Puerto de Nueva York
Sinopsis de la película
El puerto de Nueva York es en los años 40 del siglo XX el campo de batalla entre la policía y los narcotraficantes. Una trama intrincada de ambiente opresivo e inquietante es lo que aporta en esta película el eficaz director húngaro László Benedek (La muerte de un viajante).
Detalles de la película
- Titulo Original: Port of New York
- Año: 1949
- Duración: 82
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Opinión de la crítica
Película
5.9
73 valoraciones en total
Podría decirse que es cine de propaganda hacía el público americano a favor de los Cuerpos policiales en su lucha contra el crimen. Una serie de películas de aquella época que siguió a los documentales de guerra. Fueron unas películas que empezaban siendo relatadas como documentales pero inmediatamente entraban en una ficción policial que incluía todo lo acostumbrado en el género.
Se trataba de ensalzar los distintos departamentos, en especial los del Tesoro de Hacienda, como es el caso de esta película que se ocupaba de la droga, o sencillamente aquellos específicos contra el crimen en general como el de Homicidios. También destacaron la labor contra el espionaje en otras excelentes películas, incluso no se olvidaron del Ministerio de Asuntos Exteriores con aquella: Departamento de Estado Oriente 649 (1949). Por referirme a las policíacas constataré por ejemplo: La brigada suicida (1947), la ciudad desnuda (1948), La calle sin nombre (1948), Atrapado (1949), Mujer sin pasaporte (1950), La justicia al acecho (1955), Crimen, S.A. (1957), y tantas otras.
Todas ellas tienen esa característica que es muy importante para notar el realismo que destilan, por otro lado, vienen a decir que los protagonistas tienen similares papeles, y, de igual forma, los métodos de actuación son idénticos, ya que son los que lógicamente se utilizan o se pueden utilizar en la realidad: patrullas de seguimientos, agentes infiltrados, chivatos, recompensas, etc, pero esa previsibilidad es lo bueno para quienes le guste el género, porque dentro de la similitud ya se encargan de crear una estupenda historia con intrincados guiones, como el caso del Florentine, que gracias a las aduanas del puerto de Nueva York, descubren que un importante alijo de opio acaba de introducirse en el país, y estas historias llevarán cada una el sello personal de su director, por lo que al final resultan diferentes.
No faltarán misteriosas rubias, escurridizas organizaciones y criminales de alta alcurnia, como aquí está Yul Brynner, y con pelo, para despistar más a la policía. Pero la policía no es tonta y el engranaje siempre está dispuesto.
Entre la crónica periodística de sucesos y la trama de acción, la película que dirige L. Benedek encamina sus pasos por las oscuras redes de la delincuencia.
Y una turbia atmósfera representa el mejor escenario para que un joven y atractivo Yul Brynner magnetice la pantalla con su apostura de tipo duro.
El argumento posee intriga, dinamismo, brío interior y su estilo narrativo resulta muy eficaz porque administra los detalles importantes con una sabia cadencia ajustada y precisa.
También la banda sonora ofrece un brillante ejercicio de adaptación a los distintos pasajes y la ambientación, en general, consigue que el clima de incertidumbre alcance el máximo nivel.
Una de las primeras películas centradas en el tráfico de drogas, y que para ambientarlo escogió acertadamente un marco tan atractivo como el del puerto de una gran ciudad, en este caso Nueva York. Y es que estos espacios, tanto en la realidad como en la ficción, se han prestado siempre al desencadenamiento de todo tipo de dramas, ya sean individuales o colectivos, siendo idóneos para mostrar las relaciones de poder, la corrupción, los silencios cómplices y la mala vida en general (incluso para redimirse de la misma, como en la película a la que hago referencia en el título).
Desde un punto de vista estético o formal la película está claramente emparentada con el cine negro, optándose por una iluminación mínima y contrastada, pero no se puede decir lo mismo del desarrollo argumental. Una historia verdaderamente negra hubiera debido abundar en las motivaciones de los protagonistas, así como en el peso que el ambiente ejerce sobre sus decisiones. No encontramos tampoco una verdadera descripción de la vida del puerto, de modo que el director se limita a emplearlo como escenario en el que acontece la investigación policial. Por tanto, el planteamiento cercena claramente las posibilidades de un filme que hubiera podido profundizar mucho más, pero que se centra en narrar, con tono elogioso, la labor investigadora de la policía, que trata de interceptar un abundante alijo de droga recientemente llegado al puerto.
Conforme al modelo que estableciera Anthony Mann en muchas de sus primeras películas (T-Men, 1947), el encomio de las fuerzas del orden tiene una importancia central, siendo sugerido desde los primeros compases por medio de la voz en off, que resulta muchas veces innecesaria y reiterativa, toda vez que las imágenes podrían haber bastado perfectamente como vehículos narrativos, así lo demuestra el desarrollo del filme, en el que este recurso acaba siendo más limitado, mensaje final aparte. Debe tenerse en cuenta que la voz en off sirve fundamentalmente no para dejar más claro el argumento, sino para potenciar el tono aleccionador de la historia que se nos relata, un poco al estilo del narrador de los clásicos cuentos infantiles.
Más allá de las mencionadas debilidades o inconvenientes, cabe decir que la película tiene un excelente ritmo, un toque documental callejero muy acertado, y que cuenta con secuencias valiosas. Destaca, tras el arranque con plano general y voz en off, la secuencia nocturna y acuática en la que el alijo es transportado a otra embarcación, perfecto ejemplo de narración visual. También resulta acertada la secuencia del asesinato de la amante de Paul, el jefe de los traficantes, cuya imagen, reflejada en un espejo, anticipa acontecimientos que luego nos son velados por el cuerpo de este último, siendo el sonido el que cierra y aclara la acción. Son asimismo excelentes las secuencias ambientadas en la enorme estación de Pennsylvania (las estaciones, como los puertos, gozan de un evidente atractivo cinematográfico), y la del interrogatorio, que carente de violencia explícita, sugiere sin embargo una considerable angustia, usando para ello la iluminación y el sonido implacable de un reloj.
En cuanto a las interpretaciones, teniendo en cuenta el poco espesor de los personajes, puede decirse que son correctas, aunque no daban para excesivos lucimientos, especialmente en el caso de los policías, que atrapados por el estilo encomiástico de la cinta, carecen de matices. Más atractivo es el personaje de Paul, un malo de exquisita elegancia y despiadada frialdad, bien encarnado por Yul Brynner en el que sería su primer papel en un largometraje, sirviendo además para constatar que este hombre una vez tuvo pelo.