Trabajo clandestino
Sinopsis de la película
Inglaterra, diciembre de 1981. Cuatro obreros polacos llegan a Inglaterra con un visado turístico de un mes para realizar un trabajo de dos meses de duración. El jefe del grupo, el único que habla inglés, se entera por la televisión del establecimiento del estado de excepción en Polonia, pero decide no contárselo a sus compañeros.
Detalles de la película
- Titulo Original: Moonlighting
- Año: 1982
- Duración: 97
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Opinión de la crítica
Película
6.6
77 valoraciones en total
Primera película que veo de este director polaco, pareciéndome un muy original acercamiento crítico y humorístico a la opresiva condición de los ciudadanos polacos durante el período comunista. Desde luego, podría pensarse que este argumento de fondo no es muy original, en tanto en cuanto otras películas han incidido en él, pero lo que debe ponerse en valor es la manera en la que el director, aprovechando una historia aparentemente trivial -la reforma de una casa por parte unos obreros polacos irregularmente introducidos en Reino Unido-, reconduce hábilmente la narración para contar lo que a él realmente le interesa.
Toda esta metáfora se plasma a través de las impresiones del único personaje que el guión desarrolla, ese interesante y complejo capataz que tan fantásticamente interpreta Jeremy Irons y cuya voz en off -además de algunos diálogos sueltos de menor importancia- se convierte en nuestra única fuente de información. Hasta en esa decisión se aprecian segundas intenciones, al igual que en los países del socialismo real no había más verdad que la oficialmente establecida, en este caso no hay más realidad que la que el capataz construye para sus obreros -que no tienen ni idea de inglés- y también para nosotros, los espectadores, que asistimos de su mano (y solo de su mano) a un tenaz, ridículo y puntilloso ejercicio de control. Así, mientras el capataz censura informaciones vitales a sus obreros (ocultándoles las noticias, impidiéndoles llamar por teléfono o directamente quemando cartas), el guión también los censura directamente, limitando sus diálogos a pequeñas intervenciones en polaco. El capataz, como buen alter ego de un estado tan represor como paternalista, centra sus restantes esfuerzos en procurar el alimento y los medios de producción, sus crecientes apuros económicos para proporcionar una comida aceptable (a base de latas de conservas) al tiempo que alguna distracción o premio para los obreros (ya sea la televisión o los relojes) es también una sátira de los estados comunistas y sus carencias y estrecheces.
Formalmente modesta, ello no implica, como bien ha comentado mi predecesor, pobreza en los resultados, de hecho, el fragmento inicial de la película, ambientado en el aeropuerto, resulta fantástico por lo bien que se sugiere en él la inquietud e incluso el suspense de la situación (la introducción de los obreros clandestinos en Reino Unido) a través de los planos de los funcionarios de aduanas y del capataz, cuyo nerviosismo se convertirá en una constante a lo largo del filme. Su paranoia, que él extiende a su vida personal (sus dudas sobre la relación entre su jefe y su mujer así lo sugieren), es el reflejo más fiel del paranoide afán de control del estado polaco, y la respuesta de los obreros, hartos de la desinformación y de su encierro (otra clara alusión a la limitada posibilidad de viajar) llegará a su lógica conclusión cuando finalmente se percaten de la magnitud de la mentira y de la ocultación.
Por todo ello una película muy recomendable, cuya denuncia indirecta de una realidad opresora encuentra cierto parecido de familia con la filmografía de algunos de nuestros mejores directores, caso de Berlanga, cuyas principales obras de los sesenta son también muy ricas en metáforas, alusiones humorísticas y críticas veladas, partiendo también en muchos casos de aparentes anécdotas, a la postre falsamente triviales.
Tiene un nosequé Skolimowski que hace que sus personajes tengan vida, y no como en la mayoría de las películas de hoy que parecen todos de cartón piedra. Y eso ya es un plus para adentrarte en cualquier trabajo de este director.
Para quien no se haya enterado, el control de la información, aunque sea a pequeña escala, es manipulación total. Como se aprecia en Trabajo clandestino . Irons, el capataz de un grupo de trabajadores polacos que van a Londres a arreglarle un piso al jefe del primero, oculta a aquellos que en Polonia se ha decretado la ley marcial, pues en lo único que piensa nuestro protagonista es en lo suyo y en su beneficio. Y como está en su mano ocultar lo que haga falta, y manipular a sus obreros también en lo que haga falta, lo hace. Y aunque en algún momento del filme está a punto de decirles la verdad, lo cierto es que le puede su interés. Y es cierto que a tal punto ha llegado nuestro egotismo y nuestra ausencia de valores, no sólo en la Polonia de Walesa, no, también en todos los países de nuestro querido Occidente, también en España claro. No nos engañemos pensando que esto sólo viene de allá , já.
Esta película va de eso. Ocultar la información es la forma de manipular a las sociedades. O mentir en la información, es lo mismo. Es lo que ocurre hoy día con los medios de desinformación : un mensaje único, una realidad única, un pensamiento único, una sola forma de ver la realidad. Tal cual hoy día.
Interesante argumento, buenas actuaciones, buena dirección. Un 7,2.
Qué jodido es ser polaco. Troceada y repartida a su antojo por sus poderosos vecinos, Polonia fue, durante siglos, una nación fantasma que sólo existía en la voluntad de sus habitantes. No es extraño, por ello, que los polacos sean gente triste y desaborida y que les cueste mucho, todavía hoy, tomarse a broma ciertas cosas. Tampoco resulta raro que algunos los tachen de susceptibles y les recomienden, incluso, que se lo hagan mirar cuando se les ocurre dedicarles algún gracioso chascarrillo a cuenta de sus pesares que otros pueblos, como el portugués, celebrarían sin duda con unas risotadas y una ronda de carajillos. Qué le vamos a hacer, así son de raritos y cabezones. Son y serán gente polaca tanto si se quiere como si no.
Trabajo clandestino toma como punto de partida una de tantas situaciones traumáticas vividas por Polonia en su historia reciente. En diciembre de 1981, un grupo de cuatro obreros polacos llegan a Londres con un visado turista para trabajar clandestinamente en las tareas de reforma del apartamento de su jefe, que se ha quedado en Varsovia. Cuando descubre que el general Jaruzelski acaba de imponer la ley marcial en Polonia, el capataz del grupo, único de los obreros que habla inglés, decide ocultarles la verdad al resto de sus compañeros. El paradójico resultado de sus maniobras acabará siendo una reproducción a pequeña escala del régimen dictatorial recién instaurado en su país.
El armazón narrativo de la película descansa sobre las reflexiones de Nowak, el capataz, un superlativo Jeremy Irons en una de las mejores interpretaciones de su carrera. Atrapado en un país extranjero y apartado tanto de sus compañeros como de los desdeñosos británicos, Nowak es a la vez víctima y ejecutor de una ley marcial en la cual los obreros son mantenidos en la ignorancia mientras él, también exiliado e incomunicado, se ve obligado a todo tipo de triquiñuelas para controlar todos los detalles de su vida, expuestas desde una soterrada y sardónica perspectiva humorística, lindante con frecuencia con el absurdo.
Trabajo clandestino es, además, un ejemplo perfecto de cine low-cost no reñido con la calidad: los tres compañeros de reparto de Irons eran tres auténticos obreros polacos empleados por Skolimowski en la reforma de su pìso londinense, donde se rodó de hecho la película. Su guión, escrito por el propio Skolimowski en un par de días, consiguió, por otro lado, el premio al mejor guión en el festival de Cannes de 1982, el mismo año, por cierto, en que la estupenda selección polaca de Boniek y compañía lograba el tercer puesto en el Mundial de fútbol de España, tierra ésta, como sabéis, fraternalmente unida a la polaca, famosa por la habilidad de sus habitantes de permanecer quietos como estatuas mientras otros botan como mandriles a su alrededor, en cuyo honor se entonan aquí dulces cánticos de respeto y amistad que, o mucho me equivoco, o pronto, muy pronto, volverán a sonar de nuevo y con más fuerza que nunca.