Una lección de amor
Sinopsis de la película
El ginecólogo David Erneman y su mujer Marianne llevan quince años casados. Un verano, David tiene una aventura. Marianne, desesperada, huye de Copenhague para reanudar la relación con su ex-novio, Carl Adam. David, celoso y hastiado de su amante, sólo desea una cosa: reconquistar a su esposa. Los dos vuelven a reencontrarse en el tren que va hacia Copenhague y rememoran las escenas de su vida en común.
Detalles de la película
- Titulo Original: En lektion i kärlek
- Año: 1954
- Duración: 96
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Opinión de la crítica
Película
6.9
48 valoraciones en total
Realizado y escrito por Ingmar Bergman, el film adopta la forma de comedia, cosa poco habitual en el cine del autor sueco. Se rueda, en B/N, entre el 30 de julio y el 16 de septiembre de 1953 en Copenague (Dinamarca), el tren Malmoe-Copenague y en la estación ferroviaria de Mjölby. Producida por Allan Ekelund, se estrena el 4-X-1954.
La acción tiene lugar en Copenague en 1952/53. David va en coche desde su consulta a la estación donde ha de subir al tren en el que sabe que viaja su mujer, con la que se encuentra como por casualidad. Durante el viaje, David (Gunnar Bjornstrand) y Marianne (Eva Dahlbeck) recuerdan y analizan las causas de la crisis de su matrimonio y de su ruptura.
La película es una comedia liviana con toques melodramáticos en segundo plano, que se combinan con trazos humorísticos y cómicos. Si bien el cine de Bergman se caracteriza por los grandes dramas, que evocan la muerte, sentimientos de frustración y de culpa, la vulnerabilidad humana, la incomunicación, la soledad, la angustia, no faltan en su cine algunas comedias. El autor demostró afición a la comedia en su trabajo como director teatral. Entre las situacines cómicas del relato cabe destacar la visita interesada de Susanne (Yvonne Lombard) al médico, la petición de ayuda de una paciente desesperada por un embrollo matrimonial, la travesía en yate de Susanne y David con intereses muy diferentes, el ataque de celos de Marianne, la figura de Carl-Adam (Ake Gronberg), escultor aburrido y borrachín, las apuestas en el tren entre David y otro viajero, y la figura surrealista de Eros, con alas, arco y flecha. El autor desmuestra su escepticismo sobre el matrimonio ( la cama matrimonial es la muerte del amor ), la ambivalencia de la felicidad y la fragilidad del amor ( el amor es una mueca que acaba en bostezo ). Rinde homenaje a Lubitsch, el maestro de la comedia, imitando algunos de sus recursos, como los fuera de campo (entrada de Eros en una habitación con las puertas cerradas).
La música, de Dag Wirén, aporta melodías lúdicas con toques de extravagancia, a las que añade un vals vienés y música de baile de época. La fotografía, de Martin Bodin, resalta la comicidad visual, construye con ironía lances hilarantes, dibuja con sarcasmo los personajes de la enfermera custodia de las buenas costumbres y del chófer espía. Muestra paisajes de luz filtrada a través de árboles gigantescos (guiño de simpatía al Kurosawa de Rashomon , 1950) y hace uso frecuente del flashback . El guión crea una historia de amor bien construida, rica en recursos irónicos y matices cómicos. El realizador demuestra su habilidad para la comedia y la ironía sutil y contenida.
Décimo largo de Bergman, correcto, interesante y lamentablemente poco conocido.
Esta película supuso la reafirmación de que Bergman podía ser un gran director comercial e incluso cómico, tras esa maravillosa escena final de la irregular Tres Mujeres en la que el matrimonio formado por Eva Dahlbeck y Gunnar Björnstrand quedaban atrapados en un ascensor analizando su relación.
Una Lección de Amor viene a ser una obra bisagra entre la ya mencionada Tres Mujeres (1952) y la comedia que consagraría a Bergman internacionalmente: Sonrisas de Una Noche de Verano (1955), aunque hay que reconocer que Una Lección de Amor supera a ambas en acabado global y calidad argumental. Si bien, no pretende ser más que un divertimento sin excesivas pretensiones, su argumento es un magnífico analísis de las relaciones de pareja y más en concreto de la vida conyugal, de una forma más liviana, pero no menos certera, que futuros trabajos como Secretos de un matrimonio , y lo más importante es que sigue estando tan de actualidad como el día en que se realizó.
Muy recomendable para los seguidores y no tan seguidores de Bergman que busquen un poco de aire fresco entre la agonía y el sufrimiento de muchos trabajos posteriores del director.
—Sam, ¿nunca tienes problemas con las mujeres?
— No desde que maté a mi novia. Entonces tu padre, el viejo profesor, operó mi cabeza, fue una bolo…
— Lobotomía.
— Sí, puede que fuera eso. Y le estoy muy agradecido. Sólo pierdo el control dos veces al año.
Si a los espectadores nos preguntaran a qué película o cineasta pertenece el diálogo anterior seguramente casi ninguno acertaríamos a relacionarlo con Ingmar Bergman. Sus escasas comedias, sin embargo, no resultan en absoluto desdeñables y creo que conviene reivindicarlas.
Esta es la más divertida para mí, junto al genial episodio del ascensor en Tres mujeres , con el que comparte dúo protagonista, y cuenta los vodevilescos problemas de un matrimonio al borde de la ruptura, amenizado con su relación con los respectivos amantes.
Al contrario que en muchas comedias clásicas, la gracia no se busca en la dinámica de una concatenación de hechos que funcione como un mecanismo de relojería —mayormente asistimos a escenas retrospectivas e independientes— sino que se fundamenta en dos pilares: por un lado los afiladísimos diálogos —dónde sorprenden, si nos situamos en el contexto del cine mundial de los 50, las numerosas y nada disimuladas alusiones sexuales— y, por el otro, las interpretaciones.
Como suele decirse, la comedia es siempre cuestión de timing . Pero Bergman es muy consciente que su tempo característico, en cuanto a planificación y montaje, difiere mucho del de los Lubitsch, Hawks… (o Hitchcock, que siempre he pensado que si se hubiera dedicado más a este género habría estado entre sus grandes exponentes). Sabiamente, Bergman no trata de hacer algo para lo que no está dotado, sino que deja que sean los actores, en el interior del plano, los que lo dinamicen otorgándole el exacto y necesario ritmo que la comedia requiere (justamente lo que hacía Chaplin como actor y que explica, en parte, el fracaso de La condesa de Hong Kong , al carecer Brando de dicho timing humorístico).
Es por ello que los logros del film deben mucho al buen hacer del inseparable y siempre eficiente Gunnar Björnstrand, y de Eva Dahlbeck, una sus musas de su primera época y una artista que, como Carole Lombard o Cary Grant, pertenece a esa rara raza de intérpretes enormemente bellos, pero capaces de llevar a cabo las escenas cómicas más excéntricas y estrambóticas imaginables sin perder en ningún momento la compostura y elegancia. Certeramente también, Bergman confió y delegó en ambos gran parte de la responsabilidad. En su libro Imágenes cuenta que, en una escena prácticamente de farsa ante la que estaba bloqueado y creía que jamás podría funcionar, los dos actores le mandaron a dar un paseo mientras la ensayaban. El resultado en pantalla es antológico en su hilaridad, como resulta francamente amena y recomendable la película en su totalidad.
—Eres iluso, inmaduro, egocéntrico, malvado, voluble y desconsiderado, incompetente en el matrimonio, mimado, vago y simple.
— ¡No soy vago!
Hoy he visto una de las escasas comedias de Bergman.
Su ligereza no impide que estén presentes muchas constantes serias del director, en especial las difíciles relaciones familiares. Pero también la importancia del entorno físico: a un amargo presente lluvioso se le contrapone un idílico pasado soleado . No faltan tampoco (aunque quedan algo al margen) las cuestiones existencialistas.
La estructura, llena de saltos en el tiempo adelante y atrás, es muy novedosa para la época. Y resulta eficaz porque permite confrontar momentos emocionales antitéticos de sopetón, con la misma crudeza e irracionalidad que a menudo se producen los encuentros y desencuentros entre las personas (de golpe).
Nunca he destacado el buen hacer del habitual Gunnar Björnstrand y ya es hora: caballeroso, distinguido, todo un señor incluso cuando se pone picarón.
Muy bien también Harriet Anderson (Como en un espejo) en el papel de su hija adolescente que no quiere aceptar los cambios que la vida impone por la fuerza en esa difícil edad.
En realidad ningún personaje quiere aceptar los cambios a los que obliga el paso del tiempo: tener que ser adulto, que decline el amor, morir…
En fin, ante tanta desolación me quedo con el razonamiento del abuelo: ¡qué aburrido sería que todo fuese siempre igual!
Y es que quizá el tiempo DESTRUYE para CREAR.
Es una de esas cosas que si no las ves no te las crees. ¿Ingmar Bergman haciendo una comedia? ¿En serio? ¡¡¡ Bergman ¡¡¡ ¡¡¡ El de los gritos y los susurros y el silencio de Dios y todas esas cosas¡¡¡ Sí, señores, una comedia, y no una comedia cualquiera, que para una vez que nos ponemos tampoco es cuestión de escatimar nada. Nunca en la vida el autor de Fanny y Alexander se acercó tanto a la screwball como en Una lección de amor . Porque, salvando las distancias y ciertos toques inevitablemente escandinavos, esto podría haber venido firmado perfectísimamente por Lubitsch o por Preston Sturgess. Con un ritmo frenético desde el primer minuto, unos ingeniosos diálogos cargados muchos de ellos de doble intenciones, y la guerra de sexos flotando en el ambiente en todo momento, Una lección de amor presenta el argumento típico de aquellas comedias que solía protagonizar el tamdem Hepburn-Tracy o el dúo Cooper- Stanwyczk durante la época dorada del género en Hollywood.
Pocas obras cinematográficas despiertan tantos prejuicios como la de Ingmar Bergman, la mayoría de ellos apuntan a presentarnos al maestro sueco como un autor críptico y casi siempre inaccesible. Nada más lejos de la realidad, y para muestra este botón. En contra del tópico, Bergman se revela como un espíritu intelectualmente inquieto que en su afán de abarcarlo todo abraza todo tipo de disciplinas y géneros. También la comedia, por supuesto, cuyas reglas parece tomarse muy en serio y conocer al dedillo.
Ya de entrada la película se nos presenta como una comedia para adultos por Ingmar Bergman . El director reivindica su autoría al tiempo que, mediante una voz en off, nos advierte que esa comedia pudo muy bien derivar en tragedia. Fue Woody Allen, uno de los discípulos más aventajados de Herr Ingmar, quien acuñó eso de que la comedia es tragedia más tiempo o de que todo depende del color del cristal con que se mira. Pues bien, ya sabemos de dónde pudo sacar esas ideas.
Una lección de amor es una rara avis, una perla en la filmografía bergmaniana y aunque solo sea por eso, por su carácter de pieza inédita ya merece destacarse. Sin ser tampoco ni mucho menos la alegría de la huerta, Bergman tampoco es ese tipo aburrido y amargado que nos pintan. Cierto es que no volvió prácticamente a tocar el género, sus personajes no tienen el don de la risa, ni siquiera en su acepción más aristotélica. Si acaso podremos ver leves atisbos de ironía en alguno de sus posteriores dramas más profundos. Será porque, como dice uno de los personajes de Una lección de amor , es muy difícil hacer comedia en un país que tiene once meses de invierno al año.