Suburra
Sinopsis de la película
Una Roma repleta de políticos, malhechores, figuras de las instituciones, eclesiásticos y mafiosos que, en lugar de verse perjudicados por los escándalos de corrupción, aumentan su poder de manera exponencial: una gangster movie que refleja el final de una era, de un mundo político y un mundo criminal que se está convirtiendo en otra cosa, aún no sabemos bien qué, y que, por tanto, se agita dejando a su paso restos de sangre a la espera de una especie de nuevo orden, en palabras del director. Un gran proyecto inmobiliario que inundará de cemento la periferia de la ciudad sirve de trasfondo para relatar la historia de un político y el hijo de un constructor sin escrúpulos.
Detalles de la película
- Titulo Original: Suburra
- Año: 2015
- Duración: 134
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Opinión de la crítica
7
94 valoraciones en total
Los trapicheos mafiosos en el cine italiano coparon muchas décadas con dispares resultados, (a veces se hacían como churros, creando casi un género) y ambientadas en distintas ciudades: que si Roma, como en el caso presente, Nápoles, Milán, Turín… Ejemplos sobran. Quizás, a raíz del boom de Gomorra, parece que el género tiene un risorgimento, tanto en cine como en la televisión, pero con ciertas variantes: los arquetipos han ido desapareciendo, así como las lecciones morales o el andarse con sutilezas. La violencia, el sexo y las drogas son utilizados sin tapujos, casi bordeando lo que es la exhibición gratuita. Pero no lo es, y tampoco es, como algún que otro crítico despistado ha señalado, una influencia del cine de Tarantino. La factura cutre que tenían muchas de ellas y que, al revisarlas en la actualidad, siguen despidiendo un nostálgico toque Kitsch, también ha desaparecido. Centrándonos en Suburra su factura técnica es impecable, no hay nada cutre en ella, es más, su aspecto es estilizado, rotundo, aunque su ambientación a veces no lo sea tanto, pero es lo de menos, es casi imperceptible.
Stefano Sollima, hijo del director Sergio Sollima, es el que ha dirigido, y de forma notable, todo este embolado, logrando un film desasosegante, despiadado y difícil de engullir, quizás porque su realismo en muchos aspectos es palpable. Se basa en la novela de Carlo Bonini y Giancarlo De Cataldo, muy intrincada, con varias historias cruzadas y cuyo guión por eso es, sobre todo meritorio, porque era una difícil labor en el que se podían liar en ese laberinto que nos narran o perder fuerza narrativa a lo largo de su metraje. Por ello son cuatro los guionistas, aunque si juntamos a los que han colaborado en el desarrollo de su argumento suman ocho. Era necesario el nutrido grupo, así como el numeroso equipo de producción. La historia, que se desarrolla en 2011, en los días que preceden a la renuncia de Benedicto XVI a seguir siendo Papa, vemos que varias familias mafiosas se disputan futuros negocios en Ostia, donde se entremezcla con corrupción política de altos vuelos, que a los españoles nos resulta familiar, y donde no se nos deja resquicio para que entre aire fresco, donde la esperanza parece no existir y su ambiente apesadumbrado y podrido lo envenena todo.
No nos vamos a extender mucho en sus virtudes por una mera cuestión de espacio, pero destacar su buena labor en montaje, su notable fotografía o su estupenda banda sonora que firma Pasquale Catalano, la que deja de lado temas frenéticos, que hubiera sido lo de esperar, lo más fácil, y opta por temas de ambientación casi fantasmal de música electrónica. También destacar su elección de actores, que algunos, con una simple mirada, logran atemorizar. Es un ejemplo de cómo se hace un buen casting.
Y a pesar de todo, Suburra parece que no está llamada a ser un boom inmediato como fueron otras. No es una película fácil ni tampoco, aunque lo parezca, para el gran público.Sintomático, a la par de injusto, es que fuera nominada solo a cinco premios de la Academia de cine italiano y se fuera con las manos vacías.
El Papa frente al Cristo crucificado reza para redimir a la sociedad corrupta perdida para siempre. Él mismo, como contrapunto, pretende dejar su lugar porque algo no funciona. En la última cinta de Tarantino también iniciaba sus Odiosos ocho con un primer plano de un Dios crucificado y sobrecargado de nieve. Ante la imagen de redención y del perdón, se van a mover unas imágenes y unos acontecimientos de la degeneración humana. Suburra de Stefan Sollima plantea cuál es el papel de los políticos y a quién se deben. Respuesta fácil: al pueblo. Pero la realidad difiere mucho de las reglas de juego iniciales. Quizás dan la cara, Pierfrancesco Favino realiza un trabajo enorme de político corrupto, ante los micros de las teles para suavizar la situación. Ellos dicen que aquí no pasa nada, que la prima de riesgo es un cuento de las bolsas y que todos estamos a salvo porque el pueblo es fuerte y soberano. A dos pasos, en la vuelta de la esquina, puedes encontrarte con un vaso de plástico, unas monedas dentro, una mano que lo alarga a los peatones y sentado en la acera un pobre anónimo en busca de algún samaritano que se disponga a entregarle la calderilla de su monedero o bien una pasta de la panadería. Los políticos van de la mano de las mafias mientras el pueblo llano se hunde en la miseria. Eso por un lado, por el otro, los poderes eclesiásticos intentan redimir al personal con discursos que hoy en día no hay quien se los crea.
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¡Cuánto talento y precisión desplegados en una obra que te pega en el bajo vientre! Yo creo que esta es una de esas películas que aparecen de tanto en tanto, más bien en forma escasa, en las que el lenguaje cinematográfico más puro es utilizado en una estética visual con apenas los diálogos imprescindibles para contar una historia de corrupción y decadencia moral mayúsculas.
Dividida en 7 capítulos, es espeluznante la trama de acomodos, chantajes y violencia que urden tanto políticos mendaces, como jerarquías eclesiásticas criminales, la mafia sanguinaria y hasta los rateros de poca monta. Una estafa que se echa a rodar para beneficio de las grandes estructuras económicas y para la mordida personal de unos cuantos miserables encaramados en las altas esferas del poder. Arrancando con un ritmo un tanto moroso que poco a poco se hace más acelerado, esta película construye un thriller intenso en una obra de protagonismo coral porque es difícil atribuir el peso del argumento a personajes principales ya que todos aportan por igual a la historia.
Una portentosa fotografía acompaña la grisura de una Roma siempre lluviosa y una notable banda sonora con una hermosísima música (lamentablemente los créditos son muy poco legibles y no es posible observar quién es el autor) se combinan con excelentes trabajos actorales de un reparto no muy conocido —por lo menos para mí— para un filme que te muestra la podredumbre de un sistema en el que siempre quien se jode es el pueblo. La recomiendo calurosamente.
Distintos grupos sociales se entrelazarán a través de la venganza desatada por un acto de sobredosis en una noche de desenfrene sexual, en la que prostitutas y un político sucumben hasta que uno de ellos pierde el control de su consumo. Lo anterior se enmarca en un contexto histórico clerical y único —la renuncia de Benedicto XVI—, agudizado por la crisis que golpea a Europa, pero en específico a Italia.
Suburra recuerda un tanto a Gomorra, por su crudeza, donde la corrupción y barbarie embonan perfectamente, haciendo un thriller in-crescendo dado su buen sincronización de guerras a punta de pistola y donde la putrefacta diplomacia se doblega ante el poderío de quien tiene el poder adquisitivo (las mafias).
Stephano Sollima muestra un rostro de la Italia obscura, aspera y corrompida, entre fiestas, hoteles de lujo, casas de mal gusto, suburbios, en una lluvia imparable donde los personajes movidos por el dinero olvidan escrúpulos y dignidad, vendiéndose al mejor postor cuando así se requiera. Gran ejemplar donde la putrefacción es clara en sus categorías, dejando en claro que en proyectos que derrochan millones son susceptibles a cometer las infamias menos esperadas.
América Latina, déjate llevar por el frenesí impreso por Sollima en este ejemplar, donde la podredumbre hace acto protagónico.
Ampulosa barbaridad. Cuadro expresionista de los horrores de la actualidad. Habla de Italia, vale para todos.
Política, Religión, Grandes Negocios. Es decir: Mafia. Unos ponen la violencia, otros dictan leyes y los últimos bendicen y se llevan su parte.
Se extorsiona a la gente para que venda. Se propone un plan que va a suponer una gran inversión. Se explica al político. Se vota. Se da el visto bueno. El dinero cae y la mierda sube.
La mirada es grandilocuente, operística, apabullante. El relato, brillante, bien hilado e hilvanado. Bien explicado y contado.
Los gitanos ( de mierda, pobres usureros ), el número 8 (el hijo díscolo, furioso, de un padre más calmado, con novia yonqui y de amor fou), el samurái (el frío engrasador, el intermediario, el negociante, el director de orquesta y el sicario definitivo), el pobre hombre que pasaba por allí (hijo débil, un don nadie que vive de las migajas de los poderosos, mequetrefe de buen corazón y alma cobarde), el político (epítome y concentrado de la corrupción, cae como diluvio, casi no para de llover, más barro para el lodazal, putero, drogota, avaricioso y miserable) y la puta (la parte más frágil de la cadena y, quizás, la mejor, o menos mal, tratada por la historia).
Es una tragedia apocalíptica, una junta de cadáveres. El retrato de los tiempos modernos en forma de espectáculo negro, teatral, abominable.
El estilo es atronador y retumbante. Y no chirría, casi nada, por lo bien sujeto que está, atado sólidamente a una narración bien construida y desarrollada.