Al final de la escapada
Sinopsis de la película
Michel Poiccard (Jean-Paul Belmondo) es un ex-figurante de cine admirador de Bogart. Tras robar un coche en Marsella para ir a París, mata fortuitamente a un motorista de la policía. Sin remordimiento alguno por lo que acaba de hacer, prosigue el viaje. En París, tras robar dinero a una amiga, busca a Patricia (Jean Seberg), una joven burguesa americana, que aspira a ser escritora y vende el New York Herald Tribune por los Campos Elíseos, sueña también con matricularse en la Sorbona y escribir algún día en ese periódico. En Europa cree haber hallado la libertad que no conoció en América. Lo que Michel ignora es que la policía lo está buscando por la muerte del motorista.
Detalles de la película
- Titulo Original: À bout de souffle
- Año: 1960
- Duración: 89
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Opinión de la crítica
7.6
48 valoraciones en total
Todo cinéfilo que se precie debe ver sí o sí films como A bout de soufflé. Otra cosa es que, sugestionados por el enorme impacto que en su momento provocó la peli de Godard en particular y la nouvelle vague en general, debamos mear bechamel sí o sí ante la mayor chapuza narrativa que ha dado el cine europeo. Seamos serios. Godard era un gamberrete, uno de esos petulantes e iluminados niños de papá que creyeron que dinamitando la sintaxis cinematográfica iba a convertirse en el Picasso del séptimo arte. Afortunadamente, el lenguaje cinematográfico volvió a su cauce y los desvarios anarquistas, nihilistas y antiburgueses de Jean-Luc quedaron como lo que son hoy en día: estrambóticos experimentos que solo salen a la luz cuando, de vez en cuando, algún ‘gafapasta’ con cuatro clases a sus espaldas flipa en colores hablándote de falsos raccords, saltos de eje, asincronías y demás espasmos visuales.
Le adjudico seis estrellitas porque Jean Paul Belmondo (impagable chico Martini) y Jean Seberg (bellísima) forman un pareja excelente y porque, como experimento, la cogorza de Godard fue original e innovadora en su época e iluminó a futuras generaciones de cineastas que, gracias a Dios, supieron emplear muchos de estos recursos gramaticales con mayor cordura y mesura.
Esta película se podría describir con arreglo al canon de las clásicas de cine negro: un gángster de segunda, que mueve coches robados, pasa por una capital dispuesto a cobrar una deuda difícil y a retirarse luego una temporada a la playa. Dos sabuesos le pisan los talones, sobre todo desde que disparó mortalmente a un motorista de tráfico. Siempre con traje y corbata, casi siempre con sombrero, enciende un cigarrillo con otro. Tiene amigas que lo miman. Les saca dinero e invitaciones. Una extranjera es entre ellas la preferida. Sin preguntarse si puede ser un amor fatal, quiere que se retire con él a la playa. Mientras tanto, comete en su huida robos para ir tirando, en una forma de vida al margen de la ley, no mucho peor que otras, pero que no puede terminar bien.
Pero esto diría poco de Al final de la escapada, donde lo último que cuenta es el argumento, mero esquema a partir del cual reescribir el género —y el cine— con una caligrafía rápida y jazzística: de apuntes y notas sueltas, espontánea, ocurrente, imprevisible en su saltarse todas las reglas establecidas.
Godard rompe la continuidad y monta fragmentos. La alternancia constante de ángulos de visión termina creando una especie de óptica cubista.
Deja estar a los actores, en lugar de dirigirlos a la manera tradicional. Siendo, además, los jóvenes y descarados Belmondo y Jean Seberg, los personajes quedan construidos mucho más con ademanes, movimientos, improvisaciones y gesticulaciones (¡ese icónico pasarse el pulgar por los labios, imitando a Bogart!) que con los diálogos, que parecen obedecer a una pauta existencialista, al imperio del instante actual, y no a la sequedad y contundencia exigidas por el género. Sin embargo, las excentricidades quedan naturales. Belmondo no tarda en hablar a la cámara o masacrar algunas canciones. Jean Seberg nunca volvió a llenar tanto la pantalla.
En medio del parloteo alocado, se salta de una situación a otra. Se dejan abiertas en el creciente ritmo de la huida.
No es Chicago sino París: los Campos Elíseos cuando se han encendido las farolas, el cielo no se ha oscurecido del todo, y la Torre Eiffel sobresale entre los edificios.
El impacto del resultado —enorme en su día, el momento fundacional de la Nouvelle Vague— surge de la reducción al absurdo de lo tradicional, parodiado y caricaturizado, y la aparición de formas nuevas, dotadas de una fuerza realista más fresca y cercana.
Godard había ido madurándolo en los cinco cortos previos, y en su primer largometraje da rienda suelta a su capacidad gramática, el talento para inventar y manejar lenguaje cinematográfico.
Hace ya casi cincuenta años que varios críticos de la revista francesa Cahiers du Cinéma idearon la película que Godard terminó rodando. Por aquel entonces, los chicos malos de Cahiers du Cinéma inventaron una especie de Dogma danés. Se deshicieron de formalismos y linealidades. Jugaron con la improvisación y la provocación.
Godard abrió la veda con A bout de soufflé y sobre ella, vertió todo lo que defendían en la revista. No dejó nada en el tintero: cambios absurdos de raccord, los personajes observan fijamente a la cámara, en el guión se encuentran improvisaciones, el encuadre se lo pasa por las narices…
Era algo nuevo que revolucionó (como lo hizo Flaubert en la novela) lo establecido. Y quedará el interés por una película fiel reflejo de una sociedad convulsa y disconforme con lo institucionalizado y que aún tardaría diez años más en romper con lo establecido y revelarse.
Sin esta pandilla de noveles directores o películas como Al final de la escapada, el cine de hoy en día no sería lo mismo. Sólo por ello, esta película merece estar donde está: como una de las grandes películas de la historia del cine.
André Bazin dijo una vez que…, Esta es de las favoritas de Truffaut…, Según Godard….
Supongo que para todos los que leen de cine han encontrado más de una vez este tipo de citas en los textos. Vamos, mas bien se han percatado de la majadería eterna de invocar una y otra vez a estos nombres. Da la impresión que cada vez que uno escucha el término Nouvelle Vague hay que arrodillarse, mirar al cielo, golpearse el pecho y elevar una plegaria. El año 1959 es como un punto de inflexión de la historia del cine, pontifican. Hay un antes y después del cine después de la nueva ola. Bueno, yo he terminado por cansarme y digo que NO a toda esta burda y simplista generalización.
Siempre me ha caído simpático Truffaut. Quizás se deba a que desde crío fui un fanático de Encuentros cercanos…. He visto la mitad de su filmografía y no he podido enganchar con ninguna de sus obras, llegando incluso a terminar de ver algunas a la mitad. Eso si, existe la sagrada excepción con la bellísima Los 400 Golpes, una obra capital la cual marcó el debut y despedida de este pseudomovimiento, el cual en palabras del propio cineasta, nunca existió como tal. Otra cosa es con su amigote con pipa y gafas oscuras incluso en la noche: ¡¡Jean-Luc Godard!! ¡¡Demos gracias al señor!!
A Bout de Soufflé (conocida como Sin Aliento en mi país), también es una obra capital, una obra dedicada a lo presumido, lo intelectualoide y lo vacuo. Nadie niega que es moderna, perfecto. Pero una modernidad forzada y torpe, desesperada por ser diferente, por romper moldes. Una modernidad poco natural. Es verdad que (una parte) del cine posterior cambió gracias a esta película, por supuesto. Esta parte se volvió inconsistente, pedante, deshonesta, artificial (gracias Talibán). Del guión ni hablar, no hay de donde agarrarlo. ¡¡Improvisación!! declamarán algunos. Perfecto, pero para improvisar hay que tener una plataforma, un escenario, una progresión de acordes. Aquí no hay nada de eso. La actuación de Belmondo raya en la caricatura. Quizás el plano de la foto de Bogart tenga algo que ver, pero tengo mis serias dudas si en verdad era la intención del director una interpretación tan desagradable como la del actor. La chica Seberg, guapísima, inocente pero intrigante. Tiene una imagen que la cámara devora, fue un acierto de Godard. Pero su personaje se diluye rápidamente debido a lo atropellado de la creación de su co-protagonista.
Tiene momentos geniales, hay que decirlo. La escena de los dos en la cama llega a momentos sublimes, con unos silencios espectaculares, una lograda química entre los dos. ¿Pero que hace Godard?, extiende la secuencia a lo inimaginable: 10…15…20…¡25 minutos! La cinta completa dura 90! Me terminó de rematar ver a un legítimo genio del cine, Jean-Pierre Melville, haciendo el completo ridículo en la escena de la entrevista. Al escuchar toda esa verborrea subnormal e inútil, daban ganas de quemar la pantalla. Insufrible.
(continúa en Spoiler)
Decían algunos de los maestros del séptimo arte:
– Para mí, el cine son cuatrocientas butacas que llenar (Hitchcock)
– He hecho películas que a mí me hubiera gustado ver: yo sólo quiero ver películas que me entretengan(Billy Wilder)
-Tengo diez mandamientos. Los nueve primeros dicen: ¡no debes aburrir! (Howard Hawks)
La humildad en los propósitos de estos grandes cineastas explica quizás por que muchas de sus obras son -en términos generales-, consideradores clásicos del cine, imperecederos y de autentica modernidad a 50, 60 años e incluso 70 años vista.
Godard, por el contrario, soltaba soflamas muy trascendentes y campanudas que bien analizadas se revelan como autenticas majaderías:
– Una Historia debería tener un principio, un nudo y un desenlace, pero no necesariamente por este orden
– Lo que quiero es destruir la idea de cultura… La cultura es una excusa del imperialismo
Tan titánicos y heroicos propósitos puede explicar por que vista hoy Al final.. resulta tan rotundamente rancia y ridícula.
Se suele dar la paradoja de que las obras rupturistas, que pretenden crear un orden nuevo en el mundo del arte, no superan la prueba del mejor crítico que es el paso del tiempo.
Y hoy el interés de la película se encuentra entre el cero y la nada.
Godard pudo embaucar en su momento a alguna alma cándida. Yo me fío mas del criterio del maestro Wilder que tardo poco en desenmascarar la patraña:
Comprendo sin dificultad por qué Godard ha podido por sí sólo exterminar varias empresas productoras .