Paulina
Sinopsis de la película
Paulina es una joven abogada que regresa a su ciudad para dedicarse a labores sociales. Trabaja en un programa de defensa de los derechos humanos en zonas humildes de la periferia de la ciudad. Tras la segunda semana de trabajo, es interceptada y atacada por una patota. Remake del clásico del cine argentino del mismo nombre, que en 1961 dirigió Daniel Tinayre, con Mirtha Legrand como protagonista.
Detalles de la película
- Titulo Original: La patota aka
- Año: 2015
- Duración: 103
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Opinión de la crítica
Película
6.2
21 valoraciones en total
Estamos ante un retrato poderoso de un personaje femenino que marca su independencia, que se enfrenta a su padre y a su novio, se rebela contra una previsible carrera exitosa en la judicatura y se revuelve contra las decisiones que otros toman por ella, colisionando con los convencionalismos al uso y demostrando que la integridad moral no conoce de vínculos afectivos, ni de servilismos trasnochados, ni de sumisiones tácitas o expresas. Independencia ante todo y con la cabeza bien alta. Ser iconoclasta no significa llevar siempre la razón, pero al menos transitas tu propio camino (y no el camino que te trazan los demás, por mucho que digan quererte). Ser heterodoxo conlleva un precio pero la protagonista está dispuesta a pagarlo. Es el peaje de los inconformistas.
También estamos ante un remake de una película argentina estrenada en 1960, debida a la pluma del español Eduardo Borrás y dirigida por Daniel Tinayre. Lo que hace más de cincuenta años fue un retrato rupturista y original de una mujer ultrajada por sus alumnos, ahora adolece de un exceso de verborrea ampulosa y contiene cierto tufillo a naftalina y rebeldía de opereta. No basta con tener un personaje potente y una historia interesante, conviene atender también a la verosimilitud psicológica y a la coherencia del relato. Y aquí hay un déficit notorio en cuanto a revelar las motivaciones de su protagonista, lo cual hace casi ininteligible su cadena de decisiones, enturbia sus reacciones insólitas, afea su afán por llevar la contraria por sistema.
Contar con la presencia cautivadora – avalada por una excelente actuación – de Dolores Fonzi contribuye a confundir al espectador. Ella está muy por encima del material que transita, ella tiene una fuerza y transmite una verdad de la cual el relato carece por haberse quedado estancado o anticuado. Su magnetismo difumina que el relato hace aguas por varios frentes: ¿Es un alegato indigenista o una apología del engaño judicial? ¿Es una alabanza de la rebeldía o un panegírico del síndrome de Estocolmo? ¿Es una loa a la ayuda a los desfavorecidos o una denuncia de las ñoñas buena intenciones de los pijos capitalinos? ¿Es una defensa de la mujer emancipada o una ofensa para las mujeres libres? La narración es ambigua, críptica y esotérica y no convence. La simpatía que despierta su estrella no compensa los altibajos de la trama.
En definitiva, película interesante e intensa, que te arrastra como un huracán y te zarandea sin piedad, con algunos momentos memorables (el plano-secuencia inicial), pero tras el visionado repara uno en sus costuras y se rebelan sus debilidades. Imperfección camuflada de virtud.
Paulina es una joven abogada con un prometedor futuro, pero, contra lo deseos de su padre (un juez muy reputado), ella prefiere dedicarse a labores sociales. Decide trabajar en un programa de defensa de los derechos humanos y se marcha al norte de Argentin para empezar a dar clases a jóvenes en zonas marginales. Al poco tiempo de trabajar en ello, es atacada y violada por un grupo de jóvenes de esos a los que pretende educar.
Paulina, cinta dirigida por el argentino Santiago Mitre, me resultó un tanto irritante. Tal vez Mitre pretendía ser provocador y lograr irritar a los espectadores de su película, si es así, admito que conmigo lo consiguió. No entiendo a la Paulina de la película. Me resulta difícil creer su comportamiento, y además me saca de quicio pensar que exista gente así.
Veamos. La chica es abogada. Parece ser que tiene buenas cualidades y además su padre es juez, por lo que su futuro tiene muy buena pinta. Pero a ella no le interesa eso, y prefiere trabajar con chicos probemáticos en zonas marginales. Hasta ahí cuesta un poco entenderlo pero vale, puede ser.
Como no podía ser de otra manera, los chicos responden al intento de ayuda de la guapa profesora con una violación nocturna en un camino rural. Y ella reacciona ante ese episodio como si hubiera sido una simple contrariedad, como quien tropieza y sigue caminando. No quiere que castiguen a quienes la han violado, pretende hablar con ellos normalmente, quiere seguir dando clases, y, caso de quedarse embarazada como consecuencia de la violación, querría tener el niño.
Claro, ante ese disparatado buenismo, el padre se sube por las paredes, y todos los que estamos en las butacas nos identificamos con él. Y más nos hubiéramos identificado si la da un pescozón y se la hubiera llevado de vuelta a casa.
Lo peor es que todo este sinsentido queda flotando en el aire sin que uno sepa qué pasa. Paulina no explica nada. Es cosa mía. Hay que estar en mi lugar para entenderlo, repite, y de ahí no hay quien la saque. Si hubiera sido una beata que buscara el sacrificio en la Tierra para llegar a Dios, tendría sentido, pero no. No se explica el comportamiento de Paulina, y al no entenderlo no hay una conexión emocional entre el público y la protagonista, con lo que la película queda desangelada y no deja huella. Porque para que una película te deje poso, tiene que conectar con tu alma, y esta no tiene un hueco donde meter el enchufe.
Supongo que Mitre pretende plantear el verdadero sentido de la justicia, la inutilidad de la venganza, el modo en que los condicionales sociales e ideológicos influyen en el comportamiento, la violencia de género y la importancia de la educación para erradicarlo, etc. Pero para que el debate sea serio, el planteamiento también ha de serlo. No se puede debatir de lo que no se entiende, y a Paulina no la entiende nadie (posiblemente, ni ella misma).
En este sentido, destaco la interpretación de Dolores Fonzi, que hace de Paulina. Borda el papel. El hecho de que no comprendamos a Paulina no significa que no nos creamos su personaje. De hecho, nos irrita porque nos la creemos a ella, aunque no sus decisiones. Fascinan las expresiones de Fonzi, contenida y sobria ante las dificultades que se enfrenta, con una infranqueable determinación en el gesto pero adivinando vulnerabilidad en lo más profundo de su mirada. Para mí, lo mejor de la película.
Paulina está rodada con algunos largos planos secuencia, recurre al flashback para narrar la historia, y sabe mantener la tensión, aunque la resolución no convence, simplemente no existe.
La película no está tan mal, pero a mi me chirría por todas partes. Su extraño argumento me produce un estupor malo e irritante. Se trata de un grupo de tíos que violan salvajemente a una mujer indefensa, y ese hecho me parece muy fuerte e inadmisible como para que un director no lo condene, y que la víctima de tal crímen lo quiera pasar por alto en nombre de no se sabe qué razones.
Eso no debería influir en mi análisis cinematográfico, pero influye. Si hay que entender a Paulina, a mi también.
https://keizzine.wordpress.com/
La película de Mitre es un profundo despropósito.
Pretende hacer un análisis moral de la sociedad occidental pero para ello utiliza un guión poco o nada creíble.
La película no desgrana las motivaciones que conducen a los actos de la protagonista. Teniendo en cuenta que dichos actos no siguen la lógica humana hubiese sido un detalle (salvador para esta película) que por lo menos el director hubiese explicado la profundidad de la psicología de esta mujer, a la sazón una pija argentina que parece que en lo único que está realmente empeñada es en llevar la contraria como si de un niño pequeño se tratara.
Actúa porque sí. Sin reflexión. Aunque el director nos quiere hacer ver lo contrario. Va de película profunda pero lo único profundo es el tostón que hay que aguantar durante hora y media larga.
Vaya pasada te has pegado Mitre. Majo.
Hermosísima película. Endemoniadamente compleja, interesante y bien hecha.
Todos sabemos que las grandes causas, los idearios bellos, los discursos al viento, todo el entramado de frases, sentencias, normas, leyes, derechos…, y demás reglas del juego son, en la medida en que se acercan a la cruda realidad, no más que un pálido reflejo de su celestial intención inicial. En muchos casos papel mojado, en otros un simple marco, una declaración de intenciones, en alguno incluso tienen el destino contrario del que fue su origen, son fuente de abusos y horrores.
Bueno, ¿qué pasaría si alguien en el mundo, por puritita casualidad o vete a saber tú qué oscura razón, decidiera que entre las deslumbrantes palabras y los tristes hechos hubiera coherencia, sentido, integridad, verdad?, ¿qué ocurriría, sería aceptable, asumible, valdría la pena?
Pues estas preguntas y muchas más son las que se hace esta película tan valiente e inteligente. Como salidas del núcleo crucial de la cultura más esencial, la que cuestiona radicalmente la realidad. Casi que Paulina pareciera una figura bíblica, coránica o budista, un arquetipo de tragedia griega, una interrogación socrática o un asunto de la Academia Platónica, o más reciente, una hija secreta de Raskolnikov o tal vez la hermana perdida de los Karamazov, quién sabe si nietzscheana, marxista, sartreana, kafkiana… Compromiso, determinismo, absurdo, libertad individual, genealogía moral, orden social…, y así un montón de ideas expuestas en mayor o menor grado de intensidad o evidencia.
Caminos enmarañados, selvas oscuras, laberintos intrincados y callejones sin salida. Pero concretemos. Vayamos al grano.
– ¿Heroína o víctima? ¿Devolver el golpe, revertir el daño, restablecer el orden previsto, ajusticiar, vengarse? ¿O asumir el dolor, hacerlo tuyo, intentar recrearlo, transformarlo, purificarlo, tratar de convertir la maldad en amor, la injusticia en esperanza, el caos cruel en sentido tembloroso, el atropello ciego y miserable en generosidad piadosa, la inercia estúpida en conciencia ascética, la barbarie en civismo… ?
– Lo que supone la conciencia social. De verdad. Sin hipocresía. A pie de obra. De cuerpo presente. Paulina.
Y su reverso. A la distancia. Quedarse en la apariencia. En la pura formalidad. Ayudar con mando a distancia. Y, si llega el caso, saltarse esos preceptos en los que supuestamente crees. El padre.
Duelo paterno-filial. Enfrentamiento ideológico y familiar, moral y sanguíneo. Social. Total. Duelo de titanes. Contraste. Entre el ideal fanatizado (pero matizado, sin afán de proselitismo ni ansias sermoneadoras, intransigente y extremo pero sin dogmatismos ni violencia, creyente pero sin coartadas evangelizadoras ni sectarismos politiqueros), auténtico, a muerte, consciente, a costa de uno mismo. Hija.
Y la corrupción de la propia vida, en la que se transforman las mejores intenciones cuando toman forma humana. El padre. Pero sin maniqueísmo. Una figura sensata, lúcida, que quiere a su hija e intenta respetar sus, para él, incomprensibles decisiones. Un malvado muy bueno.
– Revulsiva mirada sobre la justicia oficial ( Cuando hay un pobre de por medio, no se busca la verdad, se busca un culpable , dice Paulina). Se estira como un chicle, se pervierte y moldea a gusto del consumidor (del poder). No respeta nada, ni sus propios dictados. Desprecia los medios y los modos.
– Mirada despojada sobre las diferencias sociales. Y los lazos difíciles que se pueden establecer. Desde lo peor, una violación, hasta lo mejor, la hermosa historia de amistad, cariño y admiración entre las dos maestras, tan diferentes y alejadas en principio, superficialmente.
– Voluntad de poder . De control, de independencia, de libertad, de asunción de los hechos como son, de la vida, a pesar de todo. Afán de huir de la clasificación burocrática, de que te traten como a una pieza más, indistinguible, funcional, anónima, de un mecanismo diabólico. No quiere ser anulada como persona para ser reducida a la condición de víctima. Desea decidir ella, a su manera. Pretende entender, para poder decidir, para saber qué hacer, para no ser un mero títere de las fuerzas en juego. Niega la posibilidad de lo inevitable, del fatalismo cruel, del encadenamiento de hechos establecidos por otros, sin haberla consultado. Quiere parar la rueda, cambiar el paso, atascar la maquinaria que ha provocado, según entiende ella, su situación. Se rebela ante la pasividad obvia, ella siempre es activa, aunque no sepa muy por qué o para qué ( nunca vencida , sería otra forma, quizás demasiado épica, de decirlo). Lucha contra la intención, asumida por todos, de que tiene que delegar, dejar que el sistema decida por ella, no acepta quedarse al margen (de su propia vida). No vende su indómita fuerza a cambio de tranquilidad y palmadas de consuelo.
– Arriesgada hasta en detalles secundarios. Toda la subtrama del violador, quizá la parte más floja, nos vuelve a mostrar lo vidrioso y retorcido del comportamiento humano. De cómo Ciro se rebela también, desvía su humillación, la aparta de la respuesta previsible, del camino trillado, reclamado por sus colegas, para convertirla en un vil, cobarde gesto de autoafirmación. Su oscura y mezquina respuesta se sale de lo marcado, también.
– La vida, el mundo, entendidos como una concatenación absurda e injusta de hechos que atropellan a personas que no lo merecían. Y que el único modo de tratar de cambiar ese círculo vicioso, de detener esa noria atroz, puede ser, tal vez consista en no aceptar lo que se espera de ti y ofrecerte, en cambio, como inicio de esa transformación. Sin saber si haces lo correcto o empeoras lo dado, si es una actitud mesiánica y arrogante, si eres un justiciera enloquecida o, simplemente, buena , a tumba abierta.
La flamante remake del clásico de Daniel Tinayre , realizado en 1960, justifica la actualización de su propuesta, que incorpora la actualidad de su propio tiempo y a su vez interpela hasta qué punto nos hemos desacostumbrado a los dilemas éticos y su consecuente dialéctica para defender ideas y consecuencias.
La película arranca con un largo plano secuencia que registra una descarnada discusión que enfrenta dos puntos de vista opuestos. El relato abre con un áspero diálogo entre la joven Paulina (Fonzi), recién recibida de abogada, y su padre, un juez de notoria trayectoria (Oscar Martínez) que espera de ella la continuación de una carrera en el ámbito del derecho, donde se le abren todas las puertas. Sin embargo, la joven ya tiene una decisión tomada al respecto: abandonar su especialización y regresar a Misiones, su tierra natal, para integrarse en un proyecto docente con jóvenes estudiantes de zonas marginales. Su padre se opone a esta decisión, pero Paulina decide seguir adelante.
Ya en zona semirrural, con los aserraderos que permanentemente reciben árboles extraídos de una selva cada vez menos verde, Paulina y sus ideales chocan con la realidad: la diferencia de idioma y de clase social son apenas el inicio de una tarea ardua que se complicará cuando un grupo de jóvenes jornaleros la confunden con una prostituta y es víctima de una emboscada y agresión sexual.
La película de Mitre toca puntos sensibles por el trasfondo del tema abarcado que no ocupa el primer plano pero cuenta y mucho. Santiago Mitre realiza un juego de temporalidades que también estaban en la película original: interrumpir y volver sobre el tiempo narrado, con el fin de retomar el hecho conflictivo desde diferentes ángulos. Este recurso refleja la complejidad del caso y permite diferenciar móviles y motivaciones.
La nueva versión se hace eco de los debates políticos contemporáneos y las distintas reacciones ante un hecho de violencia de género, con su posterior reclamo de justicia, generando posiciones encontradas. Al respecto, el film opera contra la idea de venganza que tan opuestamente canaliza otro film argentino reciente como Relatos Salvajes.
Es que La patota no sólo es una película política sino también una propuesta desconcertante, que puede dejar perplejo al espectador a la luz del irritado sentimiento social del ojo por ojo y diente por diente.
El planteo central es ante todo un conflicto ético, distante por igual del puro misticismo y del melodrama. La película se torna cada vez más inquietante y desafiante de la mano de su protagonista.
Plantea las ansias de cambio social, poniendo el cuerpo y la voluntad transformadora. Del otro lado, se acentúan las normas que conservan y legitiman. En la diferencia de posturas ideológicas se centra el relato. Cuando la heroína se convierte en víctima, como lo remarca su padre juez, todos esperan una justicia equiparada al castigo.
Sabemos que Paulina no cree en la justicia institucionalizada, que desconfía de su capacidad, porque no busca la verdad sino culpables -afirma- y en la expectativa acerca de si su convicción permanecerá irreductible, se sostiene el suspenso.
Con un tema sólido, buenas actuaciones y una estética que llena los ojos de buen cine, La patota se mira sin respiro hasta desembocar en un largo plano final memorable y sin palabras, que refuerza ese punto de vista que avanza de frente y nos enfrenta, con la fuerza de las convicciones.