Nubes pasajeras
Sinopsis de la película
Historia de un matrimonio (Ilona y Lauri) cuya relación y dignidad son puestas a prueba por los duros golpes de la vida. La pareja no suele correr riesgos y vive en un modesto apartamento de alquiler. Pero Ilona (Kati Outinen) pierde su empleo como camarera en el restaurante Dubrovnik, en Helsinki. Por si esto fuera poco, acaba enterándose de que Lauri (Kari Väänänen) ya hace un mes que ha sido despedido de su trabajo como conductor de tranvía.
Detalles de la película
- Titulo Original: Kauas pilvet karkaavat (Drifting Clouds)
- Año: 1996
- Duración: 96
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Opinión de la crítica
Película
7.5
84 valoraciones en total
Nubes pasajeras demuestra que el cine puede convertirse en poesía. Aki Kaurismaki construye mundos que invitan al espectador a participar. Nada es otorgado al azar. Los colores, las composiciones, los silencios, los planos interminables, la desdramatización, el humor negro… Y todo desde el minimalismo más absoluto y delicado. Además, el realizador finés manipula el aparente clasicismo formal y académico de su cine, y lo convierte en una forma totalmente personal de comunicarse a través de la imagen. Cine con denominación de origen. Inteligente. Ácido. Genial.
El cine de Kaurismäki encuentra perfecto acomodo en el tango. Cine de tango naïf que juega con la tristeza desde un tono de suficiencia, como si se pudiera contener la melancolía a través de la separación del humor o un fraseo arrastrado de inconformismo manso. Contar las miserias como parte ineludible de la existencia pero como reafirmación, también, de la persistencia de la dignidad humana rebelándose ante las zancadillas que pone el tiempo.
La capacidad emotiva del finlandés se asienta en la concisión y sobriedad, en el frugal empleo de recursos herederos del cine mudo que intenta −como hicieran directores tan dispares como Tati o Bresson, cada uno a su manera y con sus objetivos− ordenar el desorden que encuentra un director de cine al empezar a rodar, unificando paralajes en una mirada serena y aglutinadora.
Humanismo trágico, geometría obrera de realidad estilizada a partir enfoques pequeños, detalles minúsculos y ausencias −nunca presencias− de disposición milimétrica.
La dignidad a través del trabajo es algo mil veces visto. Pero con Aki el argumento cobra autenticidad sencilla −que puede tomarse por defecto pero también como máxima forma de honestidad− al venir despojado de aderezos y abalorios, mostrándonos el hueso de la fatalidad, su más íntima y casi metafísica, que no melodramática, miseria a través de una exposición simétrica de constantes reveses.
Un cine concebido como caja de resonancia, o habitación sin muebles, que busca el eco de la imagen o el sonido más que el énfasis del discurso. Por ello esos colores sin vetas, plastificados, el rodaje de espacios pequeños, la frialdad general y ese tango monocorde. Para no tropezar con el artificio presuntuoso que considera inexistente aquello que queda en off.
Es así como se presenta el cine de Kaurismäki. Con la, diría, determinación de unos ojos distantes que dicen te quiero sin recurrir al abrazo.
La película avanza casi vacía, con el mínimo de elementos. Y con su título.
Ilona y Lauri tienen ambos trabajo. Con futuro por delante, compran a plazos el mobiliario del piso (buenas estanterías, a los cuatro años, en una segunda fase, los libros). También un televisor, que notifica desastres nigerianos, catástrofes filipinas.
Pero las altas esferas financieras silban el himno del Dinero, y abajo soplan los vientos del finiquito y la recesión.
Abajo están Ilona y Lauri, y la vida se les oscurece. Todo parece regido por una inexorable ley de empeoramiento.
Con la punta de los dedos, ella acaricia el hombro de él, cabizbajo. Hasta el perro está visiblemente consternado.
Menos mal que la música (Tchaikovski) no es tétrica. Melancólica, nada más.
En vilo, el espectador se pregunta: ¿Es que todo (historia, personajes, expectativas…) discurre en bloque hacia una catarata?
En la parca estética de lo mínimo, un detalle oportuno compone con firmeza, encauza definitivamente.
En un cine, Lauri e Ilona salen al vestíbulo denostando el vulgar programa, perseguidos por los tiroteos de la banda sonora.
Pasan, sin verlos, ante sendos carteles de otros films: no otros, sin más, sino L’argent (Bresson, 1983) y L’atalante (Vigo, 1934).
Por un lado, un mundo deshumanizado por el poder cosificante del dinero, que ha impuesto su ley a la sociedad y la tiraniza fríamente.
Por otro, un mundo pleno de espontánea libertad, emanada de un hombre y una mujer que se aman a fondo mientras su gabarra navega lentamente por los canales de Francia.
No son simples pegatinas cinéfilas en el parabrisas. Kaurismäki abre el capó y muestra el motor de la película. Son dos polos generadores de sentido que la llenan de intensidad dramática.
Consciente de la esencial parte que en una película es el título, Kaurismäki escoge generosamente uno que sirve de capota: alude a cómo, sobre nuestras cabezas, las nubes están de paso, por oscuras que sean…
Kaurismäki recoge el testigo de aquellos grandes que empezaron a captar imágenes. Lo que se define como el cine más puro, aquel que no necesitaba que las estrellas hablaran para transmitirnos sentimientos. En casi toda la filmografía de Kaurismäki se podría prescindir de los diálogos, convertirla en muda y no perdería nada de comprensión para el espectador.
Gloria Swanson haciendo de Norma Desmond decía en El crepúsculo de los dioses:
No necesitábamos diálogos. ¡Teníamos expresión!
También decía:
Sigue siendo maravillosa, ¿verdad? ¡Y sin diálogos!
Kaurismäki lo hace más difícil. Elimina la expresión de los actores. Los somete a la tortura de expresar sin mover un músculo de la cara. El finlandés, se apoya en la fuerza de las imágenes y también aquí tira de maestros. En el portentoso inicio de esta película ya está usando la acción fuera de cámara (cuando el chef borracho, pelea con el portero y más tarde con la jefa de sala) marca Lubitsch.
Esta es la historia de gente que no siempre gana: con una hermosa banda sonora, con unos grandes encuadres, con mucha sensibilidad, con una maravillosa forma de contar las cosas, con un humor frío y saludable, con unas actuaciones brillantes, pero sobre todo, con un gigantesco optimismo.
Kaurismäki es un Rara Avis en el cine y espero que su enorme calidad no sea una nube pasajera.
Pasajeras o no, las nubes a las que alude Kaurismäki simbolizan a la perfección la peculiar reacción ante las penalidades de la vida que distingue la taciturna idiosincrasia escandinava. No son de extrañar, pues, las elevadas tasas de depresiones, suicidios y masacres estudiantiles en unas latitudes cuyos habitantes poseen tanto salero como el del Molt Honorable President Montilla contando un chiste verde. Coñas aparte, jamás había visto plasmar la tristeza en una gran pantalla con semejante frialdad y aspereza. El finlandés nos reseca el gaznate con ese cine suyo tan astringente, ese cine que prescinde premeditadamente de cualquier recurso melodramático, de cualquier tipo de aspaviento o patetismo superfluo, para estremecernos con un discurso contenido, amargo y extraordinariamente despiadado. Kaurismäki ejecuta con la precisión y la sangre fría de un médico forense una brillante tesis sobre la fatalidad humana, un irreprochable ejercicio sobre esa aterradora nube de la desdicha que fluctúa a su libre albedrío y que amenaza de ceñirse sobre nuestras cabezas todos y cada uno de los días de nuestra miserable existencia. Sí, ya sé que suena tremendamente pesimista. Disculpadme. He tenido un mal día y encima el muy cabrón de Kaurismäki me abofetea con este retrato urbano tan desolador… Por fortuna no soy finlandés… Uff!!!