Una gallina en el viento
Sinopsis de la película
Cuando el marido de Tokiko vuelve de la guerra, se encuentra con una terrible situación: su mujer ha tenido que dedicarse a la prostitución para pagar los gastos del hospital y cuidar a su hijo enfermo. Historia representativa de la postguerra japonesa: cuando los combatientes volvían a casa, no podían ni imaginarse los tremendos sacrificios que habían tenido que hacer sus familias para sobrevivir durante su ausencia.
Detalles de la película
- Titulo Original: Kaze no naka no mendori (A Hen in the Wind) aka
- Año: 1948
- Duración: 84
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Opinión de la crítica
Película
7.3
37 valoraciones en total
Para un occidental, que se ha criado mirando cine norteamericano, ver y apreciar películas como esta conlleva un esfuerzo de la voluntad con el fin de reeducar la mirada. Entre otras razones, porque Ozu se toma su tiempo para contar, con sencillez y recursos mínimos, la vida de una mujer tratando de salir adelante con su pequeño hijo, mientras su marido sirve como soldado en la Segunda Guerra. En este recorrido, las escenas que juegan los actores son tan importantes para el director como los espacios que recrean la imagen de un Japón vencido y arruinado. En su rutina diaria de sobrevivir sin su marido y sostén de familia, Tokiko acaba de vender su único kimono (último vestigio de días más felices que parecen irremediablemente terminados). En ese momento, su hijo enferma gravemente y Tokiko se prostituye para pagar su internación. Pocos días después, el marido vuelve y la mujer es incapaz de ocultar la verdad. Los rasgos de una sociedad patriarcal y cimentada sobre el honor impedirán al hombre aceptar la razón del sacrificio de su mujer sumiendo a la pareja en el dolor y la violencia. Una película lacerante y necesaria.
No es nada nuevo que el epicentro de esta historia de Ozu sea una mujer, lo que sí hace diferente al drama planteado en Una gallina en el viento es la intensidad del dolor que transmite, muy superior a otras películas suyas. Tan cerca del precipicio se encuentra la protagonista que se ve obligada a tomar una decisión que irremediablemente salpicará el honor de su marido.
Medidas excepcionales en situaciones excepcionales. Hablamos de un Japón hecho ruinas, el mismo en el que Ozu vivía, contándonos historias que podían ser las de sus mismos vecinos, empañado todo en una tristeza infinita con la única esperanza puesta en el futuro de un hijo que lo supone todo para la pareja protagonista y que es símbolo también del futuro del país. No es el Ozu más conocido pero sigue siendo un portento a la hora de enseñarnos la vida del japonés contemporáneo, con un uso de sus planos de interior majestuoso. Sin embargo, por encima del no movimiento de cámara, que todos conocemos, aquí destaca, probablemente debido a que estamos en 1948, por unos travellings en exterior con el que todo cinéfilo conocedor de su cine disfrutará por su rareza. Ozu mueve la cámara poco, pero cuando la mueve, es un escándalo.
Así pues para completar filmografía es necesaria, no diría que es el mejor Ozu, pero desde luego decir que es una más es decir que es buen cine. El maestro japonés con menos de noventa minutos, como aquí, tenía suficiente para tejer una historia preciosa de una familia que tiene que remar contra el viento por el bien de todos.
Este filme nos muestra como una mujer tiene que acudir a la prostitución para pagar la estancia de su hijo en el hospital, más adelante, al confesar lo que hizo a su marido obtiene el rechazo de este. Ozu plasma la miseria y desolación que se vivía en Japón en aquella época, y la constante lucha de la mujer en una sociedad patriarcal. Cine sobrio, sencillo, pero bien realizado. Ozu fue un ejemplo como realizador, incluso en filmes menores como este.
Un secreto entre marido y mujer puede a veces corroer el alma, y más aún si hace peligrar realmente la estabilidad matrimonial hasta el punto de desmoronarse todo.
Esta vez será Yasujiro Ozu el que observe hasta qué límites puede demacrarse una unión matrimonial.
Y lo más importante: en período de posguerra. Y es que el director, antes de sumergirse en densos dramas marcados por el estatismo y las vicisitudes familiares en el seno de un hogar tranquilo, se sintió muy en consonancia con la situación que atravesaba su país, en 1.947 ya se cumplen dos años de la rendición, se procede a la ocupación estadounidense y desaparece el Imperio con una nueva constitución. Ozu, quien no ha tenido suerte con el cine durante la guerra (realizó un film de propaganda y rápidamente lo destruyó) es repatriado y vuelve con su madre.
Con Memorias de un Inquilino expone su visión de la sociedad por medio de una pronunciada vena neorrealista, que también abrazan sus compatriotas, se le aproxima entonces el autor y guionista Ryosuke Saito (muy asiduo de Yasushi Sasaki y colaborador de Hiroshi Shimizu) y empiezan a discutir sobre otra producción enmarcada en el mismo estilo. Una Gallina en el Viento es la progresión de su obra anterior, y empieza como aquélla, entre los recovecos de un barrio pobre situado en un derruido entorno, como hicieron antes Rossellini o Sica, Ozu filma la realidad desnuda y sin oropeles, porque es necesario transmitir la sensación de autenticidad y no tendría sentido hacerse de otro modo.
Sin embargo la crítica social, al igual que Mizoguchi y Shimizu, la vuelve a plantear por medio de la vida y situaciones de sus personajes. En este caso una joven madre llamada Tokiko que como no podía ser de otra forma está encarnada por Kinuyo Tanaka, la heroína por excelencia del melodrama clásico japonés, esta mujer vive en una casa alquilada con su hijo pequeño Hiroshi y sus caseros mientras aguarda la repatriación de su marido Shuichi. Ozu se esfuerza en hacernos sentir como la protagonista situándonos en plazoletas abandonadas, entre edificios medio deshechos y llevándonos a través de calles llenas de escombros y basura.
Este es el Japón del momento, un lugar en descomposición cuyas gentes caminan sobre sus cenizas, gentes que ya se han acostumbrado a la pobreza, la injusta inflación económica, la enfermedad…la rutina de la ruina. El kimono que Tokiko entrega a su amiga Akiko recordando las bonitas tardes de otoño cuando iban de picnic o la medalla que zarandea la vendedora Orie burlándose de su valor obsoleto, una ruina aceptada sin más perfectamente expuesta mediante los diálogos. La estructura narrativa posee dos partes y dos puntos de inflexión, siendo el primero la enfermedad que contrae Hiroshi de repente.
No se podría explicar mejor el coraje de la mujer japonesa en esa posguerra tan amarga como se hace en el caso de Tokiko, ni tampoco proponer la corrupción de la pureza y humillación que ha vivido el país a través del drama que ésta se ve obligada a afrontar para pagar la operación de su hijo (su imagen desaliñada frente al espejo es uno de los planos más poderosos y tristes filmados por el director), reconocer aquí al Ozu habitual es tarea difícil por su ferviente fidelidad a los trazos del neorrealismo más desgarrador y por narrar la historia desde un enfoque tan truculento. Aun así su exposición no es tan violenta como lo pudiera haber sido en manos de Mizoguchi.
Sólo es necesario observar la sutileza con que nos anuncia la inevitable decisión de Akiko, únicamente cambiando de escenario interior (el ventanal desvencijado, la pared llena de dibujos y el descampado desolado por habitaciones con ventilador y camas bien preparadas bañadas en una luz sugerente…). La historia entonces se rompe y se inicia una segunda parte centrada en la llegada del esposo, la cual (como se venía intuyendo) no va a ser tan agradable para Tokiko, ahora Shuichi asume el rol protagonista y el motivo de la narración ya no es la necesidad sino la culpa y la vergüenza.
Y aquí nos acorrala Ozu, en este hogar antes en calma y ahora devorado por una asfixiante tensión, si ya nos era difícil reconocer su estilo, con el enfrentamiento cara a cara entre el marido y la mujer rozará niveles de aspereza y violencia pocas veces expuestos en su cine. Se podría decir que Shuichi es una versión más brutal del director, y su reacción al observar el grado de humillación por el que ha pasado Tokiko es el mismo que el de aquél cuando regresó a su país y comprobó en sus propias carnes la humillación de la derrota, entre tanto unos escalones en la casa serán enfocados, sin saber muy bien por qué.
Hasta que Ozu, cual Hitchcock, los convierta en escenario de tragedia (o dicho de otro modo: la secuencia más impactante y atroz que hallamos en toda su obra), precisamente, a causa de este momento, nada de lo que nos plantea puede hallar una respuesta satisfactoria. Tanto para él como para Shuichi es posible recuperar la dignidad y la pureza aceptando primero su inevitable pérdida (en el caso de Tokiko a través de un reflejo, una chica joven también prostituta, segundo punto de inflexión y asimismo auténtica imagen de la derrota: universal, que no individual), no obstante pensar en una feliz conclusión resulta cuando menos indigesto tras una muestra de violencia y rencor tan grande por parte del hombre.
De estar Mizoguchi o Naruse tras la cámara, la ruptura y el abandono serían la única vía, pero la idea de Ozu sobre la unión familiar y matrimonial es inquebrantable, con el sacrificio de la mujer equilibrándose a la comprensión del hombre, no podría estar más en desacuerdo con su discurso.
Provista de algunas escenas tan duras como bellas (la mayor parte descritas en esos maravillosos travellings), esta obra sería para él un completo fracaso, por lo que se dispuso a dar un giro de 180º a su carrera. De hecho al año siguiente se destaparía con Primavera Tardía , cambiando su cine para siempre…