Tiro en la cabeza
Sinopsis de la película
El 2 de diciembre del 2007, tres etarras asesinaron a dos guardias civiles (Fernando Trapero y Raúl Centeno) con los que casualmente se encontraron en una cafetería en Capbreton, en la región francesa de Las Landas.
Detalles de la película
- Titulo Original: Tiro en la cabeza
- Año: 2008
- Duración: 85
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Opinión de la crítica
Película
4.3
25 valoraciones en total
Apoteósico. Nunca he vivido algo semejante en una sala de cine. Hace diez minutos que he llegado a casa y todavía me estoy descojonando.
San Sebastián, 22:00. Lugar: Kursaal Auditorio. Fecha: 23-09-08. Aforo: 1500. Afluencia: 1300 aprox. Ocasión: Sección Oficial del Festival de Cine de San Sebastián.
Quedamos en el Pikatxilla, una cervecería enfrente de los Cubos de Moneo a las diez menos cuarto de esta noche. Tras los besos y saludos de rigor pisamos la alfombra roja y presentamos a los uniformados nuestras invitaciones. Nuestras chicas están fabulosas. Nosotros también. Como debe ser. Justo cuando entramos aparece un coche entre antiguo y raro que se detiene a tres metros y comienzan a saltar los flashes. Es Jaime Rosales y su cohorte. Como si de un anticipo emocional se tratase, pasamos de ellos y nos introducimos en el gran cubo. Nos toca anfiteatro. Pues vale.
El Cubo acojona. Los entendidos comentan que posee una de las mejores acústicas de Europa. No lo pongo en duda ya que durante La Quincena musical donostiarra, si uno es aficionado a la música de violines puede vivir sensaciones que un cd jamás te podrá dar. Lo comprobé durante una exuberante 1ª sinfonía de Brahms. Nos repartimos en el ala izquierda del anfiteatro. Está repleto. Saludo, a señas de mi hermano, a un viejo compañero y enemigo del colegio que se sienta justo detrás. Ha engordado unos 30 kilos, y aunque me joda, reconozco por lo bajini que su señora tiene un buen revolcón. Me pregunta por mí y lo despacho rápida pero elegantemente. Le pongo con disimulo la mano en el paquete a mi chica y ella pasa de mí. Aplausos de la masa al director y su cohorte. Luces fuera.
-Minuto diez: las dos mujeres sentadas delante de mi cuñada y un servidor, se levantan y se van. ¿Qué ha ocurrido hasta entonces? Ruido. Ruido de coches y voces lejanas mientras los actores hablan pero escapan del diálogo. Imágenes que no cuentan absolutamente nada van pasando delante de nuestros ojos: una estación de tren, una ventana que está cerrada y se abre, una cena en un piso… y nadie dice nada, ni transmite nada. Lo único que se escucha aparte del ruido de las motos, son los comentarios vivaces y cabrones de mi único hermano. Las de delante se ríen bastante. La gente comienza a sentirse incómoda. Cualquier tío, repito, cualquier tipo con una educación mínima podría haber rodado lo que hasta ahora se nos muestra, y además ahorrándose a los técnicos de sonido.
-Minuto 20: una mujer de las primeras filas se levanta y al grito de: Qué me devuelvan el dinero de las entradas, esto es insoportable se marcha taconeando para jorobar todo lo posible a las 1300 personas que asombrados la vemos marchar. De repente el anfiteatro estalla en vítores y aplausos. Duran unos diez segundos. Somos escoria, lo sé. Aquella santa varona consigue relajarnos durante ese breve instante. Un instante para enmarcar. Puedo sentir la puñalada en el corazón de Jaime Rosales. Me encanta. Qué pedazo de m…
Si alguien, a pesar de mi encarecida advertencia, o por simple curiosidad, decide finalmente adentrarse a ver Tiro en la cabeza, una de dos, o es un estandarte de las más radicales tendencias del gafapastismo extremo (en el cual, con nombre, todo vale), o más vale que entre al cine repitiendo: Jaime no se está riendo de mí, Jaime no se está riendo de mí, Jaime no se está riendo de mí….
Es muy complicado comenzar a hablar de una película que lo es por el simple hecho de haberse realizado con una cámara y proyectado en pantalla grande. De no ser así, sería más sencillo encerrarla en una sala oscura de museo para que la gente se la quedara mirando un rato y luego prosiguiera su camino comentando lo mucho que te puede haber sugerido. Tiro en la cabeza no tiene ritmo. No tiene diálogos AUDIBLES. No tiene información.
Habría que haberlo grabado. Una montaña de acreditados formando una enorme cola en el festival de San Sebastián, pegándose por entrar y luego saliendo a los diez minutos, tras comprobar que la película no va a ofrecer absolutamente nada. Pongámonos en situación: el film de Rosales muestra la vida normal de un hombre desde planos lejanos, de modo que ninguna de sus conversaciones se escuchan, a pesar de que los protagonistas hablan, se relacionan, gesticulan. Cuando digo ninguna, me refiero a NINGUNA, ninguna se escucha. Una vida normal, aburrida. O simplemente, no peculiar. Personas que van y que vienen y que nos importan una mierda, porque ya la película da igual.
Mientras la veía pensé que Rosales se estaba descojonando de todo el mundo en sus narices, luego que simplemente se creía un genio creador por encima del resto de los mortales y luego que se estaba descojonando otra vez. La película seguía sin que nada pasara. Plano largo de ventana. Plano de estación. Plano de bar. Rosales en su casa se seguía riendo de mí blandiendo sus goyas en ambas manos. Plano interior. Plano de coche.
Durante más de una hora, la película nos muestra la vida cotidiana de un hombre que puede ser cualquiera. El director, fiel al estilo de sus dos obras anteriores, trabaja con la cámara fija realizando interesantes composiciones de imagen y encuadres. Una vez más, sin música, como en la vida real. Y en este caso asume dos riesgos añadidos: ausencia de diálogos y empleo en una buena parte del metraje de teleobjetivos que pretenden dar la sensación de quien narra distante, mero observador de hechos sobre los que no se pronuncia. Al final, cuando se produce el desenlace dramático, acerca la cámara a los intérpretes para buscar seguramente ese subrayado del hecho sorprendente: un tipo aparentemente normal resulta que no lo es.
Si la premiada La soledad , asumiendo también riesgos y profundizando en este estilo experimental, dejaba patente que no es lo más apropiado para ficción -por muy realista que se quiera presentar-, sino más para documental, y arrastraba el lastre de una errónea planificación de tiempos que prolongaba demasiado secuencias que pedían a gritos una elipsis, aquí lejos de corregir esto y amparado seguramente por la buena acogida crítica de sus anteriores trabajos, incide aún más en ello. El resultado es obvio: mucha gente en su estreno en el festival de San Sebastián terminó por salirse de la sala antes del final. Algunos sesudos ya se sabe lo que dirán: película difícil para la masa poco preparada. Cuando yo más bien me preguntaría: ¿qué sentido tiene un arte -cuya función es expresar- sin receptor al que expresarse?
Por eso, si La soledad no dejaba de ser interesante como camino exploratorio y gozaba de varias virtudes, más de lo mismo e incidiendo en errores en lugar de subsanándolos sencillamente es un considerable paso atrás.
Respecto al mensaje de fondo… La asimilación del terrorista como un tipo aparentemente normal pero capaz de matar, me inspiraría a abordar a dichos asesinos preguntándoles: ¿Por qué me matas? Tú y yo somos personas que viven y se ilusionan por cosas parecidas. Podrías vivir libre, sin problemas, si no te empeñaras en que el ciudadano vasco no es libre cuando tiene los mismos derechos y libertades que cualquiera en España (un Estado de Derecho democrático), y por eso cometes la equivocación de matarme.
Ese mensaje sería alentador como terapia a los terroristas para intentar humanizarles si no fuese porque el mismo Rosales ha dado un punto de ambigüedad con algunas declaraciones públicas intentando explicar su película: todos los ciudadanos queremos encontrar una solución tolerante y pacífica, en la que todos quepamos, aunque para ello todos tengamos que renunciar a una parte para alcanzar esa solución definitiva .
Señor Rosales, con todos mis respetos, aquí hay claramente una víctima y un verdugo. La sociedad no tiene que renunciar a nada para meter en la cárcel a un asesino. Son los asesinos y sus partidarios los que tienen que dejar de asesinar y defender sus ideas dentro de la ley.
Resulta difícil ver esta película de forma desapasionada. Olvidarse de los individuos reales retratados. Unos dirán que es tibia con los terroristas. Otros dirán que no refleja las raíces del conflicto. Yo mismo no consigo verla con el distanciamiento necesario.
Quizás, a eso se refiera el director cuando sostiene que está hecha para los espectadores del futuro, aquellos que puedan acercarse a ella como quien lee un reportaje zoológico.
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Dice Ion Arretxe: Es una película cruel y conflictiva, que puede dejar al espectador desasosegado e irritado, pues nos muestra algo que, en el fondo, todos sabemos y nadie quiere ver: un terrorista es, nos guste o no, una persona normal.
No estoy de acuerdo.
Primero, ¿qué es la norma? ¿Y lo normal?
Segundo, ¿acaso Pol Pot, Hitler y Stalin no comían, bebían y cagaban? ¿Quién dice que los actos normales, cotidianos, no forman parte de las personalidades monstruosas?
Tercero, estoy convencido de que el director no suscribiría esas palabras pronunciadas por Arretxe.
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Dice Jaime Rosales: Tuve muy claro el estilo y la forma de trabajar desde el primer momento. La manera de rodar no ha tenido nada que ver con mis trabajos anteriores. Se parecía más a la manera de trabajar empleada en los documentales de animales.
Ese es, indudablemente, el estilo formal de la cinta. Una aproximación, desde fuera, a la vida y costumbres de unos seres aparentemente incomprensibles. A través de la observación de sus rutinas el director quisiera vislumbrar las claves de sus actos de violencia. Pero tales actos no se explican por el hecho de que el individuo compre discos en la FNAC, hojee El jueves o beba un par de copas con los amigotes.
Lo único que sé es que lo que me mueve a realizar una película es siempre lo mismo: la necesidad por entender al ser humano, la posibilidad de explorar el lenguaje del cine buscando nuevos caminos.
En mi opinión, aunque la peli pueda no gustar, la autoexigencia y la rectitud artísticas de Jaime Rosales son indiscutibles.
Por otro lado, la cinta es neutra o amoral. Depredadores, presas. Aunque, en este caso, ambas especies son personas. Y eso dificulta nuestra digestión.
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Observamos lo que sucede con un cristal (la cámara) de por medio. Un cristal que siempre está presente e incluso se desdobla en otro cristal dentro del cuadro. Como si todo aconteciera en una pecera y el lenguaje de los peces nos fuera indiscernible.
Sólo percibimos las risas y el rugido: ¡Txakurra! No tenemos acceso a lo que hablan.
El juego de los ojos en el restaurante alcanza intensidades increíbles. No se puede contar más con menos elementos.
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A mí la independentzia no me indigna. Me indigna el tiro bat buruan, el tiro en la cabeza.
Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón. (Jorge Luis Borges)
Y, por desgracia, aún queda muy lejos.
En 1607 se estrenó en Mantua el «Orfeo» de Monteverdi. Seguro que hubo gente que se aburrió y le pareció una tontería extravagante.
En 1805 Beethoven dirigió en Viena su «Sinfonía Heroica». La crítica dijo que era «pesada, interminable y deshilvanada».
El 15 de diciembre de 1856 Flaubert publica la última entrega de su novela «Madame Bovary». En febrero de 1857 tiene que defenderse ante los tribunales de una demanda por «ultraje a la moral pública y religiosa y a las buenas costumbres». Ese mismo año Baudelaire debe retirar varios poemas de «Las flores del mal» bajo idéntica acusación.
El 29 de mayo de 1913 ya saben ustedes la que se armó en el Teatro de los Campos Elíseos.
En octubre de 2008 Jaime Rosales estrena su «Tiro en la nuca» en cuatro cines medio vacíos y en Filmaffinity le llueven los palos, las condenas estéticas y morales y hasta los insultos. ¿Por qué molesta tanto su cine? A mí me parece hermosísimo, de una intensidad y una delicadeza enormes. Rompe con la retórica del cine al uso, subraya (por contraste) la banalidad de los diálogos, el abuso grosero de las bandas sonoras, la falsedad de las actuaciones, la caracterización de malvados torvos que escupen en el suelo, elimina los folleteos atléticos y jadeantes, los besos entre actores musculados y depilados y actrices oxigenadas y corregidas con bisturí, las explosiones y muertes acrobáticas que se ven en el resto de las películas que hay ahora mismo en la cartelera. Rosales ha quitado las legañas a la cámara, ha roto con la inercia de contar todas las historias de la misma manera, ha demostrado que el realismo es subversivo y, sobre todo, una bandera de la libertad. Es un oasis. El resto de la cartelera demuestra que el cine (no hablo del español, sino del mundial) está en una profundísima decadencia, que narrativamente es un arte inane, a años luz (por ejemplo) de la literatura, que se ha convertido en una especie de videojuego en pantalla grande, intrascendente, irrelevante.
A Rosales se le podría aplicar lo que escribía Lope:
«Como veis que camino
por zarzas, por espinas, por abrojos,
pensaréis que os inclino
a tormentos, a lágrimas y enojos,
pues mirad que son flores,
porque es toda mi ley tratar de amores.»
Esta película de Rosales es un acto de amor por el cine (y, si se me apura, por España), donde otros ven zarzas, espinas y abrojos yo sólo encuentro belleza, verdad y emoción. Allá donde vaya Rosales, yo iré detrás, agradecido de ser contemporáneo suyo y de poder asistir a los estrenos de sus películas. Los espectadores de dentro de un siglo nos envidiarán y si no, al tiempo (je, je).