Tokio Blues
Sinopsis de la película
Adaptación de la prestigiosa novela homónima de Murakami. La historia comienza cuando un hombre llamado Toru Watanabe escucha la canción de los Beatles Norwegian Wood mientras aterriza en el aeropuerto de Hamburgo, lo que le hace retroceder a su juventud y al turbulento Tokio de la década de los 60.
Detalles de la película
- Titulo Original: Noruwei no mori
- Año: 2010
- Duración: 133
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Opinión de la crítica
Película
5.4
50 valoraciones en total
Tuve la suerte de verla este pasado fin de semana en el cine en pantalla enorme y todavía no tengo claro lo que me pareció. Las memorias del libro son una losa pesada pese a haberlo leído hace mucho tiempo. Como esperaba de este director al que admiro la mayoría de las veces, es una película exquisitamente rodada, con una cinematografía exhuberante, milimétrica, hermosísima, pero quizá el guión resulta algo esquemático y las elipsis a veces son más bien agujeros, ya que los personajes avanzan a saltos en lugar de hacerlo paulatina y orgánicamente, pese a tales carencias del guión, Tran Anh Hung consigue construir una atmósfera muy nostálgica, que es quizá lo más notable del propio libro, pero las emociones de los protagonistas quedan algo escondidas detrás de tanta planificación y atrezo.
Me ha gustado, pero no me ha enamorado, como sí lo hizo la novela.
No imagino qué puede sentir quien no leyó antes el libro, sin él creo que esta película no funciona. Murakami escribe cinematográficamente, sobretodo en sus efectivos finales, por eso el paisaje humano y geográfico de la película me resultaron familiares. Esta vez, tuve la rara sensación de que estaba conociendo a personas que alguna vez existieron antes de que Murakami las describiese en su libro. Lo mismo me pasó cuando llegué a Venecia, París o al Guernica, después de haberlos conocido por películas, fotos y libros. Los acepté con su olor, sus rincones sucios, sus novedades, sus descuidados goteos de pintura, eran así y me gustaron más que antes. Temía que occidentalizasen la historia, y que a los amantes les hicieran decir y hacer estupideces: arrodillarse para pedir la mano, gritar por una ventana, decir que quieren levantarse todos los días con…, envejecer juntos, etc., todo made in y que lamentablemente, el colonizado cine y series españoles, con alguna excepción, imitan y empeoran, haciendo una mala copia de esa mala copia de la realidad. Como admirador de japoneses: Oshima, Kurosawa, Hiroshi Inagaki, Imamura, etc. y directores chinos, vietnamitas, coreanos, turcos tengo un aprecio especial por esa lentitud narrativa que a algunos les parece excesiva. (No estoy comparando esta película con las de los mencionados directores ni a Murakami con Mishima o Kenzaburo Oé)
Lo que sea ese casi inmovilismo estético japonés u oriental es la concentración en disfrutar lo que sienten y en comunicárselo a su par, sin sobreactuaciones para sí mismo o su pareja, en el caso del amor. Ellos se toman su tiempo para no perderse un solo cosquilleo, un solo estremecimiento, un solo centímetro de cuerpo y pasión.
El orgasmo más sentido, el que te cambia hasta el olor de la piel en un instante, no es el más gritado, suele ser el más suspirado, respirado, transpirado, mirado, llorado. Se nota que Murakami, admirador y traductor al japonés de la obra de Raymond Carver (excelente escritor de historias despojadas de superfluos), ha amado y desamado, en japonés y el director lo ha contado en vietnamita francés.
Llego del cine con la sensación de haber tirado el dinero. Para empezar se saltan que Watanabe cuenta su historia cuando ya tiene treinta y pico años. La historia tal como sucede en la película podría durar mucho menos y que decir que la canción que da título al libro y película no aparece más que dos veces en toda la película, sin explicar nada de ella, y lo mucho que gusta a Naoko.
Bien es cierto que el doblaje le hace un flaco favor, pero además la historia tiene huecos. Se pasan trozos con simples fotografías sin explicar nada. La historia de Reiko directamente no aparece, ni lo buena pianista que era antes de aprender guitarra, ni porque está allí, ni porque tiene tanto miedo a dejar el sitio, ni nada de nada. El sexo tiene más metraje que el resto de la película. Y por lo menos para mí, el significado del sexo dista mucho de lo que significa en el libro. Pero lo peor de todo no es que sea una mala adaptación, que lo es. Sino que es una mala película donde no se explica nada, Es pretenciosa, carente de ritmo, y pareciera que hubiera sido adaptada y rodada despues de que al director lo dejaran a medias de un polvo.
Guardamos un concepto de los japoneses bastante definido, hasta el punto que los consideramos la antítesis de nuestra gracia y salero mediterráneos. Sólo han hecho falta las últimas imágenes del trágico tsunami para reafirmar nuestras nociones. Los nipones se nos antojan cerrados, de sentimiento contenido, introvertidos. Muy suyos. De ahí que las películas asiáticas, y especialmente los romances, nos resulten fríos, demasiado asépticos para nuestros estándares de pasión desenfrenada. Tokio blues no es una excepción, a pesar de que adapte una novela tan poco gélida como el best-seller de Murakami.
Sin duda, el conflicto interior de Watanabe, el atormentado protagonista de Tokio blues, daba para un buen drama romántico que habría hecho las delicias de cualquier director occidental. De hecho, si no fuera por los nombres y las referencias japonesas sería difícil adivinar la procedencia del autor de la novela. Murakami nos desmontaba tópicos culturales con su escritura sensible e intimista, con cuyos personajes resultaba muy fácil empatizar. Con el traslado a la pantalla de su libro no ocurre lo mismo, bien por la inexpresividad que suelen desprender los actores japoneses, o más bien porque el guión se ocupa bien poco de contextualizar sus temores.
La elección de centrar la mirada exclusivamente en los dos amantes era arriesgada y yo diría que desafortunada. Sin acceso a los pensamientos del protagonista iba a resultar muy complicado reflejar en pantalla sus motivaciones. Y es que aunque la novela esté narrada con una gran sensibilidad, la historia de amor está marcada por los silencios y por la distancia. En imágenes, la relación entre Watanabe y Naoko iba a parecer un romance a la japonesa, tan extraño y desapasionado para el espectador occidental.
A pesar de todo, puede que se echen de menos frases que encojan el corazón de los más sensibles. O caricias y besos de película que nos convenzan de que esta historia de amor es tan válida como cualquier otra. Pero el director ha suplido la ausencia de esa pasión a la que nos ha malacostumbrado Hollywood con una puesta en escena que destila emotividad y belleza. Quizá los japoneses no sepan exteriorizar sus sentimientos pero desde luego, tal como demuestra Tokio blues, se las ingenian para expresarlos con formas menos convencionales y mucho más complejas.
La película es mala, con una historia sin fondo, vacía, como el que mira un pozo y no le ve fin, que a cada secuencia te hace soltar un bostezo de aburrimiento, y donde el momento más celebrado, es el instante donde aparecen los créditos, y es que siento ser tan directo, pero la verdad es la verdad, y hay que recordar que esto es cine, y la base del cine es el entretenimiento visual y sensorial, y no el de hacernos dormir durante dos horas.
Lo único que se salva es la fotografía, tremenda para mi gusto, con unos escenarios y paisajes grandiosos visualmente.