Platos Academy
Sinopsis de la película
Stavros es griego, y a mucha honra. Tiene una tienda en su barrio, donde se pasa el día sentado con sus tres inseparables amigos, sabios de pacotilla que completan esta moderna Academia de Platón. Además del rock, una cosa que comparten es su incondicional aversión por los albaneses. Cual no será la consternación de Stavros al ver que su anciana madre, después de tener un ataque que casi se la lleva al otro barrio, empieza a hablar albanés y se emperra en decirle que su verdadero nombre es Salih y que un obrero albanés recién llegado a la vecindad es su (perdido) hermano Remzi. (Información extraída de gijonfilmfestival.com)
Detalles de la película
- Titulo Original: Akadimia Platonos aka
- Año: 2009
- Duración: 103
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Opinión de la crítica
6.2
76 valoraciones en total
Esta Akadimia Platonos , nombre del barrio del extrarradio marginal ateniense en el que se sitúa la historia, nos cuenta una historia sencilla, de una manera sencilla. Lo que más se agradece de ella es la desdramatización efectiva y, por momentos, divertida, de un tema duro como la xenofobia en las clases deprimidas. Y se agradece porque rompe, en parte, con el prototipo de cine europeo que se suele vender, con ínfulas de experimental y comprometido.
Aunque en esta película de Filippos Tsitos está latente esa denuncia social, aunque leve, que en España tiene su representación máxima en Fernando León de Aranoa, este tema presentado del, más que odio, desconfianza hacia el extranjero, está tratado con los pies en la tierra, centrándose en el ciudadano común, en lo que piensa y en qué lo hace pensar así. El grupete de amigos, xenófobos, anticuados, vagos, ven como en su barrio los chinos y los albaneses cumplen con los trabajos menos deseados. Trabajos que ni ellos mismos realizarían pero que, aun así, no deberían quitárselos a los trabajadores de su país.
El director se adentra en este nacionalismo de barrio, tan común en toda Europa, y en el problema de la identidad, al darse cuenta Stavros (Antonis Kafetzopoulos) de que él mismo podría no ser quien cree que es, cuando su madre (Titika Sarigouli) comienza a hablar en albanés con un misterioso pintor que llega al barrio (Anastasis Kozdine).
En contrapartida a este tema, perfectamente representado por el grupo de amigos que, sin argumentos, se dedican a criticar todo desde sus sillas, la subtrama amorosa de Stavros y su antiguo amor queda totalmente desdibujada, con una intermitencia que le hace cobrar una importancia nula y que terminará tan mal desarrollada como comienza.
Desde el punto de vista técnico-artístico, la modestia de medios es apreciable, pero el relato se disfruta con claridad narrativa, como la vida simple de los personajes representados requiere, no haciendo falta más. Al ritmo de Status Quo y con una fotografía que bien podría hacerse pasar por un episodio de Cuéntame , dentro de esta congelación temporal (en los 70) que padecen los barrios más pobres de la Europa del este, ninguna interpretación destacará por encima de otra, siendo todas bastante planas, incluida la de Kafetzopoulos, que no cambiará su expresión facial en toda la película ni aunque el misterioso albanés acabe en su propia casa.
Cine modesto, que no va más allá de presentar (sin comprometerse) un problema social.