Veinte mil años en Sing Sing
Sinopsis de la película
Tom Connors (Spencer Tracy) es condenado a una pena de entre cinco y treinta años de presidio en la cárcel Sing Sing por atraco a mano armada. Una vez allí, consigue un permiso para visitar a su novia herida, pero ésta se ve involucrada en una pelea con un mafioso que tendrá insospechadas consecuencias para Connors.
Detalles de la película
- Titulo Original: 20,000 Years in Sing Sing
- Año: 1932
- Duración: 78
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Opinión de la crítica
Película
6.7
70 valoraciones en total
20.000 años en Sing Sing son los años de condena que suman todos los presos de la famosa prisión estatal de Nueva York, considerada una de las más duras de todo Estados Unidos. Está basada en las memorias del que fue alcaide de Sing Sing durante más de 20 años, Lewis E. Lawes, entre 1920 y 1941, lo cual aporta, como mínimo, realismo.
Allí va a parar el mediático gángster Tommy Connors, soberbio, arrogante y colérico. En la penitenciaría encuentra la horma de su zapato en el alcaide (excepcional Arthur Byron), firme en sus convicciones y dispuesto a que su nuevo inquilino acepte las normas de su nueva residencia, siempre desde la comprensión y lo razonable.
Todo va discurriendo según lo previsto hasta la visita de Fay Wilson (Bette Davis, única vez que actúo junto a Spencer Tracy).
Viendo 20.000 años… surge la inevitable comparación con Soy un fugitivo, obra maestra absoluta, con elementos comunes pero infinitamente superior. La trama de 20.000 años… no está tan elaborada como cabía esperar, al menos a mí me deja algo frío. Espero algo más que nunca acaba de llegar, aunque hay que reconocer la solvencia del conjunto y la potencia visual implementada por el gran Curtiz.
El elenco artístico es de un nivel excepcional. Tracy, un actor conocido por derrochar ímpetu en sus actuaciones, lo hace aquí también, en un trabajo soberbio y muy convincente. Bajo el manto de la fiereza, esconde un buen corazón y su insobornable palabra de honor (clave del film), sin renunciar a la testarudez y a su temida superstición. En cuanto a Bette Davis, su primera aparición aquí resulta estelar, a pesar de su juventud. Brillante, muy rubia y guapísima, es la chica por la que Tommy daría su vida. Como dice un compañero, una auténtica muñeca de porcelana (imposible definirla mejor). Y me ha llamado la atención la magnífica actuación de Arthur Byron (el alcaide), siempre con una mirada comprensiva pero firme, con dotes de mando pero sin alzar la voz, siempre haciéndose respetar por medio de la razón.
El director de Casablanca siempre ha tenido un estilo de trabajo rápido y efectivo, con una gran economía narrativa muy efectiva y de gran calidad que favorece el ritmo del film. Llena de detalles la narración con pequeños guiños y simbolismos (quizá el más evidente es el canario enjaulado), un marcado estilo visual lleno de sombras, rejas, cerraduras, etc que dan la pretendida sensación de opresión.
Aunque para mí, la mejor sigue siendo Soy un fugitivo, no cabe duda de que 20.000 años en Sing Sing es una de las cintas más logradas en cuanto a la descripción de la vida en un penal de los años 30.
Michael Curtiz, otro de los grandísimos cineastas que Europa regaló al cine USA realizó en 1932 esta película para la Warner Bros, donde retrata con maestría el mundo carcelario y entra en el terreno, pantanoso sin duda, de la condición de los alcaldes de esas instituciones y sus relaciones con los presos.
Un alcalde de Sing Sing tan implicado en el proceso de redención de los delincuentes, comprometiendo incluso su propio cargo a cambio de la palabra de honor dada por un recluso, se hace algo difícil de creer y la película acusa un exceso de moralina y un defecto de realismo. Pero, en este marco de fábula moral, el film se desenvuelve con bastante solvencia, en especial por la interpretación de Spencer Tracy, en un papel de gángster entre rejas que parecía pintiparado para James Cagney, en quien inicialmente se pensó.
Tracy, gran actor donde las haya, compone un personaje que, a mi juicio, es lo más real de la película. Mezcla de prepotencia, violencia, honor, sentido del deber y hombría (en el sentido de humanidad) llevada hasta las últimas y más extremas consecuencias. Generalmente, los personajes interpretados por Spencer Tracy siempre tuvieron esa condición y debo decir que la sorpresa inicial de verle encarnando a un mafioso se quedó en simple anécdota al comprobar que en el fondo se trataba mera y simplemente de pura fachada y que de matón poco y de tío legal, como se dice ahora, mucho.
Frente a él, Bette Davis, con su juvenil belleza muñeca de porcelana, demostrando excelentes maneras, aunque muy alejada de la Margo Channing de Todo sobre Eva, de Baby Jane o la entrañable Annie Manzanas (versión dos de Capra), claro que, esto no es reprochable. La juventud es el divino tesoro con el que se puede comprar todo, menos la experiencia y la veteranía. No obstante y para ser absolutamente veraces, tan solo tres años después, en el 1935, obtendría su primer Oscar por Peligrosa de Alfred E. Green, y otros tres más, el segundo por Jezabel, de William Wyler.
Finalmente, reparar en el gran director que fue Curtiz, a quien asociamos inevitablemente con Casablanca, pero que dirigió también Mildred Pierce (Alma en suplicio), El trompetista (con Kirk Douglas) o la mítica El capitán Blood. Es cierto que los 50 supusieron un descenso cualitativo en sus películas, pero aun así el director nacido en Budapest fue uno de los grandes.
Drama carcelario realizado por Michael Curtiz (1886-1962) (Casablanca, 1942). Escriben el guión Wilson Mizner y Brown Holmes a partir de la adaptación elaborada por Courtney Terrett y Robert Lord del libro de memorias de Lewis E. Lawes, que fue alcaide de Sing Sing durante algo más de 20 años (1920-1941). Se rueda en Sing Sing (Ossining, NY) y en los Warner Studios (Burbank, L.A., CA), con algunas tomas en escenarios exteriores reales. Producido por Darryl F. Zanuck para la Warner, se estrena el 24-XII-1932 (EEUU).
La acción dramática tiene lugar en la prisión de máxima seguridad de Sing Sing, del estado de NY, y en NYC, a lo largo de un período de varios años. Los personajes principales son el recluso Tom Connors (Tracy) y el alcaide Paul Long (Byron). El primero es un joven pendenciero y presumido que acumula una larga lista de delitos de robo y asalto con armas de fuego, que se remontan a la época de su adolescencia con varias estancias en reformatorios y fugas de los mismos. El film explora y explica la evolución interior del recluso y su interacción con la figura mesurada, razonable, justa y comprensiva del alcaide. El libro en el que se basa defiende las innovaciones que en el régimen carcelario introdujo en su primer mandato el presidente Franklin Delano Roosevelt, consistentes en la supresión del castigo físico, la construcción de nuevas y modernas prisiones, la implantación de un nuevo sistema de relaciones entre funcionarios de prisiones y reclusos, etc.
La narración se basa en un discurso que premia lo visual. Describe y explica la vida de los internos en el penal mediante la aportación de imágenes reales del interior, que se muestra con parsimonia, reiteraciones y planos de profundidad, para darle un aire realista y documental. En los encuadres del establecimiento siempre están presentes los barrotes, las puertas de seguridad, las rejas, las cerraduras y las proyecciones de sombras en las paredes, las celdas, el rostro de las personas. La opresión del encierro se presenta subrayada con algunos detalles adicionales como el jilguero cerrado en una jaula situada en una celda de la prisión.
La cámara se interesa por los aspectos humanos de las relaciones que se dan entre los reclusos y entre estos y los funcionarios. De manera especial trata de reflejar el comportamiento humanista y los principios ponderados del alcaide. Varias conversaciones entre el alcaide y Tommy resultan emblemáticas, como aquella en la que este defiende que solo trabajan los tontos, mientras aquel sostiene que trabajar es un privilegio.
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Están bien estas películas cortas de los años 30.
Se lee una noticia en el periódico sobre un caso de un criminal con palabra de honor, se retoca la historia para darle un regusto más comercial, se encarga el trabajo a un tipo como Michael Curtiz, se contrata a un buen actor como Spencer Tracy, y voilá, film entretenido al canto. Ya se sabe que el género carcelario raramente falla. Y de poco más de una hora. ¿Para qué más? Hecha hoy si que duraría veinte mil años.
Además sale una Bette Davis jovencísima y que hará cambiar de opinión a los que no ven belleza en esta actriz. ¡Vaya si la tiene!
Literaria o cinematográficamente, hay dos maneras comunes de abordar un problema social: Una, haciendo una denuncia y un ataque frontal, mostrando los vicios, falencias y descalabros del fenómeno. Y dos, mostrando las cosas como deberían ser, ejemplarizando y trazando un sendero con alternativas de cambio. Creo, que lo que ha hecho el director húngaro Michael Curtiz con 20.000 AÑOS EN SING SING, es una atinada combinación de estas dos perspectivas.
El personaje central, Thomas Connors, sirve de pretexto para demostrar el hecho de que, un hombre con un largo historial como delincuente y desadaptado, puede ser redimido si se le trata humanamente, si se confía en él y si se aplican sutiles tácticas que lo aleccionen para siempre. De esta manera, se extraen de su ser interior, todas las cualidades y potenciales que, como ser humano, posee.
La historia es verdadera y está basada en los hechos contados por Lewis E. Lawes, guardia penitenciario desde los 19 años en la cárcel de Sing Sing, y quien luego fuera alcaide de la misma durante dos décadas, tiempo en el que luchó arduamente por transformar las condiciones infames en que se mantenía a los internos. El ejemplo que había recibido de su antecesor en el cargo, Thomas M. Osborne – quien fuera duramente cuestionado y criticado por su sentido humanista en favor de seres que no merecen nada, según opinión de obtusos periodistas -, sirvió a Lawes para seguir un camino que ya estaba trazado y en el que él creía que valía la pena continuar.
El caso de Thomas Connors hizo historia cuando, llevado por un fuerte sentimiento de consideración y de confianza, Lawes (Long en el filme) lo deja salir de la cárcel para que visite a Fay Wilson, su novia, quien se encuentra gravemente herida, con el compromiso verbal de que regrese a prisión antes de que caiga la noche. El hecho trascendió a la prensa y por poco le cuesta el cargo al generoso alcaide.
Todo esto lo recrea Curtiz con un toque sensitivo y cálido, y mostrando más el lado amable de los presos que sus personales desajustes. Sólo a un acto de violencia armada asistimos dentro de la cárcel, y esto hace visibles unos hechos que, son inevitables cada tanto, dentro de un lugar donde la libertad se sueña, se espera ansiosamente y a veces se reclama a como dé lugar.
Y aún queda otro propósito en esta historia, donde un significativo romance tiene un lugar central: se hace un sutil alegato contra la pena de muerte, demostrando cierta clase de crueles errores que pueden cometerse.
Michael Curtiz logra al final una historia digna. Y Spencer Tracy, Bette Davis y Arthur Byron, representan a tres seres humanos que se merecen un grato recuerdo.