Yi Yi
Sinopsis de la película
NJ Jian, su esposa Min-Min y sus dos hijos forman una típica familia de clase media, que comparte su apartamento en Taipei con la anciana madre de Min-Min. NJ tiene 45 años y trabaja como socio en una empresa informática que el año anterior obtuvo importantes beneficios, pero que pronto podría quebrar si no cambia de estrategia. Las cosas empiezan a ir mal para los Jian cuando el hermano de Min-Min, Ah-Di, se casa. De alguna manera entre todos los problemas que tienen deben aprender lo hermosa que es la vida y cómo hay que cuidarla, sea cual sea la situación que nos toque vivir.
Detalles de la película
- Titulo Original: Yi Yi
- Año: 2000
- Duración: 173
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Opinión de la crítica
7.7
48 valoraciones en total
Vemos películas porque así vivimos tres veces, dice uno de los personajes de Yi Yi. Y sin duda obras como la de Edward Yang nos recuerdan por qué nos gusta tanto el cine. Estamos ante una obra sensible y humana que retrata de forma certera la rutina de una familia normal que hace frente a problemas ordinarios. La cámara de Yang inspira verdad, cuenta con unos personajes sumamente trabajados y consigue que un metraje de casi 3 horas pase como un soplo, cual celebración de vida. Es un film íntimo, pero a diferencia de muchos trabajos no resulta ni lacerante ni azucarado, los dos extremos en los que inevitablemente se suele caer cuando se tiene entre manos un material tan delicado.
De apariencia sencilla pero enorme: ver al pequeño de la familia llenando globos con agua o el rostro apesadumbrado del patriarca, cuestiones tan nimias pero tan difíciles de conseguir en la ficción, logran que uno se reconcilie con el poder del cinematógrafo. Tras verla, queda la sensación de haber vivido varias semanas junto a unos extraños que terminan siendo piezas fundamentales de nuestra familia cinéfila. La vida se compone de pequeñas cosas y Yi Yi contiene diminutas cápsulas de energía. Viendo Yi Yi uno se siente feliz, y eso es impagable: ¡muchas gracias, señor Yang!
@Xavicinoscar, Cinoscar & Rarities
Última película de Edward Yang, fallecido en 2007 y que junto a Tsai Ming Liang y Hou Hsiao-Hsien lideró la nueva ola taiwanesa.
Por casualidades de la vida, coincidió que Yi Yi además de ser su última película también fue seguramente su película más ambiciosa y que habla por encima de todo de la vida y de las etapas por las que uno va pasando, todas ellas representadas por varios personajes que encarnan desde la infancia hasta la vejez e incluso la muerte y el nacimiento.
La dirección de la película, por la que Yang obtuvo el premio a mejor director en Cannes, destaca sobre todo por su elegancia y su conocimiento de los sentimientos y sueños de las personas.
El director demuestra conocer perfectamente cada uno de los ciclos en los que se encuentran sus personajes y les aporta muchas de las experiencias que vivió en esas edades.
Por otro lado el guión, escrito también por Edward Yang está tremendamente bien construido, uniendo todas las historias de sus personajes y en muchos momentos narrando los acontecimientos en paralelo para ver como a pesar del cambio en el tiempo y en las costumbres muchas cosas no han cambiado, como las relaciones sentimentales.
Los actores en su mayoría realizan unas magníficas interpretaciones, en especial N.J, Ota (interpretado por Issey Ogata) y Yang-Yang, si algo llama la atención en ellos es lo bien que comprenden a su personaje, llegando más allá de lo que se dice y compartiendo los mismos pensamientos.
La historia del padre de familia N.J. es la que más me ha gustado, sobre todo por el cariño que terminé cogiendo al personaje, siendo una muy bella persona que se siente desubicado dentro del mundo de los negocios ya que es incapaz de rechazar a un verdadero amigo como es Ota por temas económicos y de empresa. Todo su viaje a Tokyo es fantástico, con esas conversaciones tan hermosas con Ota, otro personaje que también se muestra mucho más humano que las personas de su ambiente, y que por encima de todo comprende perfectamente lo que siente N.J. al hablarle de su vida.
El amor tiene aquí también una gran importancia, desde el descubrimiento del otro sexo por parte del tierno Yang-Yang, hasta el intento por parte de N.J de recuperar la relación que tuvo con su primer amor en la adolescencia, creyendo que es posible volver a vivir esos tiempos después de tantos años.
Una maravillosa película, que emociona por la gran comprensión y amor por los personajes que tiene su director y por todos esos momentos fugaces que se pierden y que son difíciles de recuperar.
Por ponerle un título ingenioso, pero no me ha parecido una pelicula que viniera de la otra punta del mundo. Ni mucho menos. Y me ha encantado, además.
Es una de estas historias mágicas que conectan contigo totalmente y te hacen experimentar todas las emociones y sentimientos de los protagonistas en el mismo punto y hora en que ellos los viven en la pantalla, aunque parezca al principio que no tienen nada en común contigo ni con tu vida. Por no estar, ni está doblada al castellano, pero consigue comunicar tan maravillosamente las ideas y sensaciones de diferentes personas en sus distintas edades que parece que dibuja tu infancia en tus recuerdos, la adolescencia que viviste con sus ilusiones, incertidumbres y problemas, la madurez con sus crisis y preguntas y la vejez como la imaginas. Y en cada uno de sus personajes te reconoces en su intento por conocerse, en la búsqueda de la felicidad, del amor, del primero inolvidable y el último en el que te encuentras sobreviviendo, la familia, la responsabilidad, los hijos, la inseguridad y la prosperidad de tus asuntos, los amigos, los fieles de siempre y los que aparecen como un milagro cuando no los esperas…
Y resulta increible que se parezcan tanto a ti y a tu vida en su esencia, tanto que firmarías cada una de esas frases que ni siquiera puedes entender en su idioma original. Pero la comunicación, cuando se consigue, es asi de simple y de perfecta. Como esta película, que creo que está fabricada con ese material mágico y maravilloso que hace que el cine sea a veces una experiencia tan íntima, universal y prodigiosa que, cuando la experimentas, ya no podrías prescindir de ella.
A la hora de afrontar el proyecto, quiero pensar que Edward Yang interpretó el papel de observador de fútbol. Como observador, podía desmembrar a cada uno de los personajes de una familia sin sentir apego, sin que su opinión quedara tergiversada o fuera parte del problema Así nace Yi yi. Única en su especie.
Uno a uno (yi yi), los personajes van llenándose de matices conforme la historia avanza. Siempre desde la lejanía que impone el director y desde una puesta es escena descaradamente singular y arriesgada. El director nos trasforma en mirones y al mismo tiempo en confidentes.
El uso del fuera de campo o incluso la cámara fuera de la escena, consiguen que percibamos el hermetismo en el que el ser humano vive. Incomprensibles burbujas de sentimientos y acciones en la caótica y extraña ciudad.
Durante tres horas, casi no existen primeros planos, demasiados personales, demasiado explícito para explicar la vida. Edward Yang narra Yi yi a base de planos generales, aguantando el plano unos segundos más de lo acostumbrado. Es una ventana. Pasas, te sientas, miras, te aburres y haces que te vas. Pero no te vas. Tu mirada regresa. El plano se mantiene. Los personas puede que hablen, puede que no. Pero sigues atento a tu ventana. La ventana que Edward Yang abrió para que tú miraras.
Antes que nada, hay que resaltar que Yi Yi se encuentra muy alejada (más en la forma que en el fondo) de los ascéticos experimentos de los otros taiwaneses Hou Hsia Hisen y Tsai Ming Liang, pero sin restarle por ello ningún mérito. Esta película es más clásica, heredera de la tradición oriental de directores como Naruse y Ozu, con el que guarda más de un parentesco, pero sin renunciar en ningún momento a la modernidad y al sentimiento de vacío del mundo capitalista de fin de siglo (tenemos un Antonioni más solapado y menos explícito que en sus compatriotas). De esta manera, veo esta película como el complemento perfecto a la sobrenatural Magnolia, alcanzando, con un estilo radicalmente opuesto, logros muy similares. Son las dos películas que marcan el cambio de siglo y que nos provocan una mezcla de lástima por lo no logrado y esperanza por lo que pueda llegar. Yo diría que la película se mueve entre tres fuerzas fundamentales: Ozu, Rohmer, y Paul Thomas Anderson, cogiendo lo mejor de cada uno hasta dar lugar a una mixtura perfecta.
A lo largo de las tres horas de duración de Yi Yi , asistimos perplejos al desarrollo del trozo de vida de una familia en un momento en que todo empieza a tambalearse. Tenemos un matrimonio, dos hijos, una abuela, un tío recién casado, y un sinfín de aventuras cotidianas tratadas con una sutileza y un talento impresionantes. La acción avanza sin que apenas se note, a través de elipsis y fueras de campo, sin ningún tipo de subrayado, meciendo al espectador como una nana suave, invitándolo a pensar sin dar nunca pie al aburrimiento, haciéndonos ver la universalidad de los conflictos que se remueven en el interior de cada ciudadano.
Creo que es una película que aguantaría muchos visionados, pues su riqueza es tal que permitiría descubrir, a buen seguro, nuevas joyas en cada ocasión. Pero tengo que confesar que, ya de primeras, muchas escenas me produjeron éxtasis plutonianos. (Por ejemplo…, ver en Spoiler 1)
A pesar de contar con muchos personajes, todos ellos se articulan como piezas en torno al padre, NJ, que se ve forzado a adoptar en cada momento distintos puntos de vista para comprender todo aquello que le rodea. (Spoiler 2). Esa filosofía resume mucho de lo que intenta hacer el director con la película, mostrar al espectador esos pequeños fragmentos vida que parecen nimios pero luego resultan fundamentales, pasando desapercibidos entre los opacos muros que separan a los habitantes de las grandes ciudades.
La película es inabarcable en su complejidad y en sus ambiciones, así que no voy a intentar desentrañar nada, dejemos que cada uno la descubra por sí mismo. Muy pocas veces el premio al mejor director en Cannes estuvo tan bien dado.