Ojos negros
Sinopsis de la película
Basada en tres cuentos de Chejov. El arquitecto Romano Patroni (Marcello Mastroianni), quien, venido a menos, ahora trabaja en el bar de un barco a vapor, va a contarle a un incidental cliente ruso, llamado Pavel (Vsevolod Larionov), su historia de amor con una compatriota suya llamada Anna (Elena Safonova), la dama del perrito, mientras ambos estaban casados y huían de sus parejas.
Detalles de la película
- Titulo Original: Oci ciornie (Ochi chyornye)
- Año: 1987
- Duración: 118
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Opinión de la crítica
Película
7.5
80 valoraciones en total
Si el valor de una película puede medirse no solo a través de sus méritos artísticos o de calidad cinematográfica, sino también por las emociones que sigue despertando una y otra vez en el espectador, Ojos negros es un magnífico ejemplo de cómo conseguir ambos objetivos, ya que se trata de una película que a la vez que te atrapa visualmente, gracias a una selección de cuidadísimas imágenes que nos transportan a los variados escenarios donde tiene lugar la acción, provoca además desde el principio la simpatía y el afecto por las palabras y las vivencias del entrañable Romano Patroni, del que Marcello Mastroianni se apodera literalmente desde la primera secuencia, en una interpretación que merecidamente le valió la Palma de Oro al mejor actor en Cannes en 1987.
A través de los recuerdos del protagonista, en los que la felicidad y la melancolía se van cediendo el paso sucesivamente, tenemos la oportunidad de conocer los episodios más relevantes de la nada desaprovechada existencia de este pintoresco italiano, que se beneficia de su peculiar sentido del humor para sobrellevar los avatares de su vida familiar cotidiana, pero que también es capaz de dejarse atrapar por los sentimientos, y dejarlo todo para intentar recuperar al amor de su vida en un accidentado viaje que a pesar de ser un cúmulo de obstáculos y distracciones, no consigue en ningún momento que abandone su empeño por localizar a la mujer sin la que su existencia no tiene sentido.
Con el paso del tiempo, después de haber recorrido, con mayor o menor fortuna, todas las etapas de su vida, los recuerdos de Romano son tres: las nanas con las que su madre le acunaba, los ojos de Elisa en la primera noche, y las brumas de Rusia.
Me quedo bastante sorprendido al no leer ni una crítica que coincida con lo que yo he sentido claramente que nos descubre la película al final (supongo que será por prudencia y por no destripar su sentido). Y como revelar lo que para mí es evidente (desde que la vi de joven hace 30 años) supone desvelar el que me parece el auténtico significado de la película, lo hago en spoiler para no destripársela a los que aún no la han disfrutado.
Nikita Mikhalkov nos conduce por las sendas del recuerdo, la nostalgia y la melancolía con estupendos toques de humor. Una curiosa mezcla de bella morriña rusa y divertida ternura italiana. Una peculiar síntesis entre los cuentos del ruso Chéjov (se inspira en tres de ellos), la dirección de un realizador soviético, la producción italiana y la actuación magistral –premiada en Cannes- de Marcello Mastroianni. Y, en fin, todo el filme es un precioso flashback muy poético, romántico y tragicómico, con la delicada sensibilidad del autor ruso y las ensoñaciones de una especie de realismo mágico. Vale. Pero vayamos al spoiler y a esa verdad que se nos descubre al final y que ¡nadie cuenta por aquí!
Romano, de niño, se tapaba los oídos para no escuchar la nana que le cantaba su madre para dormirle, pues temía que al hacerlo se perdiera las cosas más bonitas que podían suceder.
Este hombre creció sin abandonar la inocencia y el amor por la vida y ahora relata sus experiencias a un ruso recién casado que acaba de conocer.
No se puede mostrar la belleza de la vida más hermosamente que como lo hace esta película, repleta de momentos entrañables, de fino humor y de imágenes evocadoras.
Un sublime Mastroianni interpreta a este personaje, ya en el declive, cuyos recuerdos le hacen recobrar fuerzas acaso ya dormidas.
El final de la película es de una incontenible emoción.
Porque este italiano bullanguero y ensoñado que recorre Rusia en busca de una mujer, a caballo entre el delirio surrealista y la ternura del perfecto idealista, es una creación absoluta de Marcello Mastroianni con el añadido dramático de hacerlo a conciencia de entrar en su recta final como artista y como hombre.
Actor y personaje se funden bajo la sabia estructura literaria del ruso Chejov (1860-1904), un hombre humilde que con gran esfuerzo y buena suerte logra empezar la carrera de Medicina, cuando de pronto, la buena fortuna le abandona y enferma de la tan temida tuberculosis.
Aislado, se pone a escribir cuentos y teatro. Muy pronto es editado y representado. Muchos vieron en sus obras una mirada dulce sobre la tragedia de un mundo en descomposición cercano a las revoluciones de 1905 y, sobre todo, la definitiva de 1917. Sin embargo, las historias chejovianas, de desamor y desencanto, de grandes pasiones truncadas y de conmovedores testimonios de soledad y fracasos de todo tipo… fueron la resultante de su propia vida, encadenado a una enfermedad entonces implacable, de la que murió con sólo 44 años y un gran repertorio de teatro que fue utilizado como base para una nueva manera de entender la interpretación actoral y la estructura de las obras dramáticas. Es decir, el retrato de un panorama social y político, sin hablar expresamente de vida social ni de política: con el palpitante corazón de un poeta capaz de comprender el mundo que lo rodea porque no puede participar activamente en él.
De tres cuentos de Chejov surge este guión en el que el gran director Mikhalkov rinde homenaje a Chejov retratando parte de su mundo y lo trasciende con un aliento más vibrante y tragicómico de la mano del genial Mastroianni, lanzado a la pista de la representación más completa y rica de su larguísima y sensacional carrera. La belleza de estas imágenes, el ingenio de sus situaciones, el estilo de realización algo desacompasado, como desflecado, su humor, la inquietud del final y su perpleja resolución… conforman un paisaje mágico con poco afortunada partitura de Francis Lai, ya veterano compositor que tal vez se sintió abrumado por la novedad (en el 87 fue una película muy singular en su tratamiento e interpretación) y el potencial musical de sus situaciones e interpretaciones. En realidad toda la película está compuesta como una obra de peculiar musicalidad.
Junto a Mastroianni, menudo reparto: fascinante resulta la ya madura Silvana Mangano, aún portadora de una belleza cautivante, la rusa Elena Sofonova, bellísima y etérea, con cuya espalda desnuda —y nada más— sugiere una encantadora y apasionada entrega, la alemana Marthe Keller, en modesto pero rico personaje, y un actor ruso, estrella muy destacada del gran teatro de Moscú, Vsevolod Larionov, quien está muy comedido en toda la película, para impactar en un final asombroso.
Para muchos críticos Antón Chéjov se encuentra por derecho propio entre los cinco mejores cuentistas de la historia de la literatura. Lo suscribo plenamente. La calidad de Chéjov manejando los relatos breves está a un nivel que muy pocos han alcanzado.
Era por tanto muy normal que un director tan ruso como Nikita Mikhalkov, intentara abordar un desafío tan mayúsculo de imbricar varios de sus cuentos y convertirlos en una sola película. A pesar de la buena prensa con la que cuenta Ojos negros, el resultado no es otro que fallido.
Vayamos con los motivos. A mi juicio Mikhalkov desaprovecha en primer lugar una bella historia de amor que en manos de otro director podría haber sido inolvidable, aquí no, ese humor grotesco hace que se produzca un evidentemente distanciamiento en lo sentimental.
La película básicamente tiene dos grandes problemas.
1. La puesta en escena, muy desigual, no sabe por donde tirar, si es romántica o satírica, si es melodramática o humorística. No sabe con que carta quedarse.
2 . Lo fragmentada que es toda la película, debido a su construcción con cuentos de Chéjov que tienen poco que ver entre ellos, entre ellos el fantástico de La dama con perrito. Todo ese aire de película deshilachada la perjudica totalmente.
Y es que como era una coproducción italo-rusa se pretendió quedar bien con todos, y no es fácil mezclar en la misma ensalada a Chéjov, con todo esa parte primera de la película más cercana a Visconti o Fellini.
Tampoco puedo apoyar a los que piensan que es uno de los mejores trabajos de Marcello Mastroianni, su interpretación es excesiva, forzada, bufonesca… cuando la historia requería otro tono más solemne. Su personaje es un inmaduro que no transmite empatía, ya que miente constantemente, y además no sabe ni lo que quiere.
No me atrae especialmente la forma de rodar de Mikhalkov, muy teatralmente, y que termina por darle a todo un toque de serie de TV, como ya le pasaba con El barbero de Siberia.