Un primor.