Rasputin y la zarina
Sinopsis de la película
El joven hijo del Zar Nicolás II es querido por los suyos y por el pueblo. Ahora bien, está aquejado de hemofilia. El sacerdote Rasputin, quien le salva de una grave herida ante la sorpresa de los impotentes médicos, se ganará la confianza de la Zarina.
Detalles de la película
- Titulo Original: Rasputin and the Empress
- Año: 1932
- Duración: 121
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Opinión de la crítica
Película
6.2
72 valoraciones en total
Los medios de comunicación, aquellos que deberían asumir como principio sagrado y con profundo orgullo la búsqueda y difusión de la verdad, en muchos casos -con demasiada y deplorable frecuencia-, no son más que instrumentos que sirven al mejor postor… y dirán la verdad cuando la encuentren conveniente, pero también la mentira cuando alguien pague. De esta manera, lo antes llamado medio de comunicación, se convierte de un momento a otro, en un penoso medio de manipulación.
Cuando la información va de occidente a oriente, pero sobre todo, cuando la dirección es de oriente a occidente, es bien frecuente que ésta pase por manos inescrupulosas y perjuras, que le dan un giro de vuelta completa al momento de transmitir o imprimir ciertos mensajes. Y cuando un personaje no conviene a ciertos sectores, será difamado y tergiversado a como dé lugar.
En mi ‘biblia’ cuando ejercía el periodismo, Géneros periodísticos informativos de Carl N. Warren, hay una frase que la introyecté como regla de oro de la profesión: La primera obligación del periodista es transmitir las noticias con exactitud y honradez, sin prejuicios ni opiniones personales. ¿Cuántos periodistas –me pregunto ahora- asumen esta regla con el debido rigor? ¿Cuántos han terminado vendiendo su alma para conservar su puesto? ¿Y de qué sirve obtener el éxito si se ha perdido la paz interior?
En todo ese mundo de la política, los complots de palacio, los desbordados afanes armamentistas, la ambición de poder… resultó profundamente incómodo un personaje como Grigori Yefimovich (1869 – 1916), cuyo primer pecado fue el haber sido campesino siberiano y no haber tenido acceso a la educación institucional, bandera con la que se subestimó aquella formación experiencial y autodidacta que lo convirtiera en un gran orador, un probado sanador y un hombre de sugestiva fuerza espiritual, cualidades con las que llegaría al mismísimo palacio de los zares donde se convertiría en un personaje de altísima influencia, lo que jamás lograron otros con más alto linaje, mayor cultura y mejores aromas.
Llamado Rasputin (transcripción de Распу́тин) = pilluelo, que derivaron luego en depravado o pervertido para procurar su condena, Yefimovich era prácticamente impotente –lo afirman sus más serios investigadores, el psiquiatra Alexandr Kotsiubinski y su hijo, el historiador Daniil- y en sus ocasionales relaciones con prostitutas o con las esposas de los hombres de palacio, no pasaba de las caricias o de algún beso fugaz. Y está ya demostrado que, los tantos enemigos que Yefimovich consiguió granjearse en la duma (senado) y entre la aristocracia, hasta el punto de envenenarlo y asesinarlo a sangre fría, obedecieron a dos razones fundamentales: Querían arrebatarle el poder adquirido con los Romanov y sus profundos afanes pacifistas se avenían en detrimento de los mezquinos intere$e$ en la guerra que, la duma, junto a ciertos aristócratas, tenían entre ceja y ceja.
El filme, RASPUTÍN Y LA ZARINA, que por encargo terminara Richard Boleslawski, en reemplazo de Charles Brabin quien ya había rodado un buen número de escenas (que fueron incluidas), es otro producto -made in Hollywood- hecho con el propósito de falsificar la historia, pues tras el fusilamiento del zar y su familia por parte de los Bolcheviques, cualquier cosa que se hiciera para desprestigiar a estos y favorecer los intereses del capitalismo, era bienvenida. Por tal razón, esa imagen tan deplorable de Rasputin y la tan indulgente de los Romanov… Y claro, la película fue un gran éxito de público, pues es con esta suerte de materiales que los estadounidenses (y sus simpatizantes) aprenden historia.
El gran aliciente cinéfilo de la película está en que reúne a los tres hermanos Barrymore. Pero lo cierto es que los personajes que les encomienda el acartonado guión son tan estereotipados que apenas pueden lucirse. Ethel Barrymore, como zarina, se pasa la película en estado hipnótico por el malvado influjo de Rasputín, moviéndose y hablando como un robot, para lo que no se necesita mucha habilidad interpretativa, y John Barrymore encarna a un personaje de bueno de la película tan tópico y plano que tampoco da mucho de sí. Lionel Barrymore, como Rasputín, tiene un poco más margen, pero casi todas las escenas sucumben presas de la poca ductilidad del guión, mera ilustración de la versión del final de la realeza rusa más conveniente para el gusto de Hollywood. Uno de los pocos aciertos es curiosamente, la breve secuencia de la ejecución de la familia al completo, breve y contundente. El guión se agarra a la visión de unos zares deseosos de dotar de un parlamento y una democracia constitucional a su pueblo aunque (¡mecachis!) no les dieron tiempo. Rasputín es la negritud total: quiere la perpetuación del feudalismo, quiere la guerra porque sí y quiere ser el zar de hecho gracias a sus influencias y sus poderes hipnóticos mientras se da la gran vida entre manjares y mujeres, de modo que tendrá que ser el asesor fiel y liberal interpretado por John Barrymore quien asuma la responsabilidad, cruel pero justa, de liquidarle. Tal como dicen las crónicas, son los padecimientos adheridos a la hemofilia que padece el heredero al trono lo que hace que la zarina recurra al misterioso monje siberiano, visionario y sanador, y le vaya confiando cada vez más cuotas de poder. En lo que no se sigue la historia (confirmada por las últimas investigaciones) es en que el asesinato de Rasputín fue instigado y tal vez incluso realizado por los servicios secretos británicos y que el motivo fue el contrario del que alega este guión, es decir, que se le liquidó porque el monje, religiosamente pacifista, estaba utilizando su influencia para conseguir que Rusia se retirara de la Gran Guerra, en la que era aliada de Gran Bretaña contra Alemania.
La entrega se inmiscuye en parte de la vida de Rasputín, cuando, por medio del hipnotismo y de la caradura, consigue sanar al heredero del zar, un niño hemofílico. Su grotesca barba y ojos claros, que deslumbraban a las mujeres, están bien representados en la figura de John Baltimore.
Con ese hecho consigue el beneplácito del zar y de la zarina pese a las advertencias de sus consejeros que, viendo la actitud que toma en palacio, de desenfreno absoluto en su comportamiento, ven claramente a un impostor, mujeriego, maleducado y contrario a las ideas de los gobernantes a quienes induce incluso a llevar a la Rusia de entonces a la Guerra.
No parece, en todo caso muy verosímil toda esa parte de su biografía, al menos en lo que concierne a su muerte que, al parecer fue a manos de gente muy diferente a la que se nos muestra.. Para los que desconocíamos la historia de tan polémico personaje ni tan mal, al menos nos hemos enterado de quien era el sacerdote Rasputín siberiano.
La película, al final, toma carrerilla para enseñarnos el final de la realeza rusa y el inicio de la Revolución. La catalogo de interesante, sin más. Sí que me parece muy lograda la fotografia tratándose de principio de los años 30 pero el guion lo veo bastante mejorable. Un 6.