The Black Test Car
Sinopsis de la película
¿Si es por el bien de la compañia y de nuestro coche, no hay nada malo en engañar, estafar, matar, o hacer cuanto queramos?. ¿Quieres decir que deberiamos quedarnos de brazos cruzados y dejar que la compañia se arruine?. ¿Que es una compañia? ¿Que es un secreto? ¿Son mas importantes que las personas?.
Detalles de la película
- Titulo Original: Kuro no tesuto kaa (The Black Test Car)
- Año: 1962
- Duración: 95
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Opinión de la crítica
Película
6.7
98 valoraciones en total
Los sueños de algunos seres humanos pueden entrar en conflicto y empezar a crearse ellos mismos sus propias pesadillas.
Sucede cuando dichos sueños son guiados por la ambición, el cinismo y la total falta de conciencia. Pero por la empresa, por las ventas, por el puesto de director todo vale…
Este podría ser perfectamente la representación del Japón de la recuperación económica, los vestigios dañinos de la guerra ya pasaron, la pobreza dio paso a la construcción y la innovación, dirigiendo la mirada al modelo de comercio internacional, y el hambre por la falta de alimentos fue reemplazado por uno de otro tipo: el hambre capitalista. Pero este imperio se levantó gracias a las acciones criminales, al mercado negro, a hombres sin escrúpulos que miraron hacia delante y se propusieron hacer todo lo posible para lograr la fortuna, un sistema, un ideal, que perduró y perdura…
Toshiyuki (o Sueyuki) Kajiyama, nativo de Corea y uno de los autores más prolíficos y versátiles de la literatura japonesa, plasmó todas esas preocupaciones, que permanecían en la ignorancia para, muchos en su novela de suspense Kuro no Shisosha , cuyo enorme éxito le llevaría a iniciar una serie centrada en los sucios tejemanejes y argucias del microcosmos empresarial nipón. Asimismo, la productora Daiei se propuso adaptar algunas entregas para una saga propia, y el que la inició (como haría con otras muchas) fue Yasuzo Masumura, sin duda el indicado para la tarea, quien ya demostró su visión corrosiva de la sociedad en su gran Gigantes y Juguetes .
La historia, adaptada con algunas modificaciones (escenario, número de empresas, puestos de los personajes), abre en plena carretera, un auto negro cruza raudo el paisaje mientras es monitorizado por los trabajadores de una compañía que pronto lo lanzarán al mercado. Pero un incidente sucede: el coche falla, se estrella y explosiona, este es un primer indicio, un preámbulo de cómo todo también seguirá una línea fija, pero acabará por salirse y sufrir un trágico destino. Masumura procura dibujar con minuciosa precisión las partes implicadas en esta intriga asfixiada por el blanco y negro de la fotografía de Yoshihisa Nakagawa (si con algo contó el cineasta fue con grandes operadores de cámara).
Recibimos el entorno con hostilidad, las palabras afiladas, los mohínes despreciativos, las venenosas sospechas, pero no podemos evitar sentirnos arrastrados a sus profundidades y ser testigos, mientras se nos revuelven las tripas, de una guerra de poder entre dos empresas que compiten para vender el coche del año: Tiger y Yamato (ésta no presente en el texto original). Sin héroes, sin villanos, sin protagonistas, como acostumbró Masumura, esta es la historia de un acontecimiento importante (la venta del auto) apoyada en pequeños sucesos, que son las muchas tretas que cada miembro de las dos compañías llevará a cabo para lograr la victoria.
Un campo de batalla sin armas de fuego ni trajes militares cuyos refugios son los altos edificios. Al frente: Onoda, uno de los ejecutivos, megalómano que reniega de su familia poseído por su obsesión de poner en circulación el Pioneer, y su mano derecha, Asahina, quien se ve contaminado por la sed de poder de su jefe, contra ellos: los medios de comunicación y el dueño de la compañía rival, Mawatari. La calculada composición escénica dispuesta concentra en sus aristas una sensación de desasosiego y desafección que todo lo impregna, nos sentimos como ese empleado de la Yamato que de repente es rodeado en el descampado por Onoda y sus acólitos con el fin de que les entregue los secretos de su empresa.
La cascada de degradación a la que los personajes se someten por su propia voluntad es imparable: chantaje, amenaza, engaño, espionaje, manipulación…todo es válido y pocos se cuestionan la tremenda falta de moralidad en sus actos. En un momento dado ya no podemos huir de este clima indigesto (del mismo modo que la pobre Masako, novia de Asahina, cuando se ve acorralada por éste para que le sirve de espía, aun a costa de sacrificar su relación). Todo fluye alrededor del dinero, pero este cauce fluye gracias a unas aguas ponzoñosas que va atrapando poco a poco a todos.
De un modo quizás distinto a Gigantes y Juguetes , donde se analizaban las artimañas de las compañías de manera más colectiva. Particularmente agobiante es la extenuante interrogación a Hiraki, bastaría este pequeño tramo, filmado en una serie de planos cortos y cerrados, como muestra de la destreza del cineasta para crear atmósferas opresivas y desprovistas de toda sensibilidad. También podría ser éste el epítome de la degradación humana y la quiebra sangrante de la ética, que lleva precipitándose al abismo durante todo el metraje.
La fotografía de Nakagawa perfila con aún más precisión toda la sordidez expuesta entre los complejos mecanismos que hacen mover el argumento, nunca cayendo en el exceso, ni en manidos clichés, ni en rupturas pretenciosas que resulten un impedimento para el ritmo, vibrante y vertiginoso gracias al montaje de Tatsuji Nakashizu. Jiro Tamiya, quien protagonizará más entregas de la serie negra de Daiei, derrocha carisma en un ambiguo y recalcitrante papel a la sombra de los arrolladores (y especialmente odiosos) Hideo Takamatsu e Ichiro Sugai y la preciosa Junko Kano.
Al final, Masumura reafirma su demoledor discurso invitando a la reflexión: una familia feliz circula rápidamente por la autopista en su nuevo Pioneer, ignorante de todo el proceso por el que ha pasado el producto que ahora disfruta, y que vive tranquilamente sus sueños gracias y a través de las pesadillas de otros a quienes jamás conocerán.
Exhalando la esencia del cine más social y comprometido de Kazan, Curtiz, Frankenheimer, Lumet, Huston o Wilder, el áspero nihilismo del nipón hiela los huesos, pero esta no fue la única vez que lo consiguió, al año siguiente volvería con Kuro no Hokokusho .
Negra, negrísima historia de rivalidades, duelos y competencias. Masumura dirige una adaptación de la novela de Sueyuki Kajiyama y la reconstruye para adaptarla a los códigos de su cine sólo cuatro años después de dirigir su fantástica Giants and Toys (Kyojin to gangu, 1958), que hacía parada en estos temas sin dedicar más minutos de los necesarios. Aquí la cosa cambia: el eje de la historia no es tanto el enfrentamiento entre las dos compañías automovilísticas, sino la degradación moral a la que son sometidos sus personajes a medida que progresa la historia.
Aquí no hay protagonistas, ni héroes, ni villanos. Como en el resto de su cine, Masumura no se queda en los clichés y prefiere aportar matices, nunca separa lo bueno de lo malo sino que lo presenta por igual, sin emitir juicios innecesarios ni manejar al espectador emocionalmente. Tanto el caradura de A Lustful Man (1961) como Takeo en Afraid to Die (1960) eran antihéroes con personalidad propia y definida, que pese a sus acciones llegaban a crear cierta simpatía. En The Black Test Car nos solidarizamos con los empleados de la Tiger pero no porque sean mejores ni porque lo merezcan, sino sencillamente porque recurren a lo más mezquino para progresar. Son personajes que se sienten reales, humanos. Y ni siquiera cuando uno de ellos le pide a su novia que se acueste con el jefe de la empresa rival nos podemos escandalizar. Porque ya estamos tan metidos en ese submundo que lo aceptamos todo como algo normal.
Rodada en un espectacular blanco y negro, única forma de sacar partido de esta historia clásica sobre la negrura del alma humana, Masumura vuelve a confirmarse como un director adelantado a su tiempo y que poco, o nada, tiene que envidiar a sus contemporáneos del país nipón. Su legado es numeroso e importante y, pese a ser ésta una de sus menos reconocidas obras, no cabe duda alguna de su calidad. Obligada.