Van Gogh
Sinopsis de la película
Mayo de 1890. Vicent Van Gogh llega a Auvers-sur-Oise y se instala en la modesta pensión Ravoux. Allí se hace amigo del doctor Gachet, admirador de su obra, y de su hija Marguerite. Entregado a la pintura y obsesionado por captar el fluir de la naturaleza y el temperamento de las gentes que conoce, su vida oscilará entre sus estancias en casa de su hermano Théo y sus encuentros con una prostituta. Apesadumbrado por ser una carga para su hermano, viendo que su obra no es reconocida por los santones del mercado del arte y temiendo un nuevo ataque de locura, tomará una dramática decisión.
Detalles de la película
- Titulo Original: Van Gogh
- Año: 1991
- Duración: 152
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Opinión de la crítica
7
62 valoraciones en total
Todavía estoy esperando a cómputos artísticos ver una película de lo que realmente fue Van Gogh y lo que representó la obra. Hablar de lo perfecto, lo sublime y lo que no es pero podría serlo llevaría años, pero en una película se podría conseguir. La presente película de Pialat es simplemente fallida. Yo la ví en todo su esplendor, en toda su gloria, en versión original con su francés, y realmente me alegro de no haberla visto doblada al castellano.
Jacques Dutronc es exprimido hasta la saciedad, hasta mamar todo el zumo que sale de él por parte de Pialat para meternos un guión, que si bien es fiel, también es exasperante. Lo que no llega en una película ya estando por la mitad no llegará nunca. El tedio se abre paso, y las interpretaciones exageradas no ayudan. El patetismo se suele apoderar de este tipo de cine, pero cómo no, no faltará el freak historiador de arte de turno que diga que es una obra maestra, sólo porque retrata la vida de un pintor. Aburrida y con escenarios pésimos, pero se podría rodar otra, fantástica. Nada de lo dicho aquí merece estar en el piso de abajo, porque realmente la portada lo pone.
Siempre es un reto acercarse a Maurice Pialat y su cine esquivo, no explicativo, de transiciones y no de introducciones, de variados jirones de vida, de pinceladas en pequeños toques, pinceladas tan imprecisas y libres de normativas como las de Vincent Van Gogh.
Van Gogh no presenta al pintor como el consabido chalado excéntrico que se corta una oreja y se pega un tiro. Lo que vemos es un hombre agotado, molido y hastiado (Jacques Dutronc resulta que ni pintado), fracasado en lo amoroso y en lo económico, víctima del sentimiento de culpa que le produce depender de su hermano menor (Bernard Le Coq), y ser un lastre para él ahora que se ha casado y es padre. La relación con su cuñada (Corinne Bourdon) es muy interesante por su ambivalencia.
El abanico de relaciones personales se enriquece con el Doctor Gachet (Gérard Séty, clavado al del cuadro), homeópata que trató los trastornos de Van Gogh, y la joven hija de éste (Alexandra London), con la que el artista entabla una relación sin futuro que lo enemista con su médico. Este personaje denota la situación de la mujer de la época, insatisfecha tanto si sigue las convenciones como si las quebranta.
Destaca también una joven Elsa Zylberstein (Hace mucho que te quiero) como la vivaz prostituta Cathy.
Los secundarios son abundantes y ayudan a dibujar un paisaje decimonónico muy creíble, donde se empieza a evidenciar la permeabilidad entre clases.
Esa fauna humana se nos presenta en los ambientes más representativos del arte impresionista: por un lado el campo, que ha dejado de ser sólo un lugar de trabajo para convertirse en lugar de ocio y esparcimiento (paseos, excursiones, festejos… el mundo de Renoir), y por otro lado la ciudad, ese París que alumbra nuevos centros socio-culturales en forma de locales nocturnos donde se mezcla el cabaret, el arte y el can-can (el mundo de Toulouse-Lautrec).
El campo, ese Auvers-sur-Oise donde el pintor terminó sus días, cautiva con esos trigales amarillos tan de Van Gogh, y con ese apacible río Oise que él se resiste a pintar porque el agua es muy fluida y el reflejo es equívoco (curiosamente a mí muchas de sus pinturas me parecen precisamente acuosas, líquidas, como si de un reflejo en el agua se tratase).
La película se centra en los últimos meses del artista, y la gama cromática que nos ofrece se corresponde con esa etapa final clara y luminosa, lejos de su negritud primera (curioso que su paleta se fuese aclarando conforme se precipitaba al abismo más oscuro). En interiores es llamativo el predominio del azul pastel.
Los movimientos de cámara son suaves, y el montaje casi imperceptible. A esa austeridad formal colabora la ausencia de música. Ello dota de una fuerza especial a los momentos en que dentro de la narración se toca algún instrumento, en especial los acordeones del cabaret (que transmiten a la perfección la melancolía crepuscular del protagonista).
Ya sé que las comparaciones son odiosas, pero a veces son inevitables. En este caso, para mí, es inevitable poner en comparación esta película con El loco del pelo rojo , de Vincent Minnelli. En esta última asistíamos a una actuación llena de intensidad, en algunos momentos puede que excesiva, por parte de Kirk Douglas. Era un filme al que se le podrían poner algunos peros, aunque no el de conducir al espectador al aburrimiento.
En Van Gogh , en cambio, Pialat, con una lentitud exasperante y utilizando más de dos horas y media de metraje, nos muestra los últimos días del pintor holandés haciendo especial hincapié en las relaciones que tuvo con los habitantes del pueblo en el que pasó sus últimos días y, más en concreto, con la familia del doctor y con la de su hermano Theo Van Gogh. Todo ello con una exagerada parsimonia que resta buena parte de las emociones que el espectador podría sentir con la historia del genial pintor holandés. Porque se puede hacer una película lenta (solo hay que recordar el fascinante y profundo cine de Bergman) ya que esa no es una característica positiva ni negativa por sí misma, pero si a eso se le une la escasez de emociones el resultado es el sopor.