Tony Manero
Sinopsis de la película
Santiago de Chile, 1978. En medio de un difícil contexto social, la dictadura de Pinochet, Raúl Peralta, de unos cincuenta años, está obsesionado con la idea de interpretar a Tony Manero, el personaje de John Travolta en Fiebre del Sábado Noche . Sus ansias de interpretar a su gran ídolo y su anhelo de ser reconocido como una estrella del mundo del espectáculo a nivel nacional le empujan a cometer una serie de crímenes y robos.
Detalles de la película
- Titulo Original: Tony Manero
- Año: 2008
- Duración: 98
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Opinión de la crítica
Película
6.1
100 valoraciones en total
La película refleja el puro egoísmo de una persona (Raúl) por llegar a conseguir lo que quiere: ser el mejor Tony Manero, algo que le excita más que el sexo. Raúl es capaz de pegarle a una anciana o de cagarse en el traje de un amigo sin mostrar el más mínimo arrepentimiento. Sin duda una película impactante que no será muy apreciada por la mayoría de espectadores.
Coincido con Wendy Ide del periódico británico The Times : Tony Manero es maravillosamente extraña. Chile la ha elegido para que sea la representante en los Oscars de su país, ahora veremos si la aceptan, a pesar de ser muy dura de ver, es una película que está muy bien realizada para el bajo presupuesto del que disponía.
No apta para habituales del cine comercial.
Notable drama con rasgos de thriller, o thriller con forma de drama altamente freudiano, que con una sucia fotografía logra retratar a una sociedad chilena igualmente sucia, decadente y al borde siempre del patetismo más absurdo. Por cierto, no será de gusto de todos, pero para no pocos la actuación de Castro y un puñado de escenas genialmente logradas quedarán entre lo más granado del cine made in chile de la década pasada.
La cinta fue estrenada en Cannes y formó parte de la Selección Oficial junto a 14 películas internacionales del orbe, donde fue destacada por la prensa especializada mundial. Además, fue la gran ganadora del Festival Internacional de Cine de Santiago Sanfic 2008, y ya ha recibido el máximo galardón en diversos Festivales, como en Suiza, México y Francia.
Después de este resumido dossier, es fácil suponer que Tony Manero era una de las cintas más esperadas por el público en este segundo semestre. La historia se centra en Raúl Peralta, un bailarín aficionado de clase baja, con evidente falta de talento para la danza, quien está obsesionado con el personaje de John Travolta en Fiebre de Sábado por la Noche, Tony Manero. Raúl se siente Tony, quiere hablar, caminar y bailar como él, va todos los días a la función de cine a ver la cinta una y otra vez para aprenderse cada uno de los diálogos de su ídolo. Por ello, su sueño es ser reconocido a nivel nacional como Manero, para lo cual cada fin de semana se presenta junto a Cony (Amparo Noguera), la Pauli (Paola Lattus) y Goyo (Héctor Morales) en un bar capitalino, realizando una que otra coreografía. Pero los tiempos no son fáciles, corre 1978 y, en plena dictadura, cualquier movimiento en falso puede ser condenado por la autoridad a cargo, y eso resulta un problema para Raúl, quien está dispuesto a cualquier cosa para conseguir su meta y una vida un poco más digna, incluso cometer los más horribles crímenes.
A pesar de los laureles y las grandes críticas recibidas, la cinta no resulta fácil de digerir para cualquier tipo de espectador. Pablo Larraín realiza su segundo largometraje después de Fuga (2006) y bajo cualquier punto de vista, la película es un gran riesgo considerando las alegorías y la innovadora forma de proponer el trabajo, obligándonos a sacar todo nuestro poder de abstracción fuera. Empecemos.
Mucho se ha hablado sobre el contexto histórico en el cual se desarrollan los hechos. Si bien nos ubicamos en plena dictadura, el tratamiento es sumamente cuidadoso, dejando sólo a ciertos guiños la realidad política de ese entonces. No se asuste si piensa que va a presenciar un destacamento comunista ni tampoco que le van a tocar a su general. El fondo va mucho más allá.
La estética y el uso de técnicas cinematográficas un tanto novedosas para el convencional cine chileno, pueden resultar algo inexplicables. Desenfoques sin asco, excesivo uso del silencio y diálogos introspectivos (casi surrealistas en algunos casos), pueden atornillar al revés si Ud. sólo quiere ir a divertirse a la sala de cine. Pero finalmente son estos detalles lo que hacen de Tony Manero una película especial, incómoda, llena de sensibilidad real -pero a la vez poco pretenciosa-, entregándonos la agobiante necesidad del protagonista en la búsqueda de su identidad, perdida por muchos en épocas pasadas, develando en parte la realidad que a nuestro país le tocó sufrir durante casi dos décadas.
Imposible no mencionar el acabado trabajo actoral del pequeño elenco que conforma la película. Sin detallarnos ni explicarnos la función de cada uno, el guión habla por si solo describiendo perfectamente a cada uno de los personajes de la cinta. Amparo Noguera y Héctor Morales son lo suficientemente buenos para no caer en la eterna sobre actuación que uno tanto teme del cine chileno, y Paola Lattus, que brilla con luces propias interpretando a Pauli, la hija del personaje de Noguera, quien se muestra humilde e inocente ante las libidinosas miradas de Raúl, pero que algo oculta tras su temeroso andar. Mención aparte merece Alfredo Castro. Ya nos había regalado grandes papeles en la propia Fuga (2006) y en Casa de Remolienda (2007), pero definitivamente es con Raúl Peralta que alcanza uno de los personajes mejores elaborados del cine chileno hasta la fecha. Comparado con Al Pacino por la prensa internacional y no sólo por su parecido físico en esta película, Raúl esconde tras su mirada perdida y su silencio sepulcral, una necesidad esencial: la necesidad de dejar atrás una vida sin oportunidades y escapar de una sociedad que no tiene nada que ofrecerle, a través de su máximo ídolo, que es lo único que lo llena y lo evade de su angustiante vivir.
Con una ambientación notable de la época, incluyendo la recreación total del mítico espacio televisivo llamado El Festival de la Una, con Enrique Maluenda, Poncho Lindo y Sabrosalsa Deyco incluidos, Tony Manero no es una simple historia de un chilenito clase baja que pretende a toda costa ser igual a su personaje favorito. La cinta apela de una manera perturbadora a nuestro inconsciente colectivo, a los difíciles momentos vividos por millares de personas que vieron como su libertad fue opacada y perdieron la poca identidad que iba quedando (y de manera notable, sin necesidad de llenar la pantalla de tanques, fusiles ni fuerzas armadas), muestra la realidad de un grupo de personas que, sin escogerlo, se vieron obligados a vivir en el bajo mundo. Vemos la historia de Raúl Peralta, un ser disfuncional, estancado por sus propios sueños, que ni siquiera es capaz de controlar sus propias ambiciones y quien no dudará ni un sólo segundo en conseguir su ansiado anhelo: convertirse en Tony Manero.
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Esta película es oscura, fría, lenta, con una mirada directa a la vida patética y sin destino de personajes invisibles pero absolutos. Muy bien actuada, con un Alfredo Castro que demuestra, a todas luces, su gran calidad de actor, tanto es así, que su personaje nos convence sinceramente de ser un maldito don nadie. Para el cine chileno, ya está consagrada como película de culto.
Una película difícil, de eso no hay duda. Difícil, de fotografía seca, de historia cruda. Un contexto político y social de espanto, que definitivamente sólo permea desconfianza y asco en el ser humano si no te tocó vivirlo (y padecerlo) para entender algo de lo que ahí sucedía.
Toque de queda y los milicos por todas partes. El protagonista, obsesionado con su ídolo – el señor Tony Manero de fiebre de sábado por la noche-, está dispuesto a todo. Y a su alrededor un grupo de desquiciados obsesionados con el baile y el protagonista: el Tony Manero chileno, su líder. Una suerte de secta familiar, moralmente ambigua y morbosa, fruto de la más brutal marginalidad. Una especie de reflejo de la anomia infame que te dice que en una situación crítica todo vale -hasta asesinar- y que mejor obsesionarse con bailar que otra cosa. Patéticamente real.
Difícil, lenta, cero comercial, cuasi experimental… inclasificable y un desafío.