One Dollar (El precio de la vida)
Sinopsis de la película
Visita Panamá. Por un dólar podrás comprar un gramo de cocaína, una dosis de crack y hasta probar El Pegón, la nueva sustancia tóxica -mezcla de marihuana con ácido de batería, diesel, gasolina y otros componentes químicos- que invade las calles de la ciudad. Diez años después de la llamada operación causa justa, toneladas de armas se encuentran distribuidas entre la población civil de Panamá. Desde entonces existen enfrentamientos entre bandas juveniles armadas por el control del tráfico de armas y estupefacientes. Enfrentamientos que son cada vez más frecuentes y más sangrientos. Este documental se divide en tres capítulos. En el primero la banda sonora del rapero Latin Fresh ilustra la violencia diaria de la vida en los ghettos. El segundo episodio se centra en Fat, un funcionario que recorre las calles recolectando cadáveres. Por último conoceremos a Lolo, líder de los Krazy Killa. Presenciaremos desde adentro como opera una de las bandas más peligrosas, asediada por la policía y en plena guerra para mantener su supremacía.
Detalles de la película
- Titulo Original: One Dollar (El precio de la vida)
- Año: 2001
- Duración: 63
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Opinión de la crítica
7
37 valoraciones en total
Héctor Herrera sabe de lo que habla. El director panameño vivió durante el rodaje de la película en uno de esos suburbios de la ciudad capital, y como él afirma en alguna que otra ocasión, podría haber acabado perfectamente en la misma situación de pobreza y decadencia de la que son testigos muchos de los protagonistas de su film. Pese a que la duración del film no sobrepasa la hora de duración, el trabajo del director ha sido más que laborioso, y Herrera estuvo cerca de tres años en acabar de filmar la película. De hecho sólo ha seleccionado una milésima pequeña parte del material, que en origen contaba con más de cincuenta horas de grabación.
Y es que el título ya es revelador, One dollar: El precio de la vida. Por un dólar en los suburbios puedes comprar una dosis de cocaína o un chute de crack. Seguramente sea también el precio que vale una vida humana en esos suburbios. Un título que va muy acorde con lo que el documental nos muestra.
Pero para nada nos encontramos con una película al uso. No hay voz en off, no hay entrevistas cuidadas y alejadas del marco de acción real de los personajes. No hay tampoco, preparación alguna o ficción en sus testimonios, todo lo que vemos es exactamente la pura verdad. Cinema verité en su máxima expresión. Héctor Herrera se encarga de colocarse la cámara a cuestas para ofrecernos una serie de visiones en las que el propio director (sólo, sin ayuda de técnicos ni miembros de seguridad ni nada parecido) es el ojo que tiene el espectador para presenciar los actos que suceden en Panamá. Sin duda, un testimonio valiente, de las pocas veces en las que el arte obliga al creador a comprometerse incluso físicamente con tal de llevar a cabo su proyecto. Puede parecer forzado así escrito delante de una pantalla de ordenador y a millares de Kilómetros de distancia, pero hay imágenes que son reveladores de la gallardía y el coraje que Herrera ha tenido al realizar el documental. En más de una escena ha sido testimonio de alguna escena que ha acabado con policías e incluso tiroteos que la cámara ha registrado. El propio Herrera confiesa haber sido víctima de más de una paliza.
La película sigue pues los caminos de nuestro director, y se divide en tres partes, que no son más que la misma manera de llevar el testimonio de la cámara a diversas zonas y personajes del mismo ámbito de pobreza. En el primer fragmento de la película nos centramos más de lleno en la cultura musical del país, y en especial la música de las zonas más pobres, y como esta se convierte en más que una mera distracción, cogiendo el testigo de la lucha y la reivindicación social. Herrera se infiltra pues en la línea de aclamados raperos y cantantes de Panamá para mostrarnos la clara división de clases que tiene el país (los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, comenta uno de los habitantes de la ciudad). Herrera no trata de dignificar ninguna de las acciones, sino que simplemente se dedica a registrar el ambiente de degradación y violencia que impera en las calles.
Si hay algo a destacar dentro de la variedad de costumbres y actitudes que se nos muestran en la película, es la auténtica naturalidad de los protagonistas. Sin duda alguna, Herrera ha sido capaz de captar el gesto perfecto, así como la identidad de los retratados.
One Dollar, es pues, un documental que rompe con los esquemas prefijados. Quienes esperen una obra que revela gran cantidad de datos y conduzca al espectador hacia un estado determinado, o una obra que profundice sobre los motivos que han hecho que ciertas partes del país estén así, no saldrán contentos. One dollar no cuestiona en ningún momento. De hecho por no hacer preguntas, ni siquiera se auto interroga el porqué de su existencia. La película se tiene que sentir para poder ser analizada racionalmente después, y para que sea el propio espectador quien, tras comprobar el grado de maldad al que es capaz de llegar, se interesé más por la situación concreta de Panamá.
La música sí es un aspecto clave en el film, no sólo porque muchas de las entrevistas están dirigidas a artistas relacionados con ese mundo, sino que también encontramos una banda sonora que sirve como algo más que acompañamiento a la película, siendo un elemento que forja la identidad de la película, y convirtiéndose en la voz representativa de la población joven y oprimida de la ciudad.
Porque el tal Héctor Herrera (o algún subordinado suyo con poco apego hacia su propia vida) se metió con un par de… cámaras en lo más profundo de los suburbios panameños, y no dudó en entrevistar a los tipos más chungos que se cruzó con tal de plasmar la realidad de esta ciudad, que me imagino muy similar a la de otras ciudades de su clase.
Y la realidad que, en efecto, ha logrado reflejar es triste, descorazonadora, sórdida. El clima y los paisajes son de ensueño, pero la gente vive sumida en la pobreza y dominada por las drogas y por la violencia. Y los de arriba no hacen nada para cambiarlo, sino que son algunos que también están abajo los que luchan como buenamente pueden por compensar esta penosa situación. Y supongo que hasta cierto punto lo consiguen, es gracias a su humilde (pero valiente) aportación que el asunto no se desmadra del todo.
El documental, por desgracia, no es más que eso. Un inocuo Callejeros para que observemos lo mal que se lo están montando en muchos lugares del mundo, algunos nada lejanos a nuestros confortables hogares. Pero no pasa de ahí, vaya mierda. Los drogadictos que aparecen hablando en cámara probablemente ya están criando malvas, y otro ejército de infelices ocupa su lugar. Y por cuánto tiempo eso continuará de esta manera, Dios mío. Los dueños de los países no ven estas películas, ¿verdad? Les estropearía la cena (compuesta de caviar Sterlet, venado con miel y paté de salmón, y el purito Cohiba de postre, por supuesto).
Esto si es un documental real. Tal cuál. Sin voces en off. Ni superpuestas. Se mete de lleno en la violencia, drogas, ignorancia que impregna estos barrios de Panamá.
Valiente trabajo de filmación. Sin trampa ni cartón.
Me llama la atención que siempre tienen en la boca a dios, A cristo. Como usan la religión.
Me gusta que el director no enjuicia, muestra y de una manera tan cruda que hay momentos temes por su vida. Decían por aquí, que recibió varias palizas y que el verdadero mérito es poder haber sobrevivido al documental.
Algo de eso ahí.
Testimonio desgarrador, triste, de una problemática que a nadie le interesa y miramos a otro lado.
Arriesgado y valiente documento visual. Necesario.