Ajami
Sinopsis de la película
El barrio de Ajami en Jaffa es un crisol de culturas y diferentes puntos de vista entre judíos, musulmanes y cristianos. Echando la vista atrás y a través de diferentes personajes somos testigos de lo insostenible que se está convirtiendo esta situación: Nasri, un chico de 13 años que vive atemorizado, Malek, un refugiado palestino que trabaja en Israel ilegalmente, Binj, un palestino rico que sueña con un futuro brillante junto a su novia judía, y Dando, un policía judío obsesionado con encontrar a su hermano desaparecido. Seleccionada por Israel como candidada al Oscar 2010 en la categoría de película de habla no inglesa.
Detalles de la película
- Titulo Original: Ajami
- Año: 2009
- Duración: 120
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Opinión de la crítica
6.6
34 valoraciones en total
Ajami es la primera película de Yaron Shani (judío israelí) y Scandar Copti (palestino cristiano) que necesitó de una preparación de siete años y meses de ensayos, para ser rodada en tan sólo veintitrés días.
Ajami es el nombre de un barrio situado en Jaffa (Tel Aviv) en el que habitan y convergen diversas culturas y religiones: judíos, cristianos, musulmanes, israelíes, árabes, palestinos, y la mezcla de unos y otros. Cientos de habitantes del barrio participaron en la película en la que los personajes actúan, piensan y reaccionan espontáneamente siendo fieles, sin saberlo, a una historia que estaba escrita de principio a fin.
Ajami no es una película sobre el conflicto palestino-israelí, ni sobre los problemas religiosos, es un relato coral que muestra cómo las personas tienen que convivir con la violencia y cómo los que quieren permanecer al margen son arrastrados por una fuerza que es incontenible.
A través de cinco historias intimistas o en clave de thriller criminal y político centradas en diferentes personajes el espectador experimenta en carne propia lo que implica ser el otro y no sólo tratándose de judíos e israelíes, sino de palestinos de la franja occidental frente a los que tienen nacionalidad israelí, cristianos frente a musulmanes o árabes urbanos contra beduinos.
Se trata de dar un punto de vista múltiple de una realidad social a pie de calle, con la que podemos identificarnos alternativamente con cada personaje y con los motivos que le mueven a actuar de una u otra forma. Esta estructura narrativa de mostrar una misma escena desde distintos puntos de vista es el único lastre del filme que hace que en ocasiones se disperse nuestra atención y la historia se vuelva confusa por momentos.
Al margen de esto, el resultado final es un filme coherente, mágico, que se ve sin respiro, donde los límites de realidad y ficción se borran por completo, combinando un guión preciso con grandes dosis de improvisación.
Ajami llama la atención de manera trágica y realista sobre el conflicto de judíos y árabes, hurgando también en las complejas relaciones entre los propios palestinos.
A raíz de una confusión de identidad, un muchacho que arregla un automóvil en las calles de Ajami, un barrio árabe de la occidental ciudad israelí de Yafo, es asesinado a tiros desde otro vehículo. Así comienza el filme.
Pronto, la historia, que transcurre en un contexto de pobreza severa, delito y desintegración social, evoluciona hasta convertirse en un poderoso relato de sufrimiento, venganza y supervivencia.
Dirigida por el judío Yaron Shani y el palestino Scandar Copti, Ajami muestra el peor escenario de unas vidas vividas en circunstancias trágicas, reflejando los muchos conflictos que dominan las existencias de judíos y árabes dentro de Israel y Palestina.
Montando distintas recreaciones del episodio final, los relatos de los protagonistas son examinados una y otra vez, creando un panorama cada vez más poderoso y caótico sobre la sombría realidad de Yafo.
Esta ciudad portuaria israelí, integrada a la metrópolis Tel Aviv y ubicada también sobre el mar Mediterráneo, fue antes un importante centro de población palestina.
En el corazón de la misma, Ajami es un barrio venido a menos y, todavía, predominantemente árabe. Allí, la ley y el orden a menudo son menos importantes que las estructuras familiares.
En la vida real, en los últimos años Ajami se ha convertido en un importante imán para los magnates de los bienes raíces. Toda Yafo se ha aburguesado: cada vez más israelíes judíos llegan allí atraídos por la perspectiva de mudarse a un área exótica con vista al mar.
Todas estas tensiones socioeconómicas y culturales subyacen al poderoso drama humano de la película, fuerte candidata al premio más prestigioso de la industria cinematográfica.
Sin embargo, Ajami no es un filme habitual sobre el conflicto. No se trata de un panfleto visual, con personajes estereotipados y manidos diálogos en busca de un simbolismo obvio.
Lo que vuelve a Ajami tan inusual es que va elaborando el complejo e implacable tejido social de una minoría árabe que enfrenta una serie de conflictos sobre el lugar que ocupa en la sociedad israelí. Y, al mismo tiempo, se enreda en las complejidades del conflicto más amplio con sus hermanos palestinos en los territorios ocupados y más allá.
De este modo, la película se vuelve un relato no sólo sobre árabes e israelíes, sino también sobre musulmanes y cristianos y beduinos. Y también sobre los ricos que dominan a los pobres.
Los protagonistas no juegan un rol en los conflictos preponderantes en la región. Luchan por su propia supervivencia. Pero, en última instancia, son afectados por la incapacidad de los políticos a la hora de solucionar esa crisis más amplia.
Si en la magnífica Ciudad de dios de Fernando Meirelles se relataba de forma cruda la dura y peligrosa vida en los barrios suburbiales de Río de Janeiro, Ajami traslada la acción a los barrios no menos problemáticos de la periferia de Israel. De esta forma, a la gran conflictividad provocada por los clanes que se disputan el control del tráfico de drogas, hay que añadir la difícil convivencia en unos barrios en los que tienen que convivir tres religiones aparentemente irreconciliables como la cristiana, la judía y la musulmana.
Con tales ingredientes, los directores del film, Scandar Copti y Yaron Shani, no lo tenían excesivamente complicado para cocinar una trama interesante, y desde luego lo han conseguido. Ajami es sin lugar a dudas una de las películas más estimulantes de lo que llevamos de año, y consigue a través de sus historias entrelazadas recordar los mejores films de Alejandro González Iñárritu. Una película sin concesiones, que retrata de manera realista la lucha por la supervivencia, los conflictos religiosos, la tensión latente en las calles que a menudo desemboca en espirales de violencia dificilmente comprensibles desde un punto de vista occidental. Es pues, el hecho de mostrarnos una realidad a menudo intuida pero no conocida, una de las mayores virtudes del film. El hecho de contar con actores no profesionales contribuye a realzar el realismo de la acción, aumentando más si cabe el desasosiego de unas imágenes desesperadas.
Todos los personajes se nos van mostrando en sus dos vertientes, la interior y la exterior. Todos tienen sus razones para actuar de la forma en que lo hacen. Todos son lobos y corderos. Analizados individualmente, hasta podrían llegar a justificarse sus acciones, que resultan del todo denunciables si se aplica la perspectiva. Es Ajami , en el fondo, una variada muestra de reacciones humanas en un ambiente hostil.
Estructuralmente Ajami es un Vidas Cruzadas . La diferencia es que ésta ocurría en un mundo de opulencia, y la que aquí nos ocupa ocurre en el infierno. Si en aquella se escarbaba para encontrar la pobredumbre, en ésta, se escarba para hallar algo de paz.
Podía haberse titulado En Tierra Hostil, porque eso es exactamente Ajami, el barrio altamente conflictivo de la ciudad de Jaffa, en Israel, donde transcurre la acción. Y el retrato es duro. No pretende ser una película extremadamente realista en su aspecto formal. La simplicidad con que está rodada es más efectiva que cualquier cámara al hombro desquiciada. Se limita de ese modo a abrir una ventana para que veamos qué ocurre con unos cuantos personajes en esa tierra hostil, cual es su día a día. No necesita más para destrozarnos. La autenticidad de las historias, que son plenamente creíbles, la de sus personajes (los actores son aficionados que han sufrido en sus carnes lo que interpretan en la película), nos golpea sin concesiones.
Lo más interesante de esta película es que no es una película política, ni siquiera trata el eterno conflicto entre palestinos y judíos, más allá de que está en el origen del caos que vemos. Es más bien un retrato social que otra cosa, en un decorado que supone la máxima expresión de la intolerancia humana. ¿Qué ocurre en un territorio con un conflicto endémico y eterno? ¿Qué ocurre en una sociedad dejada de la mano de Dios? ¿Qué ocurre en un lugar donde se mezclan individuos educados para odiarse? Lo que ocurre es Ajami. A pie de calle, quedan lejos los ideales políticos, las guerras mediaticas. Aquí cada uno libra su propia guerra. La justicia, el bienestar, las minimas garantías sociales, son temas secundarios cuando antes hay que sobrevivir y odiar como te odian tus vecinos. Esta película situa ante la óptica de un microscopio ese barrio, donde se mezclan judíos, arabes y cristianos, y nos permite observar con detalle uno de los espacios más gangrenados por el odio de este planeta, para que veamos, en máxima concentración, a dónde puede conducirnos el fomento sistemático de la intolerancia, cuya primera y terrible consecuencia es detener por completo el avance y la modernización de una sociedad.
Odio racial, odio religioso, odio entre clases sociales, odio entre seres humanos, choque cultural, incomprensión, mafias que se aprovechan de la pobreza y el vacío de autoridad, anarquía, venganza, injusticia, pistolas, seres desquiciados, muertes absurdas que generan muertes absurdas y más muertes absurdas… un mundo, sencillamente, cuya sociedad está estructurada en base al odio. Escarbando en todo eso, hallamos amistad, amor, familia, pero en unos términos en que siempre son el blanco de las iras, como si debieran estar prohibidas. En este mundo absurdo, el delito es amar.
La ciudad de Jaffa perteneciente al Estado de Israel pero de mayoría árabe, está ubicado el distrito de Ajami. Un núcleo de conflictos políticos y religiosos, ya que el barrio, dadas las diferencias culturales, conviven cristianos, judíos y musulmanes.
En este contexto, las situaciones de algunos personajes como Nasri o lham entre otros y en un relato dividido en varios capítulos, la cámara de Scandar Copti —de origen palestino— y de Yaron Sami —de procedencia israelí—, logra con relativo éxito su propósito: No incurrir en juicio de valores, sobre elementos casuísticos acerca de las particulares experiencias de vida de los habitantes de un barrio multicultural, donde impera la ley del más fuerte.
Si bien la película Ajami que significa no árabe (a mi parecer de metraje y diálogos excesivos), es una crónica interesante, aunque en la mitad del relato pareciese divagar sobre los propósitos personales de los protagonistas.
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