Verengo
Sinopsis de la película
Tras muchos años buscando lejos de casa decidí volver. Un día en el salón, mi padre se acercó a mí y puso en mis manos una cinta de vídeo que había grabado veinte años atrás.
Este es el comienzo de una inmersión de cinco años en la cotidianidad de la vida de mis abuelos, en su espacio, una aldea casi olvidada en los montes gallegos. El lugar donde nace una familia que sigue creciendo y cambiando generación tras generación. La vida en el rural, los ciclos rítmicos de la naturaleza, los seres y las relaciones, nutren este filme de un lugar donde nada y todo sigue ocurriendo.
Detalles de la película
- Titulo Original: Verengo
- Año: 2015
- Duración: 61
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Ha sido un inmenso placer sumergirse en la vida rural que nos propone Verengo . Un autentico viaje a los recuerdos del creador y en parte también a los míos. Y a los de mucha gente seguramente.
La película nos enseña un mundo cada vez más olvidado. A través de planos pausados y pacientes, y con la banda sonora que proporciona la naturaleza y los animales, se nos presenta un día cualquiera en la aldea.
Conocemos a Avelino y Josefa con una cámara que se adentra con un acertado disimulo en sus vidas.
Verengo deja un poso agradable y entrañable. Tras degustarla querrás pasar tus próximas vacaciones en un lugar similar.
Un cineasta descubre en unas viejas cintas de vídeo doméstico grabadas por su padre a una versión infantil de sí mismo que, dirigiéndose a la cámara, exige en tono enérgico: déjame grabar a mí, déjame grabar a mí. El escenario de este hecho resulta ser una aldea de la la Ribeira Sacra orensana. El momento, algún domingo de verano de mil novecientos noventa y poco. El motivo, una reunión familiar alrededor de una mesa en la que varias ramas del mismo arbol genealógico ríen, discuten, entremezclan sus voces, fijan una época sin quererlo, escriben algunas líneas de la intrahistoria familiar y comen en medio de un barullo considerable. El niño, que luego será el director de la película que estamos viendo, mira a la cámara con la convicción de quien ha visto un futuro posible a través del objetivo de la máquina. Se cierra el plano y, cuando vuelve a abrirse, estamos en 2009, en el mismo lugar, en el exterior de la casa, asistiendo a una conversación entre el niño ya adulto y sus abuelos. Un intercambio de frases en las que el tono, más que el contenido de lo que se dice, delimita la relación entre los protagonistas. La cámara, fija en un lugar desde el que parece apuntar a otra cosa, encuadra las idas y venidas de un abuelo que parece hablar para nadie mientras dialoga con las voces de su mujer y su nieto, sin que demos ubicado éstas en el plano hasta el final de la escena.
Así transcurre Verengo, enlazando fragmentos de la vida cotidiana de unos abuelos de la Galicia rural que consienten que su nieto los grabe a lo largo de varios años, primero con extrañeza, después con la indiferencia de alguien que se ha acostumbrado a una presencia inicialmente ajena, y, finalmente, caso del abuelo, con cierta vanidad fascinada. A lo largo del documental se suceden las estaciones y los años con suavidad, como un flujo continuo que empapara la pantalla con la cadencia de un orballo persistente. Entre el documento etnográfico y el surf autobiográfico, Verengo presenta una reflexión despojada de sentimentalismo alrededor de los motivos que engarzan memoria personal e historia familiar. Dividido en pequeños capítulos que casi podrían funcionar de manera autónoma (en realidad, escenas intercambiables entre sí en las que el orden cronológico sólo posee una importancia secundaria), Verengo es, casi, una pequeña selección de momentos en los que la cámara parece haber sido abandonada a su suerte y en los que parece primar cierto carácter impresionista sobre las descripciones exhaustivas o el análisis. Sin embargo, esa sensación de found footage va desapareciendo a medida que avanza el metraje y se va revelando una intencionalidad estructural y temática que va más allá de su aparente recolección de momentos (aparentemente) banales. Dejar constancia de un modo de vida que se extingue al tiempo que sus habitantes, descifrar los códigos siempre cambiantes y complejos de la relaciones interpersonales en el contexto de una aldea mínima, celebrar una forma de vida que integra con sencillez la coexistencia con las estaciones y los animales, y entregarse, al fin, a la celebración del misterio y la fascinación que la vida en contacto directo con la naturaleza conlleva: éstos son, como mínimo, cuatro de los ejes temáticos que vertebran la estructura de la película.
Rodada con una delicadeza y un mimo que delatan la estrecha relación entre autor y material fílmico, la película consigue sumergirnos en el microcosmos que aparece representado en ella. Nos permite asomarnos de forma pudorosa a las vidas de unas personas que -aparentemente- no son conscientes de ser los últimos representantes de una cierta manera de concebir la existencia. Nos hace partícipes de los cambios que introduce el paso del tiempo, algunos infinitesimales, sin apenas trascendencia hasta que no se contemplan bajo la lupa de los años, y otros bruscos, como apariciones fulgurantes que cambian el panorama que los ha posibilitado. Para ello recurre al citado aspecto visual del estilo material encontrado y a un diseño sonoro que combina intimidad y precisión de forma magistral. La presencia constante de la naturaleza casi en cada plano, las miradas a los animales que son prácticamente miembros de la familia retratada, y la mirada delicada que se posa en cada tarea que realizan los protagonistas son, también, elementos fundamentales en la construcción del film.