Oscuro deseo (TV)
Sinopsis de la película
Shane es un joven universitario que comparte habitación con un compañero. Cuando éste lo invita a comer en casa de sus padres, Shane siente envidia tanto de la acomodada posición social de su amigo como del cariño que le muestran sus padres. Durante una disputa, Shane no duda en dejarlo caer por un precipicio. Desde entonces, Shane irá ocupando poco a poco el lugar de la víctima. Pero también despertará en la madre un oscuro deseo.
Detalles de la película
- Titulo Original: A Dark Planaka
- Año: 2012
- Duración: 90
Opciones de descarga disponibles
Si quieres puedes obtener una copia de esta película en formato HD y 4K. A continuación te citamos un listado de posibilidades de descarga disponibles:
Opinión de la crítica
Película
3
80 valoraciones en total
Aunque el telefilm tiene un arranque más o menos aceptable, el desenlace se convierte en un inentendible, tópico, peligroso y rácano juego en el que predomina el engaño (tanto al espectador, como en el guión), la facilidad, el desencanto, y la miseria (se entiende que cinematográficamente hablando). El argumento es retorcido y malo, sin embargo en su condición de telefilm de media tarde, nos interesa saber que les sucede a los seis personajes puestos en pantalla hasta que el espectador se da cuenta que se trata de una rocambolesca historieta en la que prima el mal cine.
En primer lugar podemos hablar un poco de su argumento, a través de este intento de sipnosis: Un joven conoce a otro joven estudiante, se hacen amigos, aunque se pelean en demasiadas ocasiones, el joven 1 por lo visto es huérfano y conoce a los padres del joven 2 (hasta aquí no hay sospecha del enésimo telefilm perjudicial para la salud que uno se traga), éste joven 2 se enamora de una chica pero en un ataque de celos (la cosa empieza levemente a desplomarse)…
Dark Desire es uno de tantos innumerables telefilmes de sobremesa con los que, en nuestro país, cadenas como TVE1 o Antena3 llevan prodigándonos desde hace muchos años, siguiendo el modelo anglosajón de lo que allá en ianquilandia etiquetan como soap movie.
Se trata, pues, de un tipo de película que no se acostumbra a acompañar con palomitas y cerveza o coca-cola, sino más bién de un resopón, si es por la noche de un viernes o un sábado, o del café si se trata de un sábado o domingo por la tarde, pudiéndose empalmar con la merienda (suelen dar doble sesión), para disfrute de toda la familia, o como alternativa para los miembros de ésta, a los que no les gusta seguir los partidos de liga.
En países que tenemos por civilizados, tratándose de vídeo filmes con contenidos de la categoría de Dark Desire, suelen optar por la franja nocturna, mientras que aquí indistintamente puede ser cualquiera de ambas, ya que eso del horario infantil, a veces, deja mucho que desear.
Sin querer meter todas las producciones para televisión en el mismo saco, generalmente suelen ser relatos con base aqruetípica de cenicientas (o cenicientos), príncipes azules (o princesas rosas), caperucitas (o caperucitos)… en fin, de los típicos cuentos de Walt Disney, o de los que nuestros abuelos nos contaban al lado de la lumbre. Versan sobre temáticas idealistas, con un formato de melodrama tirando a ñoño en todos sus aspectos, con diálogos cursis y personajes cuyas problemáticas ya las cambiaría yo por las mías (sobretodo por el final feliz con que casi siempre se resuelven). En resumen, cuentos de hadas en los que no faltan mansiones, gente de alto standing y coches de lujo, y a veces hasta la que ordeña las vacas viste traje impoluto de Heidi. Con eso me vienen a la cabeza las de Sisí, ¿Dónde vas Alfonso XII? o El Príncipe y Yo.
Aunque Dark Desire vaya en lo estético por esta linea, su trama resulta de considerable interés a nivel de evolución psicológica y de relaciones entre los personajes. Su masa de brioche queda recubierta de un ligero barniz de chocolate con sabor a intriga o suspense, pero de ahí no pasa. Especiada con algunas escenas de sexo y otras de violencia (las del primer tipo más creíbles y bien construidas que las del segundo), la entraña del asunto va del ya recurrido leitmotif de la explosiva mezcla de dos condiciones: la de los acomodados, y la de los inadaptados, traumatizados, transtornados…, que se las tienen que apañar sin tanto recurso.
Sobre este consabido molde, simple pero resultón por afincado en nuestro imaginario colectivo, los instrumentos narrativos van desplegando el argumento, más acertadamente unos que otros, la banda sonora de Harry Manfredini se pierde por tímida y excesivamente discreta. No acaba de saber dar ese toque a la vertiente de la incertidumbre y la angustia, para contrarrestar lo quejumbroso o remilgado de un dramatismo que resulta demasiado empalagoso.
Los diálogos cumplen su función para el seguimiento de la trama, pero permanecen a la sombra de la proxémica de los personajes y la retórica de la imagen. No es que ésta, cosida por un montaje decente, sea brillante, pero constituye la mayor parte del mensaje que se va comunicando. Es más, toda conversación, charla o discusión de los personajes resulta ser insustancial para entender sus emociones, pensamientos, conductas y relaciones entre sí, y consigo mismos. De ellos, dicen más sus gestos, miradas, andares, suspiros y jadeos, que cualquier expresión verbal que profieran. Por lo tanto, el mérito que puedan tener sus respectivas interpretaciones reside sobretodo en su capacidad de expresión paralingüística.
El centro de gravedad del elenco es Nic Robuck (Shane), cuyo recorrido como actor se reduce a dos producciones televisivas (Dark Desire y La hija del pastor, de 2015), y en la que nos ocupa desempeña un papel adecuado, sin ser ninguna maravilla. Lo suficiente para llevar el peso específico del corpus interpretativo. El resto de figuras dramáticas se perfilan en función de este rol central, de modo que la relevancia de cada uno depende de lo significativa e intensa que aparece su relación con él, a lo largo del relato. Así, los más cercanos a Shane son Brandon (Brian Borello), con quién entabla estrecha amistad nada más conocerse en el campus donde convivirán juntos, y Caren (Kelly Lynch), la madre de Brandon, que acompañará a Shane en el protagonismo de toda la historia, aunque con ligera menor relevancia. La actriz no aprovecha su status en el guión, y su actuación un tanto hortera y poco creíble en determinados momentos, sobretodo al final de la obra, acentúan el carácter mojigato y patético de un personaje que acaba imprimiendo una imagen que está por debajo de sus posibilidades, restándole calidad a todo el conjunto.
La fotografía de Ben Kufrin encorseta los encuadres demasiado, sobre la marcha del guión. No permite esa extrapolación que da al espectador la posibilidad de ampliar el contexto de la acción y de los personajes que en ella se ven implicados, con lo que nos quedamos casi sin el complemento narrativo que tendría que ofrecer una descripción más pormenorizada del entorno.
La temática, aunque derive hacia el suspense, tiene claramente una base en la tragedia de la biografia de Shane y su apasionada aventura en el mundo con el que entrará en contacto. Lo que en la primera parte de la cinta se hilvana, es el romance en el que se convierte la relación entre Shane y Brandon. En un tiempo récord de aceleración, su afinidad de compañeros de habitación pasa a la amistad, que gana en intimidad a golpe de minuto, hasta llegar a ser un manifiesto vínculo amoroso entre los dos muchachos, (por lo menos como nos lo presenta desde la óptica de Shane), en el que sin ningún problema habría podido caber una escena explícita de sexo, que Alfredo Mastroiani el director deja detrás de la puerta entreabierta de nuestra imaginación,