Si quiero silbar, silbo
Sinopsis de la película
Cuando faltan dos semanas para que Silviu salga de un centro de detención de menores, recibe la visita de su hermano pequeño, que le cuenta que su madre, que acaba de llegar de Italia, quiere llevárselo con ella. Silviu tiene razones para tratar de impedirlo por todos los medios. Mientras tanto, se enamora de una chica de un grupo de estudiantes de sociología que va al centro a hacer prácticas.
Detalles de la película
- Titulo Original: Eu cand vreau sa fluier, fluier (If I Want To Whistle, I Whistle)
- Año: 2010
- Duración: 94
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Opinión de la crítica
Película
6
65 valoraciones en total
El cine Rumano es un cine que va en alza, sus últimas películas que han pintado en el panorama internacional por lo menos a mí, no me han dejado indiferente y ninguna (incluso esta) me ha decepcionado y habló de: Politist, adjectiv, 12:08 Al este de Bucarest, 4 meses, tres semanas y dos días, La muerte del Señor Lazarescu.
Quizás esa apreciación tenga por lo realista que presentan sus obras y como es el caso de Si quiero silbar, silbo me gustan las intenciones de retratar un relato que logra tener notables destellos de buen cine y que tratan de romper esa barrera de filmes pretenciosos que muestran un drama social para que estigmaticen al espectador. Claro esta que la película es un tanto descompensada, con esos ya señalados seguimientos de cámara (estilo Van Sant) que se hacen largos y ese final que roza lo ridículo pero que al fin y al cabo cumple con un deseo simple que el protagonista deseaba al renunciar a una posible nueva vida pero que como muchos individuos en la sociedad tratan de rescatar por lo menos un poco de esa felicidad.
Nota: 7
Una muestra de cómo con unos pocos lei se puede hacer una película medianamente decente. Hay superproducciones de Hollywood bastante menos entretenidas.
Desde el primer minuto se nota que son rumanos. Quién me iba a decir hace una década que iba a reconocerlos con tanta facilidad. El uniforme oficioso rumano, el chandal de mercadillo, ayuda mucho en la identificación.
La película empieza flojilla, pero va mejorando hasta que el protagonista comete la locura. Creíble es. Un adolescente de por sí está idotizado, pero si a eso le sumas una familia desestructurada, bajo nivel de educación, y las presiones en un entorno de violencia, la bomba puede estallar en cualquier momento.
Resulta curiosa la reacción del director del centro de menores. Aquí en España la reacción hubiese sido intentar tapar el incidente en primer lugar (y todo queda en casa), y cuando ve que la cosa se le escapa de las manos, llamar al superior para así no tener que asumir la responsabilidad de los actos que siguiesen a la llamada.
La situación del país se nota en lo viejo que es el centro, sus sillas, las instalaciones (es más difícil escaparse de mi colegio de la EGB que de este reformatorio), la profesionalidad de los guardias,… Ese centro debe ser de la época de Ceausescu por lo menos.
Lo que no entiendo es porqué la gente se empeña en comparar esta película con Celda 211. Esta película podría ocurrir mañana mismo, mientras que Celda 211 es una pequeña fantasía llena de violencia y fantasmadas.
Flojea el encaprichamiento con la chica de prácticas, que es poco convincente. Falla el final.
Ganadora del premio especial del jurado en el pasado Festival de Berlín, para más inri representante de Rumanía para los Oscar, la ópera prima de Florin Serban es la historia de amor entre dos hermanos en clave thriller. Silviu, nuestro protagonista, está dispuesto a abandonarlo todo y a hacer cualquier cosa para que su hermano pequeño no tenga su mala suerte. Encerrado desde su reformatorio, Silviu pondrá en jaque a todas las autoridades, y el espectador se verá inmerso en una trama tensísima. Silviu mira, respira y camina, todo mientras la cámara lo persigue al más puro estilo dardeniano. Si algo comparte con todas sus compatriotas cinematográficas es el magnetismo de una historia de violencia y corrupción que también puede leerse en clave social. Por ello, uno de los máximos aciertos de la cinta es reducir al máximo tanto su historia como sus diálogos: dejar al espectador sin información es la mejor estrategia para que el giro de trama final llegue a nuestros ojos con toda su virulencia. Si se sabe ir más allá, Si quiero silbar, silbo puede interpretarse como el cuento de un despertar sexual teñido de rojo, o una llamada de atención rebelde y adolescente a las adormecidas autoridades policiales (no costaría ver Si quiero silbar, silbo como una reevocación de Los 400 golpes de Truffaut). También una indirecta descripción de la Rumania decadente de hace dos décadas, marcada por el camino de esos dos hermanos (el primero es consciente de sus limitaciones, mientras que el segundo, como cambio generacional y también social, puede salvarse dentro de la lógica de la historia). Este cuento de expiación y sacrificio explota en la pantalla gracias sobre todo a su actor protagonista, un George Pìstereanu colosal (sin exagerar, una de las mejores interpretaciones del año).
Xavier Vidal, Cinoscar & Rarities
No quisiera parecer reiterativo, pero un 6 a esta película me parece una exageración. Volvemos a lo de siempre, cuando nos llega un cine al que no estamos acostumbrados… se desata un mecanismo, que nos vuelve cómplices de lo que allí se cuenta.
Paises poco cinéfilos, como Rumanía, en este caso, presentan una mediocre cinta, bien interpretada, con guión confuso y de técnica flaca, que muestra algo muy simple y deslabazado.
Ni siquiera el título tiene sentido….. Escenas hilvanadas, y otras que parecen añadidas sin que sepamos muy bien la causa, excepto para ganar tiempo y convertirla en algo comercial.
A través de esta película podemos ver el espinoso asunto de la inmigración, de tanta actualidad, desde el otro lado de la moneda, desde el país pobre desde el que millones de personas salen en busca de oportunidades para mejorar su nivel de vida, teniendo que dejar de lado su pasado y su presente, incluyéndose como no la familia, en su país de origen.
En Si quiero silbar, silbo aparece perfectamente recogido, además de este espíritu, la vida en una cárcel, pero no en una cualquiera, si no en una de menores, lo que da aún más dramatismo a la película.
Encarnados los personajes por chicos de centros para menores reales, como el propio director, Florin Serban admitió que la película sería mejor al no poder representar ningún actor el rostro de estos adolescentes sin apenas futuro, la película se convierte en un fenomenal exponente de la dura realidad social rumana.