The Rider
Sinopsis de la película
Brady, que fue una de las estrellas del rodeo y un talentoso entrenador de caballos, sufre un accidente que le incapacita para volver a montar. Cuando vuelve a casa se da cuenta de que lo único que quiere hacer es montar a caballo y participar en rodeos, lo que le frustra bastante. En un intento por retomar el control de su vida, Brady emprende un viaje en busca de una nueva identidad y del significado de lo que es ser un hombre en el corazón de América.
Detalles de la película
- Titulo Original: The Rider
- Año: 2017
- Duración: 104
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Opinión de la crítica
Película
6.9
47 valoraciones en total
Qué haces cuando tu destino en la vida es hacer algo que te jode la propia vida? Algo que te sube la adrenalina, que te aporta la admiración de los demás, que te da seguridad en tí mismo. Pero que al mismo tiempo, puede separarte en un segundo de tu familia, de tus amigos y de todo lo que más quieres. La respuesta se vuelve aún más complicada cuando recibes consejos contradictorios.
Esta historia está interpretada por sus protagonistas reales, lo que le añade una increíble verdad. Es un extraño e intenso western en el que el viento y el polvo te calan los huesos como sólo consiguen las grandes obras maestras de dicho género.
El sonido, la música, la fotografía… Todo acompaña muy bien. El film tiene una piel dura, áspera, sucia. Pero no es una película sobre caballos, como oí decir saliendo del Teatro Calderón de Valladolid. Es una película sobre la vida. Sobre el amor, al prójimo y a uno mismo.
Basada en una historia real e interpretada por verdaderos jinetes (es decir, actores no profesionales,) ‘The Rider’ es, sin duda, una película que llega al alma del espectador. La directora nos trae un western contemporáneo, trasladando al espectador a este rudo mundo, a esta cultura que parece solo existir en la pantalla de cine con una historia conmovedora.
Sacando el máximo partido al paisaje, que se ve mezclado de llanuras extensas con esa preciosidad de caballos, la historia arranca de forma cruda, con un jinete que acaba de sufrir una lesión que, quizás, pueda alejarle por completo de lo que hasta entonces era su vida. Tozudo, intenta hacerse a la idea de que algún día volverá pues su sueño está allí, en la arena, encima de esos animales.
Poco a poco el espectador, que va de la mano del protagonista, se va haciendo a la idea de que eso será complicado, encontrándose completamente perdido. Y llama la atención el cuidado que se realiza de la situación y de su personaje central, eje de la historia, con un Brady Jandreau que se deja llevar por completo, realizando un brillante papel principal. La relación con su familia (su padre o su hermana autista), con sus amigos (todos se dedican a lo mismo), la cultura (debes ser rudo, levantarte, aguantar el golpe…) y los amigos caídos componen una preciosa historia sobre los sueños rotos.
No andaré con rodeos: es una película que recomendaría sin dudarlo.
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No es malo tener sueños. Lo que puede resultar muy peligroso es tener solo uno, y que por circunstancias diversas se haga añicos como una copa de cristal que estalla contra el suelo. Si además no has sido educado para poner en marcha plan B alguno, puedes encontrarte atrapado y las libertades de ayer se convertirán en tus carceleras de hoy.
Brady, una figura dentro del mundo bronco del rodeo, pierde las básicas razones para seguir viviendo tras sufrir un accidente con graves secuelas, que desaconsejan su dedicación a los cimarrones. De la misma forma que a un caballo hay que sacrificarlo para evitarle sufrimientos inútiles, ¿no sería razonable hacerlo también con las personas? Cuando esta pregunta empieza a rebotar en la cabeza de un joven de poco más de veinte años, es como si se activara una bomba de relojería que alguien o algo debieran intentar desactivar.
Chloé Zhao utiliza una historia real, grabando a sus propios protagonistas para denunciar, aunque no lo parezca, las limitaciones vitales de los hábitat sectarios, la alternativa única y la fabricación en serie de mentes estrechas, o al menos eso es lo que yo he querido ver, más allá de los despejados paisajes y espléndidos atardeceres de Dakota del Sur que encierran la dolorosa realidad de sobrevivirnos.
The Rider es una película que se acerca al documental por cuanto lo que muestra es una ficción sobre una historia real vivida por los propios protagonistas. Actores no profesionales se interpretan a sí mismos en esta especie de western moderno para narrar la caída y resurgimiento de un jinete de rodeos (y entrenador de caballos) que sufre graves secuelas tras un percance en uno de ellos. La película se aleja de la habitual narrativa atropellada y sin contenido actual. Como dije, se acerca al documental en cuanto a la realidad de lo que muestra pero, por otro lado, se respira CINE en toda ella.
The Rider muestra cómo el protagonista debe asumir el posible abandono de su sueño en la vida (jinete de rodeos) como consecuencia de las heridas sufridas. Muestra el período de asimilación y reflexión sobre cómo afrontar su nuevo futuro. Y muestra todo ello con un lirismo ciertamente austero pero también sincero. Con buen gusto por los detalles. Y es ahí (y en la interpretación de su protagonista) donde reside la magia de esta película. Por momentos es certera y ciertamente conmovedora. Se aprecia verdad en ella. Es un ejemplo perfecto de menos es más.
Por otro lado, es una gozada contemplar esos planos sobre esas llanuras estadounidenses, así como la fotografía y bso más que decentes con que cuenta la peli. Se siente y se necesita quietud para abordar y disfrutar The Rider. Cine nada comercial pero, si decides entrar en la propuesta, es muy gratificante contemplar algo que realmente te puedas creer y te pueda aportar algo más que sólo entretenimiento.
La interpretación del protagonista es, personalmente, de lo que más me ha gustado. Brady Jandreau está inmenso. Da igual que no sea actor profesional y su acercamiento a la peli inicialmente fuese desde el plano autobiografico. Da igual que esa sea o fuese realmente su forma de vivir. No se puede transmitir así de bien sin actuar y, al mismo tiempo, ser tan creible. Este tío es un ACTOR soberbio. Espero que haga más peliculas porque lo merece.
The Rider no es una película que rasque sólo la superficie. Explora los valores por los que se rige el individuo en un lugar con ferreas creencias sobre lo que significa ser un hombre. Profundiza en la reflexión sobre la estima personal y su relación con los seres queridos. Muestra el valor de la amistad. Posee momentos de una fuerza lírica realmente inspiradora y emotiva. Se siente sincera (si es que este adjetivo no ha perdido su valor) como pocas.
Es una de esas pocas peliculas que te atrapan y quedan grabadas a fuego en tu mente. De esas que retratan a la perfección los conflictos, emociones y sentimientos que distinguen al ser humano. De esas cuyos detalles la diferencian del resto y la encumbran como una de las mejores películas en años.
Si tu mundo, tus sueños y tu vida entera sólo conoce de entrenar broncos caballos, de llanuras machacadas por el sol y asoladas por el viento, de montar potros salvajes o reses vacunas bravas durante unos breves segundos que rezuman valor y poderío y representan tu única forma de entender tu existencia… Si todo eso se pierde, repentinamente, en el ocaso agostado del edén perdido a causa de un desafortunado accidente que te deja lisiado y con secuelas imborrables que te impiden reanudar tu andadura en el punto en el que la dejaste, entonces todo cambia y te preguntas qué sentido tiene seguir adelante con tus absortos amigos, con tu escasa familia, con tus lúgubres días y anhelas recibir un tiro de gracia compasivo que ponga fin a tu tormento, a tu angustia y a tu calvario.
Estamos ante una película minimalista, sin apenas acción, de una cotidianeidad lacerante, que bordea la desgana vulgar de la tragedia, que te sumerge en un universo donde el respeto fraternal hacia los animales y las personas nos parece un anacronismo porque vivimos embargados por ideas preconcebidas, por prejuicios culturales que nos impiden entender la grandiosidad de lo diferente, de lo extremo, de lo remoto, de lo que nos es ajeno. Preferimos juzgar en vez de entender, elegimos alejarnos de la desdicha para no enfrentarnos al dolor, optamos por censurar todo lo que nos parecen bravuconadas, aunque sólo sean la forma en que se encarna el vigor cuando vives sólo con el cuerpo, las emociones y la adrenalina y dejas el trabajo intelectual a quien no sepa apreciar el roce del aire o la delicadeza de una fiera o el perfume de una flor.
Recordé la primera estrofa de la sobrecogedora canción de Chavela Vargas ‘Las simples cosas’ (texto de Armando Tejada Gómez y música de César Isella): Uno se despide insensiblemente de pequeñas cosas / Lo mismo que un árbol en tiempos de otoño queda sin sus hojas / Al fin la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas / Esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón porque de esto es que nos habla aquí la directora y guionista, Chloé Zhao, de todo lo que, poquito a poco, vamos dejando atrás y va configurando un cruel e inexorable separarse, de lo que amamos (nuestra madre, nuestras ilusiones, nuestra forma de ser que porfiábamos eterna) y tenemos que forzarnos a cambiar sin ser desleales a nuestros allegados ni a nuestras quimeras más íntimas.
No gustará a los fanáticos de la impaciencia, a los idólatras del frenesí o a los papanatas del estruendo, pero entusiasmará a los que tengan la mirada limpia, el corazón abierto y un atisbo de sensibilidad.