Mi segundo hermano
Sinopsis de la película
La película narra la historia de cuatro huérfanos que habitan en una ciudad minera empobrecida. El argumento tine como base el diario de una adolescente de 10 años zainichi (coreano-japonesa). Fue una de las primeras películas que trataron el tema de la identidad zainichi y sus luchas en Japón.
Detalles de la película
- Titulo Original: Nianchanaka
- Año: 1959
- Duración: 101
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Opinión de la crítica
Película
6.7
87 valoraciones en total
En Irine, uno de los muchos poblados de la región de Higashimatsura, nace una niña en un entorno empobrecido a causa del hediondo rastro que ha dejado la 2.ª Guerra Mundial y la ocupación norteamericana en el país.
Su nombre es Sueko Yasumoto. Y esta es su historia.
Una de las principales voces de ese grupo de cineastas que habría de derribar los cimientos de la cinematografía clásica japonesa, ya estaba dando en Nikkatsu sus primeros pasos a finales de los 50, como muchos de sus coétaneos, sin contentar a sus jefes por sus puntos de vista y discursos controvertidos, necesitaría tiempo para irse y gozar de mayor libertad, pero Shohei Imamura ya trazaba las directrices por las que se movería su obra en el futuro. Su cuarto largometraje hace hincapié una vez más en ese reducto social del Japón de la época, desplazado, oculto, olvidado.
Ayudado por el autor y guionista Ichiro Ikeda (bajo su habitual alias Keiichiro Ryu), el director construye su relato a partir de la celebérrima novela autobiográfica de Sueko, de la que también se haría una adaptación coreana en el mismo año, pues la chica, que por aquel entonces contaba 16 años, pertenecía a la maltratada etnia zainichi, referente a aquellos coreanos emigrados (por voluntad propia o a la fuerza) a tierras niponas durante los periodos de la ocupación, la 2.ª Guerra Mundial o la posterior Guerra de Corea. Esta película es por tanto, como bien se nos indica al principio, una historia real filmada en los escenarios donde acontecieron los hechos.
Historia que empieza con la escisión que ha dejado la muerte del padre en la familia Yasumoto, compuesta de cuatro hermanos: Kiichi, Yoshiko, Koichi y la pequeña Sueko, quien provee al espectador con su narración, la misma que escribirá en ese diario más tarde convertido en todo un fenómeno literario. Imamura aprende de sus mentores Yasujiro Ozu, Akira Kurosawa y Hiroshi Shimizu para transmitir de forma veraz la situación tan precaria de esa pequeña comunidad rodeada de mar y montañas que vive de la minería, una industria prácticamente acabada.
Pero su mirada, si bien se nutre de sus colegas antecesores, recoge las influencias del neorrealismo (desde Rossellini a Lattuada o Sica) y las expone en sus crudas imágenes a través de una poderosa modernidad visual, quizás heredada también de Shindo y Masumura, encontrando, a través de un entorno devorado por la ausencia de futuro (que podría ser el interior del basurero de Los Bajos Fondos ) su evolución negra, ácida y pesimista. En él sitúa Imamura a sus dos protagonistas (Koichi y Sueko) mientras se acerca a los demás habitantes y radiografía con ojo clínico cada una de sus intimidades, conflictos y angustia existencial.
Mientras modela la imagen de comunidad aislada y nihilista (nadie desea la ayuda de nadie y todos se repudian, en secreto y públicamente) y hace hincapié en la fuerza y el coraje de los hermanos huérfanos para salir adelante incluso si eso significa romper la unidad familiar, el director hace gala de su contestatario espíritu dando voz a los trabajadores de la mina, hombres desesperados y rotos que son abandonados a su suerte por sus patrones, igualmente arruinados a causa de una situación económica desastrosa. Sorprende, por tanto, la tenacidad demostrada por los hermanos.
Y más aún por el pequeño Koichi, escudado en una prematura madurez para sacar adelante a su familia y proteger a su débil hermana menor, en cierto momento Imamura abandona el pueblo minero y sus gentes concediendo especial atención a los dos niños (trayéndonos recuerdos de Shimizu), alcanzando así la película sus instantes más poderosos a través de ese largo peregrinaje por la vasta naturaleza de Higashimatsura. Incluso permite un viaje a Tokyo totalmente protagonizado por Koichi, en el que por desgracia no se demora mucho, aun así nos dará la oportunidad de contrastar la vida en el próspero entorno urbano de la capital y la que deben enfrentar los que se han quedado en las regiones alejadas y maltratadas por la guerra…
La fotografía de Shinsaku Himeda y la dirección artística de Kimihiko Nakamura son las principales culpables de crear ese clima desasosegante, a menudo indigesto, que caracteriza a la película y se respira en cada secuencia, en cada plano o encuadre, llegando a invadir los pulmones del espectador, el polvo de la mina, el calor sofocante, el edor de las aguas del muelle, el sudor de los personajes. Imamura se revela de esta forma como un poeta visual de las sensaciones y un experto captador de registros sensibles más allá de la simpleza de lo que nos está contando, ni más ni menos que un relato íntimo y de aspereza implacable sobre la desidia y el coraje humanos.
Su habitual Hiroyuki Nagato, realmente carismático, vuelve a formar un buen equipo con Kayo Matsuo mientras gozamos de las sentidas interpretaciones de otros grandes actores de aquellos tiempos, como Taiji Tonoyama, Takanobu Hozumi, esa bella y talentosa Kazuko Yoshiyuki o Ko Nishimura, que seguirá acompañando al cineasta en su carrera, también aparece brevemente Hideaki Nitani (actor de Nikkatsu que destacaría más junto a Seijun Suzuki). Pero son esos pequeños Takeshi Okimura y Akiko Maeda quienes se llevan, ni que decir tiene, todos los elogios (curiosamente no volverían a aparecer en ningún film).
Hermana de la estrenada por Nagisa Oshima en el mismo año ( El Chico que Vendía Palomas ), la obra de Imamura también rastrea y rebusca en las vidas de los desheredados, los que dejaron su tierra por una ilusión que nunca existió, los enterrados en basura social que jamás se rindieron.
Al cineasta no le agradó particularmente el resultado, pero su obra acabaría lanzando su carrera al ganarse el favor de la crítica y el público, tanto que recibió por ella el Premio del Ministerio de Educación y tuvo su reconocimiento en el Festival de Berlín.