Qué difícil es ser un dios
Sinopsis de la película
Unos científicos son enviados al planeta Arkanar, donde la civilización se ha quedado estancada en plena Edad Media. En ese mundo, uno de los investigadores es tomado por el hijo ilegítimo de Dios. Épica adaptación de la novela de los hermanos Strugatski, rodada y montada durante más de un decenio.
Detalles de la película
- Titulo Original: Trydno byt bogom / Trudno byt bogom (Hard to be a God) aka
- Año: 2013
- Duración: 177
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Opinión de la crítica
Película
6.4
36 valoraciones en total
Tras una hora de metraje, el planteamiento estilístico -un hercúleo ejercicio, sin duda- queda de sobra expresado, ¿o, quizá, debiera decir al cabo de quince minutos?… Planos secuencia, en excelente blanco y negro, que -con ópticas especiales, que combinan el primer plano con el hiper-próximo plano de conjunto , frecuentísimos macros y grandes angulares- extienden la profundidad de campo casi de forma ilimitada… Se dan ocasionales excepciones -digamos más convencionales- de este tipo de planificación óptica, pero no son demasiadas. Imagino que los operadores debieron mantener sujeta la cámara, la mayor parte del tiempo, con una steady-cam. Las escenografías rezuman -el verbo no se ha escogido por sus connotaciones metafóricas, ¡ojo!- fluidos: líquidos acuosos y emulsionados, orgánicos e inorgánicos, barro e inmundicia sin cuento. La naturaleza exacta de éstos es difícil de precisar, debido a la fotografía acromática, pero se intuye el realismo, inevitable, en la mayoría de los casos. La lluvia, los vapores insanos y la niebla parecen ubicuos, incluso en los interiores. Se debe observar, pasmado, que los fotógrafos pudieran evitar -yo diría que en todo momento- los salpicones de goterones, esputos y eyaculaciones varias.
Los planos-secuencia oscilan entre lo exquisitamente planificado -esta precisión es la que los autores, Alexey German y sus descendientes, reivindican- y lo improvisado, por no mencionar cierto caos arbitrario. Esta sensación se acrecienta cuando los actores -pocos o ninguno fueron escogidos por ser profesionales- miran al objetivo, como si éste fuese un personaje, es decir: como si se tratase de un plano-subjetivo. En realidad, así es: un plano subjetivo … ¡de casi tres horas!, en el que el personaje inmerso, deambulante, testigo forzoso… es usted mismo: el espectador.
Hablaba al principio de lo que ocurre al cabo de una hora… Y, bueno: lo cierto es que no ocurre NADA (más bien, se diría que lo que ocurre no acaba de tener ningún sentido), en medio de grupos abigarrados, prietos, casi en permanente trajín y violencia. ¡O sí!: ocurre que el espectador renuncia a esperar que ocurra algo. Como decía, el portentoso ejercicio de estilo ha quedado claro, reconocido su mérito, pero la perspectiva de otras dos horas de, exactamente, lo mismo, hace que uno se revuelva en el asiento y mire el reloj. Varios se levantan de la butaca, pero no van al escusado… Un servidor, cinéfilo recalcitrante, resiste y observa: no quiero marchar sin elevar un veredicto con todas las pruebas bien analizadas.
Y ya que la línea argumental (algún nombre habrá que darle) no nos sumerge en una subyugante narración, concepto al que luego volveré, uno se entretiene, desde luego, en la observación de cientos de detalles, por mucho que éstos se recreen en lo redundante, en el hastío, en la náusea, además, terminas por enfrascarte en la constatación de las fuentes iconográficas: son evidentes Pieter Brueghel, El Bosco, Tarkovsky -si bien es cierto que en un solo plano de éste puede sentirse el escalofrío de lo sublime: información y sensación, ambas, con una precisión emocionante-, Elem Klimov, Miklós Jancsó… Pasolini, y también Fellini… Y Béla Tarr, claro, aunque de éste sólo conozca algunas referencias y secuencias.
El mérito -o los méritos- de propuesta tan radical es evidente: coherencia y trabajo ímprobo, impecable, de técnicos, director artístico, maquilladores, encargados de vestuario y demás parafernalias… No puede dejar de admirarse tanta determinación, tanto tesón. El problema es que…
El problema es que una obra abstracta -de tesis : una sola, que el estado natural del mundo es ser un lodazal y un estercolero, y que la Cultura y la Ciencia son logros precarios y muy vulnerables-, la cual le obliga a uno a mantenerse tres horas frente a la misma (al menos, Pollock, Rothko, Palazuelo o Tàpies no me fuerzan a llegar tan lejos, y consiguen emocionarme incluso más), acaba por resultar una tortura. Y, en cuanto a la tesis, uno no podría estar más de acuerdo, pero tres horas de mi vida, a ciertas edades, se cotizan ya a unos precios incalculables… Por otro lado, el cine es TAMBIÉN (creo que debería serlo) un ARTE NARRATIVO, no meramente descriptivo: la sabia y equilibrada combinación de éstos y otros elementos, han convertido al cine en lo que es: fuente de placer, conocimiento, espiritualidad, emoción y fascinación. Todo lo demás, por desgracia, se da en la vida diaria y REAL con pasmosa y redundante abundancia.
Un último detalle: el uso del doblaje en la sonorización original de la película (imagino imposible una toma directa de sonido en medio de semejante caos de colgajos inmundos) distancia AÚN MÁS al espectador de lo que ve. Lamentablemente, la inexpresividad monótona de la voz protagonista -un célebre, en Rusia, Leonid Yarmolnik-, multiplica este efecto somnífero.
Un 6, por el mérito técnico y la valentía radical de la propuesta.
En su nueva película, el director ruso Aleksei German se inspira en una novela escrita en 1964 por los hermanos Strugatsky, en quienes ya se fijó su paisano Andrei Tarkovsky al rodar la memorable Stalker (1979). Esta novela de ficción, titulada Qué difícil es ser Dios, está ambientada en un futuro en el que la raza humana descubre un planeta habitado por personas cuya sociedad se encuentra sumergida en un período similar a nuestra propia Edad Media. Pese a que Aleksey German comenzara a soñar con su propia adaptación cinematográfica de esta obra clave de la literatura de ficción soviética desde poco después de su publicación, la serie de obstáculos con los que tuvo que lidiar a lo largo de su carrera, como la barrera impuesta por la censura de un régimen totalitario, provocaron que el director de obras como Control en los caminos (1971) o Mi amigo Ivan Lapshin (1986) no abordara su ansiado proyecto hasta que se iniciara el nuevo siglo. De esta forma, el rodaje de la última obra de German daría comienzo en otoño de 2000, siguiendo un largo y minucioso proceso de elaboración que culminaría trece años más tarde con el estreno de esta obra póstuma en el festival de Roma de 2013, habiendo fallecido su director nueve meses antes.
Qué difícil es ser un dios comienza con una voz en off que sumerge al espectador en Arkanar, un cochambroso planeta retratado en blanco y negro en el que se verá atrapado durante las casi tres horas de metraje. Es en este ambiente esperpéntico, en el que predomina la mugre y los hedores nauseabundos (recreando un universo repulsivo), donde aparece Don Rumata, un científico social enviado desde la Tierra para estudiar como mero observador a esta sociedad en decadencia. Desde su privilegiada posición en la corte de Arkanar, y considerado por muchos como un dios (a causa de las hazañas que de él se cuentan gracias a sus habilidades y conocimientos adquiridos en una sociedad más desarrollada), el protagonista observará los mecanismos de represión que sacuden a esta civilización, dominada por un régimen totalitario obstinado en acabar con todo vestigio de cultura que pueda amenazar su dominio sobre un miserable pueblo analfabeto vapuleado por la ignorancia. Sin embargo, Don Rumata, obligado a aferrarse a su condición de observador, debe abstenerse de influir en el curso de los acontecimientos, dejando entrever lo que puede interpretarse como una alegoría del suplicio que vive el intelectual que observa impotente las fechorías del totalitarismo. Consigue German con unos ocasionales primeros planos de los repelentes rostros de las gentes de Arkanar (y de genitales de animal), unas escenas con recargados interiores en las que la cámara sortea un sinfín de bártulos y muchedumbre y un no cesar de flatulencias, heces y todo tipo de repugnantes fluidos, retenernos en un desapacible planeta del que desde el primer momento sentiremos un profundo deseo de huir. No obstante, esta magnífica obra logra que todo aquél que, tras hacer de tripas corazón, resista hasta el final, se sienta gratamente recompensado.
Es con este personal proyecto que supone la culminación de una trayectoria audaz, con el que se despide un gran cineasta al que nunca le importó la respuesta del público o la censura.
Pablo Redondo.
Crítica para 12criticossinpiedad.blogspot.com.es
Para un servidor, acometer la tarea de escribir una crítica digna para esta película supone un esfuerzo casi tan titánico como en su día lo fue para Aleksei German finalizarla. Como aficionado al cine en todas sus variantes, y lejos de ser un experto (ni falta que hace para apreciarlo), ver Hard to be a God por primera vez representa para el espectador uno de esos momentos cruciales en los que ha sido testigo de una obra única, inigualable e inabarcable. Uno sabe a ciencia cierta que películas como ésta, de tal dimensión y envergadura, se pueden contar con los dedos de una mano, y aun así sobrarían dedos. A continuación intentaré explicar humildemente por qué.
Hard to be a God (o Qué difícil es ser Dios en castellano) es la adaptación de una conocida novela rusa de ciencia-ficción, escrita en 1964 por Arkadi y Boris Strugatski (autores también de la novela que inspiraría el Stalker de Tarkovski) y de gran reconocimiento en Rusia y otros países. Al parecer, a Aleksei German le sedujo tanto la novela que ya en 1968 co-escribió el primer embrión del guión -junto con Boris-, que fue echado para atrás por las autoridades soviéticas. Sin embargo eso no le haría olvidar su viejo y anhelado proyecto y mucho después, tras haber rodado varias películas -y tras dos años de pre-producción- en 2000 comenzaría el dificultosísimo rodaje, que se extendería a lo largo de seis años. Siendo ya no pocas complicaciones, la fase de montaje y post-producción se alargaría aún otros seis años más, truncado con la fatídica eventualidad de la muerte del propio German, que no pudo ver completada su obra. La edición y el montaje fueron no obstante concluidos por el propio hijo del director siguiendo escrupulosamente las anotaciones y deseos de su padre. La película sería finalmente estrenada en 2013 en el Festival Internacional de Roma.
Pero de rodajes difíciles, largos y accidentados está la historia del cine llena. Lo que verdaderamente convierte a Hard to be a God en un film único cinematográficamente es, no en concreto lo que se cuenta, sino CÓMO se cuenta. Es ahí donde reside lo extraordinario y la enorme magnitud de la película, y como digo, lo que la convierte en una experiencia diferente a todas las demás. Una experiencia ciertamente inexplicable al cien por cien, avasalladora, aplastante, que sume al espectador entre el estupor. La incomprensión y la sordidez, y que a nadie dejará indiferente. La historia va como sigue.
En un futuro no muy lejano, unos estudiosos son enviados desde la Tierra a un planeta similar a ésta, poblado por habitantes similares, pero que se encuentran en un estadio de evolución social muy anterior al de los terrícolas (la voz del narrador al inicio explicita unos 800 años antes), en un tiempo similar a nuestra Edad Media. Allí, entre la peor de las miserias, gobiernan con atroz crueldad y brutalidad algunos nobles, estableciendo oscuros reinos del terror donde se persigue inmisericordemente a aquellos que saben leer y escribir, a científicos y artistas, y en definitiva a cualquiera que abogue por poco que sea por la cultura o la ciencia. Los observadores terrícolas, cuya misión es observar la evolución de estas sociedades y ver si se produce o no una especie de época de Renacimiento, no han de interferir en su desarrollo, de manera que se integran de tapadillo en su modo de vida y sus costumbres. Uno de ellos, Don Rumata, se ha convertido en una especie de elegido, descendiente de deidades, debido a sus obviamente mayores conocimientos y destrezas. Como tiene prohibido inmiscuirse en la evolución de la sociedad, vivirá entre ellos adoptando sus repugnantes y brutales costumbres, haciendo y deshaciendo –sin matar a nadie, eso sí- y tratando de aportar mejoras poco a poco y empujarlos a un desarrollo superior sin levantar demasiado polvo. Con el devenir de los acontecimientos, finalmente quebrantará las prohibiciones más intocables que se le habían impuesto, y pronto se dará cuenta, allí donde miseria, crueldad, brutalidad y muerte se enseñorean de todo, lo difícil que puede resultar en un escenario así ejercer de dios.
(Sigue en spoiler por falta de espacio)
Para cada persona, el cine y lo que espera de él es una cosa diferente. Dejando a un lado que puede haber espacio para todo y días de apetencias distintas, hay gente que afirma que una película debe contarte una historia, otros que el cine es pura y duramente entretenimiento. Luego hay casos en los que el espectador, simplemente vive una experiencia de sensaciones. Sin comulgar con los de no me he enterado de nada (porque no lo ha captado y no porque no tenga explicación) pero me ha maravillado igual, las experiencias cinéfilas que te evocan sensaciones, aunque sea pura repulsa y malestar, y abandonan el contar un relato al uso, son, aparte de muchas veces difíciles de digerir, cada vez más difíciles de encontrar. La que nos ocupa es una de esas rara avis y más que experiencia cinéfila, directamente cinéfaga, sólo apta para valientes y/o masoquistas.
Personalmente leyendo la sinopsis jamás me imaginaba a lo que me iba a enfrentar. No se por qué, mi mente pensó en una cinta de ciencia ficción de crónicas espaciales eslavas, con científicos terrícolas interactuando con una sociedad extraterrestre atrasada en el tiempo y la multitud de sucesos que se podría derivar de ello. Sin embargo, Qué difícil es ser un Dios , te obsequia con un descenso a un infierno cuyo relato habría incomodado al propio Dante. Casi tres horas de enfermiza pesadilla, con el malestar que te daría un mal colocón, casi tres horas de surrealismo extremo, mugre, niebla, locura, caos y barbarie. Alejado de un relato o una historia que se pueda seguir o con una línea argumental que de más allá para intentar escribir una sinopsis, hay una voz en off que parece querer aportar cordura de vez en cuando, darle un sentido o un camino al relato, un objetivo, pero no deja de ser un mero espejismo para la vuelta a la locura más absoluta. De hecho, si no fuera por estar en una proyección oficial, dada la incoherencia de los diálogos, pensarías que el traductor de los subtítulos que te has descargado no ha tenido su mejor día.
Una cámara fija que avanza como un personaje más por diferentes aunque similares escenarios, cargados de humedad, suciedad, secreciones, desmembramientos, cuerpos de hombres y animales expuestos, criaturas grotescas y deformes y una sensación tras acabarla, de querer sacudirte y darte una ducha, como si todas las heces, la sangre y los vómitos te hubieran cubierto y calado la ropa y todo lo que has visto, hubiera enfermado tu mente. Bienvenidos al cine 5D.
Nota cinéfila: 3
Nota cinéfaga: 9
http://www.elseptimoarte.net/foro/index.php/topic,31732.msg788651.html#msg788651
En otro planeta. Eso sin duda.
Lees la sinopsis y las estupendas críticas positivas, o negativas (profesionales y no -las de esta página web son magníficas), y rápidamente compruebas una cosa curiosa: hay muchas, muchísimas más palabras, sentido, lógica, personajes, trama, contexto, reflexión, referencias… que en la misma película, de lejos. Es decir, superan a la misma obra, la sobrepasan por todos lados.
Ya que de esta película, esa es la cosa, el meollo, se podría decir sin exagerar (casi nada) que es un único plano secuencia (con descansos, para algo inútilmente disimular) estirado durante tres horas sobre un trozo de carne (el hombre, no más) pudriéndose, mientras llueve mansamente y sin (casi) parar, llueve sin ganas y con infinita paciencia .
O dicho de otra manera: en cuanto a densidad informativa no llega ni al minuto, ahí cabe todo lo que cuenta, explica o muestra esta… Pero claro, sí que se extiende, como marea viscosa, plaga de gusanos o sudario interminable mientras van cayendo, a dolor, los 177 minutos (10.620 segundos como mosquitos enfermos), tortuosamente, groseramente. Y eso duele (lo dicen varias veces, y está claro que no estaban pensando precisamente en la Bombi, o quizás sí). Se hace tedioso, te sientes vapuleado, maltratado, como saco de patatas en el mercado negro. Pero, y eso también duele, aunque tampoco demasiado, ni siquiera te dejan el consuelo del escándalo y el grito en el cielo, ni alivios consabidos tan consoladores como el sexo chabacano o la cutre violencia, qué va, ni la alegría del extremo más morboso o el placer de la imaginación más lisérgica, no, nada, es una guarrada puritana, una porquería reprimida, un estercolero gélido y distanciado, un bello cuadro de inmundicias, una pocilga encapsulada, un todo machacona, obsesiva, repetitivamente tibio en su bajeza y putrefacción constantes, un chorreo desganado de miserias y menudencias fluviales, un fluir anodino de líquidos y heces, un inventario rutinario y alucinado de cagarros, meadas, mocos, gargajos, esputos, tripas, charcos, sudor, sangre…, una epopeya del asco, un cantar de gesta bizarro e intelectualizado en su deambular mecánico y ciego, como si alguien, seguramente un Dios imbécil, hubiese apretado un botón en algún lugar muy lejano y sórdido y ya nadie fuera capaz de detener ese juguete averiado, esa inercia ensimismada y muerta.
Todo de cerca pero como de través, desconectado, desangelado, sin relación con nada, sin razón ni motivo, sin causa ni fin, solo porque sí. No hay más que mugre y fealdad, una prolija y prosaica basura, una infinita suma de inmundicias, un cenagal sin vida. Ni personajes, trama, diálogos…
La cámara en continuo movimiento, planos apretujados, llenos de gente (en el infierno la soledad nunca es una opción) que pasaba por allí (miran a cámara sin pudor ninguno), tullidos, desgraciados, desdentados, tumefactos, carcomidos y delirios. Una corte de los milagros futurista y apocalíptica, Mad Max después de haber caído en un pantano lleno de vómitos y tras haber sido secuestrado por marcianos rusos que le violaron, robaron y, ya de paso, arrancaron el corazón con un ojo bizco y homicida, tuertos de ira.
Masacre: ven y mira en su versión más anoréxica y reconcentrada, más fea y grasienta, más extraña y posesa.
Pero quizás, a pesar de todo lo expuesto, se pueda apreciar la terquedad de este director y su indudable afán artístico, que puede llegar a recordar toda esa tradición pictórica tan fecunda y rica que nos habla del horror y la muerte, un cuadro en movimiento. O la confirmación, la letanía, de que no somos más que barro animado, una elegía de nuestra entraña desdichada, un retrato minucioso de nuestra esencial descomposición en movimiento… Vale, pero…
Casi más interesante que la propia película fue contemplar el espectáculo en la sala, el efecto devastador de esta vasta obra, como virus africano y rabioso. Estaba casi llena (¿No hemos vuelto locos todos de repente? Una peli rusa de tres horas en blanco y negro y subtitulada. ¿Se dejaron llevar por dos palabras tan peligrosas como son Ciencia Ficción? ¿O por otras dos casi más engañosas todavía: Edad Media? ¿Creyeron que era Juego de Tronos y se dieron de bruces con la realidad de Juego de, ateniéndonos a su acepción escatológica y sin renunciar por ello a la idea central de la película rusa, Letrinas -en realidad se parecen mucho, es lo que quedaría de la serie tan famosa si le quitaras todo de golpe, como vaciar un cuerpo y dejarle solo las vísceras, corrompiéndose, siendo devoradas por batallones ciegos de larvas hambrientas y aburridas? ¿Eran todos rusos y anhelaban su patria chica, su lengua materna?) y no pude evitar hacer un repaso valorativo, la pregunta que surgía al correr de los fotogramas era simple y directa, cuál sería el número exacto de bajas y heridos de guerra, porque una cosa estaba clara, de este Vietnam cinéfilo no salíamos todos vivos, sanos y salvos, este Dios del cine tan cruel y absurdo reclamaba con furia desganada sacrificios humanos, y los iba a haber, vaya que sí.