Minari. Historia de mi familia
Sinopsis de la película
David, un niño coreano-americano de 7 años, ve cómo a mediados de los años 80 su vida cambia, de la noche a la mañana, cuando su padre decide mudarse junto a toda su familia a una zona rural de Arkansas para abrir allí una granja, con el propósito de lograr alcanzar el sueño americano.
Detalles de la película
- Titulo Original: Minari
- Año: 2020
- Duración: 115
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Opinión de la crítica
Película
6.8
37 valoraciones en total
Una historia demasiado blanda, ligeramente dulce, de tonos amables y escaso vuelo.
Corta de épica, desarrolla una supuesta aventura de adaptación y supervivencia sin hondura ni dramatismo, sin grandeza, coloreado todo, lo humano y lo social, con una ternura infantil de portada de revista mormona.
Se ve con agrado pero sin entusiasmo por lo que se nos muestra. Una estampa familiar, ligeramente curiosa y anodina.
Lee Isaac Chung es un director norteamericano que debutó allá por 2007 con su película Munyurangabo, estreno en Cannes incluido. Desde entonces ha pasado bastante desapercibido incluso en los círculos más indies de la industria (sus dos siguientes películas no suman cien votos en IMDb entre las dos). Esto ha cambiado con el estreno de Minari, que le ha hecho ganar los premios tanto del jurado como del público en el festival de Sundance, hace ya casi un año. Y se puede entender, la verdad. Es una preciosidad de película.
Minari es un trabajo marcadamente autobiográfico (reconocido por el director, vaya) y que tiene más de literario que de cinematográfico, o al menos es esa la sensación que me da. Su historia se desarrolla con el ritmo y el aroma de las mejores novelas. Minari es, qué duda cabe, tremendamente emotiva, pero no recurre al sentimentalismo molesto al que habría recurrido, por poner un ejemplo, un Juan Antonio Bayona. Construye poco a poco, de manera metódica y minimalista, con extrema sutileza, y los conflictos surgen de manera tremendamente orgánica gracias a un rico desarrollo de personajes, todos con perspectivas coherentes y en constante oposición. Cuando llegan los golpes emocionales, duelen y remueven. Las imágenes envuelven a la historia y la complementan en su pureza y sencillez, son cálidas y agradables, pero nunca empalagosas.
Todo el elenco de la película está magnífico, el trabajo es pulcro y medido, sin excesos (las sensibilidades de Chung son claramente occidentales en este aspecto, aleja a sus actores de la ostentosidad asiática y los acerca más al naturalismo). Steven Yeun demuestra más rango en las dos horas de Minari que en todas sus temporadas en The walking dead. La suya me parece una de las mejores interpretaciones masculinas del año. Youn Yuh-jung está brillante, divertidísima y cercana, y Han Ye-ri resuelve el papel menos llamativo y más desagradecido de la película de manera más que notable. En cuanto a los actores infantiles, yo siempre me espero lo peor, porque pueden llegar a ser bastante molestos, pero qué puedo decir, Alan Kim es adorable y se desenvuelve de maravilla. Mención especial al papel secundario de Will Patton, que también se merece más de un elogio. Da vida a un personaje que habría sido muy fácil de convertir en una caricatura.
Pero la mayor virtud de Minari, lo que la hace tan hermosa y tan completa, es su complejidad temática revestida de sencillez argumental. Es lo que hay bajo la superficie lo que merece la pena comentar, todo el entramado de ideas entrelazadas entre sí. Es lo que le da vida a la historia de esta familia y de otras tantas. En la sección spoilers mencionaré por encima varios de los principales temas que se exploran, aunque hay unos cuantos más.
En fin, diré como conclusión que me ha encantado Minari. Me encantan su delicadeza, sus personajes, su profundidad y la calidad de sus interpretaciones. ¿Aspectos a mejorar? Tal vez su banda sonora, algo impersonal, y su apartado visual, sin duda competente y con destellos de brillantez, pero bastante menos pulido que su guion. Por lo demás, me parece prácticamente intachable. Muy recomendable.
Puntuación: 8,1
Después de la gran sorpresa y el renacer del cine oriental en Hollywood que supuso Parasite, la maravillosa productora y distribuidora A24 aprovecha el tirón y juega sus cartas con un filme de cascara coreana pero de semilla norteamericana. Dirigida por Lee Isaac Chung, Minari es la historia de David, un niño coreano-americano de 7 años al que junto a su familia se muda a un terreno rural de Arkansas, donde allí su padre sueña con abrir una granja de frutas y verduras coreanas con el propósito de cumplir el sueño americano.
Usando su infancia como pretexto, Chung crea un drama autobiográfico de cocción lenta donde trata una historia de superación personal y familiar con la que se adentra en el campo de los sueños, pesadillas y deseos que nos marcamos en esta vida, y como estas ambiciones y miedos pueden rasgar el vínculo de una frágil familia en circunstancias delicadas. Funciona como un ejercicio tranquilo e inocente, al que le acompaña una sutil comedia que le sienta como anillo al dedo, y que no llega a entorpecer con choques culturales ni otros aspectos relacionados. Si bien cada elemento y personaje funciona en mayor o menor medida, es indudable que el personaje de Soonja y su relación con David se lleva el espectáculo al bolsillo, una abuela de mentira, que no sabe cocinar galletas, que dice palabrotas y que viste en calzoncillos, a la que Youn Yuh-jung interpreta magníficamente, dándonos esta anciana tan poco convencional y que, junto al pequeño Noel Cho, se roba cada plano al que aparece.
Aún con toda la belleza que posee, me resultaba un tanto tedioso su visionado, no por su lentitud ni por su falta de sucesos, pues es una película centrada en un claro e interesante desarrollo de personajes y relaciones, sino porque me surgía un cierto desafecto hacia lo que se me estaba relatando. Una sensación que las horas y la digestión de la película han logrado suavizar un poco, pero si algo os advierto es que no cometáis el error que yo y miradla en su versión original, donde la mayoría de sus diálogos son en coreano y ello la hace más admisible.
Minari es una película bonita, tierna y sencilla, la que no debe confundirse con simple, pues posee mucha inteligencia y está bien milimetrada, con unas interpretaciones logradas y veraces, y que si bien me persuade en forma no lo hace tanto en su narración. Una práctica cinematográfica con mensaje y moraleja al son del concepto de la mismísima palabra minari: una planta que al morir renace y crecer más fuerte.
Impresiona que una película de escaso presupuesto, acerca de unos inmigrantes coreanos que se asientan a cultivar la tierra en un apartado rural de Arkansas, consiga tantos premios (95 hasta el momento) en eventos tan importantes como los Globos de Oro, Sundance, National Board of Review (NBR), American Film Institute (AFI), Critics Choice Awards, además de las seis nominaciones a los Oscar (incluyendo mejor película y director).
Al parecer, la pandemia del coronavirus ha permitido que películas categorizadas como independientes (indie, en inglés) tuvieran una importante vitrina a través del streaming, asumiendo que las salas de cine permanecieron en su mayoría cerradas durante el año 2020. Ahora el cine se disfruta desde la casa, internet ha logrado acercar a las familias en torno a una buena película.
Basada en los recuerdos autobiográficos de Lee Isaac Chung, compitiendo en la categoría de mejor guion original, firmado por el propio director. El punto de vista se centra en David, el hijo menor, que observa extrañado como la familia se ha trasladado desde la ciudad hasta unos containers acondicionados sobre ruedas.
Todos los personajes están magníficamente interpretados, lo que otorga verosimilitud a este relato de tono minimalista. Los ejes fundamentales serán la abuela y el nieto, la primera aporta su sabiduría y el niño la inocencia, aunque ambos perciben la vida desde una arista lúdica.
El minari representa la metáfora del filme, aquello que crece en cualquier sitio sin cuidados especiales, como si la propia familia coreana pudiera adaptarse hasta en el más inhóspito y recóndito lugar.
Se podría decir que la cinta es una especie de neowestern, al emular los esfuerzos de las primeras familias de colonos que poblaron los Estados Unidos. De suma importancia será la unión de sus integrantes, dado que son los únicos que velan por su bienestar.
«La abuela eligió un buen lugar», le dice Jacob a su hijo.
Ella representa el origen (la que siembra y determina la cosecha) y observa a los demás recostados sobre cojines, durmiendo abrazados como una verdadera familia.
La historia fluye tan natural, que los personajes conmueven y nos hacen partícipes. Como espectadores asistimos a una ceremonia íntima, cuando llegan los créditos algo cálido recorre nuestras venas y en ese punto somos profundamente privilegiados.
El sueño americano nada tiene que ver con el dinero, sino con el asentamiento de una familia.
Drama familiar repleto de metáforas y subrayados, Minari (apio de agua, en coreano) es una de esas películas intimistas que cada año nos llega desde el festival de Sundance. Solo que en este caso, la historia es tan decididamente personal que corre el riesgo de no conectar con todos los públicos por igual. Relato autobiográfico escrito y dirigido por el interesante realizador Lee Isaac Chung, su tono intimista se apoya en una narración lenta, pausada, en ocasiones reiterativa en su planteamiento fílmico y con múltiples guiños al cine de Terrence Malick. Algo que en sí mismo no es ni bueno, ni malo, pero que infunde al producto final una pretendida y altisonante trascendencia. Los innegables méritos técnicos del filme, junto a la acertada selección del elenco, no consiguen minimizar los múltiples escollos a los que se enfrenta Chung en el intento de recrear su infancia junto a sus padres, su hermana y su abuela materna en la inhóspita Arkansas y convertir este relato rural en universal (más allá de que pueda serlo para la comunidad asiática).
Quizá el defecto más palpable sea la marcada carga machista que impregna la obra y que en ningún momento se enjuicia, más bien al contrario. Prueba de ello es la discutida decisión del realizador y guionista de invisiblizar la presencia de su propia hermana en el filme. Ambientada a principios de los años 80 en el medio oeste norteamericano, la historia del joven David es en realidad el negativo del sueño americano para millones de inmigrantes que creyeron ver en los Estados Unidos la tan cacareada tierra de las oportunidades. Esa dicotomía, simbolizada por la lucha de ambos progrenitores (Jacob y Monica) en pantalla, pretende ser asimismo un fiel reflejo de las dificultades que aguardaban a los esperanzados extranjeros en pos de una vida mejor. El compromiso de Chung con su narración le lleva a priorizar el uso del coreano frente al inglés como lengua vehicular de su propuesta. Del mismo modo que el título mismo del filme es fiel reflejo del intento del cineasta por reafirmarse en el relato identitario y defender sus raíces.
Las interpretaciones de la pareja protagonista, que conforman Steven Yeun y Yeri Han, junto con la abuela Soonja (Youn Yuh-jung) se encuentran entre lo mejor de una película cuya mayor baza reside en su impecable factura técnica. Las tribulaciones de la pareja de sexadores de pollos para sacar adelante a sus dos hijos pequeños y los esforzados intentos del padre por ‘triunfar en la vida’, al más puro estilo americano, sin renegar de sus raíces surcoreanas centran el grueso de las casi dos horas de película. Un filme que transita por los muy trillados derroteros del drama social, con ligeras pinceladas cómicas a cargo de la abuela y su relación con el pequeño David. Por desgracia, la resolución del último acto fílmico es harto previsible y el conjunto aguanta con dignidad gracias a la cautivadora fotografía de Lachlan Milne (Hunt for the Wilderpeople, Stranger Things) así como al acertado score que firma Emile Mosseri (The Last Black Man in San Francisco, Kajillionaire). La película pasó sin pena ni gloria por la 65 edición de la Seminci vallisoletana pese a haberse alzado con los premios a Mejor Película y Premio del Público en Sundance.