Reality
Sinopsis de la película
Luciano (Aniella Arena) es un pescadero napolitano que complementa sus modestos ingresos con pequeños timos en los que colabora su mujer. Es un personaje extrovertido y simpático que no pierde ocasion de divertir con sus actuaciones a clientes y familiares. Un día, éstos lo convencen para que se presente a las pruebas del programa Gran Hermano . Dentro de ese mundo, su percepción de la realidad empieza a cambiar.
Detalles de la película
- Titulo Original: Reality
- Año: 2012
- Duración: 115
Opciones de descarga disponibles
Si quieres puedes obtener una copia de esta película en formato 4K y HD. Seguidamente te añadimos un listado de opciones de descarga activas:
Opinión de la crítica
Película
5.9
26 valoraciones en total
No entiendo quién decidió clasificar esta película como comedia . El 95% de la película es un drama y solo hay pequeños golpes de humor que se ahogan rápidamente entre la tristeza general (y porque no son realmente grandes gags que inviten a soltar la risa fácil).
Pero independientemente del género de la cinta, lo importante es su contenido y aquí es dónde Garrone tropieza. Sinceramente, no se si es que quiso enviar tantos mensajes al espectador que acabó liándose o si es que simplemente no hay ningún mensaje y todo lo que cuenta es una sucesión de acontecimientos sin ningún tipo de hilvanación. El caso es que la historia de un padre de familia trabajadora de Nápoles que quiere participar en el Gran Hermano italiano para cambiar su fortuna tiene mucha fuerza, podría haber salido muy buen material de ahí, podría haber sido una fuerte crítica a la sociedad de la imagen, a la televisión actual, etc. pero se queda todo en un esbozo, con pinceladas por aquí y por allí sin llegar a concretar nada en absoluto.
Con todo, la película no se hace pesada ya que, a pesar de lo previsible de su resolución, Garrone logra mantener la tensión.
El director italiano Matteo Garrone, autor del galardonado retrato de la Mafia napolitana Gomorra (2008), cambia radicalmente de temática configurando en Reality una lúcida crítica social que aborda la insensata asunción de la televisión como la nueva religión de una sociedad alienada y fascinada por el éxito y la fama.
Garrone emplea la metáfora de Grande Fratello (versión italiana de Gran Hermano), ejemplo paradigmático de carnaza y chabacanería usada como reclamo de grandes audiencias, para preguntarnos qué precio estamos dispuestos a pagar para alcanzar nuestros sueños. Luciano, ese vivaz pescadero napolitano empeñado en ingresar en el célebre reality show que acaba perdiendo el sentido de la realidad, representa a todas las víctimas de la telebasura y su miseria moral.
Bajo los parámetros de una fábula que deriva en un melodrama con tintes cómicos, Reality construye un ambiente costumbrista tantas veces visto en la cinematografía italiana, si bien introduce el famoso concurso como detonante de la transformación del personaje principal. En una acertada radiografía familiar, Garrone despliega un simpático universo de patio de vecinos habitado por personajes pintorescos que sobreviven mediante la picaresca y el pequeño engaño, destacando por encima de todos el espectacular debut cinematográfico del protagonista Aniello Arena, antiguo sicario de la Camorra que cumple cadena perpetua en la prisión de Volterra.
Gran premio del Jurado en el pasado festival de Cannes y Premio Especial del Jurado en el reciente Festival de Cine Europeo de Sevilla, Reality es una propuesta fresca y espontánea para conocer y explicar la realidad política, social y cultural en la que nos encontramos. Y es que, en ocasiones, la reality supera a la ficción.
Matteo Garrone vuelve tras la controversia que suscitó Gomorra, su mirada de la mafia italiana basada en el famoso libro homónimo de Roberto Saviano, que le valió a su autor no pocas amenazas de muerte, hecho que le hizo abandonar su país. Sin embargo, esa controversia en España no venía dada por una visión a la que estamos muy poco acostumbrados, sino por las formas de un cine que se acercaba extrañamente al neorrealismo italiano para dividir el debate entre aquellos que la consideraban un terrible acercamiento a un asunto realmente serio, y los que no veían en ella más que un aburrido documento de una temática que casi siempre hemos visto tratada con demasiado «glamour» (precisamente, el que le faltaba a Gomorra).
Ahora, el italiano deja a un lado la adaptación literaria y escribe junto a sus guionistas habituales una historia que nos lleva a un terreno no menos controvertido que el de la mafia: los reality shows. En cambio, Reality se aleja a grandes zancadas del estilo empleado en su anterior trabajo y, aunque todavía desprende muestras de esa forma de rodar tan cercana y realista (reforzada, además, por la elección del reparto), el empleo de una banda sonora fantástica a manos de Alexandre Desplat (El discurso del rey, Moonrise Kingdom) y el transcurso de una cinta donde realidad y ficción se terminan fundiendo en un todo desvelan que en Reality nos encontramos ante algo muy lejano a aquella Gomorra que cautivó (por decirlo de algún modo) y horrorizó a partes iguales.
Abriendo con un magnífico plano secuencia en el que, soslayadamente se introducen detalles de lo más significativos (esa bandera británica ondeando), Garrone nos lleva de la mano de una joven pareja que llega en un carruaje al restaurante en el que se celebrará su convite. Allí es donde, tras la aparición de Enzo, un popular participante del Gran Hermano italiano, conocemos a nuestro protagonista, Luciano, un hombre de familia que siente verdadera devoción por esa clase de realitys, una devoción respaldada por su propia familia y que le terminará llevando a un terreno en el que los límites de la ilusión, de creer estar en tela de juicio en todo momento debido a la persecución de un sueño baldío, le transformarán en un ser que ya no distingue donde se encuentran los límites de esa realidad a la que alude el título.
Antes de ello, vamos obteniendo detalles que resultan importantes para la obra del transalpino: la humilde condición de Luciano, que regenta una pequeña pescadería en la plaza de su pueblo, realiza trapicheos para ir saliendo a flote y se encarga de una familia numerosa, sirve como principal condicionante para lanzarle en una absurda carrera por entrar en ese escenario de lo más bizarro gracias a su faceta como «showman», que queda demostrada en la secuencia introductoria, y que le propina, junto a ciertas anécdotas a las que se alude pero que el especador nunca llega a conocer, el suficiente envite como para personarse a las puertas de un recinto de cartelón conocido para el espectador, el de Cinecittà como apunte desolador para lo que antaño fueron conocidos estudios cinematográficos, ahora pervertidos por la ponzoña del reality show.
Con ese material, Garrone construye una suerte de «American Dream» europeo en el que cualquier alternativa es viable con tal de alcanzar un grado de felicidad mayor del que hasta ese momento se intuye en el particular universo de Luciano. Así es como el personaje entra en un aura de la que parece no querer salir y que terminará condicionando sus acciones desde ese preciso instante demostrando que Reality más que un acercamiento irónico (que también) a ese mundo del reality show, es un retrato sociológico que contiene las justas pinceladas de cine social como para que el relato no derive en algo que en realidad no se ajusta a lo que el italiano pretende contarnos.
A través de ese aparente halo de felicidad construído por el protagonista, y como era lógico, todo se derrumbará cuando vea su pequeño sueño resquebrajado y lo que parecían decisiones superficiales, cutáneas, se transformarán en determinaciones que, en la cabeza de Luciano, sólo pueden ser llevadas hasta las últimas consecuencias. Así, lo que parecía tener sostén gracias a una familia que le arropaba, se tornará una digresión de la realidad que le llevará a tomar medidas drásticas y a desconcertar a todos los que le rodean, que no tendrán otro remedio que intentar buscar la solución a un conflicto en apoyos externos debido a la propia condición del personaje en sí.
Merece mención aparte la soberbia interpretación de Aniello Arena, que debuta en Reality debido a que su propia historia le llevó a la cárcel de Volterra, donde cumple condena desde hace dos décadas tras ser, con 23 años, un soldado de la Camorra. Su actuación sintetiza a la perfección la autenticidad de ese personaje y nos la acerca a él de un modo tan tangible que al final, no podemos más que vernos inmersos en su pequeño relato incluso aunque en su ecuador a Garrone le cueste más definir el tono de una obra que no se sabe tan cómica como veraz, hecho que quizá no le hubiese venido nada mal. Sin embargo, es en su última secuencia donde esa dislocación de la realidad que sufre el propio personaje termina por revelar que Reality no requería mordacidad o humor de ningún tipo, se sirve y se basta para dejar en la cabeza del espectador la fulgente iluminación de un escenario que nunca había cobrado fuerza de ese modo.
Crítica para http://www.cinemaldito.com
@CineMaldito
Dijo en su día Umberto Eco, y no falto de razón, que en poco tiempo el no haber salido jamás por la televisión sería uno de los más meritorios signos de distinción. Dicho y hecho. Una de las mayores conquistas por parte del, de momento, esplendoroso siglo XXI ha sido el que los famosos quince minutos de gloria a los que el ciudadano de a pie podía aspirar para abrazar la fama y pasar así a la posteridad, se hayan dividido (en algunos casos, multiplicado) en infinitas fracciones en las que cabe absolutamente todo el mundo. Del más bueno, rico y guapo al más feo, grosero y maleducado, pasando por supuesto por los más mediocres, quienes, como en casi todos los terrenos colonizables en este mundo, se quedan con la mayor parte del pastel.
Así, si antes había canales de televisión dedicados exclusivamente a mostrar lo bueno y lo mejor de los clips musicales cuyo protagonismo estaba supuestamente reservado a la crème de la crème de la industria discográfica, ahora solamente queda espacio para las propuestas más repugnantes, recubiertas todas ellas de un falso aroma a realidad que supuestamente debe maquillar levemente lo vergonzoso de su planteamiento. Las costas de Estados Unidos, Reino Unido y España se llenan de animales espantosos mientras los papás se escandalizan (o lo hacen ver, siempre pensando en engrandecer el espectáculo al que sirven) al descubrir que sus adorables retoños se han convertido en los máximos representantes de la escoria de la humanidad. Entre animales con más músculos que un culturista y con un coeficiente intelectual inferior al de una ameba y putones verbeneros capaces de hacer perder la virginidad a las farolas de una ciudad entera a lo largo de una de sus incontables noches locas, se configura un espeluznante fresco que sin duda desprende un mensaje.
Puede que, pasados miles de años, cuando los seres humanos hayan evolucionado por fin en seres superiores que hayan hallado de una vez por todas la solución a los problemas más cruciales concerniendo a la política, a la economía, a la energía y al olor corporal, recuperen todos estos programuchos y los interpreten como lo que a buen seguro acabarán siendo: documentos históricos, testigos reveladores de cómo se vivieron -o cómo se celebraron- los momentos previos al colapso de una civilización que tácitamente estaba pidiendo a gritos ser quemada hasta sus cimientos. Mientras ese momento no llegue, cabe analizar el triste panorama que nos ha tocado vivir, y a malas, regocijarnos ante un fin del mundo que, emisión tras emisión, va confirmándose.
El caso es que más allá de suponer un atentado directo a cualquier neurona que se tenga en pie, casi cada reality show tiene en común su total pérdida de respeto hacia unos valores y unas figuras, que simplemente por aquello del fuego nuevo -sin otra justificación declarada-, es como si se tuvieran que hundir en lo más hondo del más profundo de los océanos. El pasado ha dejado de existir, en el mejor de los casos, es menospreciado. Es por esto que no debe sorprender el que los faraónicos estudios de Cinecittà, antiguo olimpo de los dioses del séptimo arte, se haya reciclado ahora para encontrar, entre innumerables y patéticos aspirantes a fantoche, al enésimo nuevo ídolo de masas surgido de la ahora todopoderosa industria de la caja tonta. A su manera siguen siendo divinidades… eso sí, tristes, casposas y -por suerte- rápidamente olvidables, en resumen, son quizás las que merecen estos tiempos.
Con ánimos de trascender por encima de tanta basura, Matteo Garrone se desmarca del deplorable estado actual de la cinematografía italiana, uniéndose así al selecto grupo de outsiders que sigue haciéndonos creer en ella. De paso, abre una vez más (cuatro años después de haber sido amenazado de muerte por la camorra napolitana por haber firmado Gomorra, modélica adaptación del libro de Roberto Saviano) la carpeta de haciendo amigos, buscándole las cosquillas en esta ocasión a la televisión. Quizás -quizás…- el Goliath de ahora no se dedique a partirle las piernas -o cosas mucho peores- a todo el que ose interponerse en su camino, pero su poder ahora mismo es incuestionable. Más aún en un país donde el juego de influencias que todo lo mueve ha sido parido, desde hace tiempo, a partir de los mass media.
A pesar de ello, Garrone insistió desde el mismo momento de la presentación de su última creación, que la realidad de Reality no queda encerrada en las fronteras marcadas por los Alpes, sino que va mucho más allá. Desgraciadamente tenía toda la razón, y a pesar de que su filme solamente pueda entenderse de forma completa en el contexto de su país, es obvio que el mal del que nos habla ha llegado a los hogares de medio mundo. Lo que hace unos años fue una moda mutó rápidamente en tendencia para convertirse poco después en incuestionable fórmula del éxito por parte de una telebasura que tiene la desfachatez de apropiarse en demasiadas ocasiones de la etiqueta de culto. Es para echarse a llorar, y si se analiza fríamente, no cabe la posibilidad de cualquier otro acercamiento a la temática que no induzca a la depresión más profunda.
Garrone lo sabe, y quizás por ello decide coger toda la amargura y transformarla (desmarcándose de la línea general, en una encomiable búsqueda de nuevos enfoques) en risas… que al mismo tiempo no hagan desaparecer el sabor agrio de la boca. La mejor tradición de comedia italiana da finalmente señales de vida con Reality. Por la comentada combinación de gustos antagónicos y por convertir el más pequeño de los micrófonos en el más grande de los megáfonos, en pos de un mensaje que tiene que ser formulado, pero que jamás debería cargar a la audiencia. Este último objetivo es de largo el más complicado de lograr, pero afortunadamente, detrás de la cámara (cuya movilidad es incontenible) está el planificador maestro de la narrativa secuencial, quien sabe dar siempre el brillo necesario a su particular circo de la denuncia.
Luciano (Aniello Arena) lleva una vida normal, es el dueño de una pescadería, tiene una fe risible -por no decir que es inexistente-, esposo y padre de familia, no lleva una vida de excesos pero no le falta nada indispensable para vivir.
Un buen día, impulsado más que todo por una de sus hijas, Luciano acude a una audición para la versión italiana del famoso reality Big Brother, tal cual, es el punto de quiebre de su vida y obviamente de la película.
Luciano está seguro de que va a estar en el programa, por lo que empieza a reformar su vida entorno a lo que sería cuando se convierta en famoso y adinerado, sin embargo, conforme se acerca la fecha de inicio, la esperada llamada confirmando su estancia no aparece.
¿Hasta dónde llegará Luciano para conseguir tan anhelado boleto? ¿Qué será capaz de hacer? ¿Entrará? ¿Cómo se verá afectado si es o no es elegido? Reality presenta una perspectiva sumamente interesante e inquietante de todo lo referente a ese aspecto.
Un film que fluye de muy buena forma en su relato, que es claro en lo que pretende mostrar y no se desvía en absoluto, que se sustenta en actuaciones sumamente naturales, donde sin duda sobresale Aniello Arena, con una historia de vida bastante llamativa.
La película es claramente un drama, el drama de Luciano entorno a todas sus perspectivas por volverse famoso y adinerado, que es casi lo mismo a convertirse en una persona vacía y pedante, véase el personaje de Enzo (Raffaele Ferrante).
Ojo que no es un drama de esos que pueden hacernos llorar, es más sobre la crisis a la que entra el personaje principal. Con esto es claro que también hay algunos momentos de comedia bastante comedidos y sin duda disfrutables.
Finalmente mencionar que cuando la película parecía alargarse de más, llega a un desenlace con una secuencia final grandiosa, que hace valer esos minutos extra que parecían no llevar a nada pero que se convierte en un clímax soberbio, genial film.