The Yakuza Papers, Vol. 5: Final Episode
Sinopsis de la película
Quinta y última entrega de la saga The Yakuza Papers de Kinji Fukasaku. Entrados ya en la década de los 70, hace dos años que la antigua familia Muraoka se convirtió en coalición política, a modo de lavado de cara ante los medios de comunicación y la sociedad. Sin embargo, la confrontación interna con las facciones favorables a una restauración del código yakuza será inevitable, y la inminente salida de prisión de Shozo Hirono, jefe del grupo rival, no hará más que avivar las tensiones.
Detalles de la película
- Titulo Original: Jingi naki tatakai: Kanketsu-hen (The Yakuza Papers, Vol. 5: Final Episode)
- Año: 1974
- Duración: 100
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Opinión de la crítica
Película
7.1
89 valoraciones en total
Quinta y última entrega de la espectacular obra maestra Yakuza papers, en la cual Fukasaku demuestra que aún quedaba mucho por contar y que la fórmula todavía no se había agotado ya que siguió dirigiendo algunos títulos muy recomendables del Yakuza-eiga.
Un subgénero que ha influenciado desde el cine de acción de Hong-Kong, pasando por el cine más actual de Quentin Tarantino y Takeshi Kitano, hasta el surrealista e inclasificable Takashi Miike.
A pesar de ser esta la más reflexiva de la saga es un digno final, que acaba con 30 años de luchas de poder entre gángsters, para hacernos ver la evolución moral de sus personajes como Shozo Hirono, que termina por percatarse del absurdo de tanta matanza.
Mientras avanza la película entre alianzas entre viejos Yakuzas que no se adaptan al devenir de los tiempos y la muerte de jovenes soldados Yakuza.
Kinji Fukasaku es el realizador de esta inolvidable saga, un director que no se amilanó con la edad y siguió dando caña hasta la descomunal sátira política del díptico, Battle royale que terminó siendo su última película y la primera de su hijo Kenta Fukasaku.
No podemos decir lo mismo de los grandes cineastas americanos Francis Ford Coppola y Clint Eastwood que tambien alcanzarón la fama en los 60-70, hoy considerados clásicos o mitos vivientes del cine.
Cierre de una saga monumental, que más allá de la calidad de cada entrega, supone una rotunda obra maestra, un film-río avasallador, que pasa factura a 30 años de historia de un país a través de su sub-mundo criminal, anotando minuciosamente los cambios socio-económicos operados, simbolizados por esa yakuza que pasa del estraperlo y las escaramuzas en el mercado negro de la post-guerra bajo la ocupación, a travestirse en asociaciones políticas, empresariales y comunitarias, mientras machaca inmisericordemente cualquier rasgo romántico del yakuza eiga anterior a base de burlarse descarnadamente de unos rituales y valores sin significado alguno (el título Batallas sin honor ni humanidad hace referencia al giri-ninjo o a la versión de los forajidos el jingi, código de conducta basado en la humanidad y la justicia), de ridiculizar la reputación del bandido honrado protector de los desfavorecidos, exponiendo en crudo la estupidez salvaje (brutal el retrato de los hombres de Hirono con el en la cárcel), la cotidianeidad cruenta y la indiferencia total hacia la sangre de otros lista para derramarse. Esta quinta entrega funciona casi a modo de epílogo (aunque Fukasaku y el periodista y escritor Koichi Iiboshi, cuyas crónicas son la fuente, prolongaron la saga durante cuatro entregas más, el tríptico New Battles Without Honor and Humanity y la tardía Aftermath of Battles Without Honor and Humanity), con un carácter crepuscular y profundamente amargo, en el que la ira y la demencia de las anteriores entregas aparece extenuada, de tal modo los personajes principales mostraran su hartazgo y acabarán por admitir que ni siquiera el advenimiento de la modernidad cambiará algo, simplemente las treguas no duran entre el orgullo y la ambición. Se hecha en falta una mayor presencia de Sugawara como el carismático Shozo Hirono, que reaparece, reflexivo pero indoblegable, en los anticlimáticos y sensacionales veinte minutos finales, pero se compensa con la incorporación en un rol secundario de Jo Shishido, legendario actor fetiche de Seijun Suzuki, completamente fuera de si, luciéndose en una de sus performance incontrolables como incendiario y borrachuzo jefe que marca las diferencias vistiéndose al modo tradicional, reclamando la autenticidad en exclusiva, el yakuza quintaesencial, y dejando de paso, una de las imágenes más memorable de la saga al salir a la calle para llamar a un taxi, con las manos apoyadas en dos pistolas que le sobresalen del fajín, ante un pelotón de policías que le miran estupefactos. Se nota el cansancio y quizás falta algo de chispa, aunque narrativamente funciona como un reloj y contiene un par de momentos de violencia espasmódica marca de la casa, pero supone un cierre adecuadamente pesimista que acierta al no dar lo que se espera, es decir una ración de balazos vengadores, sino simplemente lo que hay.
Fukasaku, que desde ahora tengo considerado como otro admirado director nipón, realizó esta interesante pentalogía sobre la consolidación de la yakuza en el Japón de la postguerra. Ascenso y descenso de las familias dominantes, guerras entre clanes, disturbios callejeros, asesinatos salvajes, negocios sucios, honor… Un sentimiento de pertenencia a un grupo que proporciona una sensación de protección, posibilidad de medrar en la vida y progreso, en un contexto en el que la pobreza y la falta de esperanza se extendía como un negro manto sobre la derrotada sociedad de Hiroshima.
Rodado casi en tono documental, al igual que en Tora, Tora, Tora, a la que evoca irremediablemente, desfilan una enorme cantidad de personajes, en planos que abarcan no menos de una docena de personajes a la vez, siempre hay movimiento, siempre pasa algo, siempre hay peleas multitudinarias. Todo se desarrolla a ritmo de vértigo, sin tregua, conecta directamente y sin preámbulos una secuencia repleta de extras con otra secuencia repleta de extras, en discusiones, tumultos y escaramuzas con un nivel extremadamente realista, llevado a cabo por pobres diablos que no tienen dos dedos de frente y ni siquiera saben pelear ni disparar, que les invade el miedo y les tiembla la mano en el último momento, que solo atacan formando parte de un grupo que pueda defenderlos.
El resultado es una saga bien documentada que planta ante el espectador una visión realista del crimen organizado, en un Japón sumido en la ruina, el caos y la desesperación.
Se aproxima otra década, nuevos vientos de cambio invaden la sociedad, pero en el submundo las cosas siempre serán igual.
Los perros se seguirán despedazando y sus dueños sólo se preocuparán de los beneficios. Las batallas de Hiroshima, en realidad, nunca terminarán…
Aunque la saga como tal estaba a punto de dar carpetazo y tentetieso. Tras un año y medio absolutamente frenético, Kinji Fukasaku siguió ocupando con orgullo el asiento del director, pero el guionista Kazuo Kasahara, viendo su rumbo un tanto perdido y habiendo escrito sin parar durante un espacio tan corto de tiempo, abandonó el gran proyecto de Toei, que ya había lanzado una 4.ª entrega, y le cedió toda la información y los textos del periodista Koichi Iboshi a Koji Takada, otro asiduo de las temáticas gangsteriles (y muy ligado a la saga de Sonny Chiba Street Fighter ).
Lo más interesante de este cambio de miras es que en su visita a Kozo Mino, yakuza real autor de todos los textos publicados por Iboshi y en el cual se basa el Shozo de Bunta Sugawara, éste confesó a Takada su descontento con los títulos previos, por lo que contribuiría a esa última parte con guiones de su propia cosecha, una de las maniobras del nuevo guionista fue centrarse en Tamotsu Matsumura, quien se alza con el poder como presidente de la familia Takeda, y basado en el criminal Hisashi Yamada. Y quizás hubiera sido mejor no hacer esto debido a las represalias que algunos yakuzas acabaron tomando con el estudio…
Pero el mayor cambio que se propone en este Episodio Final corresponde a la remodelación decidida por el mismo Takeda sobre el clan de cara a una sociedad cada vez más desarrollada y cansada de la violencia que reina en las calles (tema central de la anterior Tácticas Policiales ), un clan reconvertido en la coalición política Tensei (basada en la poderosa Kyosei-kai), nada mejor que un lavado de cara para ser aceptados como ciudadanos de a pie mientras a espaldas de la sociedad se practican los mismos negocios sucios y se producen los mismos graves enfrentamientos. Como dice Matsumura Los yakuzas seguiremos siendo yakuzas .
Fukasaku nos traslada así, a través de una gran elipsis temporal, a unos años 60 próximos a acabar, donde, mientras los que eran soldados de 2.º y 1.er rango han subido de categoría y muchas familias quieren aparentar ser ciudadanos respetables, un melancólico Shozo Hirono, quien no gozará por desgracia de muchas intervenciones, cumple sus siete años de prisión en Abashiri (llegándose a un genial juego metalingüístico al escribir éste unas memorias como hizo en aquel lugar Mino, su álter-ego en la vida real, las que se usaron para crear esta saga).
El carácter mustio y amargo de este recto gángster enlaza con otro de los puntos clave que explota esta 5.ª quinta entrega, y es el de los conflictos entre una generación yakuza y otra: una nacida de las cenizas que dejó la 2.ª Guerra Mundial, la otra criada en una sociedad capitalista donde las ambiciones y el prestigio social son las principales vicisitudes. Matsumura refleja a la perfección ésta última, si bien no rechaza sus raíces, mientras que el agresivo e incauto (y chifladísimo) Katsutoshi (ya interpretado por Sonny Chiba en Lucha a Muerte en Hiroshima ) proviene de la mísera y precaria era post-bombas atómicas.
Su presidencia en reemplazo de Takeda y la toma de poder en Hiroshima es seguida de cerca por un Fukasaku que ya se olvida de las viejas rencillas de los Yamamori y los Uchimoto, completamente relegados, si bien la presencia de Hirono y su familia sigue muy presente para los oyabun, pero una familia completamente resquebrajada, dañada por el carácter tóxico y el comportamiento inadecuado de los matones que se unen a ella y que nada tienen que ver con los yakuza de antaño. El director empieza a tratar así el fin de una era para la tradición yakuza, con los más veteranos deseando retirarse y los descerebrados jóvenes asesinándose en las calles sin cuenta ni razón.
Como en la 2.ª entrega, una de las tramas se enfoca en los esfuerzos de Katsutoshi por derrocar al líder más poderoso, en este caso el diplomático Matsumura, con la ayuda de Ichioka, aliado de Shozo, la unión de éste y el primero es otro síntoma de la nueva visión de Takada: el tradicional sake es reemplazado por simple whiskey. Entre tanto, las acciones policiales no interesan demasiado al guión y se quedan en un par de secuencias ruidosas en las cuales se plasma bien la relación entre yakuzas y agentes de la ley (aun discutiendo unos al lado de los otros billones de años luz les separan…).
Sugawara, quien en sus primeras apariciones fuera de la cárcel lo hará con su look más amenazante (mucho tiempo después homenajeado por Takeshi Kitano en Gonin ), pasa por esta historia dignamente sin destacar demasiado, como sucedía en Lucha a Muerte en Hiroshima , Akira Kobayashi, Kinya Kitaoji y Kunie Tanaka lo vuelven a secundar de maravilla. Pero Takada comete el error de no profundizar en dos personajes con gran potencial trágico y narrativo: el del joven Akio y el de Kaoru, interpretada por Yumiko Nogawa (la eterna Harumi de Historia de una Prostituta ), por desgracia habremos de aguantar a Nobuo Kaneko sin darnos Fukasaku la satisfacción de ver morir a su inaguantable Yamamori. Y para mi sorpresa, un demacrado y piradísimo Jo Shishido esforzándose al máximo por resultar tremendamente irritante.
Poco después la saga se reanudaría como Shin Jingi Naki Tatakai , pero con Hirono decidido a reconducir su existencia hacia cauces más apacibles, las sangrientas Batallas de Hiroshima capitulan para siempre, y de forma soberbia y amarga.
Es el fin de las crónicas sobre el submundo del Japón en tres décadas de su Historia más violento y turbio que el público jamás pudo contemplar. Fukasaku finiquita su obra cumbre y se convierte en máximo poeta de la decadencia, la suciedad y la quiebra de la moral, y en maestro del canibalismo a pie de calle.