Queridísimos verdugos
Sinopsis de la película
De la mano de los tres verdugos – ejecutores de setencias – existentes en la España de los primeros años setenta, se explora una zona particulamente oscura de la Dictadura. Más allá del alegato contra la pena capital, la película indaga en la historia personal de los tres protagonistas y sus maneras de entender el oficio que desempeñan, de los ajusticiados por ellos en el garrote vil y de sus virtudes, de los crímenes que se castigan, de lo que piensan los expertos. Un retrato atroz de la sociedad en que se desenvuelven. Una reflexión implacable sobre el poder.
Detalles de la película
- Titulo Original: Queridísimos verdugos: Garrote vil
- Año: 1977
- Duración: 103
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Opinión de la crítica
7.5
64 valoraciones en total
¿Acaso han cambiado demasiado los tiempos? ¿Hemos llegado a alcanzar ese ideal humanitario que profesan los gobiernos actuales? lo cierto es que no, ni los tiempos han cambiado demasiado, ni los derechos humanos encabezan el primer puesto de las prioridades globales. Hace cuatro años la ejecución de Saddan Hussein se podía ver en todo el mundo vía internet creando un dialogo casi sin precedentes entre justicia (ajusticiamiento) y pueblo. Los bombardeos a Gaza, la ocupación de Osetia del sur son casi programas de televisión que se han digerido como un gran hermano. Millones de vulneraciones sociales (persecuciones étnicas y políticas) se suceden en medio mundo mientras los países desarrollados callan y hacen números para escapar de una situación de bancarrota creada por ellos mismos.
La vida sigue y seguirá por mucho tiempo, sin embargo el camino es tortuoso para los desfavorarecidos y soñoliento e irreal para aquellos que ven la televisión a la hora de comer. La tortura, el ajusticiamiento y los genocidios que se han servido en la mesa de la historia no solo pertenecen a los francotiradores, generales y verdugos, no solo han sido bendecidos por los gobiernos sino también por los ciudadanos que callan y otorgan, por los miserables humanos que entregan su propia responsabilidad a aquellos a quien votan. Desgraciadamente en este país tenemos mucho que callar. Hasta el año 1975 se llevan a cabo asesinatos legales por medio de un instrumento atroz de madera y hierro llamado garrote vil , cosa que parecía gustar mucho a los españoles puesto que miles de ciudadanos se aplastaban los unos a los otros en las plazas de las ciudades y pueblos para intentar ver y oír mas de cerca como un hombre… o una mujer, se dejaba la vida en pos de la justicia.
El salmantino Basilio Martín Patino filma de forma clandestina, aun en años de la dictadura, un documento de gran valor sociológico prestando sus ojos y oídos a tres verdugos de la dictadura franquista de finales de los 70. Antonio López Sierra, Vicente López Copete y Bernardo Sánchez Bascuñana hablan sin tapujos, puesto que no los tienen, acerca de su oficio. Explican como el devenir del tiempo les llevó a desempeñar semejante bajeza y juzgan, mientras comen y beben, la funcionalidad de tal oficio, justificando por momentos el ojo por ojo y diente por diente mientras el país se cocía en la olla del odio y la mezquindad. Martín Patino, como un interlocutor mudo, nos propone un duelo, un duelo que pone a prueba nuestra comprensión y nuestra capacidad para racionalizar sobre el sentido mismo de la vida humana y con total respeto y porqué no decirlo, unas gotas de surrealismo, nos obliga a hacer un acto de conciencia y a reflexionar sobre nuestra propia sinceridad.
Si alguien está libre de pecado que tire la primera piedra. Si alguien quiere juzgar a estos tres jinetes del apocalipsis que lo haga, pero no seré yo el que escupa al cielo y me quede esperando a que llueva.
Recomendada por un amigo director, gran apasionado del cine documental, de nombre Octavio Guerra, decidí con nocturnidad y poca alevosía ojear las páginas visuales de Queridísimos verdugos, de Basilio Martín Patino. Conjuntamente a su valor social e histórico, la película (rodada en la clandestinidad) es una auténtica joya artesanal, escondida durante años en filmotecas arrinconadas, que no hace mucho que ha sido reeditada en DVD junto a parte de la comprometida y valiente obra de su autor. El cine como memoria es muchas veces atroz y complicado de adjetivar. La película, extremadamente realista, de producción obviamente limitada, con sonido directo, con las localizaciones auténticas de los hechos y con los protagonistas de aquellos sucesos convertidos en unos contundentes intérpretes, está vertebrada por una voz en off y unas imágenes de apoyo que documentan y golpean con argumentos históricos y vocablos de corte lírico una pena de muerte que dejan al nivel de un anacronismo social. Un fragmento de esa voz narradora es la frase que da título a esta crítica.
Antonio López Sierra, Vicente López Copete y Bernardo Sánchez Bascuñana no imaginaban cuando eran niños y vivían una época de miseria y analfabetismo que iban a tener en el siglo siguiente un espacio en la Wikipedia. Al igual que no imaginaban que la gente del cine iba a querer que contaran sus andanzas con el garrote para convertirlo en una película. Es para destacar la inusual y funesta aportación de López Sierra al cine español, pues además de ser uno de los tres personajes de Queridísimos verdugos (y quizá el más protagonista), fue el que inspiró El Verdugo, de Luis García Berlanga, una de las mejores películas de la historia (y no, no estoy hablando sólo de la filmografía española). Antonio López Sierra, Vicente López Copete y Bernardo Sánchez Bascuñana eran tres agentes ejecutores de sentencias durante la España franquista.
El documento empieza presentando a los verdugos y conociendo en boca de ellos mismos su dura infancia y el porqué de todo. El hambre y la necesidad les llevaron a aceptar el trabajo. Yo creo que la gente debe morir en su cama, le decía José Luis a su suegro Amadeo. Naturalmente, pero si existe la pena, alguien tiene que aplicarla, contestaba el recién jubilado ejecutor. Este diálogo de la película de Berlanga resume lo que, a partir de las presentaciones, nos encontramos en Queridísimos verdugos: tres personas, sin (prácticamente) atisbo de remordimientos, hablando de su trabajo como si hablaran de fútbol mientras toman copas de un vino color rojo sangre en una taberna intensamente española, con su cabeza de toro y sus enorme toneles.
La primera persona que ejecuté era la prima de mi señora. Esto lo hace cualquiera que tenga corazón y le eche valor para poder comer, que la vida está cada vez peor. Poco a poco y alentados por el entorno y el alcohol se van creciendo hasta parecer que la cámara se hace invisible a sus ojos. La voz en off nos va contando diferentes casos de reos y sus delitos, con apoyo de imágenes y diarios de la época, los cuales son recontados con pelos y señales por los queridísimos verdugos acabando cada historia con el fatal remache. Las formas de narrar y escenificar los momentos del ajusticiamiento son, en ocasiones, excesivamente gráficas. Hablan de su trabajo. Y hablan de la rapidez y eficacia de la herramienta mortal. Aunque un abogado y un médico, consultados también en el documental, no opinen lo mismo.
De gran intensidad por la forma de exponer los datos y de tratar los macabros sucesos, los climax son constantes a lo largo del metraje. Aunque destaca el caso del Asesino de Valencia (el último de los expuestos): con entrevista a los padres del reo en la agónica espera del indulto y con aparición y opinión del abogado defensor. Un proceso, este último, con una carga dramática a ratos insoportable, por su realismo y por desconocer su desenlace.
Una enorme película esta Quedirísimos verdugos. Todo es grande en ella, pero sobre todo el poso que te deja. Contundente, necesaria, objetiva, aterradora y didáctica. En memoria de tanto dolor, frase rotulada al final del film, ayuda a despertar de la anestesia generalizada. No es ficción. No hace tanto.
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Patino, siguiendo su excepcional forma de diseccionar la sociedad a través de una cámara cinematográfica, nos ofrece su punto de vista, a la vez que nos hace reflexionar, sobre la pena de muerte y todo lo que éticamente supone este tipo de pena.
A través de la frialdad de los tres verdugos, que sirven a la dictadura, el director recorre al geografía española, en una macabra ruta del crímen, que nos sirve para conocer los antecedentes de los múltiples ajusticiados por estos tres peculiares funcionarios de justicia.
El film causa gran impacto, sobre todo, por las manifestaciones y conversaciones coloquiales de los verdugos sobre un tema tan escabroso, que tratan como lo más cotidiano del mundo.
Este documental, visto hoy, es mucho más que un simple documental: es un documento en toda su extensión. Un documento de un extraordinario valor sociohistórico a través del cual cabe hacer una síntesis bastante aproximada de lo que fue el franquismo y con él, de una de sus señas iconográficas más señeras, el garrote vil, la pena de muerte.
Patino logra a través del testimonio directo y desnudo de tres verdugos del régimen un retrato social de las miserias de esa España amodorrada, atrasada, simple, empobrecida y resignada, cuya mayor miseria era la espantosa pena de muerte, el mítico garrote vil. Esos verdugos, personajes hacia los que cabe sentir una extraña mezcolanza de compasión, repulsa e interés en un todo tibio, nos cuentan con toda naturalidad, con mesa y mantel incluidos, sus impresiones y sensaciones, entre charlas plagadas de populachería.
Patino hace, obviamente, una repulsa del acto de la pena de muerte y de su inmoralidad, así como de la constatación absoluta de la universalidad del crimen y de su perenne presencia a lo largo de la Historia y de los tiempos. Resulta interesantísimo recordar, a través de los recortes del mítico periódico El caso y de las propias imágenes y encuentros personales, esa crónica negra de la España oscura, que atraía a las masas a las ejecuciones de los asesinos, gente miserable que asesinaba por miserias también. Es la solidez de la psicología popular, sin más.
Una obra histórica y para la Historia.
A finales de los sesenta, en la recta final de la dictadura, apareció una generación de jóvenes directores, como Basilio Martín Patino, que se encargaron de mostrarnos-a pesar de la censura-la realidad de la España fascista, muy alejada de las idealizaciones de Cine de Barrio o Cuéntame.
Martín Patino nos lleva a las mismas entrañas del franquismo poniendo la cámara delante de tres de los últimos verdugos del sistema, unos pobres diablos encargados de ejecutar las órdenes de muerte, que sustentaron el estado de sangre y terror impuesto por Franco (con la inestimable ayuda de la Iglesia y las élites económicas). Los estremecedores testimonios de estos paisanos son el reflejo de una sociedad que aún en los setenta vivía un profundo anquilosamiento y atraso. Estos verdugos ponen la voz (de difícil dicción) a una época deprimida, de eso que se ha venido a llamar la España Negra, tan oscura como las crónicas que aparecen en la película repasando los crímenes de aquella época de miseria (Importante que quede en la memoria de nostálgicos franquistas y demás fauna filofascista). Pero al fin y al cabo, como decía Fermín Muguruza, el torturador (en este caso verdugo) no es más que un burócrata armado que pierde su empleo si no cumple con eficacia su tarea (eso y nada más que eso) y los verdaderos culpables de esas muertes habría que buscarlos en los despachos. Los auténticos responsables no eran estos querídisimos verdugos sino gente con poder para firmar sentencias de muerte, gente como Fraga que de fascistas se transformaron de la noche a la mañana en demócratas. Esos son los que como decían en otras críticas no aparecen en el documental. Aunque no creo que esto fuese por una cuestión de valentía del director, pues ya es difícil denunciar ahora tal cosa, como para hacerlo en aquel momento. En ese sentido no creo que sea justo restarle mérito a Martín Patino, es más hay que recordar que la película no pudo ser estrenada hasta después de muerto Franco. Aunque sí que quizás se hubiese podido pedir una mayor contextualización, que hubiese hecho menos reiterativo y más atinado el documental. A pesar de esto no hay duda de que estamos ante un valioso documento e interesante alegato contra la tiranía y la pena de muerte.