Somos jóvenes. Somos fuertes.
Sinopsis de la película
Agosto de 1992. En el distrito Lichtenhagen de Rostock, en una urbanización de edificios de placas de cemento, algunos jóvenes desempleados luchan contra el aburrimiento y las frustraciones. Cuando llega la noche atacan a la policía y a los inmigrantes. La dimensión de los conflictos se torna tan amenazadora que las autoridades deciden evacuar a los romaníes que esperan asilo. Los vietnamitas, sin embargo, permanecen en la así llamada Casa de los girasoles . Los disturbios se agravan, pero la policía se retira. Se desata una noche de violencia frente a una multitud que observa y aplaude.
Detalles de la película
- Titulo Original: Wir sind jung. Wir sind stark.
- Año: 2014
- Duración: 123
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Opinión de la crítica
6.5
93 valoraciones en total
Somos jóvenes, somos fuertes no sólo una soberbia película, técnicamente virtuosa, magníficamente interpretada, sólidamente construida, es también una película necesaria, por que desgraciadamente el argumento está de rabiosa actualidad. La guerras de Siria, Iraq y Afganistán, están produciendo uno de los movimientos de refugiados de guerra más importante desde la segunda guerra mundial. Los grupos ultraderechistas europeos sacan pecho ante la reacción timorata y vergonzosa de la Unión Europea. Los sucesos de Rostock amenazan con reproducirse en cualquiera de los países europeos. Sin ir más lejos, este pasado 20 de septiembre, una ola de ataques incendiarios en albergues destinados a los refugiados, se sucedieron en distintos puntos de Alemania: Baden Württemberg, Bischofswerda, Tröglitz…
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http://elcinepormontera.com/somos-jo…urhan-qurbani/
Luego de la reunificación alemana, muchos ilusionados alemanes de la ex Alemania Oriental cayeron en la desocupación y en la pobreza, desaparecido el Estado benefactor comunista. Y resultó acaso irónico que muchos grupos neonazis se hayan nutrido de jóvenes descendientes de comunistas o socialistas.
Somos jóvenes, somos fuertes aborda los violentos sucesos xenófobos contra un Centro de recepción de solicitantes de asilo (ZASt) en Lichtenhagen, un distrito de la ciudad de Rostock, sobre el Mar Báltico, ciudad que perteneciera a la ex Alemania Oriental. El centro se hallaba sobrepasado en su capacidad y numerosos refugiados (muchos de ellos rumanos/gitanos) acampaban en sus inmediaciones.
La película encara la narración desde tres puntos de vista: el de un grupo de jóvenes desocupados y ociosos, que adscriben a consignas neonazis, el de un desencantado funcionario socialdemócrata que no sabe muy bien qué hacer frente al conflicto y el de un grupo de residentes vietnamitas que habitaban un monoblock ubicado enfrente del Centro (algunos ya con empleos y que se sentían ciertamente amenazados) y centra casi toda la acción a lo largo de uno de esos días aciagos de agosto de 1992. Y todo en un opresivo y desencantado blanco y negro plenamente justificado y con varios detalles formales muy logrados.
Quizás lo más inquietante de esta película de Burhan Qurbani sea la confusión que se genera por momentos acerca de la violencia que se está gestando y sus actores y la madeja de motivaciones que mueven a un grupo de jóvenes a deslizarse por la pendiente de la xenofobia y el neonazismo (depresión, pérdidas, desempleo, aburrimeinto, prejuicio y hasta romance), la existencia de un líder siempre más convencido y violento que lo galvaniza y la forma casi casual de pasar de esa nebulosa algo difusa a la acción directa. Deriva espontánea que también incluyó a pobladores de Rostock menos radicalizados pero que se plegaron a los desmanes.
El huevo de la serpiente y la famosa banalidad del mal de Hannah Arendt.
Rostock, agosto de 1992. Una de las ciudades más importantes de la extinta República Democrática de Alemania está en pie de guerra. Grupos de jóvenes de ideología derechista se enfrentan a la policía con el objetivo de intimidar a los habitantes del sobreexplotado asilo de refugiados extranjeros, mayormente romaníes y vietnamitas, en el distrito de Lichtenhagen, concretamente en la llamada Casa de los girasoles. Los fracasos gubernamentales, con los políticos perdidos en líos de poder y responsabilidades, provocan que los disturbios alcancen tal volumen que los atacantes arrojan cócteles molotov al edificio, sembrando así el terror entre sus habitantes. Es la síntesis de un incidente vergonzoso en la época post-reunificación que sólo dejó un dato bueno: no hubo víctimas mortales.
Hacia este punto de la historia dirige su mirada el cineasta Burhan Qurbani, de origen afgano (emigró a Alemania tras la invasión de la URSS) y cuyo más inmediato precedente cinematográfico lo tenemos en Shahada, película que también trataba la cuestión inmigratoria y que participó en la Berlinale 2010 (con críticas no del todo entusiastas, por otra parte). Con la ayuda de Martin Behnke en el guión, Qurbani narra en Somos jóvenes. Somos fuertes. (Wir sind jung. Wir sind stark.) el episodio histórico desde dos puntos de vista diferentes. Primordialmente, centra su atención en un pequeño grupo de jóvenes que a posteriori protagonizarían el asalto al edificio. Ahí encontramos al protagonista de la cinta (si es que en una película que narra un conflicto de tal magnitud puede haberlo, claro), Stefan, que como casi todos en la obra no tiene nada claro su propósito en la vida, para colmo, su padre es un político local que se opone frontalmente a los alborotadores de derechas. Pero Qurbani también introduce a lo largo de la obra cómo ve el conflicto la inmigrante vietnamita Lien, que compagina su duro trabajo con una escasamente placentera vida en la Casa de los girasoles.
Lo primero que capta nuestra atención en Somos jóvenes. Somos fuertes. es la deliciosa fotografía en blanco y negro. En un primer momento parece una decisión idónea, ya que el gris refleja muy bien el carácter de los personajes y el futuro de un país que en muchos sitios no acababa de creerse la democracia. Pero Qurbani nos tendrá varias sorpresas preparadas en materia visual, así que nada se puede dar por supuesto. De hecho, una de las cosas que más llaman la atención en el estilo del cineasta es que trata de huir de academicismos en lo referente a la dirección y juega continuamente con la técnica, como ese plano en el que la cámara se dedica a girar 360 grados durante algunas veces, hasta tal punto que contagia al espectador un vértigo que podría ser parecido al que sienten los protagonistas de la escena durante las horas previas al incidente.
Pero más que la portentosa forma, importa mucho lo que el director afgano nos quiere contar. Con un pasaje histórico de tal calibre, con tantas ideologías y razas mezcladas, con un choque frontal entre el pasado que recuerdan los adultos y el futuro que les espera a los jóvenes, siempre existe el riesgo de caer en el estereotipo. Behnke y Qurbani, sin embargo, le dan la vuelta al asunto y logran algo nada fácil: dejar que el espectador se construya su propio juicio sobre lo acaecido en lugar de servírselo mascado en bandeja. El personaje de Stefan es el vivo reflejo de todo ello, ya que no actúa en base al joven bondadoso al que en un principio parecía estar destinado, sino que se mueve por lo que es: uno de los muchos jóvenes perdidos en un mar de confusión sociopolítica. Como dice él al comienzo de la cinta tras una charla con una antigua amiga: No soy de izquierdas ni de derechas, soy normal. ¿No se puede ser normal? Aunque la verdadera clave de la revuelta acabará llegando por parte de Ramona, quien hasta ese momento parecía el personaje más insulso de la película: Antes teníamos seguridad. Ahora somos libres y eso nos da miedo. Un perfecto resumen de algo que ya se venía gestando a lo largo del filme, como esa escena donde el grupo de jóvenes teóricamente ultraderechistas pasan de cantar una canción nazi a entonar la Internacional, otra muestra más del desconcierto juvenil de la época.
Con todo, no es menos importante que Qurbani sepa contarnos todo esto sin bajar el ritmo, al menos una vez pasada la primera media hora, bastante más farragosa que el resto de la cinta. A partir de ahí, Somos jóvenes. Somos fuertes. se torna en una poderosa crónica de uno de los capítulos más nefastos en Alemania tras la caída del Muro. Una película que consigue mantenernos pegados al asiento, que narra con conciencia documental y humana un conflicto que no se debe olvidar, que ilustra el letal impacto en la juventud de los cambios bruscos de régimen (y, por consiguiente, de estilo de vida) y que dota a sus personajes de carácter propio y nada tópico. Todo esto sin olvidar una última media hora trepidante, culminada por un soberbio a la par que pesimista plano final. Una de las sorpresas más agradables del cine alemán en esta segunda década del Siglo XXI.
Álvaro Casanova – @Alvcasanova
Crítica para http://www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
17º Festival de Cine Alemán
Película ambientada pocos meses después de la reunificación alemana, en una ciudad de Rostock, lugar que fue parte de la antigua República Democrática Alemana. Se centra en un grupo de amigos, jóvenes que saben que se encuentran en un momento convulso de la historia, sin trabajo y sin estudiar pasan su tiempo entre borracheras y desahogandose con un grupo de inmigrantes que viven en un edificio llamado la Casa de los girasoles, donde poco a poco comienzan a haber disturbios cada vez más grandes. El film retrata todo esto.
Con una fotografía en blanco y negro a cargo de Yoshi Heimrath que logra transmitir un pesimismo que absorbe tanto ese ambiente enrarecido post reunificación del pueblo alemán, en especial del sector del Este el cual es el representado aquí. Valga la pena aclarar que sobre el final se cambia a color, una decisión curiosa y un tanto arriesgada que no llega a consolidar mayor cosa, quizá pensado para representarlo como algo más actual.
Una trama que va engullendo tanto a sus personajes como al espectador en el conteo de un reloj que avanza entre las vivencias de estos jóvenes, un tanto repetitivas ya que desde los primeros minutos se sobreentiende el ambiente de estos, de ahí que considero que el metraje se alarga de más.
Sin duda el punto más llamativo de una obra de esta índole, intención expresa y total del director, quien a su vez es guionista junto a Martin Behnke, es presentar la fragmentada sociedad alemana, reflejo de la división que presentó por más de cuatro décadas, además del dejo de desesperanza de la juventud y la antipatía frente al extranjero que busca salir adelante en un contexto del cual no es natal, cualquier parecido con la actualidad presentada en Europa es mera coincidencia.