Una vida de mujer
Sinopsis de la película
Marie, una exitosa diseñadora, divorciada y madre de un adolescente, se encuentra en un momento crucial de su vida: tras romper con su amante y abortar el bebé que esperaba, decide volver con su ex marido, a pesar de que éste mantiene una relación con una mujer mucho más joven. Paralelamente su círculo de amistades también afronta sus propios problemas sentimentales que les conducen a inesperadas y dolorosas situaciones.
Detalles de la película
- Titulo Original: Une histoire simple
- Año: 1978
- Duración: 107
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Opinión de la crítica
Película
6.5
32 valoraciones en total
No es una historia sencilla, como su título reza en francés (Une histoire simple). Marie (Romy Schneider), una mujer que roza los cuarenta años, decide abortar. Está divorciada, vive con su hijo de dieciséis años. Tiene un amante/pareja, Serge (Claude Brasseur) con quien quiere romper y de quien ya no quiere el hijo. Ella tiene su trabajo, sus amigos, su hijo, su vida. Es una mujer emancipada, libre de decidir sobre su destino. Se respira el aire post mayo del 68.
No es una historia sencilla,es tan enrevesada como la vida misma, con sus vaivenes, sus tristezas, alegrías, rupturas, (re)encuentros…
Hay que situar la historia en su contexto histórico. Hasta el voto de una ley en 1965 a la mujer se la consideraba como una incapacitada jurídica, no podía firmar contratos o documentos oficiales. En el momento de la película habían pasado diez años desde Mayo del 68. Fue solo en 1970 cuando la potencia paternal (el padre tenía todos los derechos sobre los hijos) pasa a ser autoridad parental. Es decir que la madre y el padre tienen los mismos derechos de cara a sus hijos. El aborto se despenalizó en Francia en 1975, gracias a la ley promulgada por la ministra de Sanidad Simone Veil. La mujer puede entonces decidir sobre embarazo, más allá de los motivos médicos. Todos estos cambios están de alguna manera presentes en la película. Marie, en la primera escena, así lo entiende. Toma además la iniciativa de dejar a Serge. Quiere tomar las riendas de su vida.
Romy Schneider, fenomenal, con esa dulzura, con esa sonrisa que desarma (a solo cuatro años de su muerte, en 1982). Claude Brasseur: tiene un papel parecido al que hace en Los senos de hielo (Georges Lautner, 1974), donde interpreta a un escritor enamorado de una misteriosa mujer a la que persigue incansablemente. Aquí también es un personaje sin complicaciones, algo ruidoso, algo fanfarrón, simpático, que no termina de entender por qué ella lo quiere dejar.
Bruno Cremer es Georges, el exmarido de Marie. Es el mismo actor que, año después, protagonizará (fugazmente) Bajo la arena (2000), de François Ozon.
Que te dejen es doloroso, pero dejar también es difícil. Y los viejos amores vuelven… porque en el fondo no son tan viejos… o sí… En fin, vivir siguiendo los sentimientos es asomarse continuamente a un abismo.
Y, en medio de todo esto, un tema actual: los despidos en una empresa, aquella donde trabajan Georges y Marie y un amigo de ambos a quien han echado, porque ya no es rentable, concluye con amargura Marie.
Al final, frente a los avatares sentimentales y laborales, lo que queda es la amistad cercana y sólida.
Una bonita película que cuenta lo que todos hemos vivido en momento dado (el amor, el desamor, la tristeza, las ganas de maternidad, la sed de libertad…), pero sin pretensiones, sin dar lecciones, sin juzgar. En el fondo es eso: vive y deja vivir.
FRASES
Desde hace tiempo es justamente cuando estamos juntos cuando te echo más de menos, dice Marie en su diálogo interno de despedida de Serge.
Sautet centra esta historia simple en un círculo de mujeres francesas de 1978, cuya portavoz es una Romy Schneider a la que los años apenas parecen haber rozado (la procesión iba por dentro). Entrando en los cuarenta, esa mujer era todavía capaz de detener el tráfico. Sus ojos desprendían una intensidad aguamarina en su sereno azul que no podía pasar desapercibida, y sus facciones perfectas en ese cutis de porcelana serían el ideal de belleza clásica para cualquier escultor. Y ese portento refleja la vida de una mujer corriente de su tiempo y de su situación geográfica. Nada proclive a malgastarse en una convivencia sin chispa con hombres a los que no ama para siempre, divorciada y con relaciones fallidas a sus espaldas, buscando la ilusión de sentirse enamorada de nuevo, liderando sus jornadas de urbanita independiente que trabaja, acoge a su hijo adolescente que alterna las estancias con su madre y con su padre como casi todo hijo de divorciados, se reúne con su grupo de amigas/os, mantiene relaciones esporádicas sin compromiso, y en suma es la dueña de sus días. Marie no pertenece al gremio de las que languidecen a perpetuidad en un matrimonio agotado, no es de las que se conforman. También se decanta por la libertad irresponsable de las que disfrutan del sexo sin precauciones habiendo ya en el mercado suficientes métodos anticonceptivos, porque lo del aborto no les crea un dilema moral de los de quitan el sueño. En plena era de la liberación femenina, se cometieron y se cometen tantas barbaridades como las que se cometen en todas las revoluciones, sean del tipo que sean.
Marie vuela libre, reencontrándose con su ex-marido desde fuera de la asfixia de la vida en común que dejaron atrás, y observando a la gente que está a su alrededor. Su hijo, su madre, su más reciente novio con el que acaba de romper, sus amigas y las parejas de éstas. Es una compañera leal, se involucra en los problemas de los que le importan y trata de comprenderlos y ayudarlos.
A punto de ser una cuarentona, no está ni mucho menos caduca. Un nuevo comienzo se anuncia esperanzador para una mujer que se niega a permanecer en la monotonía.
Sautet rodó un drama de sobria apariencia, diálogos naturales y fotografía reposada, que estudia con calma la psicología de sus personajes y de una época.
Marie (Romy Schneider) afirma, en las primeras secuencias de Una vida de mujer (Une histoire simple, 1978), de Claude Sautet, que se debe amar al otro como es no como debería ser, pero reconoce que tanto ella, como su actual pareja, Serge (Claude Brasseur), no son capaces de hacerlo. Viven entre reflejos, como Marie es reflejo (y viceversa) de otras tantas vidas a su alrededor, de otras relaciones que van y vienen, duren más o duren menos. En las últimas secuencias, Marie reconoce a una de sus amigas que se desplaza por la vida a trompicones, torpe, como si no supiera qué hacer con ella. Entre esa torpeza y la incapacidad, o dificultad, para articular las emociones y lograr habilitar las relaciones, por causa de las ofuscaciones, los desenfoques, las amarguras por lo que es (o lo que se siente que no puede ser) y los anhelos de lo que debería ser, palpita, confusa, la vida, esa simple historia (el título original, más preciso que el aquí encasquetado), esa vida ordinaria, de Marie y de tantos otros, esa trama deshilachada de instantes, vacíos, rituales y rutinas, colisiones, vacilaciones y tanteos. Una vida de mujer está constituida por trozos de vida, no hay trama, sino rupturas, reencuentros, muertes y nacimientos, y las interrogantes sobre uno mismo y la difusa materia de la vida, que parece deshilachada y escurridiza.
Hay un rasgo, en particular, que me cautiva del cine de Sautet, muy simple, pero del que logra extraer tanto una inusual naturalidad como una densa transcendencia de lo más suti: las conversaciones de personajes en lugares públicos como bares y restaurantes: espacio de lo real y escenario dramático singular: Espacios públicos, escenas íntimas, y desencuentros, como si siempre se interpusiera algo, como en ocasiones esos reveladores encuadres a través de las cristaleras, por lo que sobre los rostros se refleja la circulación de figuras y coches, mediante el uso de espejos y reflejos se logra transmitir la sensación de que los personajes están encapsulados, aislados, en su drama, del resto que les rodea, pero también, más allá, en su vida, incluso ignorantes de lo que interponen con respecto a ellos mismos. Memorables serán las secuencias que acaecerán entre Daniel Auteuil y Emmanuelle Beart en Un corazón en invierno (1992), como lo había sido la secuencia final, dolorosamente reveladora, entre Piccoli y Schneider en Max y los chatarreros (1971). Por eso, el estilo realista de Sautet es más elaborado, su tratamiento visual no es un mero registro de lo real, no es un realismo tosco, sino más estilizado, por el empleo de una textura visual más densa (con falta de colores vivos y una iluminación encapotada), y el uso de unas focales largas, que amplifica esa sensación de vidas comprimidas.
Los personajes se desenvuelven torpes, conteniéndose, como lacónicas o sonrientes máscaras, en un caso se asemejan a la losa de un sepulcro, en el otro, son sonrisas que son más bien temblor de una tensión en vilo, a veces, se quiebra el vidrio de las buenas maneras, de la congestión emocional desconcertada, y acontece el estallido, como cuando Serge espera en la noche a Marie y la golpea, descargando toda su frustración porque ella decidiera romper la relación, pero también, o quizá sobre todo, por cuánto (cree que) la necesita, necesidad que no compartió ni expreso en previas conversaciones, y dejó latente como un quiste que ahora aflora violentamente, entre reproches, buscando, desesperado, esa causa que explique la historia, el porqué de la ruptura, un porqué consolador, por ejemplo que había otro, porque para romper tiene que haber otro, no puede ser sencillamente porque ella sentía que su relación se había terminado, que ya no iba hacia ningún lado. Pero ese fugaz estallido pronto se recompone, y Serge se retira del escenario, y reconducirá su vida en otra relación. Estallidos dramáticos que pronto serán olvido, como una cinta que se reinicia virgen para otra película. Esa vida subterránea, que no se manifiesta, y cuando lo hace es de modo explosivo o drástico, se insinúa, y explora, a través de la planificación, siempre atenta a los gestos y miradas, que son los que hilvanan el montaje, más allá de que las secuencias tengan un aparente centro de atención externo (las conversaciones o diálogos de otros personajes), como esa comida familiar planificada sobre las miradas preocupadas de, y entre, Marie y su amiga hacia el marido de esta, Jerome (Roger Pigaut).
La película no está mal, pero podría haber sido mucho mejor. El principal fallo es que hay demasiados personajes en la misma historia, lo que hace que te puedas llegar a perder un poco, además de no poder conocerlos todo lo bien que se quisiera… Aunque el personaje principal si está bastante bien dibujado, como bastante buena es la interpretación de Romy Schneider. La historia es buena, muy humana, que cuenta la difícil vida de Marie en particular y de las mujeres en general, pero el problema es lo que he comentado antes, demasiados personajes en ella. Curioso es que la película sea todo lo contrario al título original: Une Histoire Simple (Una historia simple, creo que se entiende), siendo demasiado compleja. Y aunque la historia te interesa no te llegas a meter por completo dentro de ella. Más intención que otra cosa, pero de todas formas está bien la película.
Aquí se configuraba ya un tipo de cine que se va a prodigar mucho en el cine francés desde entonces, desde la década de los 70 (el de los círculos de amigos, en un cine tendente a lo coral) sin que esta película de Sautet suponga un verdadero logro por ello. Al contrario, me parece una obra fallida, no sólo por la dirección de Sautet, que es plana y anodina, y lo fía todo a las interpretaciones del reparto, sino también por un guión que trata de enlazar a varios personajes en torno a Romy Schneider, pero que carece de la fuerza necesaria para lograr emocionar de verdad. Todo este drama resulta demasiado frío. Que Schneider recibiera un premio César a la mejor actriz por esta película no me hace cambiar de opinión.
El tema del suicidio planea por todo el metraje, lo cual tiene algo de premonitorio, porque la muerte de Schneider en 1982 se produjo tal vez por suicidio. La verdad es que los últimos años de la vida privada de esta gran actriz debieron ser muy duros. Es más, en esta película Schneider tiene una expresión de tristeza que yo creo que no es de su personaje, sino de ella misma.