Petra
Sinopsis de la película
Petra no sabe quién es su padre, se lo han ocultado a lo largo de su vida. Tras la muerte de su madre inicia una búsqueda que le conduce a Jaume, un célebre artista plástico poderoso y despiadado. En su camino por conocer la verdad, Petra también entra en contacto con Lucas, hijo de Jaume, y Marisa, esposa de Jaume y madre de Lucas. A partir de ese momento, la historia de estos personajes se va entretejiendo en una espiral de maldad, secretos familiares y violencia que los lleva a todos al límite. El destino dará un giro a su lógica cruel abriendo un camino para la esperanza y la redención.
Detalles de la película
- Titulo Original: Petra
- Año: 2018
- Duración: 107
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Opinión de la crítica
6.7
49 valoraciones en total
En tiempos de banalización de absolutamente todo, Jaime Rosales sigue entendiendo la pantalla cinematográfica como un lienzo en blanco abierto a la experimentación. De su carácter iconoclasta y valiente ha surgido una de las filmografías más relevantes del último cine español, un conjunto en el que Petra, presentada en el último Festival de Cannes, promete ocupar una posición de privilegio. La protagonista del film, como Rosales, busca la verdad del arte, y al final de su periplo encuentra una masculinidad cruel, una feminidad solitaria, también solidaria, y una herencia caprichosa que, mediante la circularidad de la tragedia clásica, funde la tierra mediterránea con la herida de las fosas de la Guerra Civil, el capitalismo despótico con el ensimismamiento artístico, incluso, para quien quiera detenerse en ello, una singular tensión entre la esfera castellana y catalana, tan sutil que se diría ajena a la actualidad política de los últimos meses.
Petra pinta, y con ella Rosales también da pinceladas precisas. Aunque el acto de crear pueda ser un viaje hacia la locura. Aunque al final todo se reduzca a la destrucción de un cuadro en el que otrora se representaba el rostro de un padre perdido. Podríamos dedicar líneas de texto a analizar cada uno de los rastros que el director barcelonés va dejando a lo largo del metraje, y lo haríamos con la certeza de que en el cine de Rosales todo significa, nada es casual. Porque en el fondo escribir sobre sus películas significa descifrarlas, interpretarlas, racionalizarlas desde el intelecto pero también desde la emoción. Por ello, lo más sensato es mantener la sorpresa del espectador y definir Petra como lo que es: un gran misterio. Preñado de truculencia. Tan descarnado que hiere. Cargado de un humor negro inédito en su artífice. Con una fotografía que toma la mirada de un espectro intruso y con unos actores que parecen ajenos a la matemática de un guión.
Una película en la que se charla, camina y cocina. Que vuelve a nosotros horas después de su visionado. Que muere y renace, como hizo la ciudad de Petra desde la antigüedad hasta nuestros días. Un relato que en última instancia nos cuestiona como seres humanos. ¿Realmente el paso de las generaciones, el avance de las civilizaciones, tal vez la vida misma, se basa en el concepto de la perpetua humillación? ¿Acaso el arte, el plástico al que recurre Petra o el cinematográfico que domina Rosales, no está en la obligación de representar o revertir esa situación?
@CinoscaRarities | Más críticas en http://cachecine.blogspot.com
Con reminiscencias clásicas, vemos una tragedia prototipo pero con un empaquetado singular. Apabulla al espectador su constante paso firme en sus movimientos de cámaras y en sus tramas dosificadas. Su división en capítulos, que impactan con su título en la esperada trama hacen que los espectadores se sientan inquietos antes el fatum conocido, pero no por ello enrarecido. Hacía tiempo que un personaje, calmado y directo, no era capaz de crear tanta animadversión en los ojos del espectador. Toda la locuacidad de la ponzoña vil y arrastrada encajan en este singular personaje. Nadie está fuera del alcance de sus garras, y su aura de poder manda a la deriva todo lo que le rodea. Lo saben y lo aceptan cuan Sino. Y aún intentando escapar Petra sufre sus consecuencias.
Musicalidad de coro griego que nos impacta con sus tramas cíclicas, con sus reiterativos momentos de impacto. No estamos ya acostumbrados a una ausencia tan notoria de una banda sonora, lo que agranda más los momentos que si se notan sus notas.
Interpretaciones sublimes de unos protagonistas y secundarios que avivan la llama de los rencores y odios sin vehemencia. La frialdad a veces son dos palabras o dos miradas. Una contenida disección del odio y del amor.
Jaime Rosales, siempre nos sorprende con un cine diferente, con un lenguaje cinematográfico que rompe los cánones a los que estamos acostumbrados.
Ya recibió grandes elogios con su primer largometraje Las horas del día en 2003, con la que ganó el Premio de la Crítica Internacional en la Quincena de los Realizadores de Cannes.
y en esta ocasión ha repetido esas buenas críticas también en la Quincena de los Realizadores de Cannes con su última película Petra.
Aunque para nuestro gusto es un tipo de cine demasiado artificioso, en el que la búsqueda de ese nuevo lenguaje, le hace perder verdad a la historia, y ser un cine apto para los festivales pero igual no para el gran público.
Petra, interpretada por Bárbara Lennie, es una joven pintora que tras la muerte de su madre, va en busca de su progenitor cuya identidad siempre le había sido ocultada.
Para ello acude a una residencia artística en una casa del Ampurdán junto al escultor Jaume (Interpretada por Joan Botey), y toda su familia.
La puesta en escena está inspirada en las grandes tragedias clásicas, pero con una narración no lineal, plagada de elipsis y giros argumentales.
La historia está compuesta por una serie de capítulos desordenados, a los que antecede un rótulo en los que al espectador se les da toda la información de lo que allí va a suceder.
Cada capítulo está plagado de suspense y sorpresa, aunque se torna algo folletinesco e incluso rozando lo cómico sin quererlo, como sucedió en el pase de prensa de San Sebastián.
Es una historia que habla, sobre la crueldad humana, el perdón, el arrepentimiento, la verdad, plagada de secretos y mentiras familiares.
El ritmo de la película nos parece bueno, todo el tiempo te mantiene con intriga, pero los diálogos, les encontramos poco naturales, no acabamos de encontrar la verdad en ninguno de los tres papeles principales los de Alex Brendemüh, Bárbara Lennie, y Marisa Paredes no así en el personaje de Jaume interpretado por el artista Joan Botey.
Sin renunciar a su estilo, Rosales aborda un guion más comercial y accesible con irregulares resultados. Dividida en seis capítulos (que no se presentan correlativamente), la historia se queda en una especie de culebrón con excesivas piruetas que no casan muy bien con la frialdad formal e interpretativa propia del cine de este autor. La opción de trabajar con algunos actores no profesionales hace que ciertas escenas bordeen el docudrama televisivo (se ha ensalzado la labor de Joan Botey pero no me parece para tanto, probablemente en una película que exigiera más vis dramática no habría encajado). Los profesionales lo hacen bien, aunque Marisa Paredes quede un tanto desaprovechada y Brendemühl haya perdido con los años esa especie de pasmada candidez que lo caracterizaba. El ritmo de la historia tampoco está entre los aciertos: el tramo final, paradójicamente cuando más cosas pasan, se hace cansino por las continuas intercalaciones de planos que poco tienen que ver con la acción y la interrumpen, supongo que con vocación anticomercial.
Nos quedan, eso sí, un puñado de reflexiones: en primer lugar sobre la familia: el matrimonio, la paternidad, la maternidad, el amor, en segundo sobre el ejercicio tiránico del poder: ¿hay acaso otra forma de ejercerlo?, en tercero sobre el arte: búsqueda de la verdad para la artista novel, una forma de ganar todo el dinero posible para el artista consagrado (y endiosado).
Mientras la historia de Petra se despliega ante nosotros, la cámara deambula. Rosales nos deja creer que su lento mirar podría ser el de un dios indiferente. Como en ‘La región central’ de Michael Snow, el azar preside lo observado. Un aparente azar, tal vez una mirada de otro mundo.
Sin embargo, los personajes quedan presos en la tela urdida de forma magistral por esa planificación-araña en que todo está pautado y bien medido. Puesta en escena, pinceladas de música al más puro estilo de Robert Bresson –que más que acompañar, elevan y transforman–, la pulcritud de imagen y sonido, el entramado levemente dislocado del guion…
Se anuncia, en el primer tramo de la película, una presencia misteriosa e inquietante, la de Jaume, que, cuando finalmente comparece, encarna la vileza, una vileza cruel y sosegada, inolvidable. El papel de Joan Botey es toda una revelación, parece haber nacido para repeler y ser odiado en esta cinta.
A orillas de la trama, los grandes temas –naturaleza y arte, vida y muerte, amor e identidad– añaden capas de fulgor y pensamiento.
La apuesta formal, brillante y arriesgada, es un diálogo sutil entre la respiración fisgona –en apariencia libre– de la steadycam y un ‘fatum’ implacable de tragedia griega.
Ver nos llega a incomodar, aun cuando la lente guarda las distancias.
Pienso que, en su último tercio, la cinta decae en intensidad, Rosales se niega a ser ambiguo y exprime la fatalidad hasta el infinito. No sé si con ello me convence, pero su envite es puro cine.