Mis tardes con Margueritte
Sinopsis de la película
Basada en la novela homónima de Marie-Sabine Roger. Germain Chazes (Gérard Depardieu) es un hombre maduro y obeso que vive en una caravana, en el jardín de su madre, y su vida transcurre entre el café y el parque público. Los demás lo consideran un imbécil feliz, hasta que Margueritte (Gisèle Casadesus), una anciana muy culta, le descubre el universo de los libros y las palabras. Desde entonces, su relación con los demás y consigo mismo cambiará sensiblemente.
Detalles de la película
- Titulo Original: La tête en friche
- Año: 2010
- Duración: 82
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Opinión de la crítica
Película
6.5
73 valoraciones en total
Germain es un patoso, un torpe gordo, un iletrado con corazón de oro que trampea como puede por la vida, haciendo chapucillas por aquí y por allá. Se reúne con los amigotes en el bar, visita a su novia autobusera, de cada 10 palabras que dice, 7 son tacos, y suele garabatear su nombre en el monumento a los caídos de su pueblo, cuando nadie mira. Por joder, más que nada. Vive en una caravana al lado de la casa de su odiosa madre, que siempre le ha despreciado y normalmente se dedica a regar las paredes de casa y a tirar berzas y nabos a la cabeza de su hijo.
Margueritte, con dos t, es una anciana culta, solitaria, que cuenta las palomas y relee sus libros favoritos en el parque cuando no está entre las cuatro paredes de la residencia donde vive. Su cabeza está llena de historias fascinantes que otros imaginaron y escribieron, historias sin eco alguno porque no hay nadie que las escuche. Hasta ahora.
Del encuentro entre estas dos criaturas antitéticas, surgirá una relación de afecto mutuo en el que cada uno, sin pretenderlo, suplirá las carencias del otro, buscando enmendar, tal vez, aquello que les impide estar en paz consigo mismos. Es Mis tardes con Margueritte un film simplemente simpático, de dramatismo controlado y digestión ligera, muy correcta y amena, pero no tan redonda como otros films de Becker como La fortuna de vivir o Dejad de quererme.
Más allá de su carácter de cinta amable para todos los públicos, lo mejor está en esa reivindicación de la lectura como instrumento de enriquecimiento y de libertad para el individuo (genial cuando Germain visualiza en su imaginación los párrafos de La peste de Camus) y en esos retazos de dicharachera acidez por parte de Gérard Depardieu, que compone otro espléndido personaje a añadir a su extensa galería interpretativa. Sencilla y moderadamente recomendable.
Muchas han sido las horas que he pasado visionando películas de Jean Becker, su cine por regla general es muy directo, humano, lleno de historias sencillas y cotidianas (costumbristas) pero profundas, que te llegan al corazón, y que te hacen sentir como si tu fueras el protagonista, por muy difícil que fuera la situación en que se encontrase. Pero en Mis tardes con Margueritte no he sabido conectar con mi admirado director, quizás porqué la película en su conjunto, es cúmulo de historias ya contadas demasiadas veces y de mejor manera. De los dos actores principales sobresale sobre todo Gisèle Casadesus, y por su parte Gerard Depardieu, llega al espectador más desde su personaje que desde su interpretación, el coro de secundarios resulta tan parco en sus profundidades que su apreciación pasa del costumbrismo a la caricatura con excesiva facilidad, superando el mero cliché para convertirse en un reflejo agriamente hilarante de cada cual. Y en todo su conjunto encuentras la película, como muchas partes pero sin un todo que te la haga disfrutar. Evidentemente no es una mala película, pero si que al salir de la sala de proyección piensas en todo lo que pudo haber sido y no fue.
Jean Becker me sorprendió gratamente al convertir una historia de enfrentamiento en un amable canto a la vida en 1998 con Les enfants du Marais , que como indica su título castellano nos educa acerca de La fortuna de vivir. Hoy, doce años después Becker vuelve a emocionar a el público europeo con una nueva obra maestra titulada La Téte en friche o Mis tardes con Margueritte , protagonizada por dos estrellas del cine francés, Gérard Depardieu y Giséle Casadeus. La película, sin destripar su trama argumental, habla acerca del amor más allá de las barreras del tópico del cine norteamericano, del arte como verdadero modo de aprendizaje sensible e intelectual en el hombre y del afán de descubrir el verdadero potencial de cada uno. La película lejos de suponer un típico drama consigue convertirse en un magnífico ejercicio de la representación de la comedia de la vida tras el drama de la rutina, con un canto a la amistad y una vez más a la vida.
En una pequeña ciudad de provincias, Germain Chazes (Gérard Depardieu) es un hombre alto, grueso y algo limitado que vive con su traumatizada madre (Claire Maurier) en una vieja casa pero comparte sus ratos íntimos con la joven conductora de autobuses Annette(Sophie Guillemin) en la caravana contigua al jardín. Cuando no se dedica a ganarse el sueldo con trabajitos varios para los que le consideran el tonto del pueblo , Germain se cita en el bar de siempre con sus amigos. Los recuerdos de infancia en la escuela son frecuentes por lo que llevan a un complejo de inferioridad que se rompe cuando una tarde conoce a Margueritte (Gisèle Casadesus), una anciana nonagenaria de un geriátrico próximo con quien entablará fuertes lazos maternofiliales basados en largas sesiones de lectura y cuyo afecto mutuo, negado en sus vidas, se estrechará cada vez más.
El parisino Jean Becker (Un Crimen en el Paraíso, Conversaciones con mi Jardinero) vuelve a mostrarnos por enésima vez (y así continue) un relato amable ambientado en un lugar provinciano y apetecible, aunque sin llegar a ser el paraíso con riachuelo que confabuló en La Fortuna de Vivir (Les Enfants du Marais, 1999). Su justificable y breve metraje no llega a los ochenta y cinco minutos, merecen más pero también son suficientes para que el director que convenció a Depardieu y a la veterana Casadesus realizaran unas interpretaciones calmas, agradables al oído, sin caer en la ingenuidad, el llanto, ni la ñoñería. Ya no se hace cine así y seria una pena despreciarlo. Así que vayan a verla y dejad de hacer caso a los críticos profesionales, se están perdiendo muchos valores.
Lo Mejor: el reparto
Lo Peor: su fugaz visionado
Debo confesarlo, desde hace unos años tengo un pequeño vicio que me lleva a las salas de cine. No es ver un estreno de radiante actualidad, ni ver a ninguno de los grandes en acción, ni rebuscar entre la estruendosa acción para distraerme del mundanal ruido de la ciudad, porque para ello, para alejarme de ese mundanal ruido, quién mejor que Becker. Y ese es mi pequeño vicio: acudir religiosamente a cada película suya que se estrena, cuanto antes, mejor, y enternecerme con ellas, vaciarme emocionalmente y salir de la sala con pequeñas formaciones acuosas en los ojos a las que nunca dejo salir, las guardo para la próxima vez, para el día que me quiten a ese inolvidable francés.
Pero de todo ello no me encargo yo precisamente. Lo único que hago es acudir donde se estrene, sea doblada o en versión original, y dejarme guiar por ese pequeño gran mago del celuloide llamado Jean Becker. Y da igual cuales sean sus personajes, si los lleva hacía el drama más cruel o hacía la comedia más agradable, los resultados siempre son los mismos, y aquí logra engancharme con otra dulce historia sobre un paleto pueblerino (un genial Depardieu) al que se le presenta esa fuente de conocimiento llamada Margueritte, y a su lado nos da igual todo: aprendemos, sonreimos, nos sorprendemos… cualquier sensación es válida cuando los mecanismos están tan bien cuidados. Porque Becker no vuelve a recitar la típica historia de aprendizaje y superación, aquí deja ante nosotros a un personaje que conoce a la perfección sus limitaciones, y al que le motiva aprender, pero que en ningún momento intenta dar lecciones o vencer sus peores defectos, porque los conoce y los asume como el que más, haciendo de su periplo vital un camino recorrido entre el desencanto y la ilusión.
El autor de La fortuna de vivir , plantea además con flashbacks los pequeños conflictos que fueron socavando las posibilidades de Germain, y en lugar de darse al tremendismo, los acoge como una marca más del personaje, los deja vagando en su mente y logra que proponer conflictos entorno a su duro pasado no resulte algo fuera de lugar, o un truco para reclamar a la emoción más visceral.
Sin embargo, lo mejor de todo en ésta Mis tardes con Margueritte , está en que Becker deja atrás esos finales característicos que venía otorgando últimamente a sus personajes, y logra dar de lleno con el sentimiento, que empapa la pantalla y me recuerda que, la próxima vez que quiera toparme con tan agradables sensaciones sólo debo hacer lo mismo que Margueritte, pero buscando lo que ella buscaba a través de la lectura en el cine: una película de Jean Becker.