Una historia de locos
Sinopsis de la película
Años 80. El joven Aram, un marsellés de origen armenio, hace explotar el coche del embajador de Turquía en París. En ese momento, un ciclista que pasaba por allí es herido de gravedad. La madre del terrorista se siente culpable y siente la necesidad de ir a la habitación del hospital del herido para pedirle perdón, algo que éste no entiende. Por otra parte, Aram, en contra de la opinión de sus compañeros, decide ir a conocer a su víctima.
Detalles de la película
- Titulo Original: Une histoire de fou
- Año: 2015
- Duración: 134
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Opinión de la crítica
Película
6.2
35 valoraciones en total
Une histoire de fou empieza en blanco y negro, con una imagen cenital de una partida de ajedrez en la que los adversarios mueven piezas que son tan grandes como ellos, luego la cámara gira y se pone al nivel de los jugadores y de los paseantes que los observan: esa imagen simbólica inicia un prólogo histórico, que constituye el marco de lo que vendrá después.
Esta película pertenece a la parte más seria y concienzuda de la obra de Guédiguian, lo que le hace perder frescura frente a otras (sin ir más lejos, la muy bella Au fil d’Ariane): es como un acto terrorista incruento, una bomba simbólica con la que este hombre, descendiente de emigrantes armenios, trata de mantener viva la memoria del exterminio que sufrió su pueblo a manos de los turcos, y las consecuencias de aquella herida, mal cerrada, en los 70 -unos años en los que mucha gente llegó a pensar que el crimen ya no es demencia sino sentido común, casi un deber y, cuando menos, una noble protesta (estas palabras las escribió Dostoyevski cien años antes, en la década de 1870).
Guédiguian, que no es un filántropo ingenuo ni un cínico sin esperanzas, nos ofrece una historia moral hecha con imágenes espartanas e interpretaciones muy sentidas, en las que reconocemos a muchos de los actores de su compañía , nos muestra en primer lugar cómo el paso del tiempo, del blanco y negro al color, convierte a las víctimas de justicieros en verdugos, dibujando una espiral en la que la locura se transmite, no por los genes sino por la convivencia con el odio, y nos recuerda luego que la condición necesaria para el perdón es que los verdugos, sea cual sea su bando, empiecen por reconocer sus responsabilidades, y traten de comprender a los otros.
Un mensaje en primer lugar para Turquía, que siempre ha negado el genocidio armenio para evitar reivindicaciones territoriales, y también para Francia, para Europa: si seguimos dividiendo a las personas en función de su procedencia, la locura continuará.
Basándose en la autobiografía del periodista gallego José Antonio Gurriarán contenida en su libro: La Bomba, Robert Guédiguian traslada la acción del atentado del ESALA (Ejército Secreto Armenio para la Liberación de Armenia) en Madrid a la embajada de Turquía en París, no sin antes mostrar, en una especie de reportaje-ficción documentado, el origen de la violencia posterior del grupo armado, que no es otro que el invisible genocidio de su pueblo (millón y medio de muertos) a manos del imperialismo turco, no reconocido aún por los otomanos.
El odio, la venganza y el efecto publicitario suelen estar en la base de cualquier acción terrorista y la fórmula para acabar con estos actos y sus daños colaterales, según el realizador marsellés, Gurriarán y muchos que afortunadamente piensan como ellos, pasa por intentar llegar a la raíz, hacer un esfuerzo de comprensión y convencerles de que pueden luchar por su justa causa abandonando su sociedad con la muerte.
Esta otra forma de enfocar ha demostrado ser más efectiva, para erradicar las luchas armadas, que las represiones políticas, la cerrazón ante las negociaciones y el ninguneo de los estados poderosos para con los débiles y humillados. Claro que nos han hecho creer que lo políticamente correcto es castigar a quienes no cumplen con las reglas del juego, sin que reflexionemos sobre quienes y porqué han confeccionado tantas normas excluyentes.
Esta, mi crítica 800 para Filmaffinity, la he hecho coincidir, desde la 60 edición de la Seminci, con una película del valiente, comprometido y honesto Robert Guediguian, que trabaja para un mundo mejor utilizando el cine como herramienta, y al que le deseo el mayor éxito, porque no en balde él es uno de los nuestros.
La última película del director Robert Guédiguian, estrenada en el Festival de Cannes del año 2015, y que participó en la Sección Oficial del Festival Internacional de Valladolid o Seminci de ese mismo año, Una Historia de Locos, llega a las pantallas españolas con dos años de retraso. La película se basa en la historia real del periodista español José Gurriarán, que fue víctima, en el año 1981 en Madrid, de un atentado perpetrado por el Ejército Secreto Armenio para la Liberación de Armenia. Estreno el próximo viernes 24 de marzo.
En Una Historia de Locos aparece como telón de fondo el considerado primer genocidio de la era moderna, el realizado entre los años 1915 a 1923, con la deportación forzosa y exterminio de casi dos millones de armenios por el Imperio Otomano, aunque el gobierno turco nunca lo ha reconocido como tal. La película arranca a través de una fotografía en blanco y negro, con un hecho histórico acaecido en el año 1921: el asesinato del activista armenio Soghomon Thelirian contra Talat Pashá (el que fuera Ministro de Interior turco-otomano en 1915 y máximo responsable del genocidio) en plena calle de Berlín, y su posterior juicio por el que fue declarado inocente. Tras este largo prólogo, la acción de la película se traslada, con una fotografía ahora en color para diferenciar ambas épocas, tres generaciones armenias después, a los años 80 en Marsella.
Robert Guédiguian, de ascendencia armenia, vuelve a tocar el tema armenio diez años después, desde Le voyage en Arménie (2006), un poco obligado con la causa, y con Una Historia de Locos cumple en cierta forma con su responsabilidad, al tiempo que hace justicia con sus antepasados. El director ha declarado que, desde el rodaje en 2006 de aquella película, y a medida que se acercaba el centenario del terrible acontecimiento, rondaba por su cabeza contar la historia de la memoria de ese genocidio, conocer a José Gurriarán fue lo que le impulsó definitivamente para realizar este proyecto. Le fascinó la historia de alguien que quiso entender antes que juzgar.
La historia de Aram (Syrus Shahidi), un joven marsellés de origen armenio perteneciente a la tercera generación, que hace explotar el coche del embajador de Turquía en París, y en la que Gilles Tessier (Grégoire Leprince-Ringuet) queda gravemente herido tras pasar en ese momento por allí con su bicicleta, está basada en la historia real vivida por el periodista español José Gurriarán, y contada en su libro La bomba. Gurriarán fue víctima en 1981 de un atentado en Madrid perpetrado por el Ejército Secreto Armenio para la Liberación de Armenia, ASALA, y en el que quedó medio paralítico. Gilles Tessier, al igual que José Gurriarán no sabe nada del conflicto y las reivindicaciones armenias, por lo que, para superar su situación, intenta entenderlas, leyendo y documentándose sobre el genocidio en un principio, para posteriormente intentar conocer al responsable del atentado.
El joven Aram, como parte de una tercera generación que empieza a interrogarse y a hacerse preguntas sobre sus orígenes, además de querer reivindicar su identidad, se une a un grupo que practica ataques armados por toda Europa con el fin de conseguir captar la atención internacional sobre el genocidio armenio. Guédiguian, en un tono humanista, realiza una serie de planteamientos y dilemas morales que resuenan con bastante fuerza en el revuelto y actual panorama político internacional, debido a la escalada de ataques terroristas realizados de forma indiscriminada en el continente europeo.
Una Historia de Locos nos hace reflexionar hasta qué punto se puede defender una causa política que justifica el asesinato de personas inocentes. En este planteamiento radica la evolución del personaje de Aram, exiliado en una milicia sin estado en el Líbano para luchar en una guerra que no tiene ninguna esperanza de éxito, y con el peso en su conciencia de haber destrozado la vida de una persona inocente. Por tal motivo, Aram, a pesar de la oposición de sus compañeros, decide ir a conocer a su víctima. Observamos un pueblo armenio en constante lucha, que no encuentra una solución válida a través de las armas para recuperar sus ansiadas tierras, y vemos cómo, encima, está dividido en facciones por sus diferentes formas de ver la contienda.
Guédiguian intenta situarse en un punto de neutralidad, y para ello se centra más en la relación de Aram con su madre (una espléndida Ariane Ascaride), la cual, a pesar del amor ciego por su hijo, pide perdón a la víctima (Gilles) y busca en todo momento el encuentro entre ambos. En cambio, pasa un poco de largo en la relación con su padre (Simon Abkarian), que no siente rencor, ni odio, sino simplemente desaliento y aflicción, ha aprendido a adaptarse a las nuevas circunstancias, y a ser agradecido con el país que le ha acogido.
La película nos ayuda a meditar sobre una serie de nociones relacionadas con la memoria histórica, la venganza, el amor, el remordimiento y el perdón. El dolor de una madre y de un pueblo sirve para hacer una reflexión sobre el bien y el mal, además de hacernos pensar sobre el concepto de causa justa. Lo que para unos es una causa justa, para otros, en cambio, no lo es. La principal enseñanza extraída en Una Historia de Locos es que la voluntad de entender siempre debería prevalecer sobre la venganza.
CINEMAGAVIA
Gracias a Golem pude ver en los cines homónimos un pase de prensa de la última película, producida en 2015, de la última película del director francés de origen armenio Robert Guédiguian: el drama Una historia de locos, inspirado en la novela autobiográfica La bombe de José Antonio Gurriarán. Una película de cine social y, aunque francés, con mirada a Europa y su frontera con Asia, que pese a su prestigioso realizador se verá camuflada por sus compañeros de cartelera y difícilmente habría podido disponer de mi tiempo en un pase comercial. Es un privilegio poder, gracias a la distribuidora, cubrir más ampliamente la extensa producción cinematográfica contemporánea. Y con los años mi predisposición hacia el cine de autor de índole realista y social es cada vez más positiva. Y en este caso, pese a no hallar excelencias cinematográficas en la propuesta, la disfruté emocionado y la abandoné conmovido. Si se maneja con gusto, el cine político es muy efectivo. Y por muy convencional que pueda ser el desarrollo argumental y el tono emocional de la narración, el corazón y sentimiento con el que se filma este alegato invaden de lleno a cualquier espectador receptivo.
El origen del mal lo sitúan, si nos fiamos de la cronología narrativa, es decir, del principio, en el asesinato de un gerifalte turco a manos del armenio ultrajado. Es en Berlín y, tras el juicio, queda sorprendentemente libre (se crea un peligroso precedente, se saltan, o relajan en exceso, los límites del estado de derecho, el que se supone que debe impedir que los individuos se tomen la justicia por su mano, el que debe suponer la barrera que impida la ley de la selva y a cambio administrar justicia mediante instrumentos mucho más sofisticados, imparciales y distanciados, las leyes, o así debería ser) el asesino. Pero claro, la cosa viene de más atrás. Del genocidio armenio (más de un millón de muertos dicen las cifras) perpetrado por los turcos durante la Primera Guerra Mundial (y del que se habla cada vez un poco más, hasta hace casi nada poco se sabía, y del que Atom Egoyan, de origen armenio, ya habló en su película Ararat , si mal no recuerdo). O más a lo lejos. De la encrucijada cultural, religiosa, económica, colonialista e imperialista acaecida en la tan deseada y ponzoñosa zona. Kurdos, turcos, armenios, franceses, ingleses… Todos allí metidos con las peores intenciones. O si somos más rigurosos, escépticos u olímpicos, el rastreo nos llevará al comienzo de todo, al nacimiento del hombre, a su condición violenta, destructiva, posesiva y arrasadora. Desde siempre a los golpes. Todos contra todos.
Ese es el marco. Y nos podemos hacer muchas preguntas. ¿La venganza tiene sentido? ¿Solo cuando la afrenta es reciente? ¿Solo contra el enemigo primero, no contra sus descendientes o su país o sus ideales? ¿Los medios justifican los fines, era al revés, lo contrario sin embargo? ¿Hay violencia buena y mala? ¿Hay víctimas inocentes y otras colaterales inevitables, necesarias incluso?
La película trata de responder todas las cuestiones a través de una historia que comienza titubeante, pero que con el paso del tiempo se afirma con solidez y rotundidad. Y eso, en mi opinión, no es bueno. Me refiero a su corazón melodramático, bastante inverosímil y muy apaciguador. A ese tablero de ajedrez, así comienza, en el que las piezas son movidas por el director de manera forzada y poco creíble.
¿Qué se dice finalmente? Que los armenios fueron masacrados injusta, atrozmente. Que tienen derecho a reconocimiento, compensación o algún tipo de resarcimiento, a, sobre todo, la recuperación de sus tierras usurpadas. Pero que no deberían usar la violencia indiscriminadamente. Incluso se duda de si tiene sentido utilizarla en algún caso (¿según quien lo diga o justifique?).