Tiempo de amar, tiempo de morir
Sinopsis de la película
Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), un soldado alemán que combate en el frente ruso obtiene un permiso para volver a Alemania. Tras comprobar que su casa ha sido bombardeada, emprende la búsqueda de sus padres desaparecidos, al mismo tiempo, conoce a la hija de un preso político y se enamora de ella.
Detalles de la película
- Titulo Original: A Time to Love and a Time to Die
- Año: 1958
- Duración: 133
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Opinión de la crítica
Película
7.6
47 valoraciones en total
Eso es lo que destila esta hermosa película, obra cumbre del melodrama firmada por el que fue su maestro indiscutible: una persecución implacable que la cruda Realidad hace del Sueño, de la Esperanza, del Deseo, de la Evasión, de todo aquello que cualquier ser humano, conscientemente o no -y quien diga lo contrario, miente-, busca desesperadamente en el mundo que le rodea -nunca menos gratuito y más acertado el adverbio-, porque, en su lucidez, sabe que todas esas cosas no existen como meta final de todo esfuerzo, sino como mágico momento fugaz que aparece cuando menos se lo espera y se diluye cuando apenas ha empezado a disfrutar de él. En esta película se asiste, con el corazón en un puño, al desgarrador espectáculo de la Vida acechándose paradójicamente a sí misma: la Vida que rodea al hombre y le impone el camino contra la Vida que él querría construir. La Realidad contra el Cuento, la Fatalidad contra la Posibilidad. Y el Destino como maquiavélico croupier repartiendo las cartas justas para seguir jugando el Juego, el único que nadie juega por diversión, sino por necesidad.
Una de las más bellas historias de amor que jamás se hayan contado en imágenes. Una flor que brota en un erial azotado por el huracán y pugna por sobrevivir, abriéndose fugazmente en todo su esplendor a los escasos claros de luz que perforan momentáneamente las tinieblas que la envuelven. Y, por paradójico que resulte, con el único final que puede verdaderamente otorgarle la inmortalidad. Su Imposibilidad, su Inevitabilidad, su Fatalidad, al fin y al cabo, son, precisa e irónicamente, las únicas cualidades que la harán vivir para siempre en el corazón de cualquier persona sujeta a las reglas del Juego -todos nosotros-, dejando así en tablas -o, al menos, en victoria pírrica- el desenlace de la Partida… porque es la única baza que al Final nos queda.
Mi eterno agradecimiento, señor Sirk.
Penúltimo film de Douglas Sirk (Hamburgo 1900 – Lugano 1987). El guión, de Orin Jannings, adapta la novela Zeit zum Leben, zeit zum Sterben (1954), del novelista alemán Erich Maria Remarque, pseudónimo de Erich Paul Remark (1898-1970), que estuvo casado (1958-1970) con Paulette Goddard. Se rueda en escenarios naturales del CCC-Atelier Spandau (Berlín) y de las proximidades de Berlín, y en estudio. Producido por Robert Arthur para Universal, se estrena el 9-VII-1958 (NYC).
La acción dramática tiene lugar a comienzos de la primavera de 1944, en el frente ruso de Alemania (sin mayores especificaciones) y en la pequeña localidad germana de Werden (Renania del Norte-Westfalia), durante algo más de un mes, con especial referencia a los 21 días de permiso del soldado Ernst Graeber (Gavin). Se reencuentra inesperadamente con Elizabeth (Pulver), hija única, de 20 años, del médico de cabecera de su familia, el Dr. Kause. En Werden, Ernst se relaciona con su antiguo condiscípulo Oscar Binding (David), son su antiguo maestro el profesor Polhmann (Remarque) y con los militares de la enfermería Hermann Boettcher (DeFore), Reuter (Wynn) y otros. Ernst tiene 24 años, lleva algo más de dos años sin visitar Werden y es honesto, sincero, susceptible y algo ingenuo. En el frente su mejor amigo es Immerman (Mahoney). Ella es de carácter fuerte, tiene gran sentido de la dignidad y del amor propio, trabaja en una planta de confección de capotes militares, se encuentra sola y vive preocupada por su padre, deportado a un campo de concentración y condenado a trabajos forzados por haber manifestado que pensaba que Alemania no podía ganar la guerra.
El film suma drama, romance y guerra (IIGM). Desarrolla una narración realista, que se apoya en el uso de contrastes y antítesis (amor/odio, muerte/primavera, horror/ternura…), en un estilo fluido y ligero, unos diálogos naturales (alejados de la farragosidad de la novela) y una portentosa visualidad. Crea una atmósfera trágica que con variación de matices informa todo el metraje. El espacio en el que tiene lugar la acción principal se presenta derruido por las bombas, convertido en un escenario de formas fantasmagóricas, distorsionadas y fragmentadas que lo transforman en un lugar de congoja y pesadilla.
El realizador incorpora a este paisaje numerosos signos de la muerte. Prácticamente toda la ciudad habla de muerte. Lo hace por medio de elementos anteriores a la guerra (caballo disecado), amenazas ciertas (Gestapo), personas ocultas en lugares inhóspitos, dibujos en las paredes del refugio (bombas que caen sobre personas indefensas), ceremonias fúnebres (comitiva de un entierro), sonido y efectos de los bombardeos (traje en llamas de una mujer), etc. La presencia singular de la muerte se convierte en un fenómeno masivo en la casa del comisario político del lugar, cuyas paredes muestran los bustos disecados de multitud de gamos, cornamentas de ciervos sacrificados y escopetas de caza.
La cita no se dice en la película, pero cualquier protagonista la podría haber hecho suya. Es una frase de John Lennon que he querido rescatar porque me parece muy apropiada y resume perfectamente la esencia del film.
Aunque Tiempo de amar, tiempo de morir no figura, incomprensiblemente, entre las más aclamadas de Sirk, es una de las más exquisitas, maduras y bellas de su carrera.
Con un gran despliegue de medios que recrea con gran lujo de detalles el frente y las ciudades, casi apocalípticas, Sirk muestra un romance que no será fácil (una constante en sus largometrajes) dentro de la miseria y las calamidades de la guerra.
Sólo alguien como el virtuoso Sirk podría haber logrado esta gran historia de amor envuelta en la peor de las guerras con tanta elegancia y distinción, atributos, por cierto, que caracterizan al rey de melodrama (título merecido pero corto, no es sólo eso, es un extraordinario director). Nada mejor para ratificar esto que la fantástica cena en el Hotel Germania, donde se dan la mano sutileza y devastación.
He de reconocer que soy un entusiasta de Douglas Sirk y que escribo más desde la admiración que desde la objetividad.
Con la meticulosidad que le caracteriza, Sirk nos sitúa en el frente ruso-alemán en 1944.
Un paisaje nevado, unas durísimas condiciones y unos soldados desmoralizados acusan ya cinco años de guerra. Ernest Graeber (Jean Gabin), tras dos años ininterrumpidos cumpliendo órdenes, recibe al fin, un permiso. Jean Gabin es, posiblemente, uno de los soldados mejor vestidos y con mejor percha, siempre bien peinado y mejor vestido.
El principio tiene un desarrollo tranquilo, con la descripción del ambiente bélico y la vuelta de Gabin a su ciudad natal, hasta que conoce a la chica, y ahí Sirk da rienda suelta a su maestría, como siempre que hay una historia de amor.
Como es habitual, el dominio técnico está presente: los magníficos encuadres y la utilización del color, quizá con tonos más apaciguados que en otras ocasiones, condicionado por un ambiente bélico.
Sirk combina el horror con el amor, la delicadeza con la brutalidad. Es increíble cómo combina estas dos facetas, una sociedad en deconstrucción física y moral, envuelta en una historia de amor de dos personas desamparadas, pero que mantienen estrictos códigos morales, a pesar de la miseria moral que les rodea.
En el imaginario de Sirk caben cosas tan llamativas, como que un cadáver congelado derrame una lágrima.
He de confesar que me sigue gustando enormemente (en realidad, casi toda la filmografía de Sirk), si bien es cierto que no tanto como la primera vez, quizá porque la impresión del final es inolvidable la primera vez.
El final (imposible contar nada, ni siquiera en spoiler), me parece uno de los más impactantes que he visto.
Erich Maria Remarque fue un prolífico autor, de los que pasarán a la historia por una única novela: La primera que escribió -que también se ha llevado al cine en un par de ocasiones – titulada Sin novedad en el frente . En ella, Remarque, vació sus vivencias de la Gran Guerra e inauguró un estilo en el que los protagonistas son los combatientes y no las batallas y sus hechos, jugando más con los efectos del horror que con sus causas.
El hombre, que metido en la sinrazón del horror de la guerra y la fragilidad de la vida humana, bajo el huracán del fuego y el hierro, establece lazos de amistad y gasta su precaria vida en sueños de paz y en buscar abrigo y sustento, es el discurso universal que Remarque inauguró con su Sin novedad… y que se ha repetido hasta la saciedad, especialmente para ilustrar trabajos de discurso antibelicista.
Este esquema, simple y plano, con fuerte carga humana, que repite a lo largo de su obra y reaparece a menudo, lo hace con peor fortuna a la de su opera prima, en el guión de Tiempo de amar, tiempo de morir .
Sin embargo, tan simple y a estas alturas, poco original relato, adquiere caracteres de obra maestra, en manos de Douglas Sirk. La facilidad del director de dar dimensión humana a los gestos sencillos y de alternar los detalles del horror de los frentes de combate con los sentimientos de las personas, establecen un relato, cargado de fuerza y de vigor, que -sin distinción de bandos ni de realidades históricas- produce en el espectador un fuerte sentimiento de rechazo de todo aquello que conlleva a la sinrazón de los hombres y mujeres metidos en el sangrante torbellino de las guerras. El mago del melodrama, que ha sido Douglas Sirk no ahorra mordacidad, humanidad y patetismo a un relato antibelicista, al que le saca todo el partido y más, para llevar al espectador a sentir la desazón de los combatientes y a las de las castigadas retaguardias de la Alemania en guerra, en un desgarrador film en el que el amar y el morir son los auténticos protagonistas.
Un último atisbo de esperanza para un futuro de paz, en forma de almendro en flor, rubrica este film espléndido, magnífico, inteligentemente realizado y correctamente interpretado, a partir de un guión que no hubiera sobrevivido a manos menos expertas que las del maestro Douglas Sirk.
Curioseando entre las recomendaciones de Talibán me topé, días atrás, con Tiempo de amar, tiempo de morir. Una peli cuyo título y sinopsis me sonaban ligeramente, pero de la que ignoraba -incluso- el autor. Cuál fue mi sorpresa, pues, cuando constaté que era el mismísimo Sirk -un cineasta al que admiro y respeto desde hace mucho tiempo- el máximo responsable de un film que, sibilinamente, había conseguido colarse entre las típicas pelis-totem que siempre suelo encontrarme en este tipo de listas.
Obviamente, me propuse verla. Lo antes posible. Y no sólo porque las nueve estrellitas que le concedía Talibán suponían un gran aliciente, sino porque haberla ignorado durante tanto tiempo me producía una extraña mezcla de estupor y coraje. Máxime cuando, tras verla, pude comprobar que se trataba de un excelente melodrama. Emotivo, muy bien narrado y con multitud de imágenes simbólicas y sugerentes. Al mismo nivel, a mi juicio, que otras pelis de Sirk mucho más conocidas como Sólo el cielo lo sabe, Escrito sobre el viento o Imitación a la vida.
Yo diría, incluso, que si Tiempo de amar, tiempo de morir no consiguió alcanzar el reputado status de sus hermanas fue debido, posiblemente, a la ausencia de estrellas de relumbrón en su reparto. No concibo, si no, otro motivo válido para explicarme la escasa repercusión crítica y mediática que ha padecido esta peli en los círculos cinéfilos. Y más teniendo en cuenta que tanto por metraje como por contexto histórico la peli de Sirk bien hubiera podido ser -con un poco más de pasta- una renombrada superproducción al más puro estilo Lean.
Lamentos al margen, Tiempo de amar, tiempo de morir cuenta con suficientes argumentos para reivindicar ese caché que nunca tuvo. Me gustaría destacar, por ejemplo, la honestidad y verosimilitud con la que Sirk nos relata esos veintiún días durante los cuales Ernst Graeber, el prota, disfruta de un merecido permiso militar en Westfalia. Veintiún días a partir de los cuales este cineasta teje una bella y conmovedora historia de amor bajo el fragor de las bombas. Quizás algo edulcorada en algunos momentos, de acuerdo, pero humana y real como la vida misma. Tan real que a Sirk no le tiembla el pulso a la hora de mostrarnos que ni todos los alemanes eran nazis ni todos los judíos, carneros degollados.
Y poco más. Tan sólo añadir que pelis como ésta constatan que si nunca hubo un rey del melodrama ése fue Sirk. Douglas Sirk.