Viridiana
Sinopsis de la película
Don Jaime (Fernando Rey), un viejo hidalgo español, vive retirado y solitario en su hacienda desde la muerte de su esposa, ocurrida el mismo día de la boda. Un día recibe la visita de su sobrina Viridiana (Silvia Pinal), novicia en un convento, que tiene un gran parecido con su mujer. Basada libremente en la novela Halma , de Benito Pérez Galdós.
Detalles de la película
- Titulo Original: Viridiana
- Año: 1961
- Duración: 90
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Opinión de la crítica
Película
8.1
100 valoraciones en total
Desde el sutil misterio que provoca el porqué Buñuel parece dar importancia a detalles que nada tienen que ver con la trama, salvo una posible descripción del costumbrismo regional (los perros atados con cuerda al carro) o la inmersión en una personalidad contrastada (Rey salvando a la abeja), hasta las burdas imágenes sueltas que menos aún conectan con el argumento, salvo para resaltar lo evidente (el ratón cazado) o recrearse con descaro (la foto en la última cena), Buñuel crea, a partir una secuencia disparatada de imágenes gamberras (la vaca y la leche), macabras (la niña jugando bajo el árbol) u osadas (la navaja crucifijo), que nada tienen que ver unas con otras, más bien parece que carecen de conexión, una historia sólida, libre y tensa. No hace falta decir que hay que tener un instinto cinematográfico descomunal para dar homogeneidad a semejante disparate y fluidez a un argumento tan llano como un camino de cabras.
Tampoco hace falta mentar, mas lo mento, que la gama de intérpretes que participan en el esperpento es una de las mejores de la historia del cine universal. Lo de Don Francisco Rabal es inhumano.
Durante la práctica totalidad del metraje se puede leer entre líneas, buscar tres pies al gato y pensar mal. Cada escena tiene una doble lectura. El final, más de dos. Y desconozco si la partida es un homenaje al maravilloso final de El Apartamento, rodada un año antes, pero desde luego que está como poco a su misma altura, y es un cierre perfecto para una tarde de feria destroyer que critica al aristócrata y al indigente, pone en evidencia al perverso y al santurrón, saca los colores al laico y al religioso, obliga a la mirada sucia (salvaje el erotismo de Silvia desmelenada), incita a la perversión y convence al indeciso de lo retorcido de nuestra especie.
Brutal segundo por segundo. Tan satánica como celestial. Para vérsela mil veces.
Sabia mezcla entre narración clásica, goteos surrealistas y personajes esperpénticos (gracias por tu genial descubrimiento , Ramonciño).
Sería un error quedarse en el ataque al catolicismo a la hora de analizar esta prodigiosa película de Buñuel. Está claro que es lo que más puede escandalizar en una sociedad tan mojigata como la española –de hecho, me uno a su feroz embate–, pero también es interesantísima como retablo de las miserias humanas. Ningún personaje se salva, todos son títeres decapitados al final, incluida la compasiva Viridiana, que se delata a sí misma en sus paseos sonámbulos luciendo muslamen, en su desmedido fetichismo (¿una corona de espinas entre el equipaje?: ¡jooooder…!) y en su visita final a la habitación de Jorge.
La última cena, un crucifijo que es a la vez navaja, una monja inexperta acariciando las ubres (?) de una vaca…: es necesario revisarla varias veces: nunca dejarán de sorprenderte los nuevos descubrimientos (y redescubrimientos) que harás.
Lo mejor, para mí (entre muchas cosas): la bacanal que se montan los interesados mendigos, y eso en lo que casi nadie repara: el personaje de Ramona.
Es, junto a Los olvidados , lo mejorcito de Buñuel.
La colocaría, sin dudarlo un instante, entre las mejores películas europeas de la historia.
La obra cumbre del cine español de todos los tiempos se erige, aún a día de hoy, como un monumento único de fuerza inigualable. La extraordinaria sutileza del guión, las deslumbrantes actuaciones de unos intérpretes en pleno estado de gracia o el número incontable de símbolos, escenas y matices que sugieren todo tipo de lecturas (entre otras tantas virtudes) le otorgan al film una riqueza más allá de todo análisis. Esta es la obra inmortal de un genio irrepetible.
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– Viridiana [primeros pasos]: Preferiría no salir del convento, madre […] Mi deseo sería no volver a ver el mundo.
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* La liberación de la sexualidad reprimida (eje temático del film, I):
Viridiana está – aunque sólo en principio – desposeída de su naturaleza animal: el convento ha sustituido el apetito carnal por la devoción espiritual. La ubre de la vaca le provoca risa nerviosa y sonrojo: la rechaza porque en ella se reflejan sus pulsiones sexuales, y sólo acepta la leche en la seguridad contenida de un vaso de cristal. Uno es libre de elegir la actitud ante la vida que considere oportuna, pero el instinto no hay quien lo pare.
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El plano vertiginoso: Viridiana yace profundamente dormida por la acción de los narcóticos en los brazos de su tío (artífice de tan perversa situación), vestida con el traje de boda que llevaba puesto su tía el día que murió. Don Jaime, que le ha dejado el escote al descubierto, la aprieta entre sus brazos. La palpa. La besa. La siente con fervorosa intensidad.
[Imagen brutal cuya huella permanece imborrable en la memoria].
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– Don Jorge [toma de contacto]: La Viridiana esa, que ya me tiene cansada la paciencia. [Está] podrida de beatería.
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* Fetichismo:
– El de Viridiana, con su kit del buen cristiano que contiene, entre otros, una cruz de madera, una corona de espinas y unos cuantos clavos.
– El de Don Jaime, que se traviste con el corsé y los zapatos de tacón de su difunta esposa.
– El de Don Jorge, que se recrea con los viejos utensilios de su padre, entre los que destaca un peculiar crucifijo que esconde una navaja (la religión: arma de doble filo)
… y el de Buñuel, que igual centra su mirada en las piernas desnudas de Silvia Pinal que en los ojos vacíos y perturbadores del mendigo ciego.
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Cada diálogo entre Silvia Pinal y Francisco Rabal deviene en jarro de agua fría sobre la religiosidad exacerbada, sobre los prejuicios morales, sobre toda mentalidad anacrónica que prescinde deliberadamente del uso lúcido de la razón.
– Viridiana: Yo no soy como usted, que tiene a su esposa.
– Don Jorge: No es mi esposa. Para vivir con una mujer, no hace falta que nadie me bendiga.
1) Buñuel volvió a España para rodar (se lo facilitó una coalición entre Bardem y Portabella con el mexicano Alatriste) y sus fetichismos se empataron con las raíces. El mundo íntimo y la antropología local se correspondían. Lloraba al pisar las calles de sus andanzas estudiantiles. Dormía en el suelo de un apartamento en el piso 17 de la Torre de Madrid y tiraba aviones de papel a la Plaza de España.
El presupuesto, 5 millones de pesetas, era exiguo, sobre todo en comparación con los 480 de King of Kings, también rodada en España, pero le sacó partido porque dejó varias secuencias únicas.
Por primera vez trabajó con Fernando Rey, que se convirtió en su ‘alter ego’ para varios títulos franceses posteriores. Silvia Pinal era la novia de Alatriste. Algunos mendigos eran auténticos, como El Leproso. La ropa la consiguieron cambiándosela por nueva a indigentes verdaderos.
El rodaje se convirtió en peregrinaje de intelectuales. Pese a la furiosa incomprensión de los exiliados en México, por primera vez un artista republicano importante rompía el cerco y regresaba a trabajar a la península. Y todo fluía sobre el sustrato vivo de Galdós, Valle, Goya y Solana, con actores ibéricos. Hasta la censura colaboraba, al corregir un final muy directo y cambiarlo por una insinuante partidita trilateral.
2) Buñuel, conocedor de sus mecanismos creativos, era capaz de dar cuenta de cómo gestó sus películas, casi siempre a partir de una imagen, de una de sus persistentes fantasías. De adolescente estaba enamorado de la reina Victoria Eugenia e imaginaba colarse en Palacio y servirse de un narcótico para poseerla. Se cambió por un viejo hidalgo traumatizado por la muerte de su esposa en la noche de bodas, y a la reina por una virginal novicia. Los mendigos vendrían después, para que Viridiana intentase poner en práctica con sus pobres el ideal caritativo.
Viridiana era el nombre de una santa medieval francesa de la que Buñuel había oído hablar en el colegio zaragozano.
3) Con dos claras mitades, iniciadas ambas por el plano de unos pies infantiles saltando a la comba, el tema resultante es el anacronismo de la inocencia, con cierto toque sadeano, la virtud es arrollada, ultrajada: en la primera parte por el retorcido don Jaime, en la segunda por el machismo incontinente del hijo (Rabal) y por los troglodíticos mendigos.
[Sigue en el spoiler por falta de sitio. Disculpen la extensión, pero don Luis es mucho don Luis]
Buñuel retrata sin piedad los vicios de la mala religiosidad, de la histeria del falso ascetismo, que niega la corporeidad, los instintos, en fin, la animalidad del hombre, lo transforma en un alma buena encerrada en un cuerpo malo .
Su crítica es destructiva, y en buena hora. Y lo digo como cristiano que soy. A pesar de su indudable orientación anti-cristiana y anti-Iglesia, Buñuel es un Nietzsche del cine, porque la dureza de su crítica obliga a cualquier cristiano a revisar sus creencias a fondo, a reflexionar sobre la religiosidad, a fin de acabar con la religión descerebrada, sentimentalista y cerrada de nuestros días, que poco hace por la salvación que pretende dar a los hombres, y los llena de fantasmas con el cuerpo, los instintos, la sexualidad, etc.