Una cierta verdad
Sinopsis de la película
Durante el periodo de casi dos años, las vidas de cinco personajes se entrecruzan en el entorno del servicio de salud mental de un Hospital. Los cinco han visto o verán severamente alteradas sus capacidades de comprender y percibir la realidad, perdiendo todo aquello que conforma su propia identidad. Siguiendo la estela de estas historias íntimas, la película nos muestra, a través de un viaje emocional, la búsqueda de un resquicio de luz en el enigmático universo de la esquizofrenia. Como en una novela de intriga, Una cierta verdad , ópera prima de Abel García Roure (ayudante de dirección en En construcción , El cielo gira y La leyenda del tiempo , entre otras), revela la historia humana que se oculta detrás de todo proceso de trastorno mental.
Detalles de la película
- Titulo Original: Una cierta verdad
- Año: 2008
- Duración: 136
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Opinión de la crítica
6.5
56 valoraciones en total
Tomando como punto de encuentro el centro hospitalario Parc Taulí de Sabadell, ‘Una cierta verdad’ es un documental que se fija en la vida de cinco pacientes esquizofrénicos. A través de de las impresiones expresadas tanto por médicos como enfermos, y a través también de la relación entre ambos colectivos, se iniciará un escalofriante recorrido por el mundo de la locura. Estigma social para unos, enfermedad incurable para otros, o incluso maldición, estamos aquí ante algo parecido a un oscuro túnel en el que es tarea casi imposible encontrar algún resquicio de luz.
Viendo ‘Una cierta realidad’ cuesta creerse que éste sea el primer trabajo serio en solitario de Abel García Roure. La verdad es que tratar un tema tan complejo como lo es el laberinto que significa la mente humana es una obra nada fácil de llevar a cabo. Sin embargo, el cineasta catalán encara la problemática como un auténtico maestro. Para ello la labor de Sol López Riestra en las funciones de montaje, es impagable. Alejándose de los esquemas más convencionales del género documental, se nos plantean las cinco diferentes historias de los pacientes como si de una novela se tratara. Sólo que desgraciadamente parece que aquí el desarrollo de los eventos no parece tener un final concreto. He aquí la gran tragedia.
No hay narrador omnipresente en este atípico documental, tampoco hay un uso abusivo de la música para remarcar los momentos clave. Ningún tipo de ayuda externa, sólo el loco… y el loco que intenta curar al loco. Dos agentes que, unidos a una narrativa aparentemente caótica, son perfectos para tratar de sumergirnos en los intrincados mecanismos de la demencia. Éste es precisamente el objetivo que persigue Abel García Roure con su ópera prima: un acercamiento a la temidísima locura. Y ello sin las pretensiones de quien se cree en posesión de verdades absolutas, sino con la honestidad del aprendiz notoriamente aventajado.
El único pero son las más de dos horas de metraje, que pueden llegar a antojarse como un excesivamente duro empache de desgarradora realidad. Sin embargo, ahí están momentos para enmarcar, como las geniales conversaciones con Javier (a caballo entre lo más lúcido y lo más irracional) para aligerar un poco la carga. Sea como fuere, al final sólo queda felicitar a Abel García Roure, puesto que la inteligencia, el buen saber hacer y el compromiso son los principales ingredientes de este prometedor debut.
Un documental bien ejecutado: los enfermos y personal sanitario se comportan como si la cámara no estuviera allí. Pero le sobra al menos media hora de metraje. Muchas escenas no documentan nada nuevo. Tampoco se justificarían por alguna vertiente dramática de la que este documental carece (a diferencia de otro reciente documental catalán de temática parecida: Arropiero, el vagabundo de la muerte ), pero tampoco se trata de un intento fallido, no me pareció que se pretendiese sobrepasar los objetivos de un documental.
Me llamó la atención la frialdad de los psiquiatras. El único contacto físico que se ve en el hospital entre el personal sanitario y un paciente fue para inmovilizar a uno que no quería tomar la medicación. No es más que una observación de un hombre de la calle , no una crítica facilona a la atención que se dispensa a los enfermos, juiciosa y profesional. El documental suscita algunas preguntas sobre esto de protección de datos . ¿Cómo se autoriza que un loco cuente su vida (más bien sus desvaríos) a cara descubierta?
Para terminar mi recomendación práctica es que quien tenga interés por el sistema sanitario o las enfermedades mentales vaya a verla. A los demás se las hará larga.
García Roure se presta al documental como en sus inicios profesionales cooperando en esa notable crónica que es En Construcción de José Luís Guerin, ambientada en el barrio del Raval de Barcelona. En colaboración con TV3 Televisió de Catalunya este joven director emprende la misma iniciativa trasladándonos en un vivir cada día en el complejo sanitario de Parc Taulí, en Sabadell, en la unidad de Salud Mental.
A modo de testimonio conocemos algunos de los pacientes a los que se les diagnosticó en su momento brotes de esquizofrenia pero antes que recalar en un estudio complejo sobre la realidad de esta y otras enfermedades de la mente, García Roure prefiere exponer sin perjuicios el contacto médicos y paciente, desde la visita a la consulta o las que se hacen en el domicilio, desde un plano evolutivo o involutivo, según las circunstancias que pueden repercutir posibles recaídas. Las virtudes o defectos de algunos de los enfermos se muestran con tal claridad y normalidad que es decisión del espectador a que saque conclusiones. Menos en lo dispar, cualquier punto de vista es válido sobre su cuadro clínico.
Lo mejor: la desnudez de su realismo plasmado a través de la cámara sigue paso a paso y con un sentido de la humanidad éticamente perfecto.
Lo peor: que algunos espectadores se tomen a risa su contenido
Destaco por su interés este documental sobre dos bandos muy bien delimitados y a priori diferentes (por un lado los cuerdos , los que se supone que saben , doctos revestidos-sacralizados con batas blancas , y por la otra parte los locos , los que sus opiniones no cuentan , los seglares ante esta especie de clero que son los psiquiatras, psicólogos y toda su corte de programados) y sin embargo si uno sigue detenidamente la filmación hay momentos en que ve a los componentes de ambos bandos exponer parecidas retahílas, tics, fantasmerías, prejuicios y absolutizaciones de verdades, dando la impresión que tanto unos como otros están igual de cuerdos o de locos.
Podemos observar como el supuesto esquizofrénico Javier es tratado por la psiquiatra de acento argentino como si fuese un niño o un ancianito, es decir como a un disminuido, lo cual a mi si estuviese en su lugar de paciente me molestaría mucho, y esta médica además de tratar a su interlocutor como si creyera que éste es un tonto , le intenta convencer de que tiene que seguir tomándose unos medicamentos que Javier afirma que le sientan mal. Entonces llega un instante en que Javier, demostrando que de tonto al menos no tiene un pelo, le contesta con calma y reflexivamente pero a la par con valentía: que ella, como médica que es, debería tomar también las pastillas que le está mandando tomar, para que experimente así los efectos secundarios que provocan y que no quiere comprender que él está padeciendo.
También hay otra escena donde José Manuel, el terapeuta que va a platicar con Javier a su casa, y que intenta por todos los medios convencerle para que voluntariamente vaya e ingrese por unos días al Centro hospitalario de Salud Mental, Parc Taulí de Sabadell (un manicomio en sentido contemporáneo del siglo XXI), dándole como razón para esto que dicho hospital es un taller y Javier un coche que necesita reparación, a lo cual Javier le contesta que es que él no confía en ese taller de repaciones al menos para su vehículo o cuerpo, dado que le medicamentan con peligrosas drogas farmacéuticas que él siente le dejan atontado y le hacen daño a su ADN. Y contraataca con sabiduría: ¿A la relamida médica Severino, la revisáis? ¿Revisáis a los psiquiatras, todos ellos tan obsesionados y alucinados en su propia verborrea? (cf.)
¡Vamos que Javier, aunque da muestras de padecer cierto grado de esquizofrenia, sobre todo cuando habla de comunicaciones que recibe de los minerales, a la hora de cuestionar y discernir sobre sí mismo y cómo los psiquiatras lo están tratando en plan de conejillo de indias, lo hace con muy buenas y serias argumentaciones que en modo alguno pueden ser consideradas divagaciones de loco!
Documental realizado en la unidad de salud mental del hospital de Sabadell. Detalla el seguimiento realizado por médicos y asistentes sociales en su atención a los enfermos, mediante entrevistas en la consulta y en el domicilio del paciente.
El director logra una gran naturalidad por parte de todos los protagonistas, destacando entre todos el asistente social del caso principal. Abel García consigue transmitir la excelente labor realizada por los profesionales y, en especial, las generosas dosis de paciencia y respeto de que hacen uso en su trato hacia el enfermo.
Entre los casos expuestos destaca el de Javier, paciente que muestra con total sinceridad sus opiniones, lo cual es desgraciadamente un síntoma muy claro de su patología. Cualquier persona común, enfrentada a la cámara, intentaría ocultar los aspectos más negativos de su personalidad. Javier no. Él es transparente y dice lo que piensa.
Los momentos más dramáticos se viven en las exposiciones de aquellos que son conscientes de su enfermedad, los más cercanos a la curación. Se hace un nudo en la garganta al escuchar el momento en que se presentaron los primeros síntomas y mayor aún, al reconocer las limitaciones que ello supuso para sus proyectadas ilusiones. Cuando nos hacen partícipes de su terror a ser estigmatizados, la incomunicación a que se ven sometidos fuera del ámbito del propio hospital o su íntimo miedo a vivir para sufrir una nueva crisis.
La cinta transcurre a partir de la entrada de un enfermo por la unidad de urgencias. Al finalizar, unos contarán con el alta hospitalaria para regresar a su domicilio mientras otros quedarán pendientes de un nuevo internamiento. En el camino, vivimos la involución de una enfermedad que transforma un discurso seductor en molesto. Los planos finales de Javier son especialmente dolorosos y provocan el deseo impotente de ayudarlo.
Como colofón, la excelente realización evidencia el efecto de la medicación en el físico de todos los pacientes, haciendo patente que el propio tratamiento que pretende la curación, los señala ante la sociedad.
Buen cine documental es Una cierta verdad porque informa de una realidad poco conocida y sabe profundizar en ella, mostrando las virtudes y enfermedades de unos y otros. Y, fundamentalmente, porque provoca la atención del espectador, animándole a aportar su granito de arena en tan interesante cuestión.