Mektoub, My Love: Canto uno
Sinopsis de la película
Verano de 1994. Amin (Shaïn Boumedine), un joven aspirante a guionista y fotógrafo, regresa a su pueblo costero en el sur de Francia después de vivir un año en París. Nada más llegar descubre que su primo Tony (Salim Kechiouche) mantiene un romance secreto con la joven Ophélie (Ophélie Bau), que está prometida. Amin pasa el tiempo en la playa mientras se reencuentra con sus amigos y familia, todos de origen tunecino. Conocerá a varias chicas que disfrutan del verano, especialmente la liberal Céline (Lou Luttiau) y la cándida Charlotte (Alexia Chardard), seducida por el mujeriego Tony. Por la noche todos salen de fiesta a divertirse. Siempre discreto y reservado, Amin observa los juegos de seducción a su alrededor, anhelando vivir su propio romance como en las películas, pero cuando se trata de amor, solo el mektoub ( destino en árabe) puede decidir.
Detalles de la película
- Titulo Original: Mektoub, My Love: Canto uno
- Año: 2017
- Duración: 174
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Opinión de la crítica
6.2
31 valoraciones en total
Recuerdos de un verano. Kechiche, inspirándose de la novela de Bégaudeau La blessure, la vraie nos adentra en las vacaciones de la adolescencia. El paso de la despreocupación de la infancia a las responsabilidades de la vida adulta. Ese último verano que, sin que nos demos cuenta, marcará nuestras vidas cuando ya no podamos volver a él. Amin vuelve a casa de su madre en Séte de vacaciones tras un primer año turbulento en París. Rencontrará a su familia, a los amigos de la infancia y a nuevos conocidos. Sin acción ni mensaje, en la película Kechiche sólo busca captar la naturalidad de aquellos que se liberan de su rutina bajo el sol. Sus deseos y sus penas puestos en la pantalla grande.
Kechiche dirige de forma tan particular como eficaz. En el rodaje repite las escenas hasta que las actuaciones salgan de manera espontánea. A fuerza de decir cien veces la misma frase, esta pierde su sentido en boca de los actores, que ya no la recitan, sino que dejando de lado su método, el texto ya asimilado brota sin artificio de su interior. Lo mismo ocurre con sus movimientos, sus gestos y sus miradas. Rohmer hacía a sus actores vestir su propia ropa en los rodajes para que, al quitarse una prenda, el movimiento fuera lo más natural posible. Kechiche es todo lo contrario. Si un actor ha de bajarse los pantalones, tendrá que repetir la escena hasta que parezca que siempre los ha llevado puestos. La autenticidad está tan lograda a lo largo de toda la película que muchas veces no entendemos siquiera la pronunciación. Esto se debe a que no recitan de manera consciente, sino que hablan de forma natural, como en la vida real, sin tener que entonar por culpa de los filtros de sonido.
Sin un guión bien definido y sin réplicas certeras ¿Acaso la película mantiene el tipo? Desde luego. Kechiche siembra esta ficción casi documental de grandes ideas en todas sus largas escenas, secuencias que en principio parecen poco interesantes y sin embargo resultan muy importantes en la obra. La primera vez que los jóvenes llegan al restaurante familiar tenemos la impresión de ver un plano secuencia interminable, aunque los cortes sean más que evidentes. El tiempo pasa sin que nos demos cuenta en una escena que apenas recorre unos pocos metros:
Si uno contempla la obra de Kechiche puede ver una clara progresión, su búsqueda desde el principio es la de meter al espectador en la película, hacerle partícipe, no tan solo por mostrar un tremendo realismo en la narración, los personajes, las situaciones, el diálogo, también el ritmo ha de resultar real, así lo que se nos muestra se toma su tiempo como si en lugar de transcurrir en una película transcurriese en la realidad. Su estilo ha ido perfeccionándolo película a película si en Cuscús se acercó a la obra redonda esta la consiguió con La vida de Adèle, en ella el espectador se acercaba a su protagonista hasta el punto de sentirla, pocos retratos tan cercanos se han realizado.
Y ahora en Mektoub, My Love: Canto uno lleva su apuesta aún más allá. Apenas hay historia en una película de 3 horas de duración, básicamente son una serie de personajes y las relaciones que se establecen entre ellos, con una sorprendente naturalidad y frescura, no parecen actores, Kechiche saca oro de ellos, la mayoría noveles, no actúan son el personaje, el film no parece una película y el espectador tampoco parece un espectador, siente que forma parte de ese grupo, se siente partícipe, la mirada de Amín es la mirada del espectador y viceversa.
El problema, presenta varios, por un lado no mucha gente está dispuesta a ver una película en la que en un plazo tan largo apenas suceda nada, no muchos están dispuestos a aguantar diálogos banales, escenas que pueden ocurrir un día fin de semana o un verano cualquiera, que puede ver por la calle. Por otro, todo aquello de lo que acusaban a Kechiche en La vida de Adèle aquí se ve mayorado, el hiperrealismo, las escenas muy largas que no aportan nada, salvo naturalidad y quizás magia (esas ovejas), la erótica mirada masculina, aquí no tiene disculpa, con especial hincapié en traseros y especialmente dedicada a Ophélie Bau y sus voluptuosas curvas, la convierte en un mito erótico del cine del siglo XXI.
Realmente es una película difícil de puntuar, días después de haberla visto permanece en la cabeza, va dejando poso, se echa de menos. Posee momentos de gran cine, el naturalismo que envuelve todo, desde el comportamiento de sus personajes hasta su fotografía, su luz, maravillosa. El espectador forma parte de ese grupo de jóvenes que pasa un par de semanas de verano en los años 90 en la ciudad de Sète. Y las 3 horas pasan en un suspiro, como unas vacaciones, incluso me quedo con ganas de más, espero un Canto dos, y quizás un tres, la película puede seguir y seguir, ofrece un momento de frescura, irregular pero mágico. De esas películas para ver en el cine, porque no tiene efectos especiales ni escenas espectaculares, pero es un tipo de película que gana muchísimo en el cine, con la solemnidad e imposición de este.